Lectura de la profecía de Habacuc 1, 2-3;
2, 2-4.
¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, te gritaré:
¡Violencia!, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar
opresiones? ¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia, y surgen disputas y
se alzan contiendas? Me respondió el Señor: Escribe la visión y grábala en
tablillas, que se lea de corrido; pues la visión tiene un plazo, pero llegará a
su término sin defraudar. Si se retrasa, espera en ella, pues llegará y no
tardará. Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá.
Textos
paralelos.
Clamaré a ti: ¡Violencia!
Jb 19, 7: Grito violencia y nadie me responde: pido socorro y no
me defienden.
Sin que tú salves.
Jr 14, 9: ¿Por qué te portas como un hombre aturdido, como solado
incapaz de vencer?
Sal 18, 42: Pedían auxilio, nadie los salvaba; gritaban al Señor,
no les respondía.
Soy testigo de rapiñas y violencia.
Am 3, 9-10: Pregonad en los palacios de Asdod, decid en los
palacios de Egipto: Reuníos junto a los montes de Samaría, contemplad el
tráfago en medio de ella, las opresiones en su recinto. No sabían obrar
rectamente – oráculo del Señor –, atesoraban violencias y crímenes en sus
palacios.
Jr 6, 7: Como brota el agua de un pazo, brota de ella la maldad,
violencias y atropellos se escuchan en ella, siempre tengo delante golpes y
herida.
Jr 9, 2-5: Tensan las lenguas como arcos, dominan el país con la
mentira y con la verdad van de mal en peor, y a mí no me conocen – oráculo del
Señor - . Guárdese cada uno de su prójimo, no os fieis del hermano, el hermano
pone zancadilla y el prójimo anda difamando; se estafan unos a otros y no dicen
la verdad, entrenan sus lenguas en la mentira, están depravados y son incapaces
de convertirse: fraude sobre fraude, engaño sobre engaño, y rechazan el
conocimiento – oráculo del Señor -.
Sal 55, 10-12:
Escribe en un libro.
Is 8, 1: El Señor me dijo: Toma una tabla grande, y escribe con
caracteres ordinarios: Pronto-al-saqueo, Presto-al-botín.
Ponla clara en tablillas.
Jr 30, 2: Así dice el Señor: Escribe en un libro todas las
palabras que te he dicho.
Para que pueda leerse de corrido.
Ap 1, 19: Escribe lo que viste: lo de ahora y lo que sucederá
después.
Si se atrasa, espérala.
2 P 3, 4-10: Que dirán: ¿qué ha sido de su venida prometida? Desde
que murieron nuestros padres, todo sigue igual que desde el principio del
mundo. Se les oculta, porque quieren, que desde antiguo existía un cielo y una
tierra emergiendo del agua y consistente en medio del agua por la palabra de
Dios. Y así el mundo de entonces pereció anegado. El cielo y la tierra actuales
por la misma palabra están conservados para él fuego, reservados para el día
del juicio y condena de los hombres perversos. Que esto solo, queridos no se os
oculte: que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El
señor no se retrasa en cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que tiene
paciencia con vosotros, pues no quiere que se pierda nadie, sino que todos se
arrepientan. Llegará como un ladrón el día del Señor. Entonces el cielo
desaparecerá con estruendo, los elementos se desharán en llamas, la tierra con
sus obras quedará patente.
Vendrá ciertamente, sin retraso.
Nm 23, 19: Dios no miente como hombre ni se arrepiente a lo
humano. ¿Puede decir y no hacer, puede prometer y no cumplir?
Pero el hombre leal.
Rm 1, 17: A todos los que amó y llamó a ser consagrados, que se
encuentren en Roma: Paz y gracia a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y de
Jesús Mesías y Señor.
Ga 3, 11: Y que nadie es justo ante Dios por cumplir la ley se
prueba porque el justo por creer vivirá.
Hb 10, 38: Nosotros no pereceremos por echarnos atrás, sino que
salvaremos la vida por la fe.
Notas
exegéticas.
1 2 En nombre de su pueblo el
profeta se queja a Yahvé de las desgracias públicas. Este texto, afín a los
lamentos del Salterio y de Jeremías, podría referirse, considerando
aisladamente, a los desórdenes interiores de una sociedad, pero en el contexto
de los vv. 12-17 apunta sin género de duda a la opresión caldea: ¿Por qué la
justicia y la bondad de Yahvé (y su santidad) toleran el triunfo del impío?
Pues quien domina es un pagano, y Judá, aun pecador, es un justo conocedor del
verdadero Dios. A Yahvé corresponde dar la respuesta.
1 3 Así con arameo y siriaco,
Hebreos dice “y tú contemplas”.
2 3 (a) De ahí la orden de escribir.
La revelación se cumplirá en fecha fijada y el documento escrito emplaza para
ese tiempo la palabra de Yahvé, cuya veracidad demostrará más tarde.
2 3 (b) La visión está provista de
una energía propia: expresa una palabra de Dios que tiende a su realización. La
liturgia de Adviento utiliza este versículo, según la traducción griega
divergente, para expresar la expectación del Mesías.
