Lectura del libro de los Números 21, 4b-9.
En aquellos días, el pueblo se cansó de caminar y habló contra
Dios y contra Moisés:
-¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No
tenemos ni pan ni agua y nos da náuseas ese pan sin sustancia.
El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los
mordían y murieron muchos de Israel. Entonces el pueblo acudió a Moisés,
diciendo:
-Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor
para que aparte de nosotros las serpientes.
Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió:
-Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los
mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla.
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte.
Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y
salvaba la vida.
Textos
paralelos.
Empezó a protestar contra Dios y contra
Moisés.
Ex 22, 27: No blasfemarás contra Dios y no
maldecirás al jefe de tu pueblo.
Ex 14, 11: Y dijeron a Moisés: ¿No había
sepulcros en Egipto? ¿nos has traído al desierto a morir?. ¿Qué has hecho
sacándonos de Egipto?
Envió entonces Yahvé contra el pueblo
serpientes abrasadoras.
Dt 8, 15: Que te hizo recorrer aquel desierto
inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua;
que te sacó agua de una roca de pedernal.
1 Co 10, 9: No pongamos a prueba al Señor como
hicieron algunos de ellos y perecieron mordidos por serpientes.
Moisés intercedió por el pueblo.
Ex 32, 11: ¿Tendrán que decir los Egipcios:
Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en la montañas y exterminarlos
de la superficie de la tierra? Desiste del incendio de tu ira, arrepiéntete de
la amenaza contra tu pueblo.
Todo el haya sido mordido y la mire, vivirá.
2 R 18, 4: [Ezequías] Suprimió las ermitas de
los altozanos, destrozó los cipos, cortó las estelas y trituró la serpiente de
bronce que había hecho Moisés (porque los israelitas seguían todavía quemándole
incienso; la llamaban Nejustan [significa “solo un trozo de metal”]).
Sb 16, 5: Pues cuando les sobrevino la
terrible furia de las fieras y perecían mordidos por serpientes tortuosas, tu
ira no duró hasta el final.
Jn 3, 14: Como Moisés en el desierto levantó
la serpiente, así ha de ser levantado este hombre.
Jn 19, 37: Esto sucedió para que se cumpliera
la Escritura: No le quebraréis ni un hueso, y otra dice: mirarán al que
atravesaron.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
21 4 (a) Esta historia debe relacionarse con las minas de cobre de
la Arabá, en que el metal fue ya explotado en el siglo XIII a. C. Se
encontraron en Meneiyeh (hoy Timna) varias pequeñas serpientes de cobre que
fueron indudablemente utilizadas, como la de Moisés, para protegerse contra las
serpientes venenosas. Esta región minera de la Araba se encuentra en camino de
Cadés a Araba.
21 4 (b) Hacia el golfo de Acaba, que no se debe confundir con el
Suf del Éxodo. La ocupación sedentaria
de Edom no había alcanzado todavía el golfo de Acaba y los israelitas tomaron
la ruta normal que les permitió rodear el territorio edomita. Esta nota es la
única indicación antigua sobre la ruta que tomaron.
21 6 “Abrasador” es traducción de saraf, que Is 30, 6
representa como una serpiente alada o dragón. El nombre de los serafines de Is
6, 2-6 procede de la misma raíz.
Salmo
responsorial
Sal 78 (77), 1-2.34-38 (R/.7b).
R/. No
olvidéis las acciones del Señor.
Escucha,
pueblo mío, mi enseñanza;
inclina
el oído a las palabras de mi boca:
que
voy a abrir mi boca a las sentencias,
para
que broten los enigmas del pasado. R/.
Cuando
los hacía morir, lo buscaban,
y
madrugaban para volverse hacia Dios;
se
acordaban de que Dios era su roca,
el
Dios altísimo su redentor. R/.
Lo
adulaban con sus bocas,
pero
sus lenguas mentían:
su
corazón no era sincero con él,
ni
era fieles a su alianza. R/.
Él,
en cambio, sentía lástima,
perdonaba
la culpa y no los destruía:
una
y otra vez reprimió su cólera,
y
no despertaba todo su furor. R/.
Textos
paralelos.
Escucha, pueblo mío, mi
enseñanza.
Dt 32, 1: Escuchad,
cielos, y hablaré, oye, tierra, los dichos de mi boca.
Sal 49, 5: Prestaré
oído al proverbio al son de la cítara propondré mi enigma.
Mt 13, 35: Así se
cumplió lo que anunció el profeta: Voy a abrir la boca pronunciando parábolas,
profiriendo cosas ocultas desde la creación del mundo.
Cuando
los mataba, lo buscaban.
Os 5, 15: Voy a
volver a mi puesto, hasta que se sientan reos y acudan a mí, y en su aflicción
madruguen en mi busca.
Is 26, 16: Señor,
en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento.
Nm 32, 15: Pues si
os apartáis de él, otra vez los dejará en el desierto y vosotros seréis los
causantes de la destrucción de este pueblo.
Nm 32, 18: No
volveremos a nuestras casas hasta que cada israelita no haya ocupado su
heredad.
Le halagaban con su boca.
Os 6, 4: ¿Qué haré de ti,
Efraín: qué haré de ti, Judá? Vuestra lealtad es nube mañanera, rocío que se
evapora al alba.
Su corazón no era fiel.
Is 29, 13: Dice el Señor: Ya que
este pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su
corazón está lejos de mí y su culto a mí es precepto humano y rutina.
Os 8, 1: ¡Emboca la trompeta!
Que un águila se cierne sobre la casa del Señor. Porque Israel rechazó el bien:
que el enemigo lo persiga.
Él, con todo, enternecido.
Ex 32, 14: Y el Señor se
arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
Nm 14, 20-23: El Señor
respondió: Perdono, como me lo pides. Pero, ¡por mi vida y por la gloria del
Señor que llena la tierra!, ninguno de los hombres que vieron mi gloria y los
signos que hice en Egipto y en el desierto, y me han puesto a prueba, ya van
diez veces, y no me han obedecido, verá la tierra que prometí a sus padres,
ninguno de los que me han despreciado la verá.
Is 48, 9: Por mi nombre doy
largas a mi cólera, por mi honor me contengo pero no aniquilaré.
Ez 20, 22: Pero retraje mi mano
y actué por respeto a mi nombre par que no fuera profanado ante los paganos, en
cuya presencia los había sacado.
Os 11, 8-9: ¿Cómo podré dejarte,
Efraín; entregarte a ti, Israel? ¿Cómo dejarte como a Admá, tratarte como a
Seboín? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas.
Sal 65, 3a-4: A ti acude todo
mortal a causa de sus culpas: nuestros delitos nos abruman, tú los perdonas.
Sal 85, 4: Has reprimido tu
cólera, te has retraído de tu ira encendida.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
78 Meditación
didáctica, inspirada en el Deuteronomio, sobre la historia de Israel, las
culpas de la nación y su castigo. El salmo pone de relieve la responsabilidad
de Efraín, antepasado de los samaritanos, y la elección de Judá y de David.
78 2 Parábola (masal): sentencia
rítmica en versos paralelos, como los numerosos ejemplos que nos proporciona el
libro de los Proverbios.
