miércoles, 10 de septiembre de 2025

275. 14 de septiembre de 2025. Exaltación de la Santa Cruz.

 




Lectura del libro de los Números 21, 4b-9.

En aquellos días, el pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés:

-¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua y nos da náuseas ese pan sin sustancia.

El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían y murieron muchos de Israel. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:

-Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes.

Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió:

-Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla.

Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.

 

Textos paralelos.

Empezó a protestar contra Dios y contra Moisés.

Ex 22, 27: No blasfemarás contra Dios y no maldecirás al jefe de tu pueblo.

Ex 14, 11: Y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto? ¿nos has traído al desierto a morir?. ¿Qué has hecho sacándonos de Egipto?

Envió entonces Yahvé contra el pueblo serpientes abrasadoras.

Dt 8, 15: Que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua; que te sacó agua de una roca de pedernal.

1 Co 10, 9: No pongamos a prueba al Señor como hicieron algunos de ellos y perecieron mordidos por serpientes.

Moisés intercedió por el pueblo.

Ex 32, 11: ¿Tendrán que decir los Egipcios: Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en la montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra? Desiste del incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo.

Todo el haya sido mordido y la mire, vivirá.

2 R 18, 4: [Ezequías] Suprimió las ermitas de los altozanos, destrozó los cipos, cortó las estelas y trituró la serpiente de bronce que había hecho Moisés (porque los israelitas seguían todavía quemándole incienso; la llamaban Nejustan [significa “solo un trozo de metal”]).

Sb 16, 5: Pues cuando les sobrevino la terrible furia de las fieras y perecían mordidos por serpientes tortuosas, tu ira no duró hasta el final.

Jn 3, 14: Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado este hombre.

Jn 19, 37: Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No le quebraréis ni un hueso, y otra dice: mirarán al que atravesaron.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

21 4 (a) Esta historia debe relacionarse con las minas de cobre de la Arabá, en que el metal fue ya explotado en el siglo XIII a. C. Se encontraron en Meneiyeh (hoy Timna) varias pequeñas serpientes de cobre que fueron indudablemente utilizadas, como la de Moisés, para protegerse contra las serpientes venenosas. Esta región minera de la Araba se encuentra en camino de Cadés a Araba.

21 4 (b) Hacia el golfo de Acaba, que no se debe confundir con el Suf  del Éxodo. La ocupación sedentaria de Edom no había alcanzado todavía el golfo de Acaba y los israelitas tomaron la ruta normal que les permitió rodear el territorio edomita. Esta nota es la única indicación antigua sobre la ruta que tomaron.

21 6 “Abrasador” es traducción de saraf, que Is 30, 6 representa como una serpiente alada o dragón. El nombre de los serafines de Is 6, 2-6 procede de la misma raíz.

 

Salmo responsorial

Sal 78 (77), 1-2.34-38 (R/.7b).


R/. No olvidéis las acciones del Señor.

 

Escucha, pueblo mío, mi enseñanza;

inclina el oído a las palabras de mi boca:

que voy a abrir mi boca a las sentencias,

para que broten los enigmas del pasado. R/.

Cuando los hacía morir, lo buscaban,

y madrugaban para volverse hacia Dios;

se acordaban de que Dios era su roca,

el Dios altísimo su redentor. R/.

 

Lo adulaban con sus bocas,

pero sus lenguas mentían:

su corazón no era sincero con él,

ni era fieles a su alianza. R/.

 

Él, en cambio, sentía lástima,

perdonaba la culpa y no los destruía:

una y otra vez reprimió su cólera,

y no despertaba todo su furor. R/.

 

Textos paralelos.

Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.

Dt 32, 1: Escuchad, cielos, y hablaré, oye, tierra, los dichos de mi boca.

Sal 49, 5: Prestaré oído al proverbio al son de la cítara propondré mi enigma.

Mt 13, 35: Así se cumplió lo que anunció el profeta: Voy a abrir la boca pronunciando parábolas, profiriendo cosas ocultas desde la creación del mundo.

Cuando los mataba, lo buscaban.

Os 5, 15: Voy a volver a mi puesto, hasta que se sientan reos y acudan a mí, y en su aflicción madruguen en mi busca.

Is 26, 16: Señor, en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento.

Nm 32, 15: Pues si os apartáis de él, otra vez los dejará en el desierto y vosotros seréis los causantes de la destrucción de este pueblo.

Nm 32, 18: No volveremos a nuestras casas hasta que cada israelita no haya ocupado su heredad.

Le halagaban con su boca.

Os 6, 4: ¿Qué haré de ti, Efraín: qué haré de ti, Judá? Vuestra lealtad es nube mañanera, rocío que se evapora al alba.

Su corazón no era fiel.

Is 29, 13: Dice el Señor: Ya que este pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí y su culto a mí es precepto humano y rutina.

Os 8, 1: ¡Emboca la trompeta! Que un águila se cierne sobre la casa del Señor. Porque Israel rechazó el bien: que el enemigo lo persiga.

Él, con todo, enternecido.

Ex 32, 14: Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Nm 14, 20-23: El Señor respondió: Perdono, como me lo pides. Pero, ¡por mi vida y por la gloria del Señor que llena la tierra!, ninguno de los hombres que vieron mi gloria y los signos que hice en Egipto y en el desierto, y me han puesto a prueba, ya van diez veces, y no me han obedecido, verá la tierra que prometí a sus padres, ninguno de los que me han despreciado la verá.

Is 48, 9: Por mi nombre doy largas a mi cólera, por mi honor me contengo pero no aniquilaré.

Ez 20, 22: Pero retraje mi mano y actué por respeto a mi nombre par que no fuera profanado ante los paganos, en cuya presencia los había sacado.

Os 11, 8-9: ¿Cómo podré dejarte, Efraín; entregarte a ti, Israel? ¿Cómo dejarte como a Admá, tratarte como a Seboín? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas.

Sal 65, 3a-4: A ti acude todo mortal a causa de sus culpas: nuestros delitos nos abruman, tú los perdonas.

Sal 85, 4: Has reprimido tu cólera, te has retraído de tu ira encendida.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

78 Meditación didáctica, inspirada en el Deuteronomio, sobre la historia de Israel, las culpas de la nación y su castigo. El salmo pone de relieve la responsabilidad de Efraín, antepasado de los samaritanos, y la elección de Judá y de David.

78 2 Parábola (masal): sentencia rítmica en versos paralelos, como los numerosos ejemplos que nos proporciona el libro de los Proverbios.

78 34 “el2 ‘elaw siriaco; “Dios” hebreo.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11.

Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.

 

Textos paralelos.

 El cual, siendo de condición divina.

