Lectura del libro del Eclesiástico 24,
1-2.8-12
La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y
se gloría en medio de su pueblo. En la asamblea del Altísimo abre su boca y se
gloría ante el Poderoso. “El creador del universo me dio una orden, el que me
había creado estableció mi morada y me dijo: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu
heredad en Israel”. Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca
jamás dejaré de existir. Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él,
y así me establecí en Sion. En la ciudad amada encontré descanso, y en
Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del
Señor, en su heredad.
Textos
paralelos.
La sabiduría hace su propio
elogio.
Pr 1, 20-22: La sensatez pregona por las calles, / en las plazas
levanta la voz; / grita en lo más ruidoso de la ciudad, / y en las plazas
públicas pregona: / “¿Hasta cuándo, inexpertos, amaréis la inexperiencia, / y
vosotros, insolentes, os empeñaréis en la insolencia, / y vosotros, necios,
odiaréis el saber?”
Pr 8,1-5: La Sensatez pregona, / la Prudencia levanta la voz, / en
puestos elevados junto al camino, / plantada en medio de las sendas, / junto a
las puertas a la boca de la ciudad, / en los accesos a los portales grita: / A
vosotros, caballeros, os pregono / y dirijo la voz a los plebeyos; / los
incautos, aprended sagacidad; / los necios, aprended a tener juicio.
Pr 9, 1-6: La Sensatez se ha edificado una casa, / ha labrado
siete columnas, / ha matado las reses, mezclado el vino / y ha puesto la mesa,
/ ha despachado a sus criadas a pregonarlo / en los puntos que dominan la
ciudad. / “El que sea inexperto, venga acá; al falto de juicio le quiero
hablar: / Venid a comer de mis manjares / y a beber el vino que he mezclado; /
dejad la inexperiencia y viviréis, / seguid derechos el camino de la prudencia.
Jb 28, 12-15: Pero la Sabiduría, ¿de dónde se saca? / ¿dónde está
el yacimiento de la prudencia? / El hombre no sabe su precio, / no se encuentra
en la tierra de los vivos. / Dice el Océano: “No está en mí”, / responde el
Mar: “No está conmigo”. / No se da a cambio de oro puro, / ni se le pesa plata
como precio.
Ba 3, 26-31: Allí nacieron los gigantes, / famosos en la
antigüedad, / corpulentos y aguerridos; / pero no los eligió Dios / ni les
mostró el camino / de la inteligencia; / murieron por su falta de prudencia, /
perecieron por falta de reflexión. / ¿Quién atravesó el mar / para encontrarla
/ y comprarla a precio de oro? / - Nadie conoce su camino / ni puede rastrear
sus sendas. / El que todo lo sabe la conoce, / y la examina, y la penetra.
Entonces el creador del universo me dio una orden.
Sal 132, 8: ¡Levántate, Señor, ven a tu descanso, / ven con el
arca de tu poder!
Sal 132, 13: El Señor ha elegido a Sión, / la quiere como
residencia suya.
Desde el principio antes de los siglos existiré.
Pr 8, 23: Desde antiguo, desde siempre fui formada, / desde el
principio, antes del origen de la tierra.
Notas
exegéticas.
24 Compárese este trozo con los
demás discursos de la Sabiduría personificada (Pr 1, 20-33; 8, 1-36; 9, 1-6) y
con los elogios de la sabiduría (Jb 28; Ba 3, 9-4,4). – Es el capítulo central
del libro, donde la sabiduría es presentada en su conjunto, con abundantes
reminiscencias de los libros bíblicos anteriores. El autor propone una
interpretación del pasado. Más aún que en los Proverbios, le sorprenden a uno
expresiones que anuncian una teología trinitaria: la Sabiduría está a la vez
íntimamente unida a Dios y es distinta de él, característica que más tarde se
aplicará a la persona del Verbo o a la del Espíritu. Parece que este pasaje en
especial pudo inspirar el prólogo de San Juan, que aplica al Logos varias de
las actividades y características de la Sabiduría.
24 2 Es decir, Israel, la comunidad
del Señor (ver Si 15, 5; Dt 23, 2-4; 1 Cro 28, 8).
24 10 Para Ben Sirá, el culto del
templo de Jerusalén es también una obra de la sabiduría, simplemente porque, al
igual que el orden del mundo, es una expresión de la perfección divina, o más
exactamente porque se halla codificado en la Ley que, en 24, 23s., se confunde
con la Sabiduría.
Salmo
responsorial
Salmo 147, 12-15.19-20
El
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. R/.
Glorifica
al Señor, Jerusalén;
alaba
a tu Dios, Sion.
Que
ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y
ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha
puesto paz en tus fronteras,
te
sacia con flor de harina.
Él
envía su mensaje a la tierra,
y
su palabra corre veloz. R/.
Anuncia
su palabra a Jacob,
sus
decretos y mandatos a Israel;
con
ninguna nació obró así,
ni
les dio a conocer sus mandatos. R/.
Textos
paralelos.
Celebra a Yahvé, Jerusalén.
Jr 33, 10: Así dice el Señor: /
En este lugar del que decís / que está en ruinas, / sin hombres ni ganado; / en
las ciudades de Judá / y en las calles de Jerusalén, / ahora desoladas, / sin
hombres ni ganado.
Is 65, 18: Mas bien gozad y
alegraos siempre / por lo que voy a crear; / mirad, voy a transformar / a
Jerusalén en alegría / y a su población en gozo.
Bendice en tu interior a
tus hijos.
Sal 48, 14: Fijaos en sus
baluartes, / observad sus palacios, / para poder contarle a la próxima
generación.
Lv 26, 6: Pondré paz en el país
y dormiréis sin alarmas. Descastaré las fieras y la espada no cruzará vuestro
país.
Sal 81, 17: Te alimentaría con
flor de harina, / te saciaría de miel silvestre.
Que envía a la tierra su
mensaje.
Sal 29, 3: La voz del Señor
sobre las aguas, / el Dios de la gloria ha tronado, Y el Señor sobre las aguas
torrenciales.
Sal 33, 9: Porque él lo dijo, y
existió, / él lo mandó, y surgió.
Sal 107, 20: Envió su palabra
para curarlos, / para salvarlos de la extinción.
Is 55, 10-11: Como bajan la
lluvia / y la nieve del cielo, / y no vuelven allá, / sino que empapan la
tierra, / la fecundan y la hacen germinar, / para que dé semilla al sembrador /
y pan para comer, / así será mi palabra, / que sale de mi boca: / no volverá a
mí vacía, / sino que hará mi voluntad / y cumplirá mi encargo.
Revela a Jacob sus
palabras.
Dt 33, 3-4: Delante va el
favorito de los pueblos, / a su derecha van los guerreros, / con la izquierda
rige a sus santos; / ellos se rinden a su paso / y marchan a sus órdenes. /
Moisés nos dio la ley / en herencia para la asamblea de Israel.
Hch 14, 16: En las generaciones
pasadas dejó a los paganos seguir sus caminos.
Notas
exegéticas.
147 (a) Aunque este salmo forma una
unidad, algunas versiones (entre ellas la Vulgata) lo cortan en dos por el
versículo 12. El poeta ensalza a Yahvé como libertador de Israel, Creador,
amigo de los pobres.
147 (b) “Aleluya” griego; unido por
el hebreo al salmo anterior.
147 12 Los Padres han aplicado esta
segunda parte del salmo a la nueva Jerusalén, militante o triunfante.
147 15 Aquí es presentada la palabra
divina como mensajera, casi como hipóstasis[1].
147 20 El hebreo añade aquí
“Aleluya”, omitido por griego. Igualmente en los dos salmos siguientes.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6.15-18.
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos
santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado a ser sus
hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha
concedido en el Amado. Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y
de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros,
recordándoos en mis oraciones, a fin de que Dios de nuestro Señor Jesucristo,
el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo,
e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza
que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
Textos
paralelos.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo.
Tb 13, 1-2a: Tobías escribió la
plegaría de júbilo y dijo: Bendito sea Dios, que vive eternamente, y su
reinado.
2 Co 1, 3: Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre compasivo y Dios de todo consuelo.
1 P 1, 3: Bendito sea Dios,
padre de nuestro Señor Jesucristo, que, según su gran misericordia y por la
resurrección de Jesucristo de la muerte, os ha regenerado para una esperanza
viva.
Pues, por estar unidos a
Cristo, nos ha colmado.
Ga 3, 14: Así la bendición de
Abrahán, por medio de Cristo Jesús se extiende a los paganos, para que podamos
recibir por la fe el Espíritu prometido.
Dios nos ha elegido en
él.
Jn 17, 24: Padre, los que me
confiaste, quiero que estén conmigo, / donde yo estoy; para que contemplen mi
gloria; la que me diste, porque me amaste antes de la creación del mundo.
1 P 1, 20: Predestinado antes
de la creación del mundo y revelado al final de los tiempos, en favor vuestro.
Hch 1, 7: Les contestó: “No os
toca a vosotros saber los tiempos y circunstancias que el Padre ha fijado con
su exclusiva autoridad”.
Para que vivamos ante él
santamente.
Ef 5, 27: Para presentar una
Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e
irreprochable.
Col 1, 22: Ahora, en cambio,
por medio de la muerte de su cuerpo de carne, os ha reconciliado y os ha
presentado ante él: santos, intachables, irreprochables.
Nos ha elegido de
antemano para ser sus hijos.
1 Jn 3, 1: Ved qué grande amor
nos ha mostrado el Padre: que nos llamamos hijos de Dios y lo somos. Por eso el
mundo no nos reconoce, porque no lo reconoce a él.
Rm 8, 29: A los que escogió de
antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el
primogénito de muchos hermanos.
Jn 1, 12: Pero a los que la
recibieron / los hizo capaces de ser hijos de Dios: / a los que creen en él.
Con la que nos agració en
el Amado.
Mt 3, 17: Se oyó una voz del
cielo que decía: “Este es mi Hijo querido, mi predilecto”.
Por eso, también yo, al
tener noticias de vuestra fe.
Col 1, 9: Por eso nosotros,
desde que nos enteramos, no cesamos de orar por vosotros, pidiendo que os
colméis del conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia
espiritual.
Col 1, 3-4: Siempre que rezamos
por vosotros damos gracias al Dios Padre del Señor nuestro Jesucristo, porque
estamos informados de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos
los consagrados.
Flm 4-5: Siempre que te
recuerdo en mis oraciones, doy gracias a Dios porque oigo hablar de tu fe y
amor al Señor Jesús y a todos los consagrados.
No ceso de dar gracias
por vosotros.
1 Co 13, 13: Y ahora quedan la
fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande de todas es el amor.
Hch 9, 13: Ananías respondió:
“Señor, he oído a michos hablar de ese hombre y contar todo el daño que ha
hecho a los consagrados de Jerusalén”.
El Padre de la gloria,
que os conceda espíritu de sabiduría.
Ef 3, 14: Así no seremos niños,
juguete de las olas, zarandeados por cualquier ventolera de doctrina, por el
engaño de la astucia humana.
Ef 3, 16: Gracias a él, el
cuerpo entero, trabado y unido por la presentación de las junturas y por el
ejercicio propio de la función de cada miembro, va creciendo y construyéndose
con el amor.
Ex 24, 16: La gloria del Señor
apareció a los israelitas como fuego voraz sobre la cumbre del monte.
1 Jn 5, 20: Sabemos que el Hijo
de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para conocer al Verdadero. Estamos
con el Verdadero y con su hijo Jesucristo. Él es el Dios verdadero y vida
eterna.
Que ilumine los ojos de
vuestro corazón.
2 Co 4, 6: El mismo Dios que
mandó a la luz brillar en la tiniebla, iluminó vuestras mentes para que brille
en el rostro de Cristo la manifestación de la gloria de Dios.
Notas exegéticas.
1 3 Primera bendición: el
llamamiento de los elegidos a la vida bienaventurada, incoada ya de una manera
mística por la unión de los fieles con Cristo glorioso. El “amor” designa, ante
todo, el amor de Dios para con nosotros, que provoca su “elección· y su llamamiento
a la “santidad”, pero no hay por qué excluir nuestro amor para con Dios que
deriva de aquel amor y a él responde.
1 5 Segunda bendición: el modo
elegido para esta santidad, que es el de la filiación divina, cuya fuente y
modelo es Jesucristo, el Hijo único.
1 6 (a) El término griego charis designa aquí el favor divino en
cuanto gratuito; si bien incluye la noción de “gracia”, en cuanto don
santificante e intrínseco al hombre. En el sentido primero su alcance es más
amplio. Manifiesta la misma “gloria” de Dios. Tenemos aquí los dos estribillos
que dan ritmo a toda la exposición de las bendiciones divinas: estas no tienen
más origen que la liberalidad de Dios, ni más finalidad que la exaltación de su
Gloria por las criaturas. Todo procede de Él y a Él debe volver.
1 6 (b) Variante (Vulgata), “en su Hijo
amado”.
1 15 Omisión: “y de vuestra
caridad”.
1 17 Este “espíritu” designa lo que
hoy entendemos por “gracia” (actual).
1 18 Las acepciones morales y
espirituales de “corazón” en el At siguen vigentes en el NT. Dios conoce el
corazón. El hombre ha de amar a Dios de todo corazón. Dios ha depositado en el
corazón del hombre el don de su Espíritu. También Cristo habita en el corazón.
Los corazones sencillos, rectos, puros, están abiertos sin limitaciones a la
presencia y acción de Dios. Y los creyentes tienen un solo corazón y una sola
alma.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 1, 1-18.
En el principio existía el
Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el
principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada
de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre
enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la
luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que
alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo
por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa y los suyos no lo
recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a
los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de
carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del
Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y
grita diciendo: “Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto
delante de mí, porque existía antes que yo”. Pues de su plenitud todos hemos
recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la
gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha
visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado
a conocer.
Textos
paralelos.
En el principio existía la Palabra.
1 Jn 1, 1-2: Lo que existía
desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo
que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, es nuestro tema: la Palabra
de vida. La Vida se manifestó: la vimos, damos testimonio y os anunciamos la
Vida que estaba junto al Padre y se nos manifestó.
Todo se hizo por ella.
1 Co 8, 6: Para nosotros existe
un solo Dios, el Padre, que es principio de todo y fin nuestro, y existe un
solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y también nosotros.