2 4 (a) “orgulloso”, según hebreo
(raíz ’pl). Las versiones difieren: Vulgata: “incrédulo”; griego: “Sí
falla” (raiz ’lp) – espera anhelante, lit. “tiene el cuello estirado”
(en actitud de plegaria o de anhelo). El sustantivo nepes no significa
aquí “alma” sino, como en numerosas ocasiones, “cuello”, “garganta”.
2 4 (b) Esta sentencia, junto a la
previa, se refiere al contenido de la visión. El hombre leal a esta (en
contraposición al orgulloso) tiene garantizadas aquí abajo la seguridad y la
vida. En el texto de los LXX la fidelidad (‘emuna) se convierte en “fe”
(pístis) y en él se basará san Pablo para construir su doctrina de la
justificación por la fe. Pero la lectura paulina en nada refleja el contenido
de este texto de Habacuc.
Salmo
responsorial
Sal 95 (94), 1-2.6-9 (R:/ 7-8)
Ojalá
escuchéis hoy la voz del Señor:
“No
endurezcáis vuestro corazón”. R/.
Venid,
aclamemos al Señor,
demos
vítores a la Roca que nos salva;
entremos
a su presencia dándole gracias,
aclamándolo
con cantos. R/.
Entrad,
postrémonos por tierra,
bendiciendo
al Señor, creador nuestro.
Porque
él es nuestro Dios,
y
nosotros su pueblo,
el
rebaño que él guía. R/.
Ojalá
escuchéis hoy su voz:
“No
endurezcáis el corazón como en Meribá,
como
el día de Masá en el desierto;
cuando
vuestros padres me pusieron a prueba
y
me tentaron, aunque habían visto mis obras. R/.
Textos
paralelos.
Aclamemos a la Roca
que nos salva.
Dt 32, 15: Comió
Jacob hasta saciarse, engordó mi cariño, y tiró coces – estabas gordo y cebado
y opulento – y rechazó a Dios, su creador, deshonró a su Roca Salvadora.
Porque él es nuestro
Dios.
Sal 100, 3: Sabed
que el Señor es Dios, él nos hizo y somos suyos, pueblo suyo y ovejas de su
aprisco.
Nosotros somos su
pueblo.
Ez 34, 1:
Sal 23, 1-4: El
Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar, me
conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por senderos
oportunos como pide su título. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo: Tú
vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan.
Sal 80, 2: Pastor de
Israel, escucha: tú que guías a José como a un rebaño; en tu trono de
querubines resplandece.
No seáis tercos como
en Meribá.
Ex 19, 5: Por tanto,
si queréis obedecerme y guardar mi alianza, entre todos los pueblos seréis mi
propiedad, porque es mía toda la tierra.
Hb 3, 7-11: En
consecuencia, como dice el Espíritu Santo: Si hoy escucháis su voz, no
endurezcáis el corazón como cuando lo irritaron, el día de la prueba, en el
desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque
habían visto mis acciones durante cuarenta años. Por eso me indigné contra
aquella generación y dije: Su mente siempre se extravía y no reconocen mis
caminos. Por eso, airado, juré: No entrarán en mi descanso.
Sal 81, 9: Escucha,
pueblo mío, que te amonesto, Israel, ojalá me escuches.
Ex 17, 7: Moisés lo
hizo ante las autoridades israelitas y llamó al lugar Masá y Meribá, porque los
israelitas se habían careado y habían tentado al Señor, preguntando: ¿Está o no
está con nosotros el Señor?
Nm 20, 13: Esta es
Meribá, donde los israelitas se carearon con el Señor, y él les mostró su
santidad.
Dt 6, 16: No
tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis en
Masá.
Dt 33, 8: Para tus
leales los tumim y urim. Los pusiste a prueba en Masá, los desafiaste en
Meribá.
Nm 14, 22-23:
Ninguno de los hombres que vieron mi gloria y los signos que hice en Egipto y
en el desierto, y me han puesto a prueba, ya van diez veces, y no me han
obedecido, verá la tierra que prometí a sus padres, ninguno de los que me han
despreciado la verá.
Sal 78, 8: Para que
no imitaran a sus antepasados: generación rebelde y contumaz, generación de
corazón inconstante, de espíritu desconfiado de Dios.
Sal 78, 37: Su
corazón no era constante con él ni eran fieles a su alianza.
Dt 32, 18-20:
¡Despreciaste a la Roca que te engendró, y olvidaste al Dios que te dio a luz!
Lo vio el Señor e irritado rechazó a sus hijos e hijas, pensando: Les esconderé
mi rostro, y veré en qué acaban, porque son una generación depravada, unos
hijos desleales.
Jb 21, 14: Ellos que
decían a Dios: Apártate de nosotros, que no nos interesan tus caminos.
Sal 132, 8:
¡Levántate, Señor, ven a tu descanso, ven con el arca de tu poder!
Sal 132, 14: Este es
mi descanso para siempre, aquí habitaré, porque la quiero.