78 34 “el2 ‘elaw
siriaco;
“Dios” hebreo.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11.
Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el
ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de
esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su
presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta una muerte de cruz. Por
eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre, de
modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en
el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios
Padre.
Palabra de Dios.
Textos
paralelos.
El cual, siendo de condición divina.
Sb 2, 23: Dios creó al hombre
para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser.
A ser tratado igual a
Dios.
Is 53, 12: Por eso le asignaré
una porción entre los grandes y repartirá botín con los poderosos: porque
desnudó el cuello para morir y fue contado entre los pecadores, él cargó con el
pecado de todos e intercedió por los pecadores.
Sino que se despojó de él
mismo.
2 Co 8, 9: Como embusteros que
dicen la verdad, como desconocidos que son bien conocidos, como muertos y
estamos vivos, como escarmentados pero no ejecutados.
Asumiendo semejanza
humana.
Ga 4, 4: Pero cuando se cumplió
el plazo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley.
Haciéndose obediente
hasta la muerte.
Rm 5, 19: Como por la
desobediencia de uno todos resultaron pecadores, así por la obediencia de uno
todos resultarán justos.
Por eso Dios lo exaltó.
Is 52, 13: Mirad, mi siervo
tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Y le otorgó el Nombre.
Rm 14, 9: Si vivimos, vivimos
para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte
somos del Señor.
Toda rodilla se doble.
Is 45, 23: Lo juro por mi
nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: Ante mí se
doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua.
Y toda lengua confiese.
Rm 10, 9: Si confiesas con la
boca que Jesús es Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte,
te salvarás.
Para gloria de Dios
Padre.
1 Co 12, 3: Por eso os hago
notar que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir ¡maldito sea Jesús!
Y nadie puede decir ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
2 6 (a) Lit. “en la forma de Dios”. La
misma palabra griega (morphe) es utilizada en el v. 7 (lit. “tomando la forma de esclavo”). Su
significado es casi idéntico al de “imagen” (eikon), y los dos términos son utilizados indistintamente por los LXX. La
“forma de Dios” es, pues, sinónimo de “imagen de Dios”, que es el predicado
aplicado a Adán.
2 6 (b) Cristo al no tener pecado no
tenía que morir. Idéntica expresión en algunos apócrifos como Henoc, IV Esdras
o II Baruc. Tenía, pues, el derecho a vivir eternamente algo propio de su
divinidad. Otras traducciones posibles: “No retuvo celosamente el rango que le
igualaba a Dios” o “No consideró como presa el ser igual a Dios”. En este
último caso habría una oposición implícita entre Jesús, segundo o último adán y
el primer Adán.
2 7 (a) Lit.: “Se vació a sí mismo”. El
término kénosis
procede de una
raíz que significa “vaciar”. La fórmula está tomada de Is 53, 12. El pronombre
reflexivo que aparece en el v. 7 subraya la decisión del mismo Cristo, que optó
por la muerte.
2 7 (b) Este modo de existencia a la
luz de la alusión a Is 53, 12, solo puede ser el del humillado Siervo paciente
de Yahvé, que murió por los demás. Nótese el contraste con Señor.
2 7 (c) No hay intención de atenuar la
humanidad de Jesús. No obstante, si no hubiera sido diferente, no habría podido
salvarnos. Él, que estaba vivo, resucitó a los que estaban muertos. Él no tenía
necesidad de ser reconciliado con Dios, mientras todos los demás la tenían.
2 7 (d) Aunque diferente en su modo de
existencia, cristo compartió la naturaleza humana común a todos.
2 8 (a) Al envío del Hijo por el Padre
para salvar a la humanidad corresponde de parte de Cristo la obediencia.
2 8 (b) Mientras que la tradición
primitiva solo insistía en el efecto salvífico de la muerte de Cristo, Pablo
subraya lógicamente que el valor ejemplar de esta muerte está en el cruel castillo
de la crucifixión.
2 9 (a) Lit.: “sobre-exaltó”.. El verbo
griego hypsou, que significa normalmente
elevar, se traduce a menudo por exaltar. Aquí lleva además el prefijo “hyper”
(del que se forma el mismo verbo), que redobla su significado por el hecho de
que, si es cierto que todos los justos serán exaltados, Cristo es superior a
todos ellos.
2 9 (b) El nombre es el de “Señor”,
como explica el v. 11. Se trata aquí de un término funcional que no se refiere
precisamente a la naturaleza de Cristo: es un título que Cristo lo consigue por
su pasión y resurrección. A pesar de su uso cotidiano y de su frecuente
aplicación a Cristo a lo largo de todo el NT, aquí se toma como un título que
está sobre todo nombre; la razón es que el NT lo reserva para Dios.
2 10 (a) La humanidad entera reconoce la
nueva dignidad de Jesús, como estaba anunciado que las naciones reconocerían a
Yahvé. El nombre propio de Jesús – sin más añadiduras – se une aquí
deliberadamente para evocar la figura humillada y paciente.
2 10 (b) Estas frases, que alternan la
cuidada estructura del himno, fueron probablemente añadidas por Pablo con el
fin de poner de relieve tanto el ilimitado alcance de la autoridad de Cristo
como la dependencia respecto del Padre.
2 11 Es la profesión de fe esencial
del Cristianismo. El padre que ha exaltado ha Jesús es adorado y confesado. En
Él desemboca pues la glorificación del Hijo y, al mismo tiempo, su humillación.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Juan 3, 13-17.
En aquel tiempo, dijo Jesús a
Nicodemo:
-Nadie ha subido al cielo sino
el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino
que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzga al
mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será
juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del
Unigénito de Dios.
Textos
paralelos.
Y, del mismo modo que
Moisés.
Jn 1, 18: Nadie ha visto jamás
a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, lo ha explicado.
Nm 21, 4-9: Desde el monte Hor
se encaminaron hacia el Mar Rojo, rodeando el territorio de Edom. El pueblo
estaba extenuado por el camino, y habló contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué
nos has sacado de Egipto, para morir en el desierto? NO tenemos ni pan ni agua,
y nos da náusea ese pan sin cuerpo”. El Señor envió contra el pueblo serpientes
venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo
acudió a Moisés, diciendo: “Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti;
reza al Señor para que aparte de nosotros las serpiente”. Moisés rezó al Señor
por el pueblo, y el Señor le respondió: “Haz una serpiente venenosa y colócala
en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla”. Moisés
hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente
mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado”.
Sb 16, 5-7: Pues cuando les
sobrevino la terrible furia de las fieras y perecían mordidos por serpientes
tortuosas, tu ira no duró hasta el final; para que escarmentaran, se les asustó
un poco, pero tenían un emblema de salud como recordatorio del mandato de tu
ley; en efecto, el que se volvía hacia él sanaba, no en virtud de lo que veía,
sino gracias a ti, Salvador de todos.
Para que todo el que crea
tenga en él vida eterna.
Jn 1, 21: Le preguntaron:
“Entonces, ¿eres Elías?”. Respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?”.
Respondió: “No”.
Jn 12, 32: Cuando yo sea
elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Porque tanto amó Dios al
mundo.
1 Jn 4, 9: Dios ha demostrado
el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos
gracias a él.