Col 1, 15-20: Él es imagen del
Dios invisible, / primogénito de toda la creación / pues por él fue creado
todo, en el cielo y en la tierra: / lo visible y lo invisible, / majestades,
señoríos, autoridades y potestades. / Todo fue creado por él y para él, él es
anterior a todo / y todo tiene en él su consistencia. / Él es la cabeza del
cuerpo, de la Iglesia. / Es el principio, primogénito de los muertos, / para
ser el primero de todos. / En él decidió Dios que residiera la plenitud; / que
por medio de él todo fuera reconciliado consigo, / haciendo las paces por la
sangre de su cruz / entre las criaturas de la tierra y las del cielo.
Hb 1, 1-3: Muchas veces y de
muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los
profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de un Hijo, a quien
nombre heredero de todo, por quien creó el universo. Él es el reflejo de su gloria,
impronta de su ser, y sustenta todo con su palabra poderosa. Realizada la
purificación de los pecados, tomó asiento en el cielo a la diestra de la
Majestad.
Y la luz brilla en las
tinieblas.
Jn 8, 12: De nuevo les habló
Jesús: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no caminará en tinieblas, antes
tendrá la luz de la vida”.
Y las tinieblas no la
vencieron.
1 Jn 2, 8: Pero en cierto modo
os escribo un precepto nuevo, que se hace realidad en él y en vosotros; porque
se alejan las tinieblas y la luz verdadera ya alumbra.
Este vino para un
testimonio.
Jn 1, 23: Yo soy la voz del que
clama en el desierto: Allanad el camino del Señor (según dice el profeta
Isaías).
Jn 1, 26: Yo bautizo con agua.
Entre vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de mí; y yo no soy
quién para soltarle la correa de la sandalia.
Para dar testimonio de la
luz.
Jn 5, 31: Si yo diera
testimonio en mi favor, / mi testimonio no sería válido.
Para que todos creyeran
en él.
Jn 1, 40: Uno de los dos que
habían oído a Juan y habían seguido a Jesús era Andrés, hermano de Simón Pedro.
La Palabra era la luz
verdadera.
Sb 7, 26: Es reflejo de luz
eterna, / espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad.
Que ilumina a toda
persona.
1 Jn 1, 5: Este es el mensaje
que le oímos y os anunciamos: que Dios es luz sin mezcla de tinieblas.
Les dio poder de hacerse
hijos de Dios.
Jn 1, 18: Nadie ha visto jamás
a Dios; el Hijo único, Dios, / que estaba al lado del Padre, lo ha explicado.
1 Jn 5, 13: Os escribo esto a
los que creéis en la persona del Hijo de Dios para que sepáis que poseéis vida
eterna.
Sino que nacieron de
Dios.
1 Jn 5, 18: Sabemos que el que
es hijo de Dios no peca, pues el Engendrado por Dios lo protege para que el
Maligno no lo toque.
Hemos contemplado su
gloria.
Is 40, 5: Y se revelará la
gloria del Señor / y la verán todos los hombres juntos / – ha hablado la boca
del Señor –.
Gloria que recibe del
Padre como Unigénito.
Jn 17, 5: Ahora tú, Padre, dame
gloria junto a ti, / la gloria que tenía junto a ti, antes de que hubiera
mundo.
1 Jn 1, 1-3: Lo que existía
desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo
que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, es nuestro tema: la Palabra
de vida. La vida se manifestó: la vimos, damos testimonio y os anunciamos la
Vida que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que vimos y oímos os lo
anunciamos también a vosotros para que compartáis nuestra vida, como nosotros
la compartimos con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
Este era del que yo dije.
Jn 1, 30: Todo existió por
medio de ella, / y sin ella nada existió de cuanto existe.
El que viene detrás de
mí.
Jn 3, 22: Algo después Jesús
con sus discípulos se dirigió a Judea; allí se quedó con ellos y se puso a
bautizar.
Porque existía antes que
yo.
Col 2, 9-10: Pues en él reside
corporalmente la plenitud de la divinidad, y de él recibís vuestra plenitud. Él
es la cabeza de todo mando y potestad.
Gracia por gracia.
Jn 1, 21: Le preguntaron:
“Entonces ¿eres Elías?”. Respondió: “No lo soy”. “Eres el profeta?”. Respondió:
“No”.
A Dios nadie lo ha visto
jamás.
Ex 33, 19-20: Le respondió: “Yo
haré pasar ante ti toda mi riqueza y pronunciaré ante ti el nombre “Señor”,
porque yo me compadezco de quien quiero y favorezco a quien quiero; pero mi
rostro no lo puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida”.
Si 43, 31: ¿Quién lo ha visto
que pueda describirlo?, ¿quién lo alabará como él es?
Jn 6, 46: No es que alguien
haya visto al Padre.
1 Jn 4, 12: A Dios nunca lo ha
visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor
de Dios está en nosotros consumado.
Jn 3, 11: Te lo aseguro:
hablamos de lo que sabemos, atestiguamos lo que hemos visto, y no aceptáis
nuestro testimonio.
Jn 17, 6: He manifestado tu
nombre a los hombres sacados del mundo, que me confiaste: eran tuyos y me los
confiaste y han cumplido las palabras.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
1 1 Ver Gn 1, 1. En 1, 1-5, el
evangelista recoge un himno más antiguo que sigue las huellas del relato de la
creación en Gn 1, 1-31, con la cadencia marcada por los verbos: “Dijo Dios… y
así fue”: Dios ha creado el mundo por su Palabra, especialmente la luz opuesta
a las tinieblas, los seres vivos y al hombre. Es posible que los vv. 1c-2,
encuadrados por la repetición redaccional “junto a Dios…” y que rompen el ritmo
binario del párrafo, hayan sido añadidos por el evangelista para afirmar la
divinidad de Cristo, Palabra encarnada. En 1, 9-18 el tema de la Palabra
creadora se desarrolla en armonía con Is 55, 10-11: enviado por Dios al mundo
para fecundarlo, revelándole “la verdad·”, retorna a Dios después de haber
cumplido su misión. Este conjunto de temas: presencia junto a Dios, papel
desempeñado en la creación, envío al mundo para adoctrinar en él a la
humanidad, atañen a la Sabiduría tanto como a la Palabra. En el NT correspondía
a Juan, gracias al hecho de la Encarnación, inferir la naturaleza persona de
esta Palabra (sabiduría) subsistente y eterna.
1 3 El verbo egéneto (cf. Gn
1, 3) expresa muy bien la creación de todas las cosas ex nihilo[2]. Como la propia materia es creada, no puede hablarse de dualismo
metafísico, y cualquier tipo de gnosticismo queda excluido.
1 4 (a) O quizá: “Lo que existió por
ella”.
1 4 (b) En griego, el término vida, sin
artículo, no puede ser el sujeto del verbo ser; por tanto, no procede unir las
palabras “lo que se hizo” a la frase precedente. En cambio, la omisión del
artículo era regular cuando el substantivo, incluso determinado, se ponía como
atributo delante del verbo ser.
1 5 La Luz (el Bien, la Palabra)
escapa al dominio de las Tinieblas (el Mal, las potencias del mal). Otros
traducen: ·Y las tinieblas no la recibieron”.
1 6 Primitivamente, los vv. 6-8
debían preceder inmediatamente a los vv. 19 ss.
1 7 Juan el Bautista es considerado
un profeta, cuya enseñanza conservaba entonces todo su valor de testimonio. –
Queda aquí acentuado el contraste entre Juan y el revelador por excelencia,
Jesús.
1 9 Este v. 9 debe unirse a los vv.
4-5: es la Palabra “luz” (y no el Bautista) la que viene al mundo porque fue
enviada por Dios a él. Otros prefieren traducir: “… todo hombre que viene a
este mundo”.
1 10 El “mundo” puede designar
simplemente el universo creado, pero, según las tradiciones judías, tiene a
menudo un matiz peyorativo. Sometido al poder de Satán, se niega a creer en la
misión de Cristo, y persigue con su odio a Jesús y sus discípulos, cuya luz
denuncia su perversión. Su malicia es profunda, pero será vencido por Cristo.
Comparar con el sentido peyorativo de “tierra” en Ap 6, 15. Según las
tradiciones judías, a este mundo malo sucederá un día “el mundo futuro”; para
Juan, el mundo escatológico está ya presente “arriba”, junto al Padre, donde
los discípulos de Cristo gozan de la vida eterna. Pero otros textos presentan
el mundo con un tono más optimista. Así, es capaz de creer en Cristo a la vista
de los signos que realiza. Dios lo ama y ha enviado a su Hijo para salvarlo
dándole la vida. Por cuanto le quita su pecado, Cristo es el salvador del
mundo. – Aunque aquí se trata del rechazo de la Palabra encarnada, el AT conoce
el hecho del rechazo de la sabiduría divina (ver Henoc 42).
1 11 Probablemente el pueblo judío.
1 12 La Palabra es una semilla divina
que, cuando la recibimos, nos hace hijos de Dios. Según Jn 3, 5-6, nuestro
nuevo nacimiento es el fruto del Espíritu, ver Rm 8, 14.
1 13 La lectura en plural “estos no
nacieron”, atestiguada por el conjunto de los manuscritos griegos, es la
lectura corriente. Variante: “Él que no nació”. En el libro apócrifo de Henoc,
15, 4, se reprocha a los ángeles que se hayan unido a las mujeres, según Gn 6,
1-5: “En la sangre de mujeres os habéis manchado y en la sangre de la carne
habéis engendrado y en la sangre de hombres habéis dado pasto a la
concupiscencia”. En el supuesto de la lectura en singular, Juan, que conoce
esta tradición judía, quiere hacer ver que Jesús no fue concebido como los
Gigantes a partir de ángeles caídos, sino “de Dios”.
1 14 (a) La “carne” designa a la
humanidad en su condición de debilidad y de mortalidad. Al revestirse de
nuestra humanidad, la Palabra de Dios ha asumido todas sus debilidades,
incluida la muerte.
1 14 (b) Verbo griego eskénôsen, ver
skenê. Lit: “su tienda”. Alusión a la Tienda “miskân” que, en
tiempo del Éxodo, simbolizaba la presencia de Dios, presencia que se hizo
manifiesta por la irrupción de la gloria de Dios en ella en el momento de la
inauguración. La Palabra, Unigénito del Padre, es quien reside el nombre
terrible “Y soy”, resplandeciente de esa gloria que tiene del Padre, realiza en
la nueva alianza esta presencia divina que debe asegurar la salvación del
pueblo de Dios. Él es verdaderamente el Emmanuel, “Dios con nosotros”,
anunciado por Is 7, 14.
1 14 (c) La gloria era garantía de la
presencia de Dios. Ella misma no podía ser vista, pero se manifestaba a través
de los prodigios realizados por Dios en favor de su pueblo. Lo mismo sucederá
con la Palabra encarnada cuyos “signos” manifiestan la gloria, “en espera del
signo” por excelencia de la resurrección. También del mismo modo que la gloria
de Dios se reflejaba en el rostro de Moisés después de la teofanía del Sinaí,
así el rostro de Cristo resplandeció cuando la transfiguración (similar
teofanía del Sinaí), y sus discípulos pudieron ver así el reflejo de su gloria.
1 14 (d) La fórmula corresponde a la de
Ex 34, 6: “rico en amor y fidelidad” en la definición que Dios da de sí mismo a
Moisés. Al régimen de la Ley sucede el del amor indefectible[3] de Dios, que se manifiesta en Cristo.
1 15 El testimonio del Bautista
conserva un valor permanente: subraya que Jesús, que históricamente aparece
después de él, le supera radicalmente en función de su origen y de su misión
divina.
1 16 Es decir, “una gracia
correspondiente a la gracia (que está en el Hijo único)” o: “una gracia (la de
la nueva alianza) en lugar de otra gracia (la de la antigua alianza)”. Otra
traducción: “gracia sobre gracia”.
1 18 En la Biblia, la expresión “hijo
de Dios” no tenía un sentido trascendente y podía designar, bien a miembros del
pueblo de Dios, bien a su rey, bien al justo perseguido que espera el auxilio
de Dios. También Juan lo sabe y por eso adopta la expresión “Unigénito” que no
ofrece ningún equívoco. Variante: “un Dios Unigénito”.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
1-2 EN [EL] PRINCIPIO intemporal absoluto. La eternidad del Verbo es la misma
del Padre; cronológicamente, nada existió anterior a él. Aunque la sinagoga del
s. I d.C. no hablaba de la preexistencia del Mesías, estaba difundida la
persuasión de que vendría del más allá. Jn habla de la preexistencia del Mesías
en su sentido cristiano pleno. Jesucristo, “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios
verdadero de Dios verdadero”. // EL VERBO (siguiendo la tradición occidental a
través de la Vulgata latina): la Palabra – mental o “pronunciada” – del
Padre, existente desde siempre, expresión e imagen perfecta del Padre en su
relación con el mundo. Su trasfondo en Jn no es el Logos de Filón, sino
la Sabiduría divina de loes escritos sapienciales del A.T. (Prov 8,
23-26, Eclo 24, 3-22; etc.) y el memra’ de Yahveh del Tárgum. // HACIA
DIOS: vuelo hacia, tendiendo hacia Dios; no en sentido local, sino de
convivencia, de vida en común . Para Orígenes, basado en la “contemplación”
platónica, el Verbo de Dios en cuanto contempla incesantemente al Padre.
// Quedan expresadas tres afirmaciones doctrinales acerca del verbo de Dios: a)
Su preexistencia eterna, b) Su personalidad distinta de Dios -Padre,
c) Su divinidad: EL VERBO (sujeto gramatical) ERA DIOS (predicad); el
Verbo era divino.
3 Dios
creó el universo mediante su Palabra – causa mediadora que no implica
subordinación, sino orden lógico –, fuente de vida para todas las criaturas.
“El que era Verbo bueno de un Padre bueno dispuso el orden del universo (san
Atanasio). Una lectura menos probable de los vs. 3-4: “y sin él no se hizo
nada [de] lo que se ha hecho. En él estaba [la] vida…”.
4 LA
LUZ en los escritos de san Juan tiene siempre sentido religioso, pertenece a la
esfera divina.