Nm 14, 30: No
entraréis en la tierra donde juré que os establecería. Solo exceptúo a Josué,
hijo de Nun, y a Caleb, hijo de Jefoné.
Nm 14, 34: Contando
los días que explorasteis la tierra, cuarenta días, cargaréis con vuestra culpa
un año por cada día, cuarenta años.
Dt 12, 9: Porque no
habéis alcanzado todavía vuestro reposo, la heredad que va a darte el Señor, tu
Dios.
Notas
exegéticas.
95 Himno procesional recitado quizá
en la fiesta de las tiendas.
95 1 Alusión repetida en el v. 8 a
la roca de donde brotó el agua en el desierto. Ex 17, 1s., o a la roca sobre la
que se hallaba edificado el templo.
95 8 Meribá significa “disputa” y
Masá “tentación”.
Segunda
lectura.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1,6-8.13-14.
Querido hermano:
Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la
imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sin
de fortaleza, de amor y de templanza. Así pues, no te avergüences del
testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en
los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios. Ten por modelo las
palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento
en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo
que habita en nosotros.
Textos
paralelos.
Reavives el carisma de Dios.
1 Tm 4, 14: No descuides tu carisma persona, que te fue concedido
por indicación profética al imponerte las manos los ancianos.
Rm 8, 15: Y no habéis recibido un espíritu de esclavo, para recaer
en el temor, sino un espíritu de hijos que nos permite clamar Abba, Padre.
Piensa que el Señor no nos dio un espíritu de timidez.
1 Jn 4, 18: En el amor no cabe el temor, antes bien, el amor
desaloja el temor. Pues el temor se refiere al castigo, y quien teme no ha
alcanzado un amor perfecto.
No te avergüences ni del testimonio que has de dar, ni de mí.
Lc 9, 26: Si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, este
hombre se avergonzará de él cuando vuelva con su gloria, la de su Padre y de
sus santos ángeles.
Rm 1, 16: Yo no me avergüenzo de la buena noticia, que es una
fuerza divina de salvación para todo el que cree – primero el judío, después el
griego.
Rm 5, 3: No solo eso, sino que además nos gloriamos de nuestras
tribulaciones; pues sabemos que sufriendo ganamos aguante.
Ef 3, 13: Así pues os pido que no os desaniméis ante lo que sufro
por vosotros, pues redunda en gloria vuestra.
Ten por norma las palabras sanas que oíste de mí.
1 Tm 1, 10: Fornicarios e invertidos, secuestradores, estafadores,
perjuros y cuanto se opone a una sana enseñanza.
Conserva el buen depósito.
1 Tm 6, 20: Querido Timoteo, conserva el depósito, evita la
charlatanería profana y las objeciones de una mal llamada ciencia.
Rm 5, 5: Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios se
infunde en nuestro corazón con el don del Espíritu Santo.
Notas
exegéticas.
1 6 El “carisma” le fue dado y
Timoteo debe reavivarlo gracias a la ayuda del Espíritu.
1 8 Pablo está prisionero (en Roma,
según 1, 17) por causa de Cristo.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según Lucas 17, 5-10.
En aquel tiempo, los
apóstoles le dijeron al Señor:
-Auméntanos la fe.
El Señor dijo:
-Si tuvierais fe
como un grano de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate
en el mar”, y os obedecería. ¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o
pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la
mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras
como y bebo, y después comerás y beberás tú? ¿Acaso tenéis que estar
agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando
hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles,
hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Textos
paralelos.
Si tuvierais una fe
como un grano de mostaza.
Mt 17, 19-20:
Entonces los discípulos se acercaron a Jesús, en privado, y le preguntaron:
“¿por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. Les respondió: “Por vuestra poca
fe”. Porque yo os aseguro que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a
este monte: ‘Desplázate de aquí allá’ y se desplazará. Y nada os será
imposible.
Mt 21, 21-22: Jesús
les respondió: “Os aseguro que si tenéis fe y no vaciláis, no solo haréis lo de
la higuera [secarla por no dar fruto], sino que incluso si decís a este monte
‘Quítate y arrójate al mar’, así sucederá. Y todo cuanto pidáis con fe en la
oración, lo recibiréis.
Arráncate y plántate
en el mar.
Mc 11, 23: Yo os
aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’, sin vacilar
en su interior y creyendo que va a suceder lo que dice, lo obtendrá.
No somos más que
unos pobres siervos.
Jb 22, 3: ¿Le
importa a Shaddai que tengas razón?, ¿en qué le aprovecha tu honrada conducta?
Jb 35, 7: Si eres
justo, ¿qué le das?, ¿qué recibe de tu mano?
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
17 5
Este
conjunto sigue un razonamiento a fortiori. Sí, con la poca fe que tenéis,
podéis conseguir lo impensable, con cuánta mayor razón podréis cumplir vuestra
tarea de simples servidores, encontrando en ello toda vuestra satisfacción sin
exigir garantías especiales del Señor.
17 6
(a) Este
es el sentido habitual del término sykáminos [sicomoro] en los LXX.