Gn 22, 2: Dios dijo: “Toma a tu
hijo único, a tu querido Isaac, vete al país de Moria y ofrécemelo allí en
sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré”.
Gn 22, 13: Abrahán levantó los
ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en los matorrales. Abrahán se
acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.
Que entregó a su Hijo
unigénito.
Mt 21, 37: Finalmente les envió
a su hijo.
Rm 8, 32: El que no reservó a
su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a
regalar todo lo demás con él?
Dios no ha enviado a su
Hijo al mundo.
Jn 1, 1: Al principio ya
existía la Palabra y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era Dios.
Jn 4, 34: Jesús les dice: “Mi
sustento es cumplir la voluntad del que me envió y dar remate a su obra”.
Sino para que el mundo se
salve por él.
Jn 1, 9: La luz verdadera que
ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo.
Jn 12, 47: Al que escucha mis
palabras y no las cumple yo no lo juzgo; pues no he venido a juzgar al mundo,
sino a salvarlo.
2 Co 5, 19: Es decir, Dios
estaba, por medio de Cristo, reconciliando el mundo consigo, no apuntándole los
delitos, y nos confió el mensaje de la reconciliación.
Hch 4, 12: Ningún otro puede
proporcionar la salvación; no hay otro nombre bajo el cielo concedido a los
hombres que pueda salvarlos.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
3 14 En Daniel 7, 13-14 el Hijo del
hombre sube junto a Dios para recibir allí la investidura regia. Para Juan, el
Hijo del hombre debe ser elevado en la cruz, pero esto es el primer paso que
debe llevarle a Dios en la gloria, donde reinará después de destrozar al
Príncipe de este mundo. Al subir al cielo, el Hijo del hombre no hará sino
retornar a su lugar propio, recobrar la gloria que tenía antes de la creación
del cosmos. Es en esta línea de pensamiento como se puede comprender el
paralelo entre 3, 14-15 y N 21, 4-9. Los hebreos debían mirar a la serpiente de
bronce puesta por Moisés sobre una señal para que Dios les perdonara su pecado
y pudieran seguir con vida. Así, el hecho de que el Hijo del hombre sea elevado
en la cruz será lo que permitirá reconocer que él podía atribuirse el Nombre
divino “Yo soy”, y por tanto el hombre podrá evitar el morir en razón de los
pecados. Creer en el Hijo del hombre elevado es creer en el nombre del Hijo,
Unigénito de Dios, es, por tanto, creer en el amor del Padre que ha sacrificado
a su propio Hijo para que nosotros nos salvemos. Si no se cree en que el Hijo
del hombre es el Unigénito, ¿cómo reconocer el amor del Padre para con
nosotros? El peor de los pecados es no creer ya en el Amor.
3 15 La sección 3, 16-21 tiene su
paralelo en 12, 46-50, pero parece de redacción más reciente. Un mismo tema
joánico se ha desarrollado en dos perspectivas diferentes. Esta sección
desarrolla una cristología elevada; la otra, que glosa a Dt 18, 15.18, presenta
simplemente a Cristo como nuevo Moisés.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica
14 AQUELLA SERPIENTE
(lit. la serpiente): “Una serpiente no podía matar ni dar vida, pero
cuando Israel la miraba creía en aquél que había ordenado a Moisés que la
hiciera, y él los cura” (Mekiltá Éxodo, 27, 10). // ELEVADO: es elevado (en
cruz), y exaltado (en la resurrección y ascensión). en arameo targúmico,
yslq puede significar morir y también ser levantado, física
o espiritualmente (Díez Macho).
15 EN ÉL.
gramaticalmente puede ir unido a CREE o a TENGA.
16-21
Muy
en el estilo de Juan, la conversación no concluye, sino que deriva hacia
reflexiones meditativas del evangelista: la redención tiene su fuente en el
amor de Dios a los hombres, y la realiza el Hijo entregando su vida: su
finalidad es salvar; pero el hombre puede permanecer en la oscuridad y no creer
en el Hijo.
16 DE TAL MANERA AMNÓ
DIOS … QUE ENTREGÓ A SU HIJO: La admiración de santa Teresa: “Bendito seáis por
siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar que no se os pone cosa por
delante”, venía de siglos: “El que a su propio Hijo no lo perdonó, sino que lo
entregó por todos nosotros, ¿cómo, junto con él, no va también a regalarnos
todo?” (Romanos 8, 32). “Dios ha dado al hombre la tierra, el mar, y cuanto hay
en ellos. Pero después de todo esto, se dio a sí mismo: De tal manera amó Dios
al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para la vida de este mundo. Así,
pues, ¿qué cosa grande hará un hombre si se ofrece a Dios, cuando el mismo Dios
se ofreció antes a él” (Orígenes). // EL MUNDO: en los escritos de san Juan es
palabra polivalente: puede significar el universo (lo que un judío
llamaría “el cielo y la tierra”), o la humanidad , el género humano; y
este segundo significado se desdobla en dos: el conjunto de seres humanos,
objeto del amor salvador de Dios (así en este pasaje), o el mundo malo,
es decir, los seres humanos que, como seres libres, rechazan creer en Jesús,
revelador del Padre (cf. 1 Jn 2, 15-17; compárese con el término mundo en
el lenguaje de san Pablo (1 Cor 3, 19).
17 CONDENAR: lit. juzgar,
en sentido peyorativo. Lo mismo que en otros textos de Jn, como en: v. 18, 7,
51, 18,31.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé:
3, 14 En el desierto, los israelitas
que habían sido mordidos por serpientes venenosas evitaban la muerte al mirar
fijamente a la serpiente de bronce que Moisés “elevó” y colocó en un estandarte
(Números 21, 4-9). Ese acontecimiento prefiguró el sacrificio de Cristo, que
fue “elevado” en una cruz para salvar a la humanidad. Cat. 2130.
3, 16 El acto que realizó Dios de
mandar a su Hijo unigénito para nuestra redención y para otorgarnos vida eterna
fue fruto de su amor supremo. De hecho, Dios Padre nos entregó a Cristo en la
Encarnación precisamente para revelar su grandísimo amor. Aquellos que rechazan
este regalo de Cristo, de amor y redención, se privan a sí mismos de la vida
eterna. Aquellos que eligen caminar bajo la luz de Cristo obtendrán la
felicidad en esta vida y vida eterna en la siguiente. Cat. 219, 444, 454 y 458.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
2130 Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó y permitió la
institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el
Verbo encarnado: la serpiente de bronce (Nm 21, 4-9; Sb 16, 5-14), el arca de
la Alianza y los querubines (Ex 25, 10-22).
219 El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (cf.
Os 11, 1). Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is
49, 14-15). Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada (cf. Is 62, 4-5);
este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará
hasta el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único”
(Jn 3, 6).
444 Los evangelios narran en dos momentos solemnes, el Bautismo y la
Transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su Hijo amado
(cf. Mt 3, 17; 17,5). Jesús se designa a sí mismo como “el Hijo único de Dios”
(Jn 3, 16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna (cf. Jn 10,
36).
454 El nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de
Jesucristo con el Padre: Él es el Hijo único del Padre (cf. Jn 1, 14; 3, 16.18)
y Él mismo es Dios (cf. Jn 1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que
Jesucristo es el Hijo de Dios (cf. Hch 8, 37; 1 Jn 2, 23).