5 En
los escritos de san Juan aparece constantemente la lucha entre el bien y el
mal, formulada con diversas contraposiciones: luz-oscuridad, verdad-mentira,
libertad-esclavitud, vida-muerte. Ese drama, o proceso judicial, existió
durante toda la vida terrena de Jesús y continúa en la Iglesia; los lectores
del evangelio no son meros espectadores. // LA OSCURIDAD es el reino malo,
satánico, en el que los hombres, si libremente se oponen a Cristo-Luz, pueden
entrar, “permanecer”, “caminar”, “verse sorprendidos”; no hay zona neutral ni
tierra de nadie: o somos de la luz o somos de la oscuridad. // NO LOGRA
SOFOCARLA: el tiempo verbal – aoristo de conato –, tiene valor de tiempo
presente, en correspondencia con BRILLA. Otra posibilidad: no la acogió (refiriéndose
a la venida histórica del Logos en la encarnación); de hecho el verbo
griego está emparentado con “recibir” y “aceptar”; pero parece preferible el
matiz de hostilidad, como en la expresión casi idéntica de 12, 35.
6-8 POR DIOS: o de parte de Dios. // NO ERA ÉL (lit. aquel) LA
LUZ: ¿PINCELADA POLÉMICA DE Jn contra los herejes que defendía a Juan Bautista
como Mesías?
9 Otra
traducción: existía la Luz verdadera que… // AL VENIR AL MUNDO puede
referirse también a TODO HONMBRE: “a todo hombre que viene al mundo”, a
toda la humanidad.
10 LO
CONOCIÓ: ese “lo” está personalizado: no concierta con “luz”, que en griego es
neutro, sino con Lógos.
11 SU
HEREDAD: “sus pertenencias”; el neutro plural griego (sus cosas propias, sus
posesiones) puede entenderse: los suyos, e. d., su pueblo elegido; o
el mundo (la humanidad, el género humano), ya que en el contexto no se
hace referencia directa a Israel.
12 “Creer
EN SU NOMBRE”: aceptar que la Palabra de Dios humanada – Jesús – es el Hijo (este
es “el hombre” de Jesús en los escritos de san Juan). La fe juega un papel muy
importante en Jn: no es simple adhesión de la inteligencia o de la voluntad,
sino llegar a ser, de algún modo, una cosa con él, viviendo una vida semejante
a la vida de Dios. // LOS HIZO CAPACES DE…: lit. dio a ellos capacidad (poder,
posibilidad) hijos de Dios llegar a ser. // HIJOS DE DIOS: más preciso
que san Pablo, Jn usa dos vocablos griegos diversos cuando se trata de
filiación, según se refiera a Jesús (huiós), el hijo natural de Dios, o
a los cristianos (tékna), hijos por adopción.
13 EL
QUE NACIÓ (o el que fue engendrado)….: la mayor parte de los manuscritos
con “avasallador consenso”, como escribió B. M. Metzger, leen en plural (los
que no nacieron…), con lo cual el texto se refiere a los cristianos. Pero
los testigos non numerantur, sed ponderantur, “una lectura apoyada en
los mejores manuscritos y admitida por los editores críticos no es
necesariamente la lectura original; hay que atender también a otras razones
independientes del texto escrito” (Joün).
Pues bien, en este caso, en favor de la lectura en singular hay
testimonios patrísticos más antiguos (s. II), que representan un estado del
texto griego anterior al que reproducen la mayoría de los manuscritos
posteriores. En singular lo leyeron san Ireneo y Tertuliano, que acusaron a los
gnósticos valentinianos de cambiar el singular por el plural (al menos ene l
sentido, si es que no en las palabras: lo aplicaban en la regeneración de los
“espirituales” o “perfectos”), san Ignacio de Antioquía, san Justino, Hipólito,
etc. La crítica por el uso del verbo gennáô en los escritos de san Juan
(nunca en aoristo indicativo, como aquí cuando el sujeto gramatical son los
cristianos; cf. 1 Jn 5, 18); por “el nombre” del Hijo unigénito (v. 12; para
san Juan, el “nacimiento” del cristiano es participación de algo propio de
Jesús); por la unión con el v. 14 mediante un kaí asertivo. Este
versículo afirma directamente que Jesús es Hijo de Dios, e indirectamente,
mediante tres negaciones, su concepción y nacimiento virginales. // SANGRE:
lit. sangres, plural semítico de intensidad (expresa: hemorragia o
derramamiento de sangre); en traducciones modernas es difícil que se respete
liberalmente. En Lv 12, 4s. y en los escritos rabínicos se emplea refiriéndose al
parte de una mujer (Hofrichter): María, pues, dio a luz a Jesús sin
pérdida de sangre. // DESEO (lit. voluntad, en el sentido de apetencia)
DE [LA] CARNE: deseo carnal. // DESEO DE[L] VARÓN (o: del marido):
expresión sinónima de la inmediatamente anterior. De tres maneras se dice lo
mismo: no por generación humana ordinaria.
14 Aparecen
reunidos los tres vocablos utilizados en la liturgia sinagogal para referirse a
las acciones divinas: “el Verbo” (memra`), “habitó (la presencia divina:
skînah), “el esplendor” (la gloria: iqar). // SÍ: kaí asertivo,
de refuerzo, colocado al comienzo de la frase a la manera de un kî enfático
hebreo: efectivamente. // EL VERBO SE HIZO (no es se transformó en, puesto
que siguió siendo Dios, sino que asumió, hizo suya la) CARNE: la
naturaleza humana en cuanto que es frágil, limitada, mortal: la carne,
para los paganos y los herejes gnósticos, era incapaz de salvación. Infinita
distancia de un extremo (EL VERBO) al otro (la CARNE): comprendemos la atrevida
pregunta de san Juan de Ávila: “Gana me da… decir: Pero, Señor, ¿sabéis lo que
hacéis?”. Verdadero Dios y verdadero hombre: “En el Lógos hecho carne
no hay espacio para otra persona que no sea la del Hijo” (A. Orbe. //
HABITÓ ENTRE NOSOTROS: el verbo griego skênóô (junto con episkênóô en
2 Cor 12, 9) se reserva para el habitar o morar de Dios, en general, o
en la tienda (skênê) o tabernáculo (Ex 40, 34ss); durante el éxodo,
según Josefo (Ant 3, 219) Dios era “vecino-de-tienda” de los
israelitas). Poco a poco el vocablo griego skênê perdió el significado
de “tienda de campaña”, para significar morada o casa (en Josefo
los verbos skênóô y kataskênóô nunca se relacionan con “tienda de
campaña”); por consiguiente HABITÓ equivale a “puso casa”, “vino a vivir”. La
encarnación del Verbo inaugura la presencia definitiva de Dios-con-nosotros; la
humanidad de Jesucristo es el lugar privilegiado de esa presencia, que se
realizará plenamente y sin trabas en el cielo y la tierra nuevos (cf. Ap 21,
3). // PUDIMOS CONTEMPLAR: vimos detenidamente SU ESPLENDOR (vocablo de
revelación), el del Hijo hecho criatura humana; vinos – en el pasado – la
“gloria” (cf. Mt 6, 29) de Jesús en su encarnación, en sus milagros (cf. 2, 11)
y en su “paso” al Padre. La fórmula es programática: todo Jn dice lo que el
evangelista contempló en Jesús. // HIJO ÚNICO: la filiación divina de Jesús es
completamente singular. // DE [L] DON DE [LA] VERDAD; lit. de gracia y de
verdad (endíadis, lo mismo que en Hch 7, 10 “gracia y sabiduría” es don
de sabiduría): la gracia o regalo que es, que consiste en, la
verdad; no habla Jn aquí de una cualidad subjetiva de Dios o de Jesús –
“misericordia y lealtad”, sino del don que el Padre nos ha hecho revelándose
a sí mismo “por medio de Jesucristo”.
15 TESTIFICA:
presente histórico o narrativo (=testificó) o complexivo, abarcando todas las
épocas. SIGUE GRITANDO: tiempo verbal griego de perfecto; cuando esto se
escribió, en los oídos del apóstol Juan seguía resonando el testimonio de su
antiguo maestro el Bautista.
16 Por
el contenido, este versículo se une al 14: DE SU PLENITUD de Hijo, TODOS
NOSOTROS RECIBIMOS (tiempo gramatical aoristo) el poder ser hijos. //
GRACIA POR – una gracia en vez de otra, sustituyendo a otra – GRACIA: el don de
la revelación del Nuevo Testamento al don de la Ley del Antiguo
Testamento. Para el término GRACIA, cf. Lc 1, 28.
17 “Pues
la ley se hizo Verbo, lo antiguo [se hizo] nuevo. el mandamiento [se hizo]
gracia y la figura realidad” (Melitón de Sardes, S. II). // EL DON DE LA
VERDAD: la gracia, el regalo de la verdad. Por primera vez en Jn aparece el
nombre total: JESUCRISTO.
18 [EL]
UNIGÉNITO, [EL] HIJO: otros manuscritos leen: [el] Dios unigénito. //
HACIA EL SENO DEL PADRE: no “reclinado en el regazo del Padre”, postura
estática de familiaridad e intimidad, sino orientado, mirando, hacia el corazón
del Padre (EL SENO, en el varón, viene a ser como el hebreo josen: el
tórax, concretamente el pecho), postura que explica la actitud interior de la
vida terrena de Jesús – el Hijo –, siempre pendiente de la voluntad del Padre.
// REVELÓ: lit. explicó, “hizo exégesis”, interpretó (en el helenismo,
el verbo se usaba para la explicación de oráculos, libros de magia,
misterios religiosos). En la frase, el verbo no tiene complemento ni objeto
directo en el texto griego; equivale a: ese, en su existencia terrena, fue
la revelación de Dios, que en adelante no será ya un Dios desconocido.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
1, 1 El Evangelio comienza revelando
la divinidad de Cristo, que es palabra eterna de Dios. El Verbo estaba junto
a Dios, y el Verbo era Dios: este versículo revela la doctrina de la
Trinidad, es decir, el Verbo, que es Dios Hijo, es consustancial a Dios Padre
pero diferente de Él, dada su condición de Hijo. Cat. 102, 240-242 y 454.
1, 3 Dios lo creó todo a través del
Verbo, que es Cristo, y se da a conocer a través de la creación. A pesar de que
la creación se asocia más a Dios Padre, la Trinidad entera participó en esa
obra. El poder de crear es exclusivo de Dios. Cat. 54, 290-292 y 316.
1, 4 Dios es autor de la vida, ya que
nada puede existir sin él. Cat. 668 y 1216.
1, 5 Cristo es “la luz”, “la luz del
mundo” y “la luz verdadera·, que perfora la oscuridad del pecado e ilumina el
camino a la salvación. En el sacramento del bautismo, el cristiano es
“iluminado” y recibe “la luz de Cristo”. Esta iluminación permite que el cristiano
vea a través de los ojos de la fe y se convierta en “luz del mundo” al servir
como faro del amor de Dios. Cat. 457 y 1216.
1, 6 Juan: se refiere a Juan Bautista, el
último y el más importante de todos los profetas. El evangelio de Juan a menudo
clarifica la función del Bautista en relación a Cristo. Cat. 717-720.
1, 10 El mundo: este termino tiene diferentes
acepciones en distintos versículos a lo largo del Evangelio de Juan.
Dependiendo del contexto, puede referirse al universo creado en su totalidad,
la humanidad que necesita salvada, o la atracción al pecado. Con su muerte y
resurrección, Cristo ha redimido el mundo, que expirará y será renovado al
final de los tiempos. Cat. 295, 315, 670 y 1048.
1, 11 Aunque Cristo iba a experimentar
rechazo en su propia comunidad galilea, este versículo tiene un alcance más
amplio, e incluye a todos los que rechazan a Cristo, judíos y paganos. La
indiferencia y el relativismo moral son maneras modernas de rechazar o ignorar
a Cristo y su mensaje.
1, 12 La redención que Cristo mereció
a través de su sacrificio en la cruz hizo que fuese posible que participáramos
de su filiación divina; por tanto, como hijos de Dios, podemos llamar a Dios
“Padre Nuestro”. Mediante el bautismo, somos incorporados en el Cuerpo Místico
de Cristo y nos convertimos en hijos adoptivos de Dios. Cat. 526, 706, 1692,
1996 y 2780.
1, 13 Como madre de la persona de
Jesucristo, que es Dios Hijo, María es la madre de Dios. Nosotros “nacemos de
Dios” a través del bautismo, lo que nos hace participar en la vida de Cristo a
través de la fe y de la gracia santificante. Cat. 496, 505 y 526.
1, 14 Aquí se describe el misterio de
la Encarnación. Jesucristo es Dios Hijo que se ha hecho hombre. Él es una
Persona divina que posee dos naturalezas y dos voluntades, humana y divina. Habitó
entre nosotros: el término griego eskenosen significa literalmente:
“plantó su tienda”. Esta imagen recuerda a la tienda del tabernáculo, donde los
israelitas estaban encargados de preservar el Arca de la Alianza, que
simbolizaba la presencia de Dios entre su pueblo. En su sentido más profundo,
la Encarnación de Cristo trajo la presencia de Dios en medio de los hombres. Unigénito
del Padre: esta descripción se usa en el Credo de Nicea: “Dios de Dios, Luz
de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial
con el Padre; por quien todo fue hecho”. Cat. 423, 445, 461, 466-469 y 2466.
1, 16 Cristo, que posee la plenitud
del Espíritu Santo, derrama las gracias necesarias para la santificación y la
salvación sobre los que le reciben. Cat. 504.
1, 17 La Nueva Alianza fundada por
Cristo da plenitud a la Ley y a todo lo que fue anunciado por los profetas.
1, 18 Cristo lleva la revelación del
amor de Dios a su culmen. A través de la humanidad de Cristo contemplamos el
amor de Dios. Cat. 151, 454, 464 y 469.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
102 A través de todas
las palabras de la sagrada Escritura, Dios dice solo una palabra, su Verbo
único, en quién él se da a conocer en plenitud: “Recordad, que es una misma
Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo
Verbo el que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que,
siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está
sometido al tiempo” (S. Agustín, Enarratio in Psalum 103, 4.1.
54 “Dios, creándolo
todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en
las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural,
se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio”
(C. Vaticano II Dei Verbum, 3).
Los invitó a una comunión íntima con Él revistiéndolos de una gracia y de una
justicia resplandecientes.
241 Los Apóstoles
confiesan a Jesús como “el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que
era Dios” (Jn 1, 1), como “la imagen del Dios invisible” (Col 1, 15), como “el resplandor de su gloria y la
impronta de su esencia” (Hb 1, 3).
454 El nombre del señor
significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer
en su divinidad. “Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor! sino por influjo del
Espíritu Santo” (1 Co 12, 3).