Según el griego profano de la época podría traducirse por “morera”, pero el
contraste con el grano de mostaza (la semilla más pequeña según Mt 13, 32 y Mc
4, 31) sería menor.
17 6
(b) Lc
piensa no en la fe ideal que deberían tener (como en Mt y Mc), sino en la que
realmente tienen los apóstoles.
17 8
Comparar
con esta regla humana la parábola evangélica, 12, 37; 22, 27; Jn 13, 1-16.
17 9
La
pregunta de Jesús permanece abierta creando una ambigüedad que hace adivinar
mucho más que un derecho al reconocimiento del Señor: su benevolencia ¿no se
obtendría hasta no haber terminado la tarea? ¿o la acompaña desde el comienzo?
17
10 [pobres
siervos] Mejor que “siervos inútiles”: el adjetivo califica la situación de los
siervos y no sus disposiciones morales; ver 2 S 6, 22 LXX.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
5-6 ¡DANOS MÁS FE!: la
petición de los apóstoles que posiblemente pensaban de forma interesada en “la
fe que hace milagros”, es, lit.: añádenos fe. El ejercicio de la fe
asegura el crecimiento de la fe explícita, que no se tiene ni se pierde toda de
una vez. En rigor, no “se tiene fe”, sino que “se es creyente” o no se es, y se
progresa o se retrocede en esta adhesión a Cristo. // La respuesta de Jesús en
el v. 6 es mezcla de proposición condicional real (si de hecho; si, tal como
pensáis, TENÉIS FE) y de apódosis irreal (“diríais”, “podríais decir”,
“habríais dicho”).
7-10
En
el judaísmo estaba extendida la idea de que el cumplimiento mecánico de la Ley
confiere derechos ante Dios, lo que supone prácticamente poder redimirse a sí
mismo. Como imágenes de costumbres sociales contemporáneas, dice Jesús lo que
más tarde proclamó repetidamente san Pablo, fariseo convertido: “El hombre es
incapaz de salvarse por su propio esfuerzo”. Nuestra vida cristiana no se apoya
en nuestros propios méritos; toda “recompensa” de parte del Señor es “gracia”
(don gratuito) suya. // PASA... SIÉNTATE: Vale lo mismo para : CÍÑETE Y VETE
SIRVIÉNDOME. // ¿Y QUEDARÁ AGRADECIDO AL
ESCLAVO...?: lit. acaso tiene gracia (en el sentido subjetivo de
“agradecimiento”) para el esclavo... // LO QUE SE OS HA ORDENADO: en
griego está en voz pasiva “teológica”: “”todo lo que Dios os ha
ordenado”. // QUE NO SIRVEN PARA NADA: el vocablo griego equivale a
“socialmente insignificantes”, personas a las que no se debe nada por su
trabajo.
Notas
exegéticas de la Biblia Didajé.
17,
5 Aumentar nuestra fe: la fe es un don gratuito de Dios. Debemos
alimentarla meditando la Palabra de Dios, con el fin de ponerla en práctica y
mediante la recepción del sacramento. Nuestra fe crece cuando nuestras
oraciones y acciones están impulsadas por la caridad, y nuestra fe está viva
cuando se inspira en el amor a Dios y al prójimo. Cat. 162.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
162 La fe es un don
gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san
Pablo advierte de ello a Timoteo: “Combate el buen combate, conservando la fe y
la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe” (1
Tm 1, 18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos
alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente;
debe “actuar por la caridad” (Ga 5, 6), ser sostenida por la esperanza (Rm
15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.
Concilio Vaticano II
Considerando que los sufrimientos de eta vida no se pueden comparar con
la gloria futura que se manifestará en nosotros, fuertes en la fe aguardamos la
feliz esperanza y la venida gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador
Jesucristo. Él transformará nuestro humilde cuerpo en un cuerpo glorioso
parecido al suyo y vendrá a que lo glorifiquen todos sus santos y lo admiren
todos sus creyentes.
Constitución Dogmática Lumen gentium, 48.
Los Santos Padres.
Ciertamente se la otorgó tras el cumplimiento de su plan salvífico
mediante la venida del Espíritu Santo. Y es que antes de la resurrección era
tan débil su fe que se les podría acusar de falta de fe.
S. Cirilo de Alejandría, Comentario al Ev. de Lucas, 17, 5. III,
pg. 364.
Vive en la convicción de que eres un siervo al que se han encomendado
muchos trabajos. No te creas más de lo que eres porque eres llamado hijo de
Dios – debes reconocer, sí, la gracia, pero no puedes echar en olvido tu
naturaleza – ni te envanezcas de haber servido con fidelidad, ya que ese era tu
deber. El sol realiza su labor, obedece la luna, los ángeles también sirven…
Por tanto, tampoco nosotros pretendamos alabarnos a nosotros mismos, ni nos
anticipemos al juicio de Dios, ni nos adelantemos a la sentencia del juez,
antes bien, esperemos su día y su juicio.
S. Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 8, 31-32. III, pg.
365.