458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios:
“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a
su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9). “Porque tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
Concilio Vaticano II
El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho Él mismo
carne y habitando en la tierra de los hombres (cf. Jn 1, 3.14), hombre
perfecto, entró en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí
(cf. Ef 1, 10). Él mismo nos revela “que Dios es amor” (1 Jn 4, 8) y al mismo
tiempo nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y por ello de
la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así pues, a los
que creen en la caridad divina, les da la certeza de que el camino del amor
está abierto a todos los hombres y de que no es inútil el esfuerzo por
instaurar la fraternidad universal. Al mismo tiempo, advierte que no hay que
buscar este amor solo en las grandes cosas, sino especialmente en las
circunstancias ordinarias de la vida. Soportando la muerte por todos nosotros
pecadores (cf. Jn 3, 14-16; Rm 5, 8-10), con su ejemplo nos enseña que debemos
cargar también la cruz que la carne y el mundo imponen sobre los hombres de los
que buscan la paz y la justicia.
Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, 38.
Los Santos Padres.
Habiendo dicho a los hombres que el bautismo es la mayor de las gracias
que les ha sido concedida, añade cuál es la causa de ello, que consisten en
otra gracia no menor, a saber, la de la cruz… Estos dos beneficios son los que,
de un modo especialísimo, revelan el inefable amor de Dios por nosotros: que
sufrió por sus enemigos y que, tras haber muerto por ellos, les otorgó una
completa remisión de los pecados mediante el bautismo.
Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Ev. de Juan, 27, 1. Pg. 194.
El Señor conduce con arte admirable de magisterio celestial a un maestro
de la ley mosaica, llevándolo al sentido espiritual de esa ley al recordar una
historia antigua, que le explica como figura de su pasión y de la salvación
humana.
Beda. Homilías sobre los Evangelios. 2, 18. Pg. 194.
Con razón el Señor mandó que las heridas de los enfermos se curaran
levantando una serpiente de bronce…. Por tanto, el mundo fue crucificado en sus
seducciones y por eso fue levantada no una serpiente verdadera sino de bronce,
porque el Señor asumió la forma de pecador ciertamente en la realidad del
cuerpo, pero sin la realidad del pecado, de modo que mediante la fragilidad de
la debilidad humana simulando a la serpiente al deponer los despojos de la
carne pudiera destruir las astucias de la serpiente.
Ambrosio. El Espíritu Santo. 3, 8, 50. Pg. 195.
La cruz se levanta y se alza sobre la tierra, que hasta poco antes había
mantenido oculta por la envidia. La cruz se levanta no para recibir gloria
alguna (Cristo clavado en ella es la mayor gloria), sino para glorificar a Dios
y ser proclamado por ella.
Andrés de Creta. Homilía sobre la exaltación de la santa cruz, 11.
Pg. 195.
Con esto Dios anunciaba un misterio por el que había de destruir el poder
de la serpiente, que fue autora de la transgresión de Adán.
Justino Mártir. Diálogo
con el judío Trifón, 94, 2.5. Pg. 196.
Por las palabras: “Tanto
amó Dios al mundo” se pone de relieve la grandeza y la intensidad de ese amor.
Grandísima era, en verdad, e infinita la distancia entre Dios y el mundo. El
inmortal, sin principio e infinitamente grande, nos amó a quienes estamos
hechos de tierra y cenizas, cargados de innumerables pecados, porque
continuamente le ofendemos.
Juan Crisóstomo. Homilías
sobre el Evangelio de Juan, 27, 2-3. Pg. 197.
Alabemos, pues, que nada
al Hijo, venerando su sangre, que expía nuestros pecados. Sin haber perdido
nada de su divinidad, me salvó; como médico se inclinó sobre nuestras heridas
malolientes.
Gregorio Nacianceno. Himnos
dogmáticos. 2. Pg. 198.
Si el Padre no nos
hubiese entregado la vida, no tendríamos vida. Si la vida misma no hubiese
muerto, no se hubiese dado muerte a la vida.
San Agustín.
Tomó, pues, la muerte y la suspendió en la cruz. De
esta manera los mortales son librados de la muerte. El Señor recuerda lo que
aconteció en figura a los antiguos. (…). Gran misterio es este; quienes lo han
leído, lo conocen. Por tanto, óiganlo ahora quienes no lo han leído, o lo han
olvidado después de haberlo leído u oído. (…) ¿Qué son las serpientes que
muerden? Los pecados de la carne mortal. ¿Qué es la serpiente levantada en
alto? La muerte del Señor en la cruz. La muerte fue simbolizada en la serpiente
porque procede de ella. La mordedura de la serpiente es mortal, la muerte del
Señor es vital. Se mira a la serpiente para aniquilar el poder de la serpiente.
¿Qué es esto? Se mira a la muerte para aniquilar el poder de la muerte. (…) Ten
siempre en tu presencia lo que no quieres que esté en la presencia de Dios.
Porque si echas a la espalda tus propios pecados, Dios volverá a ponerlos ante
tus ojos cuando ya la penitencia sea infructuosa. Corred, no sea que os
sorprendan las tinieblas.
Comentarios sobre el evangelio de San Juan, 10, 4-8. Pg. 311.
San Juan de Ávila.
Mirad, pues, doncella, a
este hombre, porque no puede escapar de la muerte quien no lo mirare, porque así
como alzó en un palo Moisés la serpiente en el desierto, para que los
heridos mirándola viviesen, y quien no la mirase muriese, así quien a Cristo
puesto en el madero de la cruz no mirase, morirá para siempre. (…) Mira,
hombre, la haz de tu Cristo, y si quieres que mire yo a su cara para perdonar
él, mira tú a su cara, para pedir perdón por él. En la cara de Cristo nuestro
mediador se junta la vista del Padre y la nuestra. Allí van a parar los rayos
de nuestro creer y amar, y los rayos de su perdonar y hacer mercedes.
Audia, filia (I).
Hermosura del alma, 31. OC I. Pg. 528.
Porque, así como alzó
en un palo Moisén la serpiente en el desierto, para que los heridos,
mirándola viviese, y quien no la mirase muriese, así, quien a Cristo puesto en
el madero de la cruz no mirase con fe y con amor, morirá siempre.
Audia filia (II).
Cap. 112, 2. OC I. Pg. 776.
Mucha razón tiene Dios
de quejarse, y sus pregoneros para reprehender a los hombres, de que tan
olvidados estén de esta merced, digna que por ella se diesen gracias a Dios de
noche y de día. Porque, como dice San Juan, así amó Dios al mundo que dio su
unigénito Hijo, para que todo hombre que creyere en él y le amare no
perezca, mas tenga la vida eterna. Y en esta merced están encerradas las
otras, como menores en la mayor y efectos en causa. Claro es que quien dio el
sacrificio contra los pecados, perdón de pecados, dio cuanto es de su parte; y
quien el Señor dio, también dio el señorío; y, finalmente, quien dio su Hijo, y
tal hijo, dado a nosotros y nacido para nosotros, no nos negará cosa que
necesaria nos sea.
Audi, filia (II). Cap. 19, 1. OC I. Pg. 578.