Sb 2, 23: Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser.

A ser tratado igual a Dios.

Is 53, 12: Por eso le asignaré una porción entre los grandes y repartirá botín con los poderosos: porque desnudó el cuello para morir y fue contado entre los pecadores, él cargó con el pecado de todos e intercedió por los pecadores.

Sino que se despojó de él mismo.

2 Co 8, 9: Como embusteros que dicen la verdad, como desconocidos que son bien conocidos, como muertos y estamos vivos, como escarmentados pero no ejecutados.

Asumiendo semejanza humana.

Ga 4, 4: Pero cuando se cumplió el plazo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley.

Haciéndose obediente hasta la muerte.

Rm 5, 19: Como por la desobediencia de uno todos resultaron pecadores, así por la obediencia de uno todos resultarán justos.

Por eso Dios lo exaltó.

Is 52, 13: Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.

Y le otorgó el Nombre.

Rm 14, 9: Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor.

Toda rodilla se doble.

Is 45, 23: Lo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua.

Y toda lengua confiese.

Rm 10, 9: Si confiesas con la boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás.

Para gloria de Dios Padre.

1 Co 12, 3: Por eso os hago notar que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir ¡maldito sea Jesús! Y nadie puede decir ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

2 6 (a) Lit. “en la forma de Dios”. La misma palabra griega (morphe) es utilizada en el v. 7 (lit. “tomando la forma de esclavo”). Su significado es casi idéntico al de “imagen” (eikon), y los dos términos son utilizados indistintamente por los LXX. La “forma de Dios” es, pues, sinónimo de “imagen de Dios”, que es el predicado aplicado a Adán.

2 6 (b) Cristo al no tener pecado no tenía que morir. Idéntica expresión en algunos apócrifos como Henoc, IV Esdras o II Baruc. Tenía, pues, el derecho a vivir eternamente algo propio de su divinidad. Otras traducciones posibles: “No retuvo celosamente el rango que le igualaba a Dios” o “No consideró como presa el ser igual a Dios”. En este último caso habría una oposición implícita entre Jesús, segundo o último adán y el primer Adán.

2 7 (a) Lit.: “Se vació a sí mismo”. El término kénosis procede de una raíz que significa “vaciar”. La fórmula está tomada de Is 53, 12. El pronombre reflexivo que aparece en el v. 7 subraya la decisión del mismo Cristo, que optó por la muerte.

2 7 (b) Este modo de existencia a la luz de la alusión a Is 53, 12, solo puede ser el del humillado Siervo paciente de Yahvé, que murió por los demás. Nótese el contraste con Señor.

2 7 (c) No hay intención de atenuar la humanidad de Jesús. No obstante, si no hubiera sido diferente, no habría podido salvarnos. Él, que estaba vivo, resucitó a los que estaban muertos. Él no tenía necesidad de ser reconciliado con Dios, mientras todos los demás la tenían.

2 7 (d) Aunque diferente en su modo de existencia, cristo compartió la naturaleza humana común a todos.

2 8 (a) Al envío del Hijo por el Padre para salvar a la humanidad corresponde de parte de Cristo la obediencia.

2 8 (b) Mientras que la tradición primitiva solo insistía en el efecto salvífico de la muerte de Cristo, Pablo subraya lógicamente que el valor ejemplar de esta muerte está en el cruel castillo de la crucifixión.

2 9 (a) Lit.: “sobre-exaltó”.. El verbo griego hypsou, que significa normalmente elevar, se traduce a menudo por exaltar. Aquí lleva además el prefijo “hyper” (del que se forma el mismo verbo), que redobla su significado por el hecho de que, si es cierto que todos los justos serán exaltados, Cristo es superior a todos ellos.

2 9 (b) El nombre es el de “Señor”, como explica el v. 11. Se trata aquí de un término funcional que no se refiere precisamente a la naturaleza de Cristo: es un título que Cristo lo consigue por su pasión y resurrección. A pesar de su uso cotidiano y de su frecuente aplicación a Cristo a lo largo de todo el NT, aquí se toma como un título que está sobre todo nombre; la razón es que el NT lo reserva para Dios.

2 10 (a) La humanidad entera reconoce la nueva dignidad de Jesús, como estaba anunciado que las naciones reconocerían a Yahvé. El nombre propio de Jesús – sin más añadiduras – se une aquí deliberadamente para evocar la figura humillada y paciente.

2 10 (b) Estas frases, que alternan la cuidada estructura del himno, fueron probablemente añadidas por Pablo con el fin de poner de relieve tanto el ilimitado alcance de la autoridad de Cristo como la dependencia respecto del Padre.

2 11 Es la profesión de fe esencial del Cristianismo. El padre que ha exaltado ha Jesús es adorado y confesado. En Él desemboca pues la glorificación del Hijo y, al mismo tiempo, su humillación.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 13-17.

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

-Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzga al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

 

Textos paralelos.

Y, del mismo modo que Moisés.

Jn 1, 18: Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, lo ha explicado.

Nm 21, 4-9: Desde el monte Hor se encaminaron hacia el Mar Rojo, rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado por el camino, y habló contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos has sacado de Egipto, para morir en el desierto? NO tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo”. El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: “Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpiente”. Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: “Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla”. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado”.

Sb 16, 5-7: Pues cuando les sobrevino la terrible furia de las fieras y perecían mordidos por serpientes tortuosas, tu ira no duró hasta el final; para que escarmentaran, se les asustó un poco, pero tenían un emblema de salud como recordatorio del mandato de tu ley; en efecto, el que se volvía hacia él sanaba, no en virtud de lo que veía, sino gracias a ti, Salvador de todos.

Para que todo el que crea tenga en él vida eterna.

Jn 1, 21: Le preguntaron: “Entonces, ¿eres Elías?”. Respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?”. Respondió: “No”.

Jn 12, 32: Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Porque tanto amó Dios al mundo.

1 Jn 4, 9: Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos gracias a él.

Gn 22, 2: Dios dijo: “Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré”.

Gn 22, 13: Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en los matorrales. Abrahán se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.

Que entregó a su Hijo unigénito.

Mt 21, 37: Finalmente les envió a su hijo.

Rm 8, 32: El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él?

Dios no ha enviado a su Hijo al mundo.

Jn 1, 1: Al principio ya existía la Palabra y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era Dios.

Jn 4, 34: Jesús les dice: “Mi sustento es cumplir la voluntad del que me envió y dar remate a su obra”.

Sino para que el mundo se salve por él.

Jn 1, 9: La luz verdadera que ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo.

Jn 12, 47: Al que escucha mis palabras y no las cumple yo no lo juzgo; pues no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo.