Si después de hacer el bien, el orgullo hincha el corazón, ahí termina
todo sacrificio, tiene lugar el empobrecimiento y no se gana nada.
S. Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Génesis, 31. III, pg. 365.
San Agustín
No se engría nunca la soberbia humana. Cuando Dios premia, recompensa sus
propios dones.
En cierto sentido tenían una cierta fe quienes decían: Señor, aumenta
nuestra fe (Lc 17, 5). Y ese mismo, preguntado si creía, respondió: Creo,
Señor, pero aumenta mi incredulidad (Mc 9, 23): al mismo tiempo que reconoce su
incredulidad admite cierta fe.
Comentario al salmo 118, 7, 3.
San Juan de Ávila
Esta fe debemos pedir con mucha instancia al Señor, si no la tenemos
con la certidumbre ya dicha; o, si la tenemos, pedir la conserve y acreciente,
como la pedían los apóstoles diciendo: Acreciéntanos, Señor la fe (Lc 17, 5).
Audi filia (I). I, pgs. 436-437.
De las cales palabras debéis sacar cuán provechoso sentimiento es para
el cristiano tenerse por esclavo de Dios, pues el Señor nos mandó que así nos
llamemos; y esto no con el corazón con que suele servir el esclavo, que es
temor y no amor, porque de este dice San Pablo: No recebiste el espíritu de servidumbre otra vez en
temor, mas recebistes el espíritu de adopción de hijos de Dios, en el cual
clamamos, diciendo
a Dios: Padre,
Padre (Rm 8,
15). Porque, como San Agustín dice, “la diferencia, en breve, de la Ley vieja
al Evangelio, es la que hay de temor a amor” (Enarr. in Ps. 77, 1).
Y así cumple lo que dice San Pablo: que, olvidando las cosas pasadas, se esfuerza en
servir de nuevo en lo por venir (cf. Flp 3, 13). Y también entiende que, de lo que hace, por mucho que
sea, ni le viene provecho a Dios, ni es obligado a le agradecer a él lo que
hace, mirando a las obras como a nacidas de solas nuestras fuerzas y natural,
pues no le puede pagar aun lo que debe. Y por esto dice el santo Evangelio: Cuando hubiéredes hecho
todas las cosas que os fueron mandadas, decid: Siervos somos sin provecho, lo
que debíamos hacer hecimos (Lc 17, 10). Sin provecho dicho, para Dios; que para sí ganan la vida
eterna.
Audi, filia (II). OC I, pgs. 738-739.
Adauge nobis fidem (Lc 17, 5). Y para que entendamos cuán débiles somos y cuán flacos
nosotros de nuestra cosecha para tan alto don, y confesemos con el Apóstol: No
todos aceptan la fe. Pero el Señor es fiel. Él os fortalecerá y os librará del
maligno” (2 Ts 3, 2-3; trad. editor).
Lecciones sobre la Epístola a los Gálatas. OC II, pg. 61.
Y no os digo esto para que viváis en tibieza, hartándoos con el poco
amor que tenéis; mas para que se os quiten los desabrimientos y desmayo que por
no alcanzar luego todo el amor que deseáis, podríades tener. Pedid mucho amor,
porfiad por él, y la perfección de él os ponga cuidado de trabajar; y ese poco
que el Señor os ha dado, tomad en prenda de que Él os dará más. Decid con los
apóstoles: Acreciéntame, Señor, la fe (cf. Lc 17, 5). Pedid mucho amor, como la
Magdalena, para que vuestra esperanza sea muy firme de gozar en el cielo del
Señor que acá deseáis. Él sea vuestro favor, lumbre y amor agora y siempre.
A una devota suya. OC IV, pg. 434.
Y si habiendo hecho todo lo que nos es mandado, habemos de decir que no
habemos hecho cosa que agradecer se nos deba, ¿qué será de nosotros, que ni con
mucha parte hacemos lo que nos es mandado?
A una religiosa. OC IV, pg. 361.
San Oscar Romero.
Hermanos, guarden este tesoro. No es mi pobre palabra la que
siembra esperanza y fe. Es que yo no soy más que el humilde resonar de Dios en
este pueblo, diciendo a los que han sido escogidos por azotes de Dios y usan la
violencia en formas tan diversas, que tengan cuidado, que cuando Dios ya no los
ocupe, los va a tirar al fuego, que se conviertan mejor a tiempo; y a los que
sufren los azotes y no comprenden el por qué de las injusticias y de los
desórdenes, tengan fe, entréguense, voluntad y cerebro, corazón, todo entero;
que Dios tiene su hora, que nuestros desaparecidos no están desaparecidos a los
ojos de Dios y los que los han hecho desaparecer, también, están muy presentes
ante la justicia de Dios. Pidamos para unos y para otros y para el mundo que sufre
las incertidumbres, la seguridad de la fe. Guarda este tesoro que ahora vamos a
proclamar en nuestro credo.
Homilía, 2 de octubre de 1977.