Y si a todas estas cosas
estás sordo, no es razón que lo estés a las voces que Dios te da en el
Evangelio, diciendo: En tanta manera amó Dios al mundo, que dio a su único
Hijo, para que todo el que creyere en Él no perezca, mas alcance vida eterna. Todas
estas son las señales de amor, y esta más que ninguna de todas ellas, como
escribe aquel muy amado y amador de Dios, su evangelista san Juan diciendo: En
este hemos conocido el amor que dios nos tiene, que nos dio a su Hijo para que
vivamos por él (1 Jn 4, 9).
Tratado del amor de
Dios, 3. OC I. Pg. 953.
No alcanza ningún
entendimiento angélico qué tanto arda este fuego ni hasta dónde llegue su
virtud. No es el término hasta donde llegue solamente la muerte y la cruz;
porque si, como le mandaron padecer una muerte, le mandaran millares de
muertes, para todo tenía amor (cf. Jn 3, 17). Y si lo que le mandaron hacer por
la salud de todos los hombres, le mandaran hacer por cada uno de ellos, así lo
hiciera por cada uno como por todos. Y si, como estuvo aquellas tres horas
penando en la cruz, fuera menester estar allí hasta el día del juicio, amor
había para todo, si nos fuera necesario. De manera que mucho más amó que
padeció; muy mayor amor le quedaba encerrado en las entrañas de lo que nos
mostró acá de fuera en sus llagas.
Tratado del amor de
Dios, 7. OC I. Pg. 962.
Ansí como Moisén puso
la serpiente encima del palo en el desierto, ansí conviene también que el hijo
de la Virgen sea puesto en una cruz, para que todo aquel que lo mirare no se
pierda, sino tenga vida eterna (cf. Jn 3, 14). Para
esto vine al mundo, para dar vida al mundo, dice en otra part Jesucristo
(cf. Jn 10, 10). Si estás muerto, vete a Cristo, que Él es el manjar que te
resucitará y dará vida. Sírvete de tu fe en esto que Jesucristo sólo es tu
arrimo, tu esfuerzo, tu remedio, tu vida, tu confianza, quien te rige, te
gobierna, te da ser y te sustenta. Échate a sus pies; dile: “Señor mío,
¡cuántos milagros heciste en este mundo, cuántos muertos resucitaste, cuántos
cojos sanaste, a cuántos ciegos diste lumbre, a cuántos sordos diste oídos!,
ves aquí un muerto, que no tiene más que la lengua de vivo; aplica en mí lo que
padeciste; ayuda a mi flaqueza; alumbra mis ojos; haz que oigan mis oídos tus
palabras de vida; despierta mi ánima a tan profundo sueño; haz con mi corazón
que oigan tus palabras; da gusto a mi paladar, y haz que pierda el sabor que
toma de los pecados.
49. En la Infraoctava
del Corpus, 12. OC III. Pg. 640-641.
Por la salud de sus
vasallos nace pobre, y llora, y pasa trabajos, y derrama su sangre: posuit
animam suam pro ovibus suis, pro nobis omnibus tradidit illum[1]
(cf. Jn 10, 15; 3, 16). Ninguno se podía salvar sino naciendo y muriendo
Él. Y así mirad que debéis a Jesucristo, que, si os son perdonados todos
vuestros pecados, por él os son perdonados; y si tenéis gracia, por Él os la
dieron: si tienen merecimiento y valor vuestros trabajos, por Jesucristo
nuestro Señor es.
5. Epifanía, 4. OC III. Pgs. 81-82.
¿Qué sienten vuestras
orejas cuando oís decir: Ansí amó Dios al mundo, que dio un Hijo que tenía, y
sabiendo que le había de costar la vida lo que había de nacer por el mundo?
¡Que sea yo amado de Dios! ¡Que parezca tan bien mi ánima a Dios, que le es tan
preciosa, que, porque no se pierda, envió a su único Hijo que muriese por ella!
31. Lunes de
Pentecostés, 8. OC III. Pg. 380.
Grande gloria fue esta
de Dios, y muy ilustre parécese su perfección y bondad, pues amó tanto al
mundo, que le diese su unigénito Hijo (Jn 3, 16) para remedio de él, y que
lo entregase a muerte para que los pecadores fuesen justificados, y los
enemigos reconciliados, y los que estaban desheredados del cielo recobrasen la
herencia perdida. ¿Quién dirá que estos beneficios pueden crecer, ni que hay
más amor que enseñar a los hombres, ni que hay más que pedir ni desear?
53. En la Infraoctava
del Corpus, 26. OC III. pg. 697.
Decirlo he, Señor;
¡bendígante los cielos y la tierra! ¡Yo haré que feo ames y hermoso te
parezca”. No hay más, fue casamiento por amores. Quísonos bien el Padre, que
tal casamiento y el Hijo nos dio. Sic Deus dilexit mundum, ut Filium suum
unigenitum daret (cf. Jn 3, 16). Quísonos bien el Padre, quísonos bien el
Hijo, que tal consintió; quísonos bien el Espíritu Santo, que tal ordenó.
65 (1). Anunciación
de Nuestro Señor, 22. OC III. Pg. 873.
Señor, cosa recia dicir
a un ladrón: el juez viene. Huirá como hizo Adam, que, en oyendo la voz del
Señor, echó a huir. Señor, ¿a qué venís? El mesmo lo dice por san Juan: Non
enim misit Deus filium in mundum ut iudicet mundum, sed ut salvetur mundus per
ipsum[2].
2. Domingo III
Adviento, 8. OC III. Pg. 38.
No envió Dios al
mundo a su Hijo para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo se
salve por Él (Jn 3, 17). Gana lo debe de tener,
pues que tal pieza envía; gana tiene de esa joya, pues que tanto precio da por
ella. Por vuestra vida, que los que sabéis latín leáis este capítulo. Paréceme
que son las más dulces que hay en el Evangelio.
31. Lunes de
Pentecostés, 6. OC III. Pg. 379.
Esta locura y
presumpción, esta confianza en nuestras fuerzas nos tiene echados a perder. Al
fin perdióse el hombre por la honra, y vino a ser más bajo que la bestia. Y en
la séptima edad, desde que los hombres eran tratados como bestias de los
pecados, envía Dios al Salvador de los perdidos, no para que los juzgue y los
castigue – non enim misit Deus Filium suum, etc. –, para que el mundo
sea salvo, sea remediado (cf. 3, 17).
31. Lunes de
Pentecostés, 16. OC III. Pg. 382.
Y por no saberse vuestra
merced aprovechar de la consolación que trae esta nueva, viene a de ser hollada[3]
de la desconsolación que tan demasiadamente la aflige, quitando los ojos de
este Señor puesto en cruz, para que todo hombre que con ojos de fe y de
mor le mirare, no perezca (Jn 3, 15), y poniéndolos en sí misma y en sus
obras, que es una vereda tan sin consuelo, que ningún hombre que por ella
caminó a solas, puede tener paz ni consuelo.
A una señora afligida
con trabajos corporales y tristezas espirituales. OC IV. Pgs. 225-226.