2 Co 5, 19: Es decir, Dios estaba, por medio de Cristo, reconciliando el mundo consigo, no apuntándole los delitos, y nos confió el mensaje de la reconciliación.

Hch 4, 12: Ningún otro puede proporcionar la salvación; no hay otro nombre bajo el cielo concedido a los hombres que pueda salvarlos.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

3 14 En Daniel 7, 13-14 el Hijo del hombre sube junto a Dios para recibir allí la investidura regia. Para Juan, el Hijo del hombre debe ser elevado en la cruz, pero esto es el primer paso que debe llevarle a Dios en la gloria, donde reinará después de destrozar al Príncipe de este mundo. Al subir al cielo, el Hijo del hombre no hará sino retornar a su lugar propio, recobrar la gloria que tenía antes de la creación del cosmos. Es en esta línea de pensamiento como se puede comprender el paralelo entre 3, 14-15 y N 21, 4-9. Los hebreos debían mirar a la serpiente de bronce puesta por Moisés sobre una señal para que Dios les perdonara su pecado y pudieran seguir con vida. Así, el hecho de que el Hijo del hombre sea elevado en la cruz será lo que permitirá reconocer que él podía atribuirse el Nombre divino “Yo soy”, y por tanto el hombre podrá evitar el morir en razón de los pecados. Creer en el Hijo del hombre elevado es creer en el nombre del Hijo, Unigénito de Dios, es, por tanto, creer en el amor del Padre que ha sacrificado a su propio Hijo para que nosotros nos salvemos. Si no se cree en que el Hijo del hombre es el Unigénito, ¿cómo reconocer el amor del Padre para con nosotros? El peor de los pecados es no creer ya en el Amor.

3 15 La sección 3, 16-21 tiene su paralelo en 12, 46-50, pero parece de redacción más reciente. Un mismo tema joánico se ha desarrollado en dos perspectivas diferentes. Esta sección desarrolla una cristología elevada; la otra, que glosa a Dt 18, 15.18, presenta simplemente a Cristo como nuevo Moisés.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica

14 AQUELLA SERPIENTE (lit. la serpiente): “Una serpiente no podía matar ni dar vida, pero cuando Israel la miraba creía en aquél que había ordenado a Moisés que la hiciera, y él los cura” (Mekiltá Éxodo, 27, 10). // ELEVADO: es elevado (en cruz), y exaltado (en la resurrección y ascensión). en arameo targúmico, yslq puede significar morir y también ser levantado, física o espiritualmente (Díez Macho).

15 EN ÉL. gramaticalmente puede ir unido a CREE o a TENGA.

16-21 Muy en el estilo de Juan, la conversación no concluye, sino que deriva hacia reflexiones meditativas del evangelista: la redención tiene su fuente en el amor de Dios a los hombres, y la realiza el Hijo entregando su vida: su finalidad es salvar; pero el hombre puede permanecer en la oscuridad y no creer en el Hijo.

16 DE TAL MANERA AMNÓ DIOS … QUE ENTREGÓ A SU HIJO: La admiración de santa Teresa: “Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar que no se os pone cosa por delante”, venía de siglos: “El que a su propio Hijo no lo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo, junto con él, no va también a regalarnos todo?” (Romanos 8, 32). “Dios ha dado al hombre la tierra, el mar, y cuanto hay en ellos. Pero después de todo esto, se dio a sí mismo: De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para la vida de este mundo. Así, pues, ¿qué cosa grande hará un hombre si se ofrece a Dios, cuando el mismo Dios se ofreció antes a él” (Orígenes). // EL MUNDO: en los escritos de san Juan es palabra polivalente: puede significar el universo (lo que un judío llamaría “el cielo y la tierra”), o la humanidad , el género humano; y este segundo significado se desdobla en dos: el conjunto de seres humanos, objeto del amor salvador de Dios (así en este pasaje), o el mundo malo, es decir, los seres humanos que, como seres libres, rechazan creer en Jesús, revelador del Padre (cf. 1 Jn 2, 15-17; compárese con el término mundo en el lenguaje de san Pablo (1 Cor 3, 19).

17 CONDENAR: lit. juzgar, en sentido peyorativo. Lo mismo que en otros textos de Jn, como en: v. 18, 7, 51, 18,31.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé:

3, 14 En el desierto, los israelitas que habían sido mordidos por serpientes venenosas evitaban la muerte al mirar fijamente a la serpiente de bronce que Moisés “elevó” y colocó en un estandarte (Números 21, 4-9). Ese acontecimiento prefiguró el sacrificio de Cristo, que fue “elevado” en una cruz para salvar a la humanidad. Cat. 2130.

3, 16 El acto que realizó Dios de mandar a su Hijo unigénito para nuestra redención y para otorgarnos vida eterna fue fruto de su amor supremo. De hecho, Dios Padre nos entregó a Cristo en la Encarnación precisamente para revelar su grandísimo amor. Aquellos que rechazan este regalo de Cristo, de amor y redención, se privan a sí mismos de la vida eterna. Aquellos que eligen caminar bajo la luz de Cristo obtendrán la felicidad en esta vida y vida eterna en la siguiente. Cat. 219, 444, 454 y 458.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

2130 Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó y permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (Nm 21, 4-9; Sb 16, 5-14), el arca de la Alianza y los querubines (Ex 25, 10-22).

219 El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (cf. Os 11, 1). Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49, 14-15). Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada (cf. Is 62, 4-5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3, 6).

444 Los evangelios narran en dos momentos solemnes, el Bautismo y la Transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su Hijo amado (cf. Mt 3, 17; 17,5). Jesús se designa a sí mismo como “el Hijo único de Dios” (Jn 3, 16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna (cf. Jn 10, 36).

454 El nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con el Padre: Él es el Hijo único del Padre (cf. Jn 1, 14; 3, 16.18) y Él mismo es Dios (cf. Jn 1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (cf. Hch 8, 37; 1 Jn 2, 23).

458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9). “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

 

Concilio Vaticano II

El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho Él mismo carne y habitando en la tierra de los hombres (cf. Jn 1, 3.14), hombre perfecto, entró en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí (cf. Ef 1, 10). Él mismo nos revela “que Dios es amor” (1 Jn 4, 8) y al mismo tiempo nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y por ello de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así pues, a los que creen en la caridad divina, les da la certeza de que el camino del amor está abierto a todos los hombres y de que no es inútil el esfuerzo por instaurar la fraternidad universal. Al mismo tiempo, advierte que no hay que buscar este amor solo en las grandes cosas, sino especialmente en las circunstancias ordinarias de la vida. Soportando la muerte por todos nosotros pecadores (cf. Jn 3, 14-16; Rm 5, 8-10), con su ejemplo nos enseña que debemos cargar también la cruz que la carne y el mundo imponen sobre los hombres de los que buscan la paz y la justicia.

Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, 38.

 

Los Santos Padres.

Habiendo dicho a los hombres que el bautismo es la mayor de las gracias que les ha sido concedida, añade cuál es la causa de ello, que consisten en otra gracia no menor, a saber, la de la cruz… Estos dos beneficios son los que, de un modo especialísimo, revelan el inefable amor de Dios por nosotros: que sufrió por sus enemigos y que, tras haber muerto por ellos, les otorgó una completa remisión de los pecados mediante el bautismo.

Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Juan, 27, 1. Pg. 194.

El Señor conduce con arte admirable de magisterio celestial a un maestro de la ley mosaica, llevándolo al sentido espiritual de esa ley al recordar una historia antigua, que le explica como figura de su pasión y de la salvación humana.

Beda. Homilías sobre los Evangelios. 2, 18. Pg. 194.

Con razón el Señor mandó que las heridas de los enfermos se curaran levantando una serpiente de bronce…. Por tanto, el mundo fue crucificado en sus seducciones y por eso fue levantada no una serpiente verdadera sino de bronce, porque el Señor asumió la forma de pecador ciertamente en la realidad del cuerpo, pero sin la realidad del pecado, de modo que mediante la fragilidad de la debilidad humana simulando a la serpiente al deponer los despojos de la carne pudiera destruir las astucias de la serpiente.

Ambrosio. El Espíritu Santo. 3, 8, 50. Pg. 195.

La cruz se levanta y se alza sobre la tierra, que hasta poco antes había mantenido oculta por la envidia. La cruz se levanta no para recibir gloria alguna (Cristo clavado en ella es la mayor gloria), sino para glorificar a Dios y ser proclamado por ella.

Andrés de Creta. Homilía sobre la exaltación de la santa cruz, 11. Pg. 195.

Con esto Dios anunciaba un misterio por el que había de destruir el poder de la serpiente, que fue autora de la transgresión de Adán.

Justino Mártir. Diálogo con el judío Trifón, 94, 2.5. Pg. 196.

Por las palabras: “Tanto amó Dios al mundo” se pone de relieve la grandeza y la intensidad de ese amor. Grandísima era, en verdad, e infinita la distancia entre Dios y el mundo. El inmortal, sin principio e infinitamente grande, nos amó a quienes estamos hechos de tierra y cenizas, cargados de innumerables pecados, porque continuamente le ofendemos.

Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Evangelio de Juan, 27, 2-3. Pg. 197.

Alabemos, pues, que nada al Hijo, venerando su sangre, que expía nuestros pecados. Sin haber perdido nada de su divinidad, me salvó; como médico se inclinó sobre nuestras heridas malolientes.

Gregorio Nacianceno. Himnos dogmáticos. 2. Pg. 198.

Si el Padre no nos hubiese entregado la vida, no tendríamos vida. Si la vida misma no hubiese muerto, no se hubiese dado muerte a la vida.

 

San Agustín.

Tomó, pues, la muerte y la suspendió en la cruz. De esta manera los mortales son librados de la muerte. El Señor recuerda lo que aconteció en figura a los antiguos. (…). Gran misterio es este; quienes lo han leído, lo conocen. Por tanto, óiganlo ahora quienes no lo han leído, o lo han olvidado después de haberlo leído u oído. (…) ¿Qué son las serpientes que muerden? Los pecados de la carne mortal. ¿Qué es la serpiente levantada en alto? La muerte del Señor en la cruz. La muerte fue simbolizada en la serpiente porque procede de ella. La mordedura de la serpiente es mortal, la muerte del Señor es vital. Se mira a la serpiente para aniquilar el poder de la serpiente. ¿Qué es esto? Se mira a la muerte para aniquilar el poder de la muerte. (…) Ten siempre en tu presencia lo que no quieres que esté en la presencia de Dios. Porque si echas a la espalda tus propios pecados, Dios volverá a ponerlos ante tus ojos cuando ya la penitencia sea infructuosa. Corred, no sea que os sorprendan las tinieblas.

Comentarios sobre el evangelio de San Juan, 10, 4-8. Pg. 311.

 

San Juan de Ávila.

Mirad, pues, doncella, a este hombre, porque no puede escapar de la muerte quien no lo mirare, porque así como alzó en un palo Moisés la serpiente en el desierto, para que los heridos mirándola viviesen, y quien no la mirase muriese, así quien a Cristo puesto en el madero de la cruz no mirase, morirá para siempre. (…) Mira, hombre, la haz de tu Cristo, y si quieres que mire yo a su cara para perdonar él, mira tú a su cara, para pedir perdón por él. En la cara de Cristo nuestro mediador se junta la vista del Padre y la nuestra. Allí van a parar los rayos de nuestro creer y amar, y los rayos de su perdonar y hacer mercedes.

Audia, filia (I). Hermosura del alma, 31. OC I. Pg. 528.

Porque, así como alzó en un palo Moisén la serpiente en el desierto, para que los heridos, mirándola viviese, y quien no la mirase muriese, así, quien a Cristo puesto en el madero de la cruz no mirase con fe y con amor, morirá siempre.

Audia filia (II). Cap. 112, 2. OC I. Pg. 776.

Mucha razón tiene Dios de quejarse, y sus pregoneros para reprehender a los hombres, de que tan olvidados estén de esta merced, digna que por ella se diesen gracias a Dios de noche y de día. Porque, como dice San Juan, así amó Dios al mundo que dio su unigénito Hijo, para que todo hombre que creyere en él y le amare no perezca, mas tenga la vida eterna. Y en esta merced están encerradas las otras, como menores en la mayor y efectos en causa. Claro es que quien dio el sacrificio contra los pecados, perdón de pecados, dio cuanto es de su parte; y quien el Señor dio, también dio el señorío; y, finalmente, quien dio su Hijo, y tal hijo, dado a nosotros y nacido para nosotros, no nos negará cosa que necesaria nos sea.

Audi, filia (II). Cap. 19, 1. OC I. Pg. 578.

Y si a todas estas cosas estás sordo, no es razón que lo estés a las voces que Dios te da en el Evangelio, diciendo: En tanta manera amó Dios al mundo, que dio a su único Hijo, para que todo el que creyere en Él no perezca, mas alcance vida eterna. Todas estas son las señales de amor, y esta más que ninguna de todas ellas, como escribe aquel muy amado y amador de Dios, su evangelista san Juan diciendo: En este hemos conocido el amor que dios nos tiene, que nos dio a su Hijo para que vivamos por él (1 Jn 4, 9).