León XIV. Audiencia general. 24 de
septiembre de 2025. Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La
Pascua de Jesús. 8. El descenso. «Y en el Espíritu fue a hacer su
anuncio también a los espíritus que estaban prisioneros» (1 P 3,19)
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
también
hoy nos detenemos en el misterio del Sábado Santo. Es el día del Misterio
pascual en el que todo parece inmóvil y silencioso, mientras que en realidad se
cumple una invisible acción de salvación: Cristo desciende al reino de los
infiernos para llevar el anuncio de la Resurrección a todos aquellos que
estaban en las tinieblas y en la sombra de la muerte.
Este
evento, que la liturgia y la tradición nos han entregado, representa el
gesto más profundo y radical del amor de Dios por la humanidad. De hecho,
no basta decir ni creer que Jesús ha muerto por nosotros: es necesario
reconocer que la fidelidad de su amor ha querido buscarnos allí donde
nosotros mismos nos habíamos perdido, allí donde se puede empujar solo la
fuerza de una luz capaz de atravesar el dominio de las tinieblas.
Los
infiernos, en la concepción
bíblica, no son tanto un lugar, sino una condición existencial: esa
condición en la que la vida está debilitada y reinan el dolor, la soledad, la
culpa y la separación de Dios y de los demás. Cristo nos alcanza también en
este abismo, atravesando las puertas de este reino de tinieblas. Entra,
por así decir, en la misma casa de la muerte, para vaciarla, para liberar a
los habitantes, tomándoles de la mano uno por uno. Es la humildad de un
Dios que no se detiene delante de nuestro pecado, que no se asusta frente
al rechazo extremo del ser humano.
El
apóstol Pedro, en el breve pasaje de su primera Carta que hemos escuchado, nos
dice que Jesús, vivificado en el Espíritu Santo, fue a llevar el anuncio de
salvación también «a los espíritus encarcelados» (1 Pe 3,19).
Es una de las imágenes más conmovedoras, que no se encuentra desarrollada en
los Evangelios canónicos, sino en un texto apócrifo llamado Evangelio de
Nicodemo. Según esta tradición, el Hijo de Dios se adentró en las
tinieblas más espesas para alcanzar también al último de sus hermanos y hermanas,
para llevar también allí abajo su luz. En este gesto está toda la fuerza y la
ternura del anuncio pascual: la muerte nunca es la última palabra.
Queridos,
este descenso de Cristo no tiene que ver solo con el pasado, sino que toca
la vida de cada uno de nosotros. Los infiernos no son solo la condición de
quien está muerto, sino también de quien vive la muerte a causa del mal y del
pecado. Es también el infierno cotidiano de la soledad, de la vergüenza,
del abandono, del cansancio de vivir. Cristo entra en todas estas
realidades oscuras para testimoniarnos el amor del Padre. No para juzgar,
sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar. Lo hace sin clamor,
de puntillas, como quien entra en una habitación de hospital para ofrecer
consuelo y ayuda.
Los
Padres de la Iglesia, en páginas de extraordinaria belleza, han descrito este
momento como un encuentro: entre Cristo y Adán. Un encuentro que es símbolo de
todos los encuentros posibles entre Dios y el hombre. El señor desciende
allí donde el hombre se ha escondido por miedo, y lo llama por nombre, lo toma
de la mano, lo levanta, lo lleva de nuevo a la luz. Lo hace con plena
autoridad, pero también con infinita dulzura, como un padre con el
hijo que teme que ya no es amado.
En los
iconos orientales de la Resurrección, Cristo es representado mientras
derriba las puertas de los infiernos y, extendiendo sus brazos, agarra las
muñecas de Adán y Eva. No se salva solo a sí mismo, no vuelve a la vida
solo, sino que lleva consigo a toda a la humanidad. Esta es la verdadera
gloria del Resucitado: es poder de amor, es solidaridad de un Dios que no
quiere salvarse sin nosotros, sino solo con nosotros. Un Dios que no
resucita si no es abrazando nuestras miserias y nos levanta de nuevo para
una vida nueva.
El
Sábado Santo es, por tanto, el día en el que el cielo visita la tierra más en
profundidad. Es el tiempo en el que cada rincón de la historia humana es tocado
por la luz de la Pascua. Y si Cristo ha podido descender hasta allí, nada
puede ser excluido de su redención. Ni siquiera nuestras noches, ni siquiera
nuestros pecados más antiguos, ni siquiera nuestros vínculos rotos. No hay
pasado tan arruinado, no hay historia tan comprometida que no pueda ser tocada
por su misericordia.
Queridos
hermanos y hermanas, descender, para Dios, no es una derrota, sino el
cumplimiento de su amor. No es un fracaso, sino el camino a través del cual
Él muestra que ningún lugar está demasiado lejos, ningún corazón demasiado
cerrado, ninguna tumba demasiado sellada para su amor. Esto nos consuela,
esto nos sostiene. Y si a veces nos parece tocar el fondo, recordemos: ese es
el lugar desde el cual Dios es capaz de comenzar una nueva creación. Una
creación hecha de personas que se han vuelto a levantar, de corazones
perdonados, de lágrimas secadas. El Sábado Santo es el abrazo silencioso
con el que Cristo presenta toda la creación al Padre para volver a colocarla en
su diseño de salvación.