¡Oh abismo de infinita
bondad, del cual tan dádiva sale el mundo que así lo ames, que des a tu
unigénito Hijo, para que todo hombre que cree en Él y le ama no perezca, mas
tenga la vida eterna (cf. 3, 16). Alábente los cielos con todo lo que en
ellos está, y la tierra y la mar con todo su arreo, porque tú, tan grande, has
amado grandemente a los que eran dignos de desamor[4].
A unas mujeres
devotas que padecían trabajos. OC IV. Pg.264.
¡Oh bondad sin término,
y cuán sin término nos amaste, cuando tanto amaste al mundo que diste a tu
único Hijo para que todo hombre que en Él creyere se salve! (cf. Jn 3, 16).
Y siendo tú el injuriado y quejoso, rogaste al injuriador con amistad; y porque
esta no se podía hacer sin que la injuria a ti hecha se satisficiese, tú mesmo
diste al culpado con que pagase, para que viese que de verdad tenías ganas de
su amistad, pues de balde le perdonabas y tan a tu cosa le dabas con que te
pagase.
Para la villa de
Utrera. OC IV. Pg. 367.
Mas, ¡oh Señor!, ¿y
quién osará quejarse de ti porque lo tratas con rigor, pues luego le atapas la
boca con que así amaste al mundo, que a tu Unigénito diste (cf. Jn 3,
16), para que a poder de trabajos, dolores y muerte que de Él cargase, el mundo
evitase los del infierno y gozase del cielo?
A un caballero amigo
suyo. OC IV. Pg. 550.
San Oscar Romero. Homilía.
"De tal manera amó Dios al mundo -dice le Evangelio de hoy- que le
dio a su propio Hijo, para que el mundo sea salvado y para que todo aquel que
crea en Él tenga vida eterna". Esta es la condición: creer, tener fe,
poner en Él la esperanza. Ojalá que todo el pueblo salvadoreño sea hoy la
peregrinación de la Cuaresma que con su fe puesta en Cristo espera que el
domingo de Resurrección nos ha de traer no sólo el recuerdo de un resucitado de
hace veinte siglos, sino la resurrección verdadera de un pueblo tan postrado
pero llamado tan eficazmente a la resurrección por la misma voz del Señor. Así
sea...
Homilía, 25 de marzo de 1979.
León XIV. Audiencia general. 3 de septiembre
de 2025. Ciclo de
catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua
de Jesús. 5. La crucifixión. «Tengo sed» (Jn 19,28)
Queridos
hermanos y hermanas,
En el
centro del relato de la pasión, en el momento más luminoso y a la vez más
oscuro de la vida de Jesús, el Evangelio de Juan nos entrega dos palabras que
encierran un misterio inmenso: «Tengo sed» (19,28), e inmediatamente
después: «Todo está cumplido» (19,30). Palabras últimas, pero cargadas
de toda una vida, que revelan el sentido de toda la existencia del Hijo de
Dios. En la cruz, Jesús no aparece como un héroe victorioso, sino como un
mendigo de amor. No proclama, no condena, no se defiende. Pide, humildemente,
lo que por sí solo no puede darse de ninguna manera.
La
sed del Crucificado no es solo la
necesidad fisiológica de un cuerpo destrozado. Es también y, sobre todo,
la expresión de un deseo profundo: el de amor, de relación, de comunión.
Es el grito silencioso de un Dios que, habiendo querido compartir todo de
nuestra condición humana, se deja atravesar también por esta sed. Un Dios
que no se avergüenza de mendigar un sorbo, porque en ese gesto nos dice que
el amor, para ser verdadero, también debe aprender a pedir y no solo a dar.
«Tengo
sed», dice Jesús, y de este modo manifiesta su humanidad y también la nuestra.
Ninguno de nosotros puede bastarse a sí mismo. Nadie puede salvarse por sí
mismo. La vida se «cumple» no cuando somos fuertes, sino cuando aprendemos a
recibir. Y precisamente en ese momento, después de haber recibido de manos
ajenas una esponja empapada en vinagre, Jesús proclama: «Todo está cumplido». El
amor se ha hecho necesitado, y precisamente por eso ha llevado a cabo su obra.
Esta es
la paradoja cristiana: Dios salva no haciendo, sino dejándose hacer. No
venciendo al mal con la fuerza, sino aceptando hasta el fondo la debilidad del
amor. En la cruz, Jesús nos enseña que el ser humano no se realiza en el
poder, sino en la apertura confiada a los demás, incluso cuando son hostiles y
enemigos. La salvación no está en la autonomía, sino en reconocer con
humildad la propia necesidad y saber expresarla libremente.
El
cumplimiento de nuestra humanidad en el diseño de Dios no es un acto de fuerza,
sino un gesto de confianza. Jesús no salva con un golpe de efecto, sino
pidiendo algo que por sí solo no puede darse. Y aquí se abre una puerta a la
verdadera esperanza: si incluso el Hijo de Dios ha elegido no bastarse a sí
mismo, entonces también su sed —de amor, de sentido, de justicia— no es un
signo de fracaso, sino de verdad.
Esta
verdad, aparentemente tan simple, es difícil de aceptar. Vivimos en una
época que premia la autosuficiencia, la eficiencia, el rendimiento. Sin
embargo, el Evangelio nos muestra que la medida de nuestra humanidad no la
da lo que podemos conquistar, sino la capacidad de dejarnos amar y, cuando
es necesario, también ayudar.
Jesús
nos salva mostrándonos que pedir no es indigno, sino liberador. Es el camino
para salir de la ocultación del pecado, para volver al espacio de la comunión.
Desde el principio, el pecado ha generado vergüenza. Pero el perdón, el
verdadero, nace cuando podemos mirar de frente nuestra necesidad y ya no
temer ser rechazados.
La sed
de Jesús en la cruz es entonces también la nuestra. Es el grito de la humanidad
herida que sigue buscando agua viva. Y esta sed no nos aleja de Dios, sino que
nos une a Él. Si tenemos el valor de reconocerla, podemos descubrir que también
nuestra fragilidad es un puente hacia el cielo. Precisamente en el pedir
—no en el poseer— se abre un camino de libertad, porque dejamos de pretender
bastarnos a nosotros mismos.
En la
fraternidad, en la vida
sencilla, en el arte de pedir sin vergüenza y de ofrecer sin cálculo, se
esconde una alegría que el mundo no conoce. Una alegría que nos devuelve a la
verdad original de nuestro ser: somos criaturas hechas para dar y recibir amor.
Queridos
hermanos y hermanas, en la sed de Cristo podemos reconocer toda nuestra sed. Y aprender que no hay nada más humano, nada
más divino, que saber decir: necesito. No temamos pedir, sobre
todo cuando nos parece que no lo merecemos. No nos avergoncemos de tender la
mano. Es precisamente allí, en ese gesto humilde, donde se esconde la
salvación.
León XIV. Angelus. 24 de agosto de
2025.
Queridos
hermanos y hermanas:
Antes de
concluir esta
celebración tan esperada, deseo saludar y dar las gracias a todos
ustedes, que han acudido en gran número para celebrar a los dos nuevos santos.
Saludo con afecto a los obispos y a los sacerdotes. Recibo con deferencia a las
delegaciones oficiales y a las distinguidas autoridades.