Tratado del amor de Dios, 3. OC I. Pg. 953.

No alcanza ningún entendimiento angélico qué tanto arda este fuego ni hasta dónde llegue su virtud. No es el término hasta donde llegue solamente la muerte y la cruz; porque si, como le mandaron padecer una muerte, le mandaran millares de muertes, para todo tenía amor (cf. Jn 3, 17). Y si lo que le mandaron hacer por la salud de todos los hombres, le mandaran hacer por cada uno de ellos, así lo hiciera por cada uno como por todos. Y si, como estuvo aquellas tres horas penando en la cruz, fuera menester estar allí hasta el día del juicio, amor había para todo, si nos fuera necesario. De manera que mucho más amó que padeció; muy mayor amor le quedaba encerrado en las entrañas de lo que nos mostró acá de fuera en sus llagas.

Tratado del amor de Dios, 7. OC I. Pg. 962.

Ansí como Moisén puso la serpiente encima del palo en el desierto, ansí conviene también que el hijo de la Virgen sea puesto en una cruz, para que todo aquel que lo mirare no se pierda, sino tenga vida eterna (cf. Jn 3, 14). Para esto vine al mundo, para dar vida al mundo, dice en otra part Jesucristo (cf. Jn 10, 10). Si estás muerto, vete a Cristo, que Él es el manjar que te resucitará y dará vida. Sírvete de tu fe en esto que Jesucristo sólo es tu arrimo, tu esfuerzo, tu remedio, tu vida, tu confianza, quien te rige, te gobierna, te da ser y te sustenta. Échate a sus pies; dile: “Señor mío, ¡cuántos milagros heciste en este mundo, cuántos muertos resucitaste, cuántos cojos sanaste, a cuántos ciegos diste lumbre, a cuántos sordos diste oídos!, ves aquí un muerto, que no tiene más que la lengua de vivo; aplica en mí lo que padeciste; ayuda a mi flaqueza; alumbra mis ojos; haz que oigan mis oídos tus palabras de vida; despierta mi ánima a tan profundo sueño; haz con mi corazón que oigan tus palabras; da gusto a mi paladar, y haz que pierda el sabor que toma de los pecados.

49. En la Infraoctava del Corpus, 12. OC III. Pg. 640-641.

Por la salud de sus vasallos nace pobre, y llora, y pasa trabajos, y derrama su sangre: posuit animam suam pro ovibus suis, pro nobis omnibus tradidit illum[1] (cf. Jn 10, 15; 3, 16). Ninguno se podía salvar sino naciendo y muriendo Él. Y así mirad que debéis a Jesucristo, que, si os son perdonados todos vuestros pecados, por él os son perdonados; y si tenéis gracia, por Él os la dieron: si tienen merecimiento y valor vuestros trabajos, por Jesucristo nuestro Señor es.

5. Epifanía, 4. OC III. Pgs. 81-82.

¿Qué sienten vuestras orejas cuando oís decir: Ansí amó Dios al mundo, que dio un Hijo que tenía, y sabiendo que le había de costar la vida lo que había de nacer por el mundo? ¡Que sea yo amado de Dios! ¡Que parezca tan bien mi ánima a Dios, que le es tan preciosa, que, porque no se pierda, envió a su único Hijo que muriese por ella!

31. Lunes de Pentecostés, 8. OC III. Pg. 380.

Grande gloria fue esta de Dios, y muy ilustre parécese su perfección y bondad, pues amó tanto al mundo, que le diese su unigénito Hijo (Jn 3, 16) para remedio de él, y que lo entregase a muerte para que los pecadores fuesen justificados, y los enemigos reconciliados, y los que estaban desheredados del cielo recobrasen la herencia perdida. ¿Quién dirá que estos beneficios pueden crecer, ni que hay más amor que enseñar a los hombres, ni que hay más que pedir ni desear?

53. En la Infraoctava del Corpus, 26. OC III. pg. 697.

Decirlo he, Señor; ¡bendígante los cielos y la tierra! ¡Yo haré que feo ames y hermoso te parezca”. No hay más, fue casamiento por amores. Quísonos bien el Padre, que tal casamiento y el Hijo nos dio. Sic Deus dilexit mundum, ut Filium suum unigenitum daret (cf. Jn 3, 16). Quísonos bien el Padre, quísonos bien el Hijo, que tal consintió; quísonos bien el Espíritu Santo, que tal ordenó.

65 (1). Anunciación de Nuestro Señor, 22. OC III. Pg. 873.

Señor, cosa recia dicir a un ladrón: el juez viene. Huirá como hizo Adam, que, en oyendo la voz del Señor, echó a huir. Señor, ¿a qué venís? El mesmo lo dice por san Juan: Non enim misit Deus filium in mundum ut iudicet mundum, sed ut salvetur mundus per ipsum[2].

2. Domingo III Adviento, 8. OC III. Pg. 38.

No envió Dios al mundo a su Hijo para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3, 17). Gana lo debe de tener, pues que tal pieza envía; gana tiene de esa joya, pues que tanto precio da por ella. Por vuestra vida, que los que sabéis latín leáis este capítulo. Paréceme que son las más dulces que hay en el Evangelio.

31. Lunes de Pentecostés, 6. OC III. Pg. 379.

Esta locura y presumpción, esta confianza en nuestras fuerzas nos tiene echados a perder. Al fin perdióse el hombre por la honra, y vino a ser más bajo que la bestia. Y en la séptima edad, desde que los hombres eran tratados como bestias de los pecados, envía Dios al Salvador de los perdidos, no para que los juzgue y los castigue – non enim misit Deus Filium suum, etc. –, para que el mundo sea salvo, sea remediado (cf. 3, 17).

31. Lunes de Pentecostés, 16. OC III. Pg. 382.

Y por no saberse vuestra merced aprovechar de la consolación que trae esta nueva, viene a de ser hollada[3] de la desconsolación que tan demasiadamente la aflige, quitando los ojos de este Señor puesto en cruz, para que todo hombre que con ojos de fe y de mor le mirare, no perezca (Jn 3, 15), y poniéndolos en sí misma y en sus obras, que es una vereda tan sin consuelo, que ningún hombre que por ella caminó a solas, puede tener paz ni consuelo.

A una señora afligida con trabajos corporales y tristezas espirituales. OC IV. Pgs. 225-226.

¡Oh abismo de infinita bondad, del cual tan dádiva sale el mundo que así lo ames, que des a tu unigénito Hijo, para que todo hombre que cree en Él y le ama no perezca, mas tenga la vida eterna (cf. 3, 16). Alábente los cielos con todo lo que en ellos está, y la tierra y la mar con todo su arreo, porque tú, tan grande, has amado grandemente a los que eran dignos de desamor[4].