León XIV. Angelus. 21 de
septiembre de 2025.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
La
palabra que escuchamos hoy en el Evangelio (Lc 16,1-13) nos hace
reflexionar sobre el uso de los bienes materiales y, más en general, sobre cómo
estamos administrando el bien más valioso de todos, que es nuestra propia vida.
En el
relato vemos que un administrador es llamado por su señor a “rendir cuentas”.
Se trata de una imagen que nos comunica algo muy importante: nosotros no
somos dueños de nuestra vida ni de los bienes que disfrutamos; todo nos ha sido
dado como don por el Señor y Él ha confiado este patrimonio a nuestro
cuidado, a nuestra libertad y responsabilidad. Un día seremos llamados a
rendir cuentas de cómo hemos administrado nuestra vida, nuestros bienes
y los recursos de la tierra, a Dios y a los hombres, a la sociedad y sobre
todo a quienes vendrán después de nosotros.
El
administrador de la parábola ha
buscado simplemente su propio beneficio y, cuando llega el día en el que debe
rendir cuentas y le quitan la administración, debe pensar qué hacer para su
futuro. En esta difícil situación, él comprende que el valor más importante
no es la acumulación de los bienes materiales, porque las riquezas de este
mundo pasan; y, entonces, se le ocurre una idea brillante: llama a sus deudores
y “recorta” sus deudas, renunciando por tanto a la parte que le hubiera tocado
a él. De esta manera, pierde la riqueza material, pero gana amigos, que estarán
dispuestos a ayudarlo y sostenerlo.
Reflexionando
sobre este relato, Jesús nos exhorta: «Gánense amigos con el dinero de la
injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las
moradas eternas» (v. 9).
El
administrador de la parábola, en
efecto, aun en la gestión de la riqueza deshonesta de este mundo, encuentra
un modo para tener amigos, saliendo de la soledad del propio egoísmo; mucho
más nosotros, que somos discípulos y vivimos en la luz del Evangelio, debemos
usar los bienes del mundo y nuestra misma vida pensando en la riqueza
verdadera, que es la amistad con el Señor y con los hermanos.
Queridos
hermanos, la parábola nos invita a preguntarnos: ¿cómo estamos administrando
los bienes materiales, los recursos de la tierra y la vida que Dios nos ha
dado? Podemos seguir el criterio del egoísmo, poniendo la riqueza en
primer lugar y pensando sólo en nosotros mismos; pero esto nos aísla de los
demás y esparce el veneno de una competición que a menudo provoca
conflictos. O bien podemos reconocer que hemos de administrar todo lo
que tenemos como don de Dios, y usarlo como instrumento para compartir, para
crear redes de amistad y solidaridad, para edificar el bien, para construir
un mundo más justo, más equitativo y más fraterno.
Pidamos
a la Virgen Santa que interceda por nosotros y nos ayude a administrar bien
todo aquello que el Señor nos confía, con justicia y responsabilidad.
Audiencia Jubilar. 6 de septiembre de 2025. Catequesis 5.
Esperar es intuir. San Ambrosio de Milán
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
El
Jubileo nos hace peregrinos de la esperanza, porque intuimos una gran necesidad
de renovación que nos concierne a nosotros y a toda la tierra.
Acabo de
decir “intuimos”: este verbo – intuir – describe un movimiento del
espíritu, una inteligencia del corazón que Jesús encontraba sobre todo
en los pequeños, es decir, en las personas de alma humilde. A
menudo, las personas muy instruidas intuyen poco, porque presumen de saber. En
cambio, es hermoso tener todavía espacio en la mente y en el corazón, para
que Dios pueda revelarse. ¡Cuánta esperanza cuando surgen nuevas
intuiciones en el pueblo de Dios!
Jesús se
alegra de esto, está lleno de gozo, porque se da cuenta de que los pequeños
intuyen. Tienen el sensus fidei, que es como un “sexto sentido”
de las personas sencillas para las cosas de Dios. Dios es sencillo y se
revela a los sencillos. Por eso existe una infalibilidad del pueblo de
Dios en el creer, de la cual la infalibilidad del Papa es expresión y servicio
(cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Lumen gentium, 12; Comisión
Teológica Internacional, El sensus fidei en la vida de la Iglesia,
30-40).
Quisiera
recordar un momento de la historia de la Iglesia que muestra cómo la
esperanza puede surgir de la capacidad del pueblo para intuir. En el siglo
IV, en Milán, la Iglesia estaba desgarrada por grandes conflictos y la elección
del nuevo obispo se estaba convirtiendo en un verdadero tumulto. Intervino la
autoridad civil, el gobernador Ambrosio, quien, con una gran capacidad de
escucha y mediación, devolvió la calma. El relato dice que entonces una voz de
niño se levantó gritando: “¡Ambrosio obispo!”. Y así todo el pueblo pidió
también: “¡Ambrosio obispo!”.