291 “En el principio
existía el Verbo y el Verbo era Dios. Todo fue hecho por él y sin él nada ha
sido hecho (Jn 1, 1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por el
Verbo Eterno, su Hijo amado. “En él fueron creadas todas las cosas, en los
cielos y en la tierra todo fue creado por él y para él, él existe con
anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia” (Col 1, 16-17). La fe
de la Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el
“dador de vida” (Símbolo Niceno-Consantinopolitano), el “El Espíritu Creador”
(Veni, Creator Spiritus), la “Fuente de todo bien” (Liturgia Bizantina).
292 La acción creadora
del Hijo y del Espíritu, insinuada en el Antiguo Testamento, revelada en la
Nueva Alianza, inseparablemente una con el Padre, es claramente afirmada por la
regla de la fe de la Iglesia: “Solo existe un Dios: es el Padre, es Dios, es el
Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo,
es decir, por su Verbo t por su Sabiduría” (S. Ireneo de Lyon, Adversus
haereses), por el Hijo y el Espíritu, que son como “sus manos” (Ib.). La
Creación es la obra común de la Santísima Trinidad.
Concilio
Vaticano II.
Este designio
universal de Dios para la salvación del género humano no se realiza solamente
de un modo casi secreto en la mente de los hombres o por las iniciativas,
incluso religiosas, con las que los hombres buscan de muchas manera a Dios,
“para ver si por casualidad lo descubren o lo encuentra, aunque no está lejos
de cada uno de nosotros” (cf. Hch 17, 27). Estas iniciativas necesitan ser
iluminadas y saneadas, aunque, por el benévolo designio de dios providente,
algunas veces pueden considerarse como preparación pedagógica hacia el
verdadero Dios o preparación evangélica , Dios. para establecer la paz o
comunión con Él y armonizar la sociedad fraterna entre los hombres, pecadores
estos, decidió entrar en la historia de los hombres de un modo nuevo y
definitivo enviando a su Hijo en nuestra carne para arrebatar por Él a los
hombres del poder de las tinieblas y de Satanás, y en Él reconciliar al mundo
consigo. Por consiguiente, a Él, por quien hizo también los siglos (cf. Jn 1, 3
y 10), l constituyó heredero de todas las cosas a fin de restaurar todas las
cosas en Él.
En efecto,
Jesucristo fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los
hombres. Por ser Dios “habita en Él corporalmente toda la plenitud de la
divinidad” (Col 2, 9); pero según su naturaleza humana, como nuevo Adán, es
constituido cabeza de la humanidad renovada, “pleno de gracia y verdad” (Jn 1,
1). así, por los caminos de la verdadera
encarnación, avanzó el Hijo de Dios para hacer a los hombres partícipes de la
naturaleza divina, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para enriquecernos
por su pobreza. El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y
dar su vida como redención por muchos, es decir, por todos. Los Santos Padres
proclaman constantemente que lo que no ha sido asumido por Cristo no ha sido
sanado (S. Atanasio, Vario Victorino, S. Basilio Magno, S. Gregorio Nacianceno,
S. Cirilo de Alejandría, S. Fulgencio). Pero Él asumió la naturaleza entera
humana tal como se encuentra en nosotros, miserables y pobres, pero sin pecado.
Ad gentes divinitus 3.
Comentarios de los Santos Padres.
Ninguno de los evangelistas ha manifestado la divinidad de Jesús de una
manera tan absoluta como Juan, que le hace decir: “Yo soy la luz del mundo”,
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”, …
Orígenes. Comentarios al Ev. de Juan, 1, 21-23. Pg. 51.
Es llamado también “principio” aquello que existe según su idea original…
Y de la misma manera Cristo es el principio de los seres creados según la
imagen de Dios… Según la naturaleza de las cosas, el principio de la ciencia es
Cristo, en tanto que Sabiduría y Poder de Dios, mientras que, según nosotros,
“el Verbo se hizo carne para morar entre nosotros”, porque no somos capaces de
recibirle de otra manera.
Orígenes. Comentarios al Ev. de Juan, 1, 90-91.95.101-103.106-107.
Pg. 52.
Lo que en griego se dice “logos”, en latín significa tanto “razón” [Ratio]
como “palabra” [Verbum]. Pero en este pasaje lo interpreto como
“palabra”, para significar no solo su relación al Padre, sino también su
relación a todo lo que por medio de la Palabra fue creado por su potencia
operativa. En cuanto a “razón”, puesto que nada se hace sino por medio de ella,
está bien dicho igualmente.
Agustín. Sobre 83 diversas cuestiones, 63. Pg. 58.
O sea, es eterno como el Padre, el cual, por consiguiente, jamás estuvo
privado del Verbo. Este, en suma, existió siempre como Dios junto a Dios,
aunque tuviera una persona propia y distinta… Para que nadie creyera que la
divinidad del Hijo era de naturaleza inferior, añadió inmediatamente la prueba
de su verdadera y auténtica divinidad: retomando el concepto de eternidad,
dijo: “Él estaba en principio junto a Dios”, y refiriéndose a su poder creador
añadió: “Todas las cosas fueron creadas por medio de Él y sin Él no se hizo
nada de lo que ha sido hecho”.
Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Juan, 4, 1.3. Pg. 69.
El muy sabio evangelista necesariamente amplía en este momento la
explicación de lo que ha enseñado antes… El Verbo de Dios es ciertamente luz en
sí mismo; pero no dispensador de luz para todos, sino para aquellos a quienes
desea comunicar la luz de la inteligencia.
Cirilo de Alejandría. Comentario al Ev. de Juan. 1, 7. Pg. 79.
Un viejo santo llamado Simpliciano, más tarde obispo de la Iglesia de
Milán, solía decirme que cierto platónico afirmaba que el principio de este
Evangelio, titulado “según Juan·, debía escribirse con letras de oro y ser
predicado por todas las iglesias en los lugares más destacados.
Agustín. La ciudad de Dios, 10, 29. Pg. 82.
¡Ojalá sea Dios nuestra posesión, y nosotros seamos la suya! Que Él nos
posea como Señor y que le poseamos nosotros a Él como salud y luz nuestra. ¿Qué
dio a quienes lo recibieron? A quienes creen en Él les dio el poder de llegar a
ser hijos de Dios. Esto es, abrazarse al madero para pasar el mar.
Agustín. Tratados sobre el Ev. de Juan, 2, 13. Pg. 92.
Habiendo llegado a nuestra tierra y habitando un solo cuerpo semejante al
nuestro, cesó consecuentemente toda la preocupación en los hombres con respecto
a los enemigos y la corrupción de la muerte desapareció, cuando antes tenía
tanta fuerza entre ellos. La estirpe de los hombres habría sido destruida, si
el Señor de todo y Salvador, el Hijo de Dios, no se hubiera presentado para
poner fin a la muerte.
Atanasio. La Encarnación del Verbo, 9, 1-4. Pg. 98.
San Agustín.
¿Qué significa La Palabra se hizo carne? El oro se hizo heno; se
hizo heno para ser quemado. El heno se quemó, pero quedó el oro; mas tampoco
pereció el heno, sino que lo transformó. ¿Cómo lo transformó? Lo resucitó, le
envolvió la vida, le subió a los cielos y le sentó a la derecha del Padre.
Sermón 119.
Pg. 200.
San Juan de Ávila.
Pues veamos agora, Señor, si vos nos amáis; y si es así que nos amáis,
qué tanto es el amor que nos tenéis. Mucho aman los padres a los hijos; pero
¿por ventura amaisnos vos como padre? No hemos nosotros entrado en el seno de
vuestro corazón, Dios mío, para ver esto; mas el Unigénito vuestro, que
descendió de este seno, trajo señas de ello, y nos mandó que os llamásemos
Padre por la grandeza del amor que nos tenias.
Tratado del amor de Dios, 1. OC I. Pg. 951.
De manera que quien a Él ve, ve al Padre, como Él mismo dice en el santo Evangelio.
Pues proporción
tan igual del
Hijo e imagen con el Padre, cuyo es imagen, con razón se le atribuye la
hermosura, pues tan bien es sacado. Esta luz no le falta, pues que se llama Verbo, que es cosa engendrada del
entendimiento y en el entendimiento, y por eso dice San Joán que era luz verdadera, y confesamos que es Dios de Dios, y lumbre de
lumbre. Pues grandeza no le falta, teniendo como
tiene su inmensidad infinita.
Audi, filia [I]. Hermosura del alma. OC I. Pg. 520.
Pues esta proporción tan igual del Hijo con el Padre, con razón se le
atribuye la hermosura, pues tan al propio está sacada la imagen de su dechado. Luz, no le falta, pues que se
llama Verbo, que es cosa engendrada por el entendimiento y en el entendimiento;
como lo dice San Juan, que era luz verdadera. Grandeza no le falta, pues tiene inmensidad infinita.
Audi, filia [II]. OC I. Pg. 768.
Inefable merced es que adopte Dios por hijos los hijos de los hombres,
gusanillos de la tierra. Mas, para que no dudásemos de esta merced, pone San
Juan otra mayor, diciendo: La palabra de Dios es hecha carne (Jn 1, 14). Como quien dice: No dejéis de
creer que los hombres nacen de Dios por espiritual adopción; mas tomad, en
prendas de esta maravilla, otra mayor, que es el Hijo de Dios ser hecho hombre,
e hijo de una mujer.
Audi, filia [II]. OC I. Pg. 579.
Siendo él único Hijo, nos tomó por hermanos, dándonos su Dios por Dios, y s Padre por
Padre, como él lo dijo: Subo al Padre mío y Padre vuestro; Dios mío y Dios vuestro (Jn 20, 17). Y así como dice
San Juan, hablando del mismo Señor: Vimos la honra de él, como honra de Hijo unigénito (Jn 1, 14); y dice de él que es lleno de gracia y
de verdad, así
la honra y espirituales riquezas de los hijos adoptivos ha de ser como de hijos
de un Padre, que es Dios.
Audi, filia [II]. OC I. Pg. 734.
Este es el vaso de escogimiento (cf. Is 11,1-2; Hch 9, 15) donde se infundió
aquel río de todas las gracias con todas sus avenidas y crecimientos, sin que
ninguna gota quedase sin entrar en Él (cf. Jn 1, 14). Aquí hizo Dios cuanto
pudo hacer y dio cuanto pudo dar, porque aquí hizo todo lo último de potencia y
gracia dando todo lo que podía a aquel ánima dichosísima en el punto que fue
criada.
Tratado del amor de Dios. OC I. Pg. 956.
También se le dio a aquel tan nuevo hombre que fuese Padre universal y
Cabeza de todos los hombres, para que en todos ellos, como cabeza espiritual,
influyese su virtud (cf. Col 1, 18; 2,9). De manera que Él, en cuanto Dios, es
igual al Eterno Padre, y en cuanto hombre, es Cabeza de todos los hombres; y,
conforme a este principado, le dio gracia infinita, para que Él, como de una
fuente de gracia y un mar de santidad, la reciban todos los hombres (cf. Jn 1,
16)
Y si la
gracia y verdad fue hecha por Jesucristo (Jn 1, 17), como dice San Juan, no fue para
que en él solo se quedasen, mas para que se derivasen en nosotros y tomásemos
del cumplimiento de él, y en tanta abundancia que le llama San Pablo don que no se puede
contar (2 Cor
9, 15) a lo que de presente tenemos.
Audi, filia [II]. OC I. Pg. 734.
Habéis de dar tan buen ejemplo entre los malos, que de ver vuestra vida
se confundan. Tenebrae
eam non conmprehendurunt (Jn 1, 5). Nunca el mundo estuvo tan malo como cuando Cristo se
encarnó. Gentes malignísimas, debajo de título de santidad, es la mayor maldad
de las maldades: que vino Dios humano y conversó con ellos y hizo tantos
milagros, sanó tantos cojos, hizo tan buenas obras, que nunca cesó de bien
obrar.
Lecciones sobre I San Juan (I). Lección 4. OC II. Pg. 129.
Si el Evangelio llama luz a los apóstoles y Sant Pablo a los
cristianos, ¿cómo decís que se pone propio de Dios? Luz dice Sant Juan
Evangelista, hablando de Sant Juan Baptista: Non erat ille lux, sed ut testimonium perhiberet de
lumine. En lo
griego dice: Para
que diese testimonio de la luz (Jn 1, 18).
Lecciones sobre I San Juan (I). Lección 4. OC II. Pg. 126.
¿Qué luz es esta que tanto bien hace a un hombre, y qué tinieblas que
tanto mal le hacen? ¿No es esta luz la que dice Sant Juan en su evangelio: erat lux vera, quae
illuminat omnes honminem venientem in hunc mundum; in mundo erat et mundus per
ipsum factus est?
(Jn 1, 9-10).
Lecciones sobre I San Juan (I). Lección 4. OC II. Pg. 127.
Mundo, unas veces se toma en la Sagrada Escriptura por esto que Dios crió; y
así decía San Juan de este mundo: Mundus per ipsum factus est (Jn 1, 10): que es el sol, el cielo, la
tierra, estas paredes, agua y todo lo que vemos. Quien está debajo del sol y
anda en tierra, está en el mundo; y según esto, las monjas y frailes y clérigos
y beatas están en el mundo, porque viven y andan en el mundo.
Lecciones sobre I San Juan (I). Lección 12. OC II. Pg. 206.
El mundo
unas veces en
la Escriptura sagrada por esto que Dios crió; y de esta manera decía San Juan: Mundus per ipsum factus
est (Jn 1,
10).
Lecciones sobre I San Juan (II). Lección 12. OC II. Pg. 380.
¿La luz engendra tinieblas? No, no por cierto, que si pecas, del
nacimiento primero hobiste y heredaste eso, que no del segundo; antes, el
segundo nacimiento es remedio contra el primero. En cuanto nacido de Dios y en
cuanto estás engracia, tienes fuerza
para poder vencer el mundo, el demonio y tu carne. Qui non ex sanguinibus neque ex voluntate carnis,
neque ex voluntate viri, sed ex Deo natisunt (Jn
1, 13).
Lecciones sobre I San Juan (I). Lección 21. OC II. Pg. 294.
De essto se precian: que todas sus palabras parezcan verdad,
certidumbre, no repunta de engaño. Para eseto dice Cristo que vino al mundo:
para desengañar el mundo; para enseñarle verdad, para con su claridad y luz
deshacer las tinieblas de los errores: Vidimus glorianm eius, quasi unigeniti a Patre,
plenum gratiae et veritatis (Jn 1, 14).
Lecciones sobre la Epístola a los Gálatas. OC II. Pg. 85.
Verbum caro factum est (Jn 1, 14). Quiere decir, que tomó Dios
humanidad.
Lecciones sobre I San Juan (I). Lección 10. OC II. Pg. 185.