A unas mujeres devotas que padecían trabajos. OC IV. Pg.264.

¡Oh bondad sin término, y cuán sin término nos amaste, cuando tanto amaste al mundo que diste a tu único Hijo para que todo hombre que en Él creyere se salve! (cf. Jn 3, 16). Y siendo tú el injuriado y quejoso, rogaste al injuriador con amistad; y porque esta no se podía hacer sin que la injuria a ti hecha se satisficiese, tú mesmo diste al culpado con que pagase, para que viese que de verdad tenías ganas de su amistad, pues de balde le perdonabas y tan a tu cosa le dabas con que te pagase.

Para la villa de Utrera. OC IV. Pg. 367.

Mas, ¡oh Señor!, ¿y quién osará quejarse de ti porque lo tratas con rigor, pues luego le atapas la boca con que así amaste al mundo, que a tu Unigénito diste (cf. Jn 3, 16), para que a poder de trabajos, dolores y muerte que de Él cargase, el mundo evitase los del infierno y gozase del cielo?

A un caballero amigo suyo. OC IV. Pg. 550.

 

San Oscar Romero. Homilía.

"De tal manera amó Dios al mundo -dice le Evangelio de hoy- que le dio a su propio Hijo, para que el mundo sea salvado y para que todo aquel que crea en Él tenga vida eterna". Esta es la condición: creer, tener fe, poner en Él la esperanza. Ojalá que todo el pueblo salvadoreño sea hoy la peregrinación de la Cuaresma que con su fe puesta en Cristo espera que el domingo de Resurrección nos ha de traer no sólo el recuerdo de un resucitado de hace veinte siglos, sino la resurrección verdadera de un pueblo tan postrado pero llamado tan eficazmente a la resurrección por la misma voz del Señor. Así sea...

Homilía, 25 de marzo de 1979.

 

León XIV. Audiencia general. 3 de septiembre de 2025. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 5. La crucifixión. «Tengo sed» (Jn 19,28)

Queridos hermanos y hermanas,

En el centro del relato de la pasión, en el momento más luminoso y a la vez más oscuro de la vida de Jesús, el Evangelio de Juan nos entrega dos palabras que encierran un misterio inmenso: «Tengo sed» (19,28), e inmediatamente después: «Todo está cumplido» (19,30). Palabras últimas, pero cargadas de toda una vida, que revelan el sentido de toda la existencia del Hijo de Dios. En la cruz, Jesús no aparece como un héroe victorioso, sino como un mendigo de amor. No proclama, no condena, no se defiende. Pide, humildemente, lo que por sí solo no puede darse de ninguna manera.

La sed del Crucificado no es solo la necesidad fisiológica de un cuerpo destrozado. Es también y, sobre todo, la expresión de un deseo profundo: el de amor, de relación, de comunión. Es el grito silencioso de un Dios que, habiendo querido compartir todo de nuestra condición humana, se deja atravesar también por esta sed. Un Dios que no se avergüenza de mendigar un sorbo, porque en ese gesto nos dice que el amor, para ser verdadero, también debe aprender a pedir y no solo a dar.

«Tengo sed», dice Jesús, y de este modo manifiesta su humanidad y también la nuestra. Ninguno de nosotros puede bastarse a sí mismo. Nadie puede salvarse por sí mismo. La vida se «cumple» no cuando somos fuertes, sino cuando aprendemos a recibir. Y precisamente en ese momento, después de haber recibido de manos ajenas una esponja empapada en vinagre, Jesús proclama: «Todo está cumplido». El amor se ha hecho necesitado, y precisamente por eso ha llevado a cabo su obra.

Esta es la paradoja cristiana: Dios salva no haciendo, sino dejándose hacer. No venciendo al mal con la fuerza, sino aceptando hasta el fondo la debilidad del amor. En la cruz, Jesús nos enseña que el ser humano no se realiza en el poder, sino en la apertura confiada a los demás, incluso cuando son hostiles y enemigos. La salvación no está en la autonomía, sino en reconocer con humildad la propia necesidad y saber expresarla libremente.

El cumplimiento de nuestra humanidad en el diseño de Dios no es un acto de fuerza, sino un gesto de confianza. Jesús no salva con un golpe de efecto, sino pidiendo algo que por sí solo no puede darse. Y aquí se abre una puerta a la verdadera esperanza: si incluso el Hijo de Dios ha elegido no bastarse a sí mismo, entonces también su sed —de amor, de sentido, de justicia— no es un signo de fracaso, sino de verdad.

Esta verdad, aparentemente tan simple, es difícil de aceptar. Vivimos en una época que premia la autosuficiencia, la eficiencia, el rendimiento. Sin embargo, el Evangelio nos muestra que la medida de nuestra humanidad no la da lo que podemos conquistar, sino la capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, también ayudar.

Jesús nos salva mostrándonos que pedir no es indigno, sino liberador. Es el camino para salir de la ocultación del pecado, para volver al espacio de la comunión. Desde el principio, el pecado ha generado vergüenza. Pero el perdón, el verdadero, nace cuando podemos mirar de frente nuestra necesidad y ya no temer ser rechazados.

La sed de Jesús en la cruz es entonces también la nuestra. Es el grito de la humanidad herida que sigue buscando agua viva. Y esta sed no nos aleja de Dios, sino que nos une a Él. Si tenemos el valor de reconocerla, podemos descubrir que también nuestra fragilidad es un puente hacia el cielo. Precisamente en el pedir —no en el poseer— se abre un camino de libertad, porque dejamos de pretender bastarnos a nosotros mismos.

En la fraternidad, en la vida sencilla, en el arte de pedir sin vergüenza y de ofrecer sin cálculo, se esconde una alegría que el mundo no conoce. Una alegría que nos devuelve a la verdad original de nuestro ser: somos criaturas hechas para dar y recibir amor.

Queridos hermanos y hermanas, en la sed de Cristo podemos reconocer toda nuestra sed. Y aprender que no hay nada más humano, nada más divino, que saber decir: necesito. No temamos pedir, sobre todo cuando nos parece que no lo merecemos. No nos avergoncemos de tender la mano. Es precisamente allí, en ese gesto humilde, donde se esconde la salvación.

 

León XIV. Angelus. 24 de agosto de 2025.

Queridos hermanos y hermanas:

Antes de concluir esta celebración tan esperada, deseo saludar y dar las gracias a todos ustedes, que han acudido en gran número para celebrar a los dos nuevos santos. Saludo con afecto a los obispos y a los sacerdotes. Recibo con deferencia a las delegaciones oficiales y a las distinguidas autoridades.