En este
clima, es hermoso recordar que ayer la Iglesia también se enriqueció con dos
nuevos beatos. En Tallin, capital de Estonia, fue beatificado el arzobispo
jesuita Edoardo Profittlich, asesinado en 1942 durante la persecución del
régimen soviético contra la Iglesia. Y en Verszprém, Hungría, fue beatificada
María Magdalena Bódi, joven laica, asesinada en 1945 por resistirse a unos
soldados que querían violarla. ¡Alabemos al Señor por estos dos mártires,
valientes testigos de la belleza del Evangelio!
Confiamos
a la intercesión de los santos y de la Virgen María nuestra incesante oración
por la paz, especialmente en Tierra Santa y en Ucrania, y en todos los demás
territorios ensangrentados por la guerra. A los gobernantes les repito:
¡escuchen la voz de la conciencia! Las aparentes victorias obtenidas con las
armas, sembrando muerte y destrucción, son en realidad derrotas y nunca traen
paz ni seguridad. Dios no quiere la guerra, quiere la paz, y apoya a
quienes se comprometen a salir de la espiral del odio y a recorrer el camino
del diálogo.
Papa Francisco. Ángelus. 4 de septiembre de 2014.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El 14 de
septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿por qué «exaltar» la cruz?
Podemos responder que no exaltamos una cruz cualquiera,
o todas las cruces: exaltamos la cruz de Jesús,
porque en ella se reveló al máximo el amor de Dios por la humanidad. Es lo
que nos recuerda el evangelio de Juan en la liturgia de hoy: «Tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Unigénito» (3, 16). El Padre «dio» al Hijo para
salvarnos, y esto implicó la muerte de Jesús, y la muerte en la cruz. ¿Por qué?
¿Por qué fue necesaria la cruz? A causa de la gravedad del mal que
nos esclavizaba. La cruz de Jesús expresa ambas cosas: toda la fuerza
negativa del mal y toda la omnipotencia mansa de la misericordia de Dios.
La cruz parece determinar el fracaso de Jesús, pero en realidad manifiesta su
victoria. En el Calvario, quienes se burlaban de Él, le decían: «si eres el
Hijo de Dios, baja de la cruz» (cf. Mt 27, 40). Pero era
verdadero lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios estaba allí, en
la cruz, fiel hasta el final al designio del amor del Padre. Y precisamente por
eso Dios «exaltó» a Jesús (Flp 2, 9), confiriéndole una realeza
universal.
Y cuando
dirigimos la mirada a la cruz donde Jesús estuvo clavado, contemplamos el
signo del amor, del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de
nuestra salvación. De esa cruz brota la misericordia del Padre, que
abraza al mundo entero. Por medio de la cruz de Cristo ha sido vencido el
maligno, ha sido derrotada la muerte, se nos ha dado la vida, devuelto la
esperanza. La cruz de Jesús es nuestra única esperanza verdadera.
Por eso la Iglesia «exalta» la Santa Cruz y también por eso nosotros, los
cristianos, bendecimos con el signo de la cruz. En otras palabras, no exaltamos
las cruces, sino la cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios,
signo de nuestra salvación y camino hacia la Resurrección. Y esta es nuestra
esperanza.
Mientras
contemplamos y celebramos la Santa Cruz, pensamos con conmoción en tantos
hermanos y hermanas nuestros que son perseguidos y asesinados a causa de su
fidelidad a Cristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa
aún no está garantizada o plenamente realizada. Pero también sucede en países y
ambientes que en principio protegen la libertad y los derechos humanos, pero
donde concretamente los creyentes, y especialmente los cristianos, encuentran
obstáculos y discriminación. Por eso hoy los recordamos y rezamos de modo
particular por ellos.
En el
Calvario, al pie de la cruz, estaba la Virgen María (cf. Jn 19,
25-27). Es la Virgen de los Dolores, a la que mañana celebraremos en la
liturgia. A ella encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia, para que
todos sepamos siempre descubrir y acoger el mensaje de amor y de salvación de
la cruz de Jesús. Le encomiendo, en particular, a las parejas de esposos a
quienes tuve la
alegría de unir en matrimonio esta mañana, en la basílica de San Pedro.
Papa Francisco. Ángelus. 15 de marzo de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos vuelve a proponer las
palabras que Jesús dirigió a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a
su Unigénito» (Jn 3, 16). Al escuchar estas palabras, dirijamos la mirada de
nuestro corazón a Jesús Crucificado y sintamos dentro de nosotros que Dio nos
ama, nos ama de verdad, y nos ama en gran medida. Esta es la expresión más
sencilla que resume todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología:
Dios nos ama con amor gratuito y sin medida.
Así nos ama Dios y este amor Dios lo demuestra ante
todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Plegaria eucarística IV:
«A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para
que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado». En el
origen del mundo está sólo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo
un santo de los primeros siglos escribe: «Dios no creó a Adán porque tenía
necesidad del hombre, sino para tener a alguien a quien donar sus beneficios»
(Adversus haereses, IV, 14, 1). Es así, el amor de Dios es así.
Continúa así la Plegaria eucarística IV: «Y cuando
por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte,
sino que, compadecido, tendiste la mano a todos». Vino con su misericordia.
Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la
salvación destaca la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo
no porque se lo merezca, sino porque es el más pequeño entre todos los pueblos,
como dice Él. Y cuando llega «la plenitud de los tiempos», a pesar de que los
hombres en más de una ocasión quebrantaron la alianza, Dios, en lugar de
abandonarlos, estrechó con ellos un vínculo nuevo, en la sangre de Jesús —el
vínculo de la nueva y eterna alianza—, un vínculo que jamás nada lo podrá
romper.
San Pablo nos recuerda: «Dios, rico en
misericordia, —nunca olvidarlo, es rico en misericordia— por el gran amor con
que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con
Cristo» (Ef 2, 4-5). La Cruz de Cristo es la prueba suprema de la
misericordia y del amor de Dios por nosotros: Jesús nos amó «hasta el
extremo» (Jn 13, 1), es decir, no sólo hasta el último instante de su vida
terrena, sino hasta el límite extremo del amor. Si en la creación el Padre nos
dio la prueba de su inmenso amor dándonos la vida, en la pasión y en la muerte
de su Hijo nos dio la prueba de las pruebas: vino a sufrir y morir por
nosotros. Así de grande es la misericordia de Dios: Él nos ama, nos perdona;
Dios perdona todo y Dios perdona siempre.
Que María, que es Madre de misericordia, nos ponga
en el corazón la certeza de que somos amados por Dios; nos sea cercana en los
momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro
itinerario cuaresmal sea experiencia de perdón, acogida y caridad.
Papa Francisco. Ángelus. 14 de
marzo de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este cuarto domingo de Cuaresma la liturgia
eucarística comienza con esta invitación: «Alégrate, Jerusalén...». (cf. Is
66,10). ¿Cuál es el motivo de esta alegría? En plena Cuaresma, ¿cuál es el
motivo de esta alegría? Nos lo dice el evangelio de hoy: «Tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino
que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Este mensaje gozoso es el núcleo de la fe
cristiana: el amor de Dios llega a la cumbre en el don del Hijo a una humanidad
débil y pecadora. Nos ha entregado a su Hijo, a nosotros, a todos nosotros.