Esta Palabra
eterna se hizo
temporal (cf. Jn 1, 14). Si hubiese predicadores que esto predicasen, no habría
necesidad de predicar otra cosa.
Lecciones sobre I San Juan (II). Lección 1. OC II. Pg. 346.
Et de plenitudine eius omnes non acdepimus,… Helo aquí el remedio contra
nuestra flaqueza.
Lecciones sobre I San Juan (II). Lección 11. OC II. Pg. 374.
Lex per Moysem data est, gratia et veritas per Christum facta est (Jn 1, 18). Mándanos por la
ley; tráenos la gracia con que cumplamos: que es favor para cumplir sus
mandamientos. Pide y da. Pide que hagamos y danos gracia con que obremos.
-¿Qué
pide la ley? – Qué hagamos lo que nos manda. – “No podemos”. – Pues, ¿quién nos
hace poder? – “La gracia”. La gracia nos ayuda a vencer nuestros enemigos; la
gracia nos da fuerzas para cumplir lo que nos parecía cosa intolerable: Et de plenitudine eius
nos accepimus, gratiam pro gratia (Jn 1, 16). Dice San Juan: De su llenidumbre tomamos
nosotros.
Lecciones sobre I San Juan (I). Lección 10. OC II. Pg. 190.
La ley fue dada por Moisén. El hablador fue Moisén, mas la gracia y la
verdad fue hecha por Jesucristo. Gracia y verdad es lo mismo: que hoy nos dice
Sant Juan que amemos con obra y verdad.
Lecciones sobre I San Juan (I). Lección 24. OC II. Pg. 330.
El hablador
de la Ley,
Moisén fue; mas la verdad de ella, su cumplimiento, y la gracia de él, por Jesucristo nuestro
Redemptor.
Lecciones sobre I San Juan (II). Lección 24. OC II. Pg. 451.
La Palabra estaba cerca del Padre (cf. Jn 1,1). La Palabra del Padre su Hijo
es, engendrado eternamente de Él.
En la infraoctava del Corpus. OC III. Pg. 715.
¿Cómo me dejáis por señal que, “siendo Palabra, no habla”, para hallar
a Aquel del cual Sant Joan predijo: En el principio. (Jn 1, 1).
Navidad. OC III. Pg. 68.
Deo nati sunt (Jn 1, 13). ¡Oh qué bien lo habéis dicho, Águila de Dios! Los que son
hijos de Dios nacen, no de hombres, no de sangre, no de voluntad de carne ni de voluntad de varón,
sino de Dios. No
vasta para ser hijos de Dios y subir al cielo, que hayas nacido de sangre; nada
sirve que seas hijo de conde, ni de duque, ni que seas de sangre de rey. Poco
es eso. El mayor serafín que está en el cielo, si no tuviese el espíritu de
Cristo, no sería bienaventurado. No se da el cielo por linaje.
Domingo infraoctava de la Ascensión. OC III. Pg. 340.
No basta que seas hombre, menester es que estés en Cristo, para que en
Él subas al cielo. Si solamente eres hombre, heredarás de tu padre, mas no
heredarás a Dios. No nacen de ahí los que han de subir al cielo, sed ex Deo nati sunt (Jn 1, 13); de Dios ha de
nacer.
Domingo de la infraoctava de la Ascensión. OC III. Pg. 340.
-Padre, tengo el corazón duro, ¿qué haré? – Dice Dios: Yo trairé unos
días en que os quitaré
el corazón de piedra y os daré otro de carne (cf. Ez 11, 19). ¿Cuándo se hace esto?
Cuando Verbum
caro factum est (Jn
1,14), cuando Dios se hizo hombre; cuando se hizo carne, da corazones de carne;
cuando Dios se hizo tan tierno, cuando de aquí a ocho días veréis a Dios hecho
niño, en un pesebre puesto, verlo heis hecho carne, y porque la carne es
blanda, por eso está Dios blando, y no es mucho que os dé corazones blandos.
Allegaos al pesebre y pedidle con fe: Señor, pues que tú te ablandaste,
ablándame a mí [el] corazón.
Domingo III de Adviento. OC III. Pg. 45.
¿Qué veía el Señor para levantar nuestra cabeza, tal cual por nuestros
pecados no osábamos nosotros levantar? Por la fe sabemos que el Verbo de Dios se abajó a hacerse hombre (cf. Jn 1, 14) por ensalzar a
los hombres: que no se contentó con esto, pues que también Él, hecho hombre,
abajó su cabeza en el día de su sagrada pasión.
Santísimo Sacramento. OC III. Pg.678.
Y conforme a este altísimo nombre sobre todo nombre (Flp 2, 9) le fue dada la gracia, poderío, y
sabiduría, y otros muchos dones, cuales convenía a humanidad sublimada en
alteza de persona de Dios. Vimos – dice san Juan – la gloria de Él, gloria cual convenía a Hijo unigénito, engendrado
del Padre (Jn
1, 14).
En la Infraoctava del Corpus. OC III. Pg. 693.
San Oscar Romero.
Según el concepto israelita que se refleja en la Biblia es muy distinto
del concepto occidental que tenemos de tiempo. Nosotros medimos el tiempo y por
eso llevamos un reloj, un calendario, porque para nosotros el tiempo es algo
matemático, como que las cosas se miden por el tiempo. En cambio, para Israel
el tiempo es la experiencia, el tiempo es la vivencia, y allí tenemos la
Biblia: "Tiempo de llorar, tiempo de reír". Y los astros aparecen
dividiendo las noches y los días donde los hombres trabajan. El tiempo en el
concepto bíblico es el lienzo blanco donde Dios con los hombres están pintando
la historia. Y esa historia será bella si se pinta según el proyecto eterno.
El secreto de los siglos eternos se realiza en este lienzo de la
historia en colaboración con los hombres: tenemos la historia de la salvación.
Si en cambio ese lienzo blanco que Dios ha tendido para que Él y sus hijos
pintemos la historia, la maltratamos, hacemos nuestro capricho, no los secretos
eternos de Dios sino la pasión del hombre: la política del hombre, el egoísmo
del hombre, el abuso del hombre, entonces, ¿Qué resulta?: la historia que
tenemos. Como si pusiéramos al alcance de un niño travieso un precioso lienzo
que está pintando un gran pintor, entonces vendríamos a encontrarlo todo
manchado, todo deshecho. Eso somos para Dios, niños malcriados que le hemos
trastornado sus proyectos eternos.
Homilía, 24 diciembre 1978.
Papa Francisco. Angelus. 5 de
enero de 2014.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este domingo nos vuelve a
proponer, en el Prólogo del Evangelio de san Juan, el significado más
profundo del Nacimiento de Jesús. Él es la Palabra de Dios que se hizo
hombre y puso su «tienda», su morada entre los hombres. Escribe el evangelista:
«El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). En estas
palabras, que no dejan de asombrarnos, está todo el cristianismo. Dios se hizo
mortal, frágil como nosotros, compartió nuestra condición humana, excepto en el
pecado, pero cargó sobre sí mismo los nuestros, como si fuesen propios. Entró
en nuestra historia, llegó a ser plenamente Dios-con-nosotros. El
nacimiento de Jesús, entonces, nos muestra que Dios quiso unirse a cada hombre
y a cada mujer, a cada uno de nosotros, para comunicarnos su vida y su alegría.
Así Dios es Dios con nosotros, Dios que nos ama,
Dios que camina con nosotros. Éste es el mensaje de Navidad: el Verbo se
hizo carne. De este modo la Navidad nos revela el amor inmenso de Dios
por la humanidad. De aquí se deriva también el entusiasmo, nuestra
esperanza de cristianos, que en nuestra pobreza sabemos que somos amados,
visitados y acompañados por Dios; y miramos al mundo y a la historia como
el lugar donde caminar juntos con Él y entre nosotros, hacia los cielos nuevos
y la tierra nueva. Con el nacimiento de Jesús nació una promesa nueva, nació un
mundo nuevo, pero también un mundo que puede ser siempre renovado. Dios
siempre está presente para suscitar hombres nuevos, para purificar el mundo del
pecado que lo envejece, del pecado que lo corrompe. En lo que la
historia humana y la historia personal de cada uno de nosotros pueda estar
marcada por dificultades y debilidades, la fe en la Encarnación nos dice que
Dios es solidario con el hombre y con su historia. Esta proximidad de Dios
al hombre, a cada hombre, a cada uno de nosotros, es un don que no se acaba
jamás. ¡Él está con nosotros! ¡Él es Dios con nosotros! Y esta cercanía no
termina jamás. He aquí el gozoso anuncio de la Navidad: la luz divina, que
inundó el corazón de la Virgen María y de san José, y guio los pasos de los
pastores y de los magos, brilla también hoy para nosotros.
En el misterio de la Encarnación del Hijo de
Dios hay también un aspecto vinculado con la libertad humana, con la
libertad de cada uno de nosotros. En efecto, el Verbo de Dios pone su tienda
entre nosotros, pecadores y necesitados de misericordia. Y todos nosotros
deberíamos apresurarnos a recibir la gracia que Él nos ofrece. En cambio,
continúa el Evangelio de san Juan, «los suyos no lo recibieron» (v. 11).
Incluso nosotros muchas veces lo rechazamos, preferimos permanecer en la
cerrazón de nuestros errores y en la angustia de nuestros pecados. Pero
Jesús no desiste y no deja de ofrecerse a sí mismo y ofrecer su gracia que nos
salva. Jesús es paciente, Jesús sabe esperar, nos espera siempre. Ésto es un
mensaje de esperanza, un mensaje de salvación, antiguo y siempre nuevo. Y nosotros
estamos llamados a testimoniar con alegría este mensaje del Evangelio de la
vida, del Evangelio de la luz, de la esperanza y del amor. Porque el
mensaje de Jesús es éste: vida, luz, esperanza y amor.
Que María, Madre de Dios y nuestra Madre de
ternura, nos sostenga siempre, para que permanezcamos fieles a la vocación
cristiana y podamos realizar los deseos de justicia y de paz que llevamos en
nosotros al inicio de este nuevo año.
Papa Francisco. Angelus. 4 de
enero de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡Un hermoso domingo nos regala el nuevo año!
¡Hermoso día!
Dice san Juan en el Evangelio que leímos hoy:
«En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en
la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió... El Verbo era la luz verdadera, que
alumbra a todo hombre» (1, 4-5.9). Los hombres hablan mucho de la luz, pero
a menudo prefieren la tranquilidad engañadora de la oscuridad. Nosotros
hablamos mucho de la paz, pero con frecuencia recurrimos a la guerra o elegimos
el silencio cómplice, o bien no hacemos nada en concreto para construir la paz.
En efecto, dice san Juan que «vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn
1, 11); porque «este es el juicio: que la luz —Jesús— vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues
todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse
acusado por sus obras» (Jn 3, 19-20). Así dice san Juan en el Evangelio. El
corazón del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la
luz revela sus obras malvadas. Quien obra el mal, odia la luz. Quien obra el
mal, odia la paz.
Hace unos días hemos iniciado el año nuevo en el
nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada mundial de la paz sobre el
tema «No esclavos, sino hermanos». Mi deseo es que se supere la explotación del
hombre por parte del hombre. Esta explotación es una plaga social que mortifica
las relaciones interpersonales e impide una vida de comunión caracterizada por
el respeto, la justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tienen hambre y
sed de paz; por lo tanto, es necesario y urgente construir la paz.
La paz no es sólo ausencia de guerra, sino una
condición general en la cual la persona humana está en armonía consigo misma,
en armonía con la naturaleza y en armonía con los demás. Esto es la
paz. Sin embargo, hacer callar las armas y apagar los focos de guerra sigue
siendo la condición inevitable para dar comienzo a un camino que conduce a
alcanzar la paz en sus diferentes aspectos. Pienso en los conflictos que aún
ensangrientan demasiadas zonas del planeta, en las tensiones en las familias y
en las comunidades —¡en cuántas familias, en cuántas comunidades, incluso
parroquiales, existe la guerra!—, así como en los contrastes encendidos
en nuestras ciudades y en nuestros países entre grupos de diversas extracciones
culturales, étnicas y religiosas. Tenemos que convencernos, no obstante
toda apariencia contraria, que la concordia es siempre posible, a todo
nivel y en toda situación. No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz. No
hay futuro sin paz.
Dios, en el Antiguo Testamento, hizo una
promesa. El profeta Isaías decía: «De las espadas forjarán arados, de las
lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán
para la guerra» (Is 2, 4). ¡Es hermoso! La paz está anunciada, como don
especial de Dios, en el nacimiento del Redentor: «En la tierra paz a los
hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14). Ese don requiere ser implorado
incesantemente en la oración. Recordemos, aquí en la plaza, ese cartel: «En
la base de la paz está la oración». Este don se debe implorar y se debe
acoger cada día con empeño, en las situaciones en las que nos encontramos. En
los albores de este nuevo año, estamos todos llamados a volver a encender en el
corazón un impulso de esperanza, que debe traducirse en obras de paz concretas.
«¿Tú no te llevas bien con esta persona? ¡Haz las paces!»; «¿En tu casa?
¡Haz las paces!»; «¿En tu comunidad? ¡Haz las paces!»; «¿En tu trabajo? ¡Haz
las paces!». Obras de paz, de reconciliación y de fraternidad. Cada uno de
nosotros debe realizar gestos de fraternidad hacia el prójimo, especialmente
con quienes son probados por tensiones familiares o por altercados de
diversos tipos. Estos pequeños gestos tienen mucho valor: pueden ser semillas
que dan esperanza, pueden abrir caminos y perspectivas de paz.
Invoquemos ahora a María, Reina de la
Paz. Ella, durante su vida terrena, conoció no pocas dificultades, relacionadas
con la fatiga cotidiana de la existencia. Pero no perdió nunca la paz del
corazón, fruto del abandono confiado a la misericordia de Dios. A María,
nuestra Madre de ternura, le pedimos que indique al mundo entero la senda
segura del amor y de la paz.
Francisco. Angelus. 5 de enero de
2020.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo de la Navidad, las
lecturas bíblicas nos ayudan a alargar la mirada, para tomar una conciencia
plena del significado del nacimiento de Jesús.
El comienzo del Evangelio de San Juan nos muestra
una impactante novedad: el Verbo eterno, el Hijo de Dios, «se hizo carne» (v.