En este clima, es hermoso recordar que ayer la Iglesia también se enriqueció con dos nuevos beatos. En Tallin, capital de Estonia, fue beatificado el arzobispo jesuita Edoardo Profittlich, asesinado en 1942 durante la persecución del régimen soviético contra la Iglesia. Y en Verszprém, Hungría, fue beatificada María Magdalena Bódi, joven laica, asesinada en 1945 por resistirse a unos soldados que querían violarla. ¡Alabemos al Señor por estos dos mártires, valientes testigos de la belleza del Evangelio!

Confiamos a la intercesión de los santos y de la Virgen María nuestra incesante oración por la paz, especialmente en Tierra Santa y en Ucrania, y en todos los demás territorios ensangrentados por la guerra. A los gobernantes les repito: ¡escuchen la voz de la conciencia! Las aparentes victorias obtenidas con las armas, sembrando muerte y destrucción, son en realidad derrotas y nunca traen paz ni seguridad. Dios no quiere la guerra, quiere la paz, y apoya a quienes se comprometen a salir de la espiral del odio y a recorrer el camino del diálogo.

 

 

Papa Francisco. Ángelus.  4 de septiembre de 2014.

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿por qué «exaltar» la cruz? Podemos responder que no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces: exaltamos la cruz de Jesús, porque en ella se reveló al máximo el amor de Dios por la humanidad. Es lo que nos recuerda el evangelio de Juan en la liturgia de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito» (3, 16). El Padre «dio» al Hijo para salvarnos, y esto implicó la muerte de Jesús, y la muerte en la cruz. ¿Por qué? ¿Por qué fue necesaria la cruz? A causa de la gravedad del mal que nos esclavizaba. La cruz de Jesús expresa ambas cosas: toda la fuerza negativa del mal y toda la omnipotencia mansa de la misericordia de Dios. La cruz parece determinar el fracaso de Jesús, pero en realidad manifiesta su victoria. En el Calvario, quienes se burlaban de Él, le decían: «si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz» (cf. Mt 27, 40). Pero era verdadero lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios estaba allí, en la cruz, fiel hasta el final al designio del amor del Padre. Y precisamente por eso Dios «exaltó» a Jesús (Flp 2, 9), confiriéndole una realeza universal.

Y cuando dirigimos la mirada a la cruz donde Jesús estuvo clavado, contemplamos el signo del amor, del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De esa cruz brota la misericordia del Padre, que abraza al mundo entero. Por medio de la cruz de Cristo ha sido vencido el maligno, ha sido derrotada la muerte, se nos ha dado la vida, devuelto la esperanza. La cruz de Jesús es nuestra única esperanza verdadera. Por eso la Iglesia «exalta» la Santa Cruz y también por eso nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la cruz. En otras palabras, no exaltamos las cruces, sino la cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios, signo de nuestra salvación y camino hacia la Resurrección. Y esta es nuestra esperanza.

Mientras contemplamos y celebramos la Santa Cruz, pensamos con conmoción en tantos hermanos y hermanas nuestros que son perseguidos y asesinados a causa de su fidelidad a Cristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa aún no está garantizada o plenamente realizada. Pero también sucede en países y ambientes que en principio protegen la libertad y los derechos humanos, pero donde concretamente los creyentes, y especialmente los cristianos, encuentran obstáculos y discriminación. Por eso hoy los recordamos y rezamos de modo particular por ellos.

En el Calvario, al pie de la cruz, estaba la Virgen María (cf. Jn 19, 25-27). Es la Virgen de los Dolores, a la que mañana celebraremos en la liturgia. A ella encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia, para que todos sepamos siempre descubrir y acoger el mensaje de amor y de salvación de la cruz de Jesús. Le encomiendo, en particular, a las parejas de esposos a quienes tuve la alegría de unir en matrimonio esta mañana, en la basílica de San Pedro.

 

Papa Francisco. Ángelus.  15 de marzo de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy nos vuelve a proponer las palabras que Jesús dirigió a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3, 16). Al escuchar estas palabras, dirijamos la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sintamos dentro de nosotros que Dio nos ama, nos ama de verdad, y nos ama en gran medida. Esta es la expresión más sencilla que resume todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin medida.

Así nos ama Dios y este amor Dios lo demuestra ante todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Plegaria eucarística IV: «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado». En el origen del mundo está sólo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo un santo de los primeros siglos escribe: «Dios no creó a Adán porque tenía necesidad del hombre, sino para tener a alguien a quien donar sus beneficios» (Adversus haereses, IV, 14, 1). Es así, el amor de Dios es así.

Continúa así la Plegaria eucarística IV: «Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos». Vino con su misericordia. Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación destaca la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo merezca, sino porque es el más pequeño entre todos los pueblos, como dice Él. Y cuando llega «la plenitud de los tiempos», a pesar de que los hombres en más de una ocasión quebrantaron la alianza, Dios, en lugar de abandonarlos, estrechó con ellos un vínculo nuevo, en la sangre de Jesús —el vínculo de la nueva y eterna alianza—, un vínculo que jamás nada lo podrá romper.

San Pablo nos recuerda: «Dios, rico en misericordia, —nunca olvidarlo, es rico en misericordia— por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo» (Ef 2, 4-5). La Cruz de Cristo es la prueba suprema de la misericordia y del amor de Dios por nosotros: Jesús nos amó «hasta el extremo» (Jn 13, 1), es decir, no sólo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el límite extremo del amor. Si en la creación el Padre nos dio la prueba de su inmenso amor dándonos la vida, en la pasión y en la muerte de su Hijo nos dio la prueba de las pruebas: vino a sufrir y morir por nosotros. Así de grande es la misericordia de Dios: Él nos ama, nos perdona; Dios perdona todo y Dios perdona siempre.

Que María, que es Madre de misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios; nos sea cercana en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea experiencia de perdón, acogida y caridad.

 

Papa Francisco. Ángelus. 14 de marzo de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Este cuarto domingo de Cuaresma la liturgia eucarística comienza con esta invitación: «Alégrate, Jerusalén...». (cf. Is 66,10). ¿Cuál es el motivo de esta alegría? En plena Cuaresma, ¿cuál es el motivo de esta alegría? Nos lo dice el evangelio de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Este mensaje gozoso es el núcleo de la fe cristiana: el amor de Dios llega a la cumbre en el don del Hijo a una humanidad débil y pecadora. Nos ha entregado a su Hijo, a nosotros, a todos nosotros.