Es lo que se desprende del diálogo nocturno entre
Jesús y Nicodemo, una parte del cual está descrita en la misma página
evangélica (cf. Jn 3,14-21). Nicodemo, como todo miembro del pueblo de
Israel, esperaba al Mesías, y lo identificaba con un hombre fuerte que juzgaría
al mundo con poder. Jesús pone en crisis esta expectativa presentándose
bajo tres aspectos: el del Hijo del hombre exaltado en la cruz; el del Hijo
de Dios enviado al mundo para la salvación; y el de la luz que distingue a los
que siguen la verdad de los que siguen la mentira. Veamos estos tres aspectos:
Hijo del hombre, Hijo de Dios y luz.
Jesús se presenta en primer lugar como el Hijo
del Hombre (vv. 14-15). El texto alude al relato de la serpiente de bronce
(cf. Nm 21,4-9), que, por voluntad de Dios, fue levantada por Moisés en el
desierto cuando el pueblo fue atacado por serpientes venenosas; el que había
sido mordido y miraba la serpiente de bronce se curaba. Del mismo modo, Jesús
fue levantado en la cruz y los que creen en Él son curados del pecado y viven.
El segundo aspecto es el del Hijo de Dios
(vv. 16-18). Dios Padre ama a los hombres hasta el punto de “dar” a su Hijo:
lo dio en la Encarnación y lo dio al entregarlo a la muerte. La finalidad
del don de Dios es la vida eterna de los hombres: en efecto, Dios envía a
su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por medio
de Jesús. La misión de Jesús es misión de salvación, de salvación para
todos.
El tercer nombre que Jesús se atribuye es “luz”
(vv. 19-21). El Evangelio dice: «Vino la luz al mundo, y los hombres amaron más
las tinieblas que la luz» (v. 19). La venida de Jesús al mundo determina una
elección: quien elige las tinieblas va al encuentro de un juicio de
condenación, quien elige la luz tendrá un juicio de salvación. El juicio es
siempre la consecuencia de la libre elección de cada uno: quien practica el mal
busca las tinieblas, el mal siempre se esconde, se cubre. Quien hace la verdad,
es decir, practica el bien, llega a la luz, ilumina los caminos de la vida.
Quien camina en la luz, quien se acerca a la luz, no puede por menos que hacer
buenas obras. La luz nos lleva a hacer buenas obras. Es lo que estamos
llamados a hacer con mayor empeño durante la Cuaresma: acoger la luz en
nuestra conciencia, para abrir nuestros corazones al amor infinito de Dios, a
su misericordia llena de ternura y bondad. No olvidéis que Dios perdona
siempre, siempre, si nosotros con humildad pedimos el perdón. Basta con pedir
perdón y Él perdona. Así encontraremos el gozo verdadero y podremos alegrarnos
del perdón de Dios que regenera y da vida.
Que María Santísima nos ayude a no tener miedo de
dejarnos “poner en crisis” por Jesús. Es una crisis saludable, para nuestra
curación; para que nuestra alegría sea plena.
Benedicto XVI. Ángelus. 18 de
marzo de 2012.
Queridos hermanos y hermanas:
En nuestro itinerario hacia la Pascua, hemos
llegado al cuarto domingo de Cuaresma. Es un camino con Jesús a través del
«desierto», es decir, un tiempo para escuchar más la voz de Dios y también para
desenmascarar las tentaciones que hablan dentro de nosotros. En el horizonte
de este desierto se vislumbra la cruz. Jesús sabe que la cruz es el
culmen de su misión: en efecto, la cruz de Cristo es la cumbre del amor,
que nos da la salvación. Lo dice él mismo en el Evangelio de hoy: «Lo mismo
que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo
del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna» (Jn 3, 14-15).
Se hace referencia al episodio en el que, durante el éxodo de Egipto, los
judíos fueron atacados por serpientes venenosas y muchos murieron; entonces
Dios ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un
estandarte: si alguien era mordido por las serpientes, al mirar a la serpiente
de bronce, quedaba curado (cf. Nm 21, 4-9). También Jesús será levantado
sobre la cruz, para que todo el que se encuentre en peligro de muerte a causa
del pecado, dirigiéndose con fe a él, que murió por nosotros, sea salvado.
«Porque Dios —escribe san Juan— no envió a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17).
San Agustín comenta: «El médico, en lo que depende
de él, viene a curar al enfermo. Si uno no sigue las prescripciones del médico,
se perjudica a sí mismo. El Salvador vino al mundo... Si tú no quieres que te
salve, te juzgarás a ti mismo» (Sobre el Evangelio de Juan, 12, 12: PL 35,
1190). Así pues, si es infinito el amor misericordioso de Dios, que
llegó al punto de dar a su Hijo único como rescate de nuestra vida, también
es grande nuestra responsabilidad: cada uno, por tanto, para poder ser
curado, debe reconocer que está enfermo; cada uno debe confesar su
propio pecado, para que el perdón de Dios, ya dado en la cruz, pueda tener
efecto en su corazón y en su vida. Escribe también san Agustín: «Dios
condena tus pecados; y si también tú los condenas, te unes a Dios... Cuando
comienzas a detestar lo que has hecho, entonces comienzan tus buenas obras,
porque condenas tus malas obras. Las buenas obras comienzan con el
reconocimiento de las malas obras» (ib., 13: PL 35, 1191). A veces el hombre
ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Sin
embargo, la verdadera paz y la verdadera alegría sólo se encuentran
abriéndose a la luz y confesando con sinceridad las propias culpas a Dios.
Es importante, por tanto, acercarse con frecuencia al sacramento de la
Penitencia, especialmente en Cuaresma, para recibir el perdón del Señor e
intensificar nuestro camino de conversión.
Queridos amigos, mañana celebraremos la fiesta de
san José. Agradezco de corazón a todos aquellos que me recordarán en la
oración, en el día de mi onomástico. En especial, os pido que oréis por el
viaje apostólico a México y a Cuba, que realizaré a partir del viernes próximo.
Encomendémoslo a la intercesión de la santísima Virgen María, tan amada y
venerada en estos dos países que me dispongo a visitar.
DOMINGO 25 T.O.
Monición de
entrada.-
Venimos a misa porque queremos caminar
con Jesús.
Por esto tenemos que estar atentos a lo
que Él nos enseña.
Señor ten
piedad.-
Salvador nuestro. Señor, ten piedad.
Redentor nuestro. Cristo ten piedad.
Mediador nuestro. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el Papa León. Te lo pedimos, Señor.
Por la Iglesia, para que sea como
Jesús. Te lo pedimos, Señor.
Por los que mandan, para que consigan
la paz. Te lo pedimos, Señor.
Por los que tienen el dinero, para que
ayuden a los pobres. Te lo pedimos, Señor.
Por nosotros, para que no busquemos
tener sino dar. Te lo pedimos, Señor.
Acción de
gracias.-
[1] Dio su vida por sus
ovejas; lo entregó por todos nosotros. Traducción editor.
[2] No envió Dios a su Hijo
al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Ib.
[3] Hollar: 3. Abatir,
humillar, despreciar. www.rae.es
[4] Arreo: 1. Atavío,
adorno. Ib.
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