14). No sólo vino a vivir entre la gente, sino que se convirtió en uno del
pueblo, ¡uno de nosotros! Después de este acontecimiento, para dirigir
nuestras vidas, ya no tenemos sólo una ley, una institución, sino una Persona,
una Persona divina, Jesús, que guía nuestras vidas, nos hace ir por el camino
porque Él lo hizo antes.
San Pablo bendice a Dios por su plan de amor
realizado en Jesucristo (cf. Efesios 1, 3-6; 15-18). En este plan, cada uno de
nosotros encuentra su vocación fundamental. ¿Y cuál es? Esto es lo que dice
Pablo: estamos predestinados a ser hijos de Dios por medio de Jesucristo. El
Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos a nosotros, hombres, hijos de Dios.
Por eso el Hijo eterno se hizo carne: para introducirnos en su relación
filial con el Padre.
Así pues, hermanos y hermanas, mientras continuamos
contemplando el admirable signo del belén, la liturgia de hoy nos dice que
el Evangelio de Cristo no es una fábula, ni un mito, ni un cuento moralizante,
no. El Evangelio de Cristo es la plena revelación del plan de Dios, el plan
de Dios para el hombre y el mundo. Es un mensaje a la vez sencillo y grandioso,
que nos lleva a preguntarnos: ¿qué plan concreto tiene el Señor para mí,
actualizando aún hoy su nacimiento entre nosotros?
Es el apóstol Pablo quien nos sugiere la
respuesta: «[Dios] nos ha elegido [...] para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor» (v. 4). Este es el significado de la Navidad. Si
el Señor sigue viniendo entre nosotros, si sigue dándonos el don de su Palabra,
es para que cada uno de nosotros pueda responder a esta llamada: ser santos en
el amor. La santidad pertenece a Dios, es comunión con Él, transparencia de
su infinita bondad. La santidad es guardar el don que Dios nos ha dado.
Simplemente esto: guardar la gratuidad. En esto consiste ser santo. Por tanto, quien
acepta la santidad en sí mismo como un don de gracia, no puede dejar de
traducirla en acciones concretas en la vida cotidiana. Este don, esta
gracia que Dios me ha dado, la traduzco en una acción concreta en la vida
cotidiana, en el encuentro con los demás. Esta caridad, esta misericordia hacia
el prójimo, reflejo del amor de Dios, al mismo tiempo purifica nuestro corazón
y nos dispone al perdón, haciéndonos “inmaculados” día tras día. Pero
inmaculados no en el sentido de que yo elimino una mancha: inmaculados
en el sentido de que Dios entra en nosotros, el don, la gratuidad de
Dios entra en nosotros y nosotros lo guardamos y lo damos a los demás.
Que la Virgen María nos ayude a acoger con alegría
y gratitud el diseño divino de amor realizado en Jesucristo.
Francisco. Angelus. 3 de enero de
2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo después de Navidad, la
Palabra de Dios no nos presenta un episodio de la vida de Jesús, sino que nos
habla de Él antes de que naciera. Nos retrotrae para revelar algo sobre Jesús
antes de que viniera entre nosotros. Lo hace sobre todo en el prólogo del
Evangelio de Juan, que comienza: «En el principio era el Verbo» (Jn 1,1). En
el principio: son las primeras palabras de la Biblia, las mismas con las que
comienza el relato de la creación: «En el principio creó Dios el cielo y la
tierra» (Gn 1,1). Hoy el Evangelio dice que Aquel que hemos contemplado en
su Natividad, como niño, Jesús, existía antes: antes del comienzo de las
cosas, antes del universo, antes de todo. Él está antes del espacio y el
tiempo. «En Él estaba la vida"» (Jn 1,4) antes de que apareciera la
vida.
San Juan lo llama Verbo es decir, Palabra.
¿Qué quiere decirnos? La Palabra sirve para comunicar: no se habla solo, se
habla con alguien. Siempre se habla con alguien. Cuando vemos por la calle
gente que habla sola, decimos: “A esta persona le pasa algo”. No: nosotros
hablamos siempre con alguien. Así pues, el hecho de que Jesús sea desde el
principio la Palabra significa que desde el principio Dios se quiere comunicar
con nosotros, quiere hablarnos. El Hijo unigénito del Padre (cf. v. 14)
quiere decirnos la belleza de ser hijos de Dios; es «la luz verdadera»
(v. 9) y quiere alejarnos de las tinieblas del mal; es «la vida» (v. 4) que
conoce nuestras vidas y quiere decirnos que las ama desde siempre. Nos ama a
todos. Este es el mensaje maravilloso de hoy: Jesús es la Palabra, la
Palabra eterna de Dios, que desde siempre piensa en nosotros y desea comunicar
con nosotros.
Y para hacerlo, fue más allá de las palabras.
En efecto, el núcleo del Evangelio de hoy nos dice que la Palabra «se hizo
carne y habitó entre nosotros» (v. 14). Se hizo carne: ¿por qué San Juan
usa esta expresión, “carne”? ¿No podría haber dicho, de una manera más
elegante, que se hizo hombre? No, usa la palabra carne porque indica nuestra
condición humana en toda su debilidad, en toda su fragilidad. Nos dice que Dios
se hizo fragilidad para tocar de cerca nuestras fragilidades. Por lo tanto,
desde el momento en que el Señor se hizo carne, nada en nuestra vida le es
ajeno. No hay nada que Él desdeñe; podemos compartir todo con Él, todo.
Querido hermano, querida hermana, Dios se hizo carne para decirnos, decirte
que te ama precisamente allí, que nos ama precisamente allí, en nuestras
fragilidades, en tus fragilidades; precisamente allí donde nosotros más nos
avergonzamos, donde más te avergüenzas. Es audaz: la decisión de Dios es audaz:
se hizo carne precisamente allí, donde nosotros tantas veces nos
avergonzamos; entra en nuestra vergüenza para hacerse hermano nuestro, para
compartir el camino de la vida.
Se hizo carne y no se volvió atrás. No asumió
nuestra humanidad como un vestido, que se pone y se quita. No, nunca se
separó de nuestra carne. Y jamás se separará de ella: ahora y por siempre
está en el cielo con su cuerpo de carne humana. Se unió para siempre a nuestra
humanidad; podríamos decir que la “desposó”. A mí me gusta pensar que cuando
el Señor le reza al Padre por nosotros, no le habla solamente: le enseña las
heridas de la carne, le enseña las llagas que ha sufrido por nosotros. Y
este es Jesús: con su carne es el intercesor, quiso llevar también las señales
del sufrimiento. Jesús, con su carne, está ante el Padre. El Evangelio dice, en
efecto, que vino a habitar entre nosotros. No vino de visita y luego se fue, vino
a habitar con nosotros, a estar con nosotros. ¿Qué desea entonces de
nosotros? Desea una gran intimidad. Quiere que compartamos con Él alegrías y
penas, deseos y temores, esperanzas y tristezas, personas y situaciones.
Hagámoslo con confianza, abrámosle nuestro corazón, contémosle todo.
Detengámonos en silencio ante el belén para saborear la ternura de Dios que se
hizo cercano, que se hizo carne. Y sin miedo, invitémosle a nuestra casa, a
nuestra familia, y también —cada uno las conoce bien— invitémosle a nuestras
fragilidades. Invitémosle a que vea nuestras llagas. Vendrá y la vida
cambiará.
La Santa Madre de Dios, en quien el Verbo se hizo
carne, nos ayude a acoger a Jesús, que llama a la puerta del corazón para vivir
con nosotros.
Francisco. Angelus. 2 de enero de
2022.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy nos ofrece una
hermosa frase, que siempre rezamos a la hora del Ángelus y que por sí sola nos
revela el sentido de la Navidad: «El Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros» (Jn 1, 14). Estas palabras, si lo pensamos, contienen una
paradoja. Ponen juntas dos realidades opuestas: el Verbo y la carne.
“Verbo” indica que Jesús es la Palabra eterna del Padre, Padre infinita, que
existe desde siempre, antes de todas las cosas creadas; “carne”, en cambio,
indica precisamente nuestra realidad, realidad creada, frágil, limitada,
mortal. Antes de Jesús eran dos mundos separados: el Cielo opuesto a la tierra,
lo infinito opuesto a lo finito, el espíritu opuesto a la materia. Y hay otra
oposición en el Prólogo del Evangelio de Juan, otro binomio: luz y tinieblas
(cf. v. 5). Jesús es la luz de Dios que ha entrado en las tinieblas del
mundo. Luz y tinieblas. Dios es luz: en Él no hay opacidad; en nosotros,
en cambio, hay muchas oscuridades. Ahora, con Jesús, se encuentran la
Luz y las tinieblas: la santidad y la culpa, la gracia y el pecado. Jesús,
la encarnación de Jesús es precisamente el lugar del encuentro, del encuentro
entre Dios y los hombres, el encuentro entre la gracia y el pecado.
¿Qué quiere anunciar el Evangelio con estas
polaridades? Una cosa espléndida: el modo de actuar de Dios. Ante nuestra
fragilidad, el Señor no retrocede. No permanece en su beata eternidad y en su
luz infinita, sino que se hace cercano, se hace carne, desciende a las
tinieblas, habita tierras extrañas a Él. ¿Y por qué Dios hace esto? ¿Por
qué desciende entre nosotros? Lo hace porque no se resigna a que podamos
extraviarnos yendo lejos de Él, lejos de la eternidad, lejos de la luz. He
aquí la obra de Dios: venir entre nosotros. Si nosotros nos consideramos
indignos, esto no lo detiene. Él viene. Si lo rechazamos, no se cansa de
buscarnos. Si no estamos preparados y bien dispuestos para recibirlo,
prefiere venir de todos modos. Y si nosotros le cerramos la puerta en la
cara, Él espera. Es precisamente el Buen Pastor. ¿Y la imagen más bella del
Buen Pastor? El Verbo que se hace carne para compartir nuestra vida. Jesús es
el Buen Pastor que viene a buscarnos allí donde nosotros estamos: en nuestros
problemas, en nuestra miseria… Ahí viene Él.
Queridos hermanos y hermanas, a menudo nos
mantenemos a distancia de Dios porque pensamos que no somos dignos de Él por
otros motivos. Y es verdad. Pero la Navidad nos invita a ver las cosas
desde su punto de vista. Dios desea encarnarse. Si tu corazón te parece
demasiado contaminado por el mal, te parece desordenado, por favor no te
cierres, no tengas miedo. Él viene. Piensa en el establo de Belén. Jesús nació
allí, en esa pobreza, para decirte que ciertamente no teme visitar tu
corazón, habitar en una vida desaliñada. Ésta es la palabra: habitar.
Habitar es el verbo que utiliza hoy el Evangelio para significar esta realidad:
expresa un compartir total, una gran intimidad. Y esto es lo que Dios quiere:
quiere habitar con nosotros, quiere habitar en nosotros, no permanecer lejos.
Y me pregunto, a mí, a ustedes y a todos: nosotros,
¿queremos hacerle espacio? Con palabras, sí; nadie dirá: “¡Yo no!”; sí.
¿Pero concretamente? Tal vez haya aspectos de la vida que guardamos para
nosotros, exclusivos, o lugares interiores en los cuales tenemos miedo que
entre el Evangelio, donde no queremos poner a Dios en medio. Hoy los invito a
la concreción. ¿Cuáles son las cosas interiores que yo creo que a Dios no le
gustan? ¿Cuál es el espacio que considero sólo para mí y al que no quiero
que Dios venga? Cada uno de nosotros
sea concreto, y respondamos a esto. “Sí, sí, yo querría que Jesús viniera, pero
esto, que esto no lo toque; y esto, no, y esto…”. Cada uno tiene su propio
pecado, llamémoslo por su nombre. Y Él no se asusta de nuestros pecados: ha
venido para curarnos. Al menos, hagámoselo ver, que Él vea el pecado. Seamos
valientes, digamos: “Señor, yo estoy en esta situación, no quiero cambiar.
Pero tú, por favor, no te alejes demasiado”. Bella oración, esta. Seamos
sinceros hoy.
En estos días navideños nos hará bien acoger al
Señor precisamente allí. ¿Cómo? Por ejemplo, deteniéndose ante el
pesebre, porque muestra a Jesús que viene a habitar toda nuestra vida
concreta, ordinaria, donde no va todo bien, donde hay muchos problemas ―
algunos son culpa nuestra, otros, culpa de los demás―, y Jesús viene. Vemos
a los pastores que trabajan duramente, a Herodes que amenaza a los inocentes,
una gran pobreza... Pero en medio de todo esto, en medio de tantos problemas ―y
también en medio de nuestros problemas― está Dios, está Dios que quiere habitar
con nosotros. Y espera que le presentemos nuestras situaciones, lo que vivimos.
Entonces, ante el pesebre, hablemos con Jesús de nuestras vicisitudes
concretas. Invitémoslo oficialmente a nuestra vida, sobre todo a las zonas
oscuras: “Mira, Señor, que allí no hay luz, allí la electricidad no llega, pero
por favor no toques, porque no quiero dejar esta situación”. Hablar con
claridad, concretamente. Las zonas oscuras, nuestros “establos interiores”:
cada uno los tiene. Y también contémosle sin miedo los problemas sociales, los
problemas eclesiales de nuestro tiempo, los problemas personales, también los
peores: Dios ama habitar en nuestro establo.
Que la Madre de Dios, en quien el Verbo se hizo
carne, nos ayude a cultivar una mayor intimidad con el Señor.
Benedicto. Angelus. 4 de enero de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia nos propone volver a meditar en el
mismo Evangelio proclamado en el día de Navidad, es decir, el Prólogo de san
Juan. Después del bullicio de los días pasados con el afán de comprar regalos,
la Iglesia nos invita a contemplar de nuevo el misterio del Nacimiento de
Cristo para comprender mejor su profundo significado y su importancia para
nuestra vida. Se trata de un texto admirable que ofrece una síntesis
vertiginosa de toda la fe cristiana.
Comienza por lo alto: "En el principio existía
el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1, 1); he
aquí la novedad inaudita y humanamente inconcebible: "El Verbo se hizo
carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14 a). No es una figura
retórica, sino una experiencia vivida. La refiere san Juan, testigo ocular:
"Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14 b). No es la palabra erudita de un
rabino o de un doctor de la ley, sino el testimonio apasionado de un humilde
pescador que, atraído en su juventud por Jesús de Nazaret, en los tres años de
vida común con él y con los demás Apóstoles, experimentó su amor —hasta el
punto de definirse a sí mismo "el discípulo al que Jesús amaba"—, lo
vio morir en la cruz y aparecerse resucitado, y junto con los demás recibió su
Espíritu. De toda esta experiencia, meditada en su corazón, san Juan sacó
una certeza íntima: Jesús es la Sabiduría de Dios encarnada, es su Palabra
eterna, que se hizo hombre mortal.