Es lo que se desprende del diálogo nocturno entre Jesús y Nicodemo, una parte del cual está descrita en la misma página evangélica (cf. Jn 3,14-21). Nicodemo, como todo miembro del pueblo de Israel, esperaba al Mesías, y lo identificaba con un hombre fuerte que juzgaría al mundo con poder. Jesús pone en crisis esta expectativa presentándose bajo tres aspectos: el del Hijo del hombre exaltado en la cruz; el del Hijo de Dios enviado al mundo para la salvación; y el de la luz que distingue a los que siguen la verdad de los que siguen la mentira. Veamos estos tres aspectos: Hijo del hombre, Hijo de Dios y luz.

Jesús se presenta en primer lugar como el Hijo del Hombre (vv. 14-15). El texto alude al relato de la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9), que, por voluntad de Dios, fue levantada por Moisés en el desierto cuando el pueblo fue atacado por serpientes venenosas; el que había sido mordido y miraba la serpiente de bronce se curaba. Del mismo modo, Jesús fue levantado en la cruz y los que creen en Él son curados del pecado y viven.

El segundo aspecto es el del Hijo de Dios (vv. 16-18). Dios Padre ama a los hombres hasta el punto de “dar” a su Hijo: lo dio en la Encarnación y lo dio al entregarlo a la muerte. La finalidad del don de Dios es la vida eterna de los hombres: en efecto, Dios envía a su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por medio de Jesús. La misión de Jesús es misión de salvación, de salvación para todos.

El tercer nombre que Jesús se atribuye es “luz” (vv. 19-21). El Evangelio dice: «Vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz» (v. 19). La venida de Jesús al mundo determina una elección: quien elige las tinieblas va al encuentro de un juicio de condenación, quien elige la luz tendrá un juicio de salvación. El juicio es siempre la consecuencia de la libre elección de cada uno: quien practica el mal busca las tinieblas, el mal siempre se esconde, se cubre. Quien hace la verdad, es decir, practica el bien, llega a la luz, ilumina los caminos de la vida. Quien camina en la luz, quien se acerca a la luz, no puede por menos que hacer buenas obras. La luz nos lleva a hacer buenas obras. Es lo que estamos llamados a hacer con mayor empeño durante la Cuaresma: acoger la luz en nuestra conciencia, para abrir nuestros corazones al amor infinito de Dios, a su misericordia llena de ternura y bondad. No olvidéis que Dios perdona siempre, siempre, si nosotros con humildad pedimos el perdón. Basta con pedir perdón y Él perdona. Así encontraremos el gozo verdadero y podremos alegrarnos del perdón de Dios que regenera y da vida.

Que María Santísima nos ayude a no tener miedo de dejarnos “poner en crisis” por Jesús. Es una crisis saludable, para nuestra curación; para que nuestra alegría sea plena.

 

Benedicto XVI. Ángelus. 18 de marzo de 2012.

Queridos hermanos y hermanas:

En nuestro itinerario hacia la Pascua, hemos llegado al cuarto domingo de Cuaresma. Es un camino con Jesús a través del «desierto», es decir, un tiempo para escuchar más la voz de Dios y también para desenmascarar las tentaciones que hablan dentro de nosotros. En el horizonte de este desierto se vislumbra la cruz. Jesús sabe que la cruz es el culmen de su misión: en efecto, la cruz de Cristo es la cumbre del amor, que nos da la salvación. Lo dice él mismo en el Evangelio de hoy: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna» (Jn 3, 14-15). Se hace referencia al episodio en el que, durante el éxodo de Egipto, los judíos fueron atacados por serpientes venenosas y muchos murieron; entonces Dios ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un estandarte: si alguien era mordido por las serpientes, al mirar a la serpiente de bronce, quedaba curado (cf. Nm 21, 4-9). También Jesús será levantado sobre la cruz, para que todo el que se encuentre en peligro de muerte a causa del pecado, dirigiéndose con fe a él, que murió por nosotros, sea salvado. «Porque Dios —escribe san Juan— no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17).

San Agustín comenta: «El médico, en lo que depende de él, viene a curar al enfermo. Si uno no sigue las prescripciones del médico, se perjudica a sí mismo. El Salvador vino al mundo... Si tú no quieres que te salve, te juzgarás a ti mismo» (Sobre el Evangelio de Juan, 12, 12: PL 35, 1190). Así pues, si es infinito el amor misericordioso de Dios, que llegó al punto de dar a su Hijo único como rescate de nuestra vida, también es grande nuestra responsabilidad: cada uno, por tanto, para poder ser curado, debe reconocer que está enfermo; cada uno debe confesar su propio pecado, para que el perdón de Dios, ya dado en la cruz, pueda tener efecto en su corazón y en su vida. Escribe también san Agustín: «Dios condena tus pecados; y si también tú los condenas, te unes a Dios... Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces comienzan tus buenas obras, porque condenas tus malas obras. Las buenas obras comienzan con el reconocimiento de las malas obras» (ib., 13: PL 35, 1191). A veces el hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Sin embargo, la verdadera paz y la verdadera alegría sólo se encuentran abriéndose a la luz y confesando con sinceridad las propias culpas a Dios. Es importante, por tanto, acercarse con frecuencia al sacramento de la Penitencia, especialmente en Cuaresma, para recibir el perdón del Señor e intensificar nuestro camino de conversión.

Queridos amigos, mañana celebraremos la fiesta de san José. Agradezco de corazón a todos aquellos que me recordarán en la oración, en el día de mi onomástico. En especial, os pido que oréis por el viaje apostólico a México y a Cuba, que realizaré a partir del viernes próximo. Encomendémoslo a la intercesión de la santísima Virgen María, tan amada y venerada en estos dos países que me dispongo a visitar.

 

DOMINGO 25 T.O.

 

Monición de entrada.-

Venimos a misa porque queremos caminar con Jesús.

Por esto tenemos que estar atentos a lo que Él nos enseña.

 

Señor ten piedad.-

Salvador nuestro. Señor, ten piedad.

Redentor nuestro. Cristo ten piedad.

Mediador nuestro. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Por el Papa León. Te lo pedimos, Señor.

Por la Iglesia, para que sea como Jesús. Te lo pedimos, Señor.

Por los que mandan, para que consigan la paz. Te lo pedimos, Señor.

Por los que tienen el dinero, para que ayuden a los pobres. Te lo pedimos, Señor.

Por nosotros, para que no busquemos tener sino dar. Te lo pedimos, Señor.

 

Acción de gracias.-

Gracias Virgen María por ayudarnos a tener a Jesús como el mejor tesoro que podemos tener.


[1] Dio su vida por sus ovejas; lo entregó por todos nosotros. Traducción editor.

[2] No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Ib.

 

[3] Hollar: 3. Abatir, humillar, despreciar. www.rae.es

[4] Arreo: 1. Atavío, adorno. Ib.

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