Para un verdadero israelita, que conoce las
Sagradas Escrituras, esto no es una contradicción; al contrario, es el
cumplimiento de toda la antigua Alianza: en Jesucristo llega a su plenitud el
misterio de un Dios que habla a los hombres como a amigos, que se revela a
Moisés en la Ley, a los sabios y a los profetas. Conociendo a Jesús, estando
con él, escuchando su predicación y viendo los signos que realizaba, los
discípulos reconocieron que en él se cumplían todas las Escrituras. Como
afirmará después un autor cristiano: "Toda la divina Escritura constituye
un único libro y este libro único es Cristo, habla de Cristo y encuentra en
Cristo su cumplimiento" (Hugo de San Víctor, De arca Noe, 2, 8).
Cada hombre y cada mujer necesita encontrar un
sentido profundo para su propia existencia. Y para esto no bastan los libros,
ni siquiera las Sagradas Escrituras. El Niño de Belén nos revela y nos comunica
el verdadero "rostro" de Dios, bueno y fiel, que nos ama y no nos
abandona ni siquiera en la muerte. "A Dios nadie lo ha visto jamás
—concluye el Prólogo de san Juan—: el Hijo único, que está en el seno del
Padre, él lo ha contado" (Jn 1, 18).
La primera que abrió el corazón y contempló
"al Verbo que se hizo carne" fue María, la Madre de Jesús. Una humilde
muchacha de Galilea se convirtió así en la "sede de la Sabiduría". Al
igual que el apóstol san Juan, cada uno de nosotros está invitado a
"acogerla en su casa" (cf. Jn 19, 27), para conocer profundamente
a Jesús y experimentar el amor fiel e inagotable. Este es mi deseo para cada
uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas, al inicio de este año nuevo.
Benedicto. Angelus. 3 de enero de
2010.
Queridos hermanos y hermanas:
En este domingo —segundo después de Navidad y
primero del año nuevo— me alegra renovar a todos mi deseo de todo bien en el
Señor. No faltan los problemas, en la Iglesia y en el mundo, al igual que en la
vida cotidiana de las familias. Pero, gracias a Dios, nuestra esperanza no se
basa en pronósticos improbables ni en las previsiones económicas, aunque sean
importantes. Nuestra esperanza está en Dios, no en el sentido de una
religiosidad genérica, o de un fatalismo disfrazado de fe. Nosotros
confiamos en el Dios que en Jesucristo ha revelado de modo completo y
definitivo su voluntad de estar con el hombre, de compartir su historia, para
guiarnos a todos a su reino de amor y de vida. Y esta gran esperanza anima y a
veces corrige nuestras esperanzas humanas.
De esa revelación nos hablan hoy, en la liturgia
eucarística, tres lecturas bíblicas de una riqueza extraordinaria: el capítulo
24 del Libro del Sirácida, el himno que abre la Carta a los Efesios
de san Pablo y el prólogo del Evangelio de san Juan. Estos textos afirman
que Dios no sólo es el creador del universo —aspecto común también a otras
religiones— sino que es Padre, que "nos eligió antes de crear el mundo
(...) predestinándonos a ser sus hijos adoptivos" (Ef 1, 4-5) y que
por esto llegó hasta el punto inconcebible de hacerse hombre: "El Verbo se
hizo carne y acampó entre nosotros" (Jn 1, 14). El misterio de la
Encarnación de la Palabra de Dios fue preparado en el Antiguo Testamento,
especialmente donde la Sabiduría divina se identifica con la Ley de Moisés.
En efecto, la misma Sabiduría afirma: "El creador del universo me hizo
plantar mi tienda, y me dijo: "Pon tu tienda en Jacob, entra en la heredad
de Israel"" (Si 24, 8). En Jesucristo, la Ley de Dios se ha hecho
testimonio vivo, escrita en el corazón de un hombre en el que, por la
acción del Espíritu Santo, reside corporalmente toda la plenitud de la
divinidad (cf. Col 2, 9).
Queridos amigos, esta es la verdadera razón de la
esperanza de la humanidad: la historia tiene un sentido, porque en ella
"habita" la Sabiduría de Dios. Sin embargo, el designio divino no
se cumple automáticamente, porque es un proyecto de amor, y el amor genera
libertad y pide libertad. Ciertamente, el reino de Dios viene, más aún, ya está
presente en la historia y, gracias a la venida de Cristo, ya ha vencido a la
fuerza negativa del maligno. Pero cada hombre y cada mujer es responsable de
acogerlo en su vida, día tras día. Por eso, también 2010 será un año más
o menos "bueno" en la medida en que cada uno, de acuerdo con sus
responsabilidades, sepa colaborar con la gracia de Dios. Por lo tanto,
dirijámonos a la Virgen María, para aprender de ella esta actitud espiritual.
El Hijo de Dios tomó carne de ella, con su consentimiento. Cada vez que el
Señor quiere dar un paso adelante, junto con nosotros, hacia la "tierra
prometida", llama primero a nuestro corazón; espera, por decirlo así,
nuestro "sí", tanto en las pequeñas decisiones como en las grandes.
Que María nos ayude a aceptar siempre la voluntad de Dios, con humildad y
valentía, a fin de que también las pruebas y los sufrimientos de la vida
contribuyan a apresurar la venida de su reino de justicia y de paz.
Benedicto. Angelus. 2 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Os renuevo a todos mis mejores deseos para el año
nuevo y doy las gracias a cuantos me han enviado mensajes de cercanía
espiritual. La liturgia de este domingo vuelve a proponer el Prólogo del
Evangelio de san Juan, proclamado solemnemente en el día de Navidad. Este
admirable texto expresa, en forma de himno, el misterio de la Encarnación, que
predicaron los testigos oculares, los Apóstoles, especialmente san Juan,
cuya fiesta, no por casualidad, se celebra el 27 de diciembre. Afirma san
Cromacio de Aquileya que «Juan era el más joven de todos los discípulos del
Señor; el más joven por edad, pero ya anciano por la fe» (Sermo II, 1 De Sancto
Iohanne Evangelista: CCL 9a, 101). Cuando leemos: «En el principio existía el
Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1), el
Evangelista —al que tradicionalmente se compara con un águila— se eleva por
encima de la historia humana escrutando las profundidades de Dios; pero muy
pronto, siguiendo a su Maestro, vuelve a la dimensión terrena diciendo: «Y el
Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14). El Verbo es «una realidad viva: un Dios que…
se comunica haciéndose él mismo hombre» (J. Ratzinger, Teologia della liturgia,
LEV 2010, p. 618). En efecto, atestigua Juan, «puso su morada entre nosotros, y
hemos contemplado su gloria» (Jn 1, 14). «Se rebajó hasta asumir la humildad de
nuestra condición —comenta san León Magno— sin que disminuyera su majestad»
(Tractatus XXI, 2: CCL 138, 86-87). Leemos también en el Prólogo: «De su
plenitud hemos recibido todos, gracia por gracia» (Jn 1, 16). «¿Cuál es la
primera gracia que hemos recibido? —se pregunta san Agustín, y responde— Es
la fe». La segunda gracia, añade en seguida, es «la vida
eterna» (Tractatus in Ioh. III, 8.9: ccl 36, 24.25).
Ahora me dirijo en lengua española a las miles de
familias reunidas en Madrid para una gran manifestación.
Saludo con afecto a los numerosos pastores y fieles
reunidos en la plaza de Colón, de Madrid, para celebrar con gozo el valor del
matrimonio y la familia bajo el lema: «La familia cristiana, esperanza para
Europa». Queridos hermanos, os invito a ser fuertes en el amor y a contemplar
con humildad el Misterio de la Navidad, que continúa hablando al corazón y se
convierte en escuela de vida familiar y fraterna. La mirada maternal de la
Virgen María, la amorosa protección de san José y la dulce presencia del Niño
Jesús son una imagen nítida de lo que ha de ser cada una de las familias
cristianas, auténticos santuarios de fidelidad, respeto y comprensión, en los
que también se transmite la fe, se fortalece la esperanza y se enardece la
caridad. Aliento a todos a vivir con renovado entusiasmo la vocación cristiana
en el seno del hogar, como genuinos servidores del amor que acoge, acompaña y
defiende la vida. Haced de vuestras casas un verdadero semillero de virtudes y
un espacio sereno y luminoso de confianza, en el que, guiados por la gracia de
Dios, se pueda sabiamente discernir la llamada del Señor, que sigue invitando a
su seguimiento. Con estos sentimientos, encomiendo fervientemente a la Sagrada
Familia de Nazaret los propósitos y frutos de ese encuentro, para que sean cada
vez más las familias en las que reine la alegría, la entrega mutua y la
generosidad. Que Dios os bendiga siempre.
Pidamos a la Virgen María, a quien el Señor
encomendó como Madre al «discípulo al que él amaba», la fuerza de comportarnos
como hijos «nacidos de Dios» (cf. Jn 1, 13), acogiéndonos unos a otros y
manifestando así el amor fraterno.
Francisco. Mensaje
para la 58ª Jornada Mundial de la Paz. Perdona nuestras ofensas, concédenos tu
paz
I. Escuchando el grito de la humanidad amenazada
1. Al inicio de este nuevo año que nos da el Padre celestial, tiempo
jubilar dedicado a la esperanza, dirijo mi más sincero deseo de paz a toda
mujer y hombre, en particular a quien se siente postrado por su propia
condición existencial, condenado por sus propios errores, aplastado por el
juicio de los otros, y ya no logra divisar ninguna perspectiva para su propia
vida. A todos ustedes, esperanza y paz, porque este es un Año de gracia que
proviene del Corazón del Redentor.
2. En el 2025 la Iglesia católica celebra el Jubileo, evento que colma los
corazones de esperanza. El “jubileo” se remonta a una antigua tradición
judía, cuando el sonido de un cuerno de carnero —en hebreo yobel— anunciaba,
cada cuarenta y nueve años, uno de clemencia y liberación para todo el pueblo
(cf. Lv 25,10). Este solemne llamamiento debía resonar idealmente en todo el
mundo (cf. Lv 25,9), para restablecer la justicia de Dios en distintos ámbitos
de la vida: en el uso de la tierra, en la posesión de los bienes, en la
relación con el prójimo, sobre todo respecto a los más pobres y a quienes
habían caído en desgracia. El sonido del cuerno recordaba a todo el pueblo
—al que era rico y al que se había empobrecido— que ninguna persona viene al
mundo para ser oprimida; somos hermanos y hermanas, hijos del mismo Padre,
nacidos para ser libres según la voluntad del Señor (cf. Lv
25,17.25.43.46.55).
3. También hoy, el Jubileo es un evento que nos impulsa a buscar la
justicia liberadora de Dios sobre toda la tierra. Al comienzo de este Año
de gracia, en lugar del cuerno nosotros quisiéramos ponernos a la escucha del
«grito desesperado de auxilio» [1] que, como la voz de la sangre de Abel el
justo, se eleva desde muchas partes de la tierra (cf. Gn 4,10), y que Dios nunca deja de escuchar.
También nosotros nos sentimos llamados a ser voz de tantas situaciones de
explotación de la tierra y de opresión del prójimo [2]. Dichas injusticias
asumen a menudo la forma de lo que san Juan Pablo II definió como «estructuras
de pecado» [3], porque no se deben sólo a la iniquidad de algunos, sino que se
han consolidado —por así decirlo— y se sostienen en una complicidad extendida.
4. Cada uno de nosotros debe sentirse responsable de algún modo por la
devastación a la que está sometida nuestra casa común, empezando por esas
acciones que, aunque sólo sea indirectamente, alimentan los conflictos que
están azotando la humanidad. Así se fomentan y se entrelazan desafíos
sistémicos, distintos pero interconectados, que asolan nuestro planeta [4]. Me
refiero, en particular, a las disparidades de todo tipo, al trato deshumano
que se da a las personas migrantes, a la degradación ambiental, a la
confusión generada culpablemente por la desinformación, al rechazo de toda
forma de diálogo, a las grandes inversiones en la industria militar.
Son todos factores de una amenaza concreta para la existencia de la humanidad
en su conjunto. Por tanto, al comienzo de este año queremos ponernos a la
escucha de este grito de la humanidad para que todos, juntos y
personalmente, nos sintamos llamados a romper las cadenas de la injusticia y,
así, proclamar la justicia de Dios. Hacer algún acto de filantropía
esporádico no es suficiente. Se necesitan, por el contrario, cambios
culturales y estructurales, de modo que también se efectúe un cambio
duradero [5].
II. Un cambio cultural: todos somos deudores
5. El evento jubilar nos invita a emprender diversos cambios, para
afrontar la actual condición de injusticia y desigualdad, recordándonos que
los bienes de la tierra no están destinados sólo a algunos privilegiados, sino
a todos [6]. Puede ser útil recordar lo que escribía san Basilio de
Cesarea: «¿Qué cosa, dime, te pertenece? ¿De dónde la has tomado para ponerla
en tu vida? […] ¿Acaso no saliste desnudo del vientre de tu madre?, ¿no
tornarás desnudo nuevamente a la tierra? Los bienes presentes, ¿de dónde te
vienen? Si dices del azar, eres impío, porque no reconoces al Creador, ni das
gracias al que te ha dado» [7]. Cuando falta la gratitud, el hombre deja de
reconocer los dones de Dios. Sin embargo, el Señor, en su misericordia infinita,
no abandona a los hombres que pecan contra Él; confirma más bien el don de la
vida con el perdón de la salvación, ofrecido a todos mediante Jesucristo. Por
eso, enseñándonos el “Padre nuestro”, Jesús nos invita a pedir: «Perdona
nuestras ofensas» ( Mt 6,12).
6. Cuando una persona ignora el propio vínculo con el Padre, comienza a
albergar la idea de que las relaciones con los demás puedan ser gobernadas por
una lógica de explotación, donde el más fuerte pretende tener el derecho de
abusar del más débil [8]. Como las élites en el tiempo de Jesús, que se
aprovechaban de los sufrimientos de los más pobres, así hoy en la aldea
global interconectada [9], el sistema internacional, si no se alimenta de
lógicas de solidaridad y de interdependencia, genera injusticias, exacerbadas
por la corrupción, que atrapan a los países más pobres. La lógica de la
explotación del deudor también describe sintéticamente la actual “crisis de la
deuda” que afecta a diversos países, sobre todo del sur del mundo.
7. No me canso de repetir que la deuda externa se ha convertido en un
instrumento de control, a través del cual algunos gobiernos e instituciones
financieras privadas de los países más ricos no tienen escrúpulos de explotar
de manera indiscriminada los recursos humanos y naturales de los países más
pobres, a fin de satisfacer las exigencias de los propios mercados [10]. A
esto se agrega que diversas poblaciones, más abrumadas por la deuda
internacional, también se ven obligadas a cargar con el peso de la deuda
ecológica de los países más desarrollados [11]. La deuda ecológica y la
deuda externa son dos caras de una misma moneda de esta lógica de explotación
que culmina en la crisis de la deuda [12]. Pensando en este Año jubilar, invito
a la comunidad internacional a emprender acciones de remisión de la deuda
externa, reconociendo la existencia de una deuda ecológica entre el norte y el
sur del mundo. Es un llamamiento a la solidaridad, pero sobre todo a la
justicia [13].
8. El cambio cultural y estructural para superar esta crisis se
realizará cuando finalmente nos reconozcamos todos hijos del Padre y, ante
Él, nos confesemos todos deudores, pero también todos necesarios,
necesitados unos de otros, según una lógica de responsabilidad compartida y
diversificada. Podremos descubrir «definitivamente que nos necesitamos y
nos debemos los unos a los otros» [14].
III. Un camino de esperanza: tres acciones posibles
9. Si nos dejamos tocar el corazón por estos cambios necesarios, el Año de
gracia del jubileo podrá reabrir la vía de la esperanza para cada uno de
nosotros. La esperanza nace de la experiencia de la misericordia de Dios, que
es siempre ilimitada [15].
Dios, que no debe nada a nadie, continúa otorgando sin cesar gracia y
misericordia a todos los hombres. Isaac de Nínive, un Padre de la Iglesia
oriental del siglo VII, escribía: «Tu amor es más grande que mis ofensas.
Insignificantes son las olas del mar respecto al número de mis pecados; pero,
si pesamos mis pecados, respecto a tu amor, se esfuman como la nada» [16]. Dios
no calcula el mal cometido por el hombre, sino que es inmensamente «rico en
misericordia, por el gran amor con que nos amó» ( Ef 2,4). Al mismo tiempo,
escucha el grito de los pobres y de la tierra. Bastaría detenerse un
momento, al inicio de este año, y pensar en la gracia con la que cada vez perdona
nuestros pecados y condona todas nuestras deudas, para que nuestro corazón
se inunde de esperanza y de paz.
10. Por eso Jesús, en la oración del “Padre nuestro”, establece una
afirmación muy exigente: «como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden», después de que hemos pedido al Padre la remisión de nuestras ofensas
(cf. Mt 6,12). Para perdonar una ofensa a los demás y darles esperanza es
necesario, en efecto, que la propia vida esté llena de esa misma esperanza que
llega de la misericordia de Dios. La esperanza es sobreabundante en la
generosidad, no calcula, no exige cuentas a los deudores, no se preocupa de la
propia ganancia, sino que tiene como punto de mira un sólo fin: levantar al que
está caído, vendar los corazones heridos, liberar de toda forma de esclavitud.
11. Al inicio de este Año de gracia, quisiera, por tanto, sugerir tres
acciones que puedan restaurar la dignidad en la vida de poblaciones enteras
y volver a ponerlas en camino sobre la vía de la esperanza, para que se supere
la crisis de la deuda y todos puedan volver a reconocerse deudores perdonados.
Sobre todo, retomo el llamamiento lanzado por san Juan Pablo II con ocasión
del Jubileo del año 2000, de pensar «en una notable reducción, si no en una
total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de
muchas naciones» [17]. Que, reconociendo la deuda ecológica, los países
más ricos se sientan llamados a hacer lo posible para condonar las deudas de
esos países que no están en condiciones de devolver lo que deben.
Ciertamente, para que no se trate de un acto aislado de beneficencia, que lleve
a correr el riesgo de desencadenar nuevamente un círculo vicioso de
financiación-deuda, es necesario, al mismo tiempo, el desarrollo de una
nueva arquitectura financiera, que lleve a la creación de un Documento
financiero global, fundado en la solidaridad y la armonía entre los pueblos.
Además, pido un compromiso firme para promover el respeto de la dignidad
de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, para que
toda persona pueda amar la propia vida y mirar al futuro con esperanza,
deseando el desarrollo y la felicidad para sí misma y para sus propios hijos.
Sin esperanza en la vida, en efecto, es difícil que surja en el corazón de los
más jóvenes el deseo de generar otras vidas. Aquí, en particular quisiera
invitar una vez más a un gesto concreto que pueda favorecer la cultura de la
vida. Me refiero a la eliminación de la pena de muerte en todas las naciones.
Esta medida, en efecto, además de comprometer la inviolabilidad de la vida,
destruye toda esperanza humana de perdón y de renovación [18].
Me atrevo también a volver a lanzar otro llamamiento, apelándome a san
Pablo VI y a Benedicto XVI [19], para las jóvenes generaciones, en este tiempo
marcado por las guerras: utilicemos al menos un porcentaje fijo del dinero
empleado en los armamentos para la constitución de un Fondo mundial que elimine
definitivamente el hambre y facilite en los países más pobres actividades
educativas también dirigidas a promover el desarrollo sostenible, contrastando
el cambio climático [20]. Debemos buscar que se elimine todo pretexto que
pueda impulsar a los jóvenes a imaginar el propio futuro sin esperanza, o bien
como una expectativa para vengar la sangre de sus seres queridos. El futuro
es un don para superar los errores del pasado, para construir nuevos caminos de
paz.
IV. La meta de la paz
12. Aquellos que emprenderán, por medio de los gestos sugeridos, el camino
de la esperanza, podrán ver cada vez más cercana la tan anhelada meta de la
paz. El salmista nos confirma en esta promesa: cuando «el Amor y la Verdad se
encontrarán, la Justicia y la Paz se abrazarán» ( Sal 85,11). Cuando me despojo
del arma del préstamo y restituyo la vía de la esperanza a una hermana o a un
hermano, contribuyo al restablecimiento de la justicia de Dios en esta tierra y
me encamino con esta persona hacia la meta de la paz. Como decía san Juan
XXIII, la verdadera paz sólo podrá nacer de un corazón desarmado de la
angustia y el miedo de la guerra [21].
13. Que el 2025 sea un año en el que crezca la paz. Esa paz real y
duradera, que no se detiene en las objeciones de los contratos o en las mesas
de compromisos humanos [22]. Busquemos la verdadera paz, que es dada por
Dios a un corazón desarmado: un corazón que no se empecina en calcular lo que
es mío y lo que es tuyo; un corazón que disipa el egoísmo en la prontitud
de ir al encuentro de los demás; un corazón que no duda en reconocerse deudor
respecto a Dios y por eso está dispuesto a perdonar las deudas que oprimen al
prójimo; un corazón que supera el desaliento por el futuro con la esperanza de
que toda persona es un bien para este mundo.
14. El desarme del corazón es un gesto que involucra a todos, a los
primeros y a los últimos, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y a los
pobres. A veces, es suficiente algo sencillo, como «una sonrisa, un gesto de
amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito»
[23]. Con estos pequeños-grandes gestos, nos acercamos a la meta de la paz y la
alcanzaremos más rápido; es más, a lo largo del camino, junto a los hermanos y
hermanas reunidos, nos descubriremos ya cambiados respecto a cómo habíamos
partido. En efecto, la paz no se alcanza sólo con el final de la guerra,
sino con el inicio de un mundo nuevo, un mundo en el que nos descubrimos
diferentes, más unidos y más hermanos de lo que habíamos imaginado.
15. ¡Concédenos tu paz, Señor! Esta es la oración que elevo a Dios,
mientras envío mis mejores deseos para el año nuevo a los jefes de estado y de
gobierno, a los responsables de las organizaciones internacionales, a los
líderes de las diversas religiones, a todas las personas de buena voluntad.
Perdona nuestras ofensas, Señor,
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
y en este círculo de perdón concédenos tu paz,
esa paz que sólo Tú puedes dar
a quien se deja desarmar el corazón,
a quien con esperanza quiere remitir las deudas de los
propios hermanos,
a quien sin temor confiesa de ser tu deudor,
a quien no permanece sordo al grito de los más pobres.
Vaticano, 8 de diciembre de 2024
FRANCISCO
__________________________________
[1] Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año
2025 (9 mayo 2024), 8.
[2] Cf. S. Juan Pablo II, Carta ap. Tertio millennio adveniente (10
noviembre 1994), 51.
[3] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 36.
[4] Cf. Discurso a los participantes en el Encuentro promovido por las
Academias Pontificias de las Ciencias y de las Ciencias Sociales (16 mayo
2024).
[5] Cf. Exhort. ap. Laudate Deum (4 octubre 2023), 70.
[6] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del
Año 2025 (9 mayo 2024), 16.
[7] Homilia de avaritia, 7: PG 31,
275.
[8] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 123.
[9] Cf. Catequesis (2 septiembre 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (4 septiembre 2020), p. 12.
[10] Cf. Discurso a los participantes en el Encuentro “Abordando la crisis
de deuda en el Sur Global” (5 junio 2024).
[11] Cf. Discurso a la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de
las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ― COP 28 (2 diciembre 2023).
[12] Cf. Discurso a los participantes en el Encuentro “Abordando la crisis
de deuda en el Sur Global” (5 junio 2024).
[13] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del
Año 2025 (9 mayo 2024), 16.
[14] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 35.
[15] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del
Año 2025 (9 mayo 2024), 23.
[16] Discurso X (Tercera colección),
Oración, 100-101: CSCO 638, 115.
San Agustín incluso llega a afirmar que Dios no deja de hacerse deudor del
hombre: «Porque aunque “tu misericordia es infinita”, tienes a bien hacerte
deudor con promesas de aquellos mismos a quienes tú perdonas todas sus deudas»
(cf. Confesiones, 5,9,17: PL 32, 714).
[17] Carta ap. Tertio millennio
adveniente (10 noviembre 1994), 51.
[18] Cf. Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del
Año 2025 (9 mayo 2024), 10.
[19] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 51;
Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (9
enero 2006); Íd., Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis (22 febrero 2007),
90.
[20] Cf. Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 262; Discurso al
Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (8 enero 2024); Discurso a la
Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre
el Cambio Climático ― COP 28 (2 diciembre 2023).
[21] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), 113.
[22] Cf. Conmemoración en el décimo aniversario de la “Invocación a la paz
en Tierra Santa” (7 junio 2024).
[23] Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año
2025 (9 mayo 2024), 18.
DOMINGO 2 T. N.
Monición
de entrada.-
Hoy es el
segundo domingo después del día de Navidad.
Así hoy
también tenemos la fiesta del nacimiento de Jesús.
Con el
nacimiento de Jesús comienza un tiempo nuevo.
Unos años
que son ya más de dos mil que terminarán cuando Jesús vuelva.
Señor, ten piedad.
Porque a veces hemos preferido lo oscuro a la luz. Señor, ten piedad.
Porque a veces no te hemos querido. Cristo, ten piedad.
Porque a veces no hemos sido luz. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el Papa, para que le ayudes mucho. Te lo pedimos
Señor.
Por la Iglesia, para que sepa enseñarnos la Palabra
de Dios. Te lo pedimos Señor.
Por los que hablan y escriben en la tele, la radio,
Tik tok y las redes sociales, para que lo que digan no haga daño a los demás.
Te lo pedimos Señor.
Por nosotros, para que seamos como Jesús en casa,
con los amigos y en la escuela. Te lo pedimos Señor.
Oración.
Virgen
María, queremos felicitarte otra vez por querer tanto a Jesús y haber cuidado
de Él cuando era pequeño.
EPIFANÍA.
Monición de entrada.-
Ayer los Reyes Magos nos trajeron
juguetes, haciendo lo que hicieron a
Jesús.
Y hoy nos acordamos de ese día.
Cuando Melchor, Gaspar y Baltasar le
dieron oro, incienso y mirra.
Señor, ten piedad.
Tú que eres el rey. Señor, ten piedad.
Tú que eres Dios. Cristo, ten piedad.
Tú que eres hombre. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el papa
Francisco, para que los reyes magos le traigan muchos regalos en forma del
cariño de todos nosotros. Te lo pedimos Señor.
Por las personas que
mandan en el mundo, para que ayuden a los niños que no tienen juguetes. Te lo
pedimos Señor.
Por los que esta
noche han estado con nosotros esperando la visita de los reyes magos o los
recibieron ayer por la tarde, para que les hagas muy felices. Te lo pedimos
Señor.
Por los niños y niñas
que no tienen muchos juguetes. Te lo pedimos Señor.
Y por nuestro pueblo,
para que siempre haya niños que jueguen
en las calles. Te lo pedimos Señor.
Oración.
Virgen María, queremos darte las gracias
por los juguetes que nos han dejado los reyes magos . Bueno, se han olvidado de
alguno y han traído alguno que no quería. Pero estamos muy contentos y queremos
darte gracias, porque tú desde el cielo también se lo has pedido a los reyes.
BAUTISMO DEL SEÑOR.
Monición de entrada.-
Hoy los amigos de Jesús nos acordamos de
su bautismo, cuando san Juan lo bautizó en el río Jordán.
Nosotros hoy también vamos a acordarnos
del nuestro, respondiendo a las preguntas que nos hará el sacerdote, recibiendo
el agua y besando la pila donde él nos bautizó.
También queremos dar las gracias a
nuestros papás y todos los que nos acompañáis en esta misa.
Señor, ten piedad.-
Tú que con el agua del bautismo nos das nueva
vida. Señor, ten piedad.
Tú que con el agua del bautismo nos haces hijos
tuyos. Cristo, ten piedad.
Tú que con el agua del bautismo nos haces hijos
de la Iglesia. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Para que el papa
Francisco nos ayude a ser buenos amigos de Jesús. Te lo pedimos Señor.
Para que todos los
que formamos la familia de Jesús en nuestro pueblo seamos muy felices. Te lo
pedimos Señor.
Para que nuestros
padres y padrinos nos ayuden a quererte mucho. Te lo pedimos Señor.
Para que nuestras catequistas sigan
enseñándonos a conocer y amar a nuestro papá Dios. Te lo pedimos Señor.
Acción de
gracias.
[1] En la religión
cristiana, supuesto o persona, especialmente de la Santísima Trinidad.
[2] De la nada.
[3] Que no puede fallar o
dejar de ser. www.rae.es
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