Ambrosio
ni siquiera estaba bautizado, era solo un catecúmeno, es decir, se preparaba
para el Bautismo. Sin embargo, el pueblo intuyó algo profundo en aquel hombre y
lo eligió. Así la Iglesia tuvo uno de sus obispos más grandes y un doctor de la
Iglesia.
Al
principio, Ambrosio no quiso aceptar, incluso huyó. Luego comprendió que
aquella era una llamada de Dios; entonces se dejó bautizar y ordenar obispo. ¡Y
se convirtió en cristiano siendo obispo! ¿Ven qué gran regalo hicieron los
pequeños a la Iglesia? También hoy esta es una gracia que debemos pedir:
¡convertirnos en cristianos mientras vivimos la llamada que hemos recibido! ¿Eres
madre, eres padre? Conviértete en cristiano como madre o como padre. ¿Eres
empresario, obrero, maestro, sacerdote, religiosa? Conviértete en cristiano en
tu propio camino. El pueblo tiene este “olfato”: entiende si estamos
convirtiéndonos en cristianos o no. Y puede corregirnos, puede mostrarnos la
dirección de Jesús.
San
Ambrosio, con los años, devolvió mucho a su pueblo. Por ejemplo, inventó nuevos
modos de cantar salmos e himnos, de celebrar, de predicar. Él mismo sabía
intuir, y así la esperanza se multiplicó. Agustín se convirtió gracias a su
predicación y fue bautizado por él. Intuir es una forma de esperar, ¡no
lo olvidemos!
También
así Dios hace avanzar a su Iglesia, mostrándole nuevos caminos. Intuir es el
olfato de los pequeños para el Reino que viene. ¡Que el Jubileo nos ayude a
hacernos pequeños según el Evangelio, para intuir y servir los sueños de Dios!
Traducción: ChatGPT5
Audiencia Jubilar. 4 de octubre de 2025. Catequesis. 6. Esperar es elegir. Clara de
Asís.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos a todos!
En el
texto bíblico que acabamos de leer (Lc 16,13-14), el Evangelista señala que
algunas personas, después de escuchar a Jesús, se burlaban de Él. Su discurso
sobre la pobreza les parecía absurdo. Más precisamente, se sentían tocados en
lo más profundo por su apego al dinero.
Queridos
amigos, han venido como peregrinos de esperanza, y el Jubileo es un tiempo de
esperanza concreta, en el que nuestro corazón puede encontrar perdón y
misericordia, para que todo pueda comenzar de nuevo. El Jubileo también abre a
la esperanza de una distribución diferente de las riquezas, a la posibilidad de
que la tierra sea de todos, porque en realidad no es así. En este año
debemos elegir a quién servir: si a la justicia o a la injusticia, si a Dios o
al dinero.
Esperar
es elegir. Esto significa al
menos dos cosas. La más evidente es que el mundo cambia si nosotros
cambiamos. El peregrinaje se hace por eso: es una elección. Se atraviesa
la Puerta Santa para entrar en un tiempo nuevo. El segundo significado es
más profundo y sutil: esperar es elegir porque quien no elige, se desespera.
Una de las consecuencias más comunes de la tristeza espiritual, es decir, de la
acedía, es no elegir nada. Entonces, quien la padece cae en una pereza
interior que es peor que la muerte. Esperar, en cambio, es elegir.
Hoy
quiero recordar a una mujer que, con la gracia de Dios, supo elegir. Una joven
valiente y contracorriente: Clara de Asís. Y me alegra hablar de ella
precisamente en el día de la fiesta de San Francisco. Sabemos que Francisco, al
elegir la pobreza evangélica, tuvo que romper con su familia. Pero era un
hombre: el escándalo existió, aunque fue menor. La elección de Clara resultó
aún más impresionante: ¡una joven que quería ser como Francisco, que quería
vivir, como mujer, libre como aquellos hermanos!
Clara
comprendió lo que el Evangelio pide. Pero incluso en una ciudad que se
consideraba cristiana, el Evangelio tomado en serio puede parecer una
revolución. Entonces, como hoy, ¡hay que elegir! Clara eligió, y esto nos
da una gran esperanza. Vemos, de hecho, dos consecuencias de su valentía al
seguir ese deseo: la primera es que muchas otras jóvenes de aquella región
encontraron el mismo coraje y eligieron la pobreza de Jesús, la vida de las
Bienaventuranzas; la segunda consecuencia es que esa elección no fue una
llamarada pasajera, sino que perdura en el tiempo, hasta hoy. La elección de
Clara ha inspirado vocaciones en todo el mundo, y continúa haciéndolo hasta
nuestros días.
Jesús
dice: no se pueden servir a dos señores. Así la Iglesia es joven y atrae
a los jóvenes. Clara de Asís nos recuerda que el Evangelio gusta a los
jóvenes. Y sigue siendo así: a los jóvenes les agradan las personas que
han elegido y asumen las consecuencias de sus decisiones. Y eso hace que
otros también quieran elegir. Es una santa imitación: no se trata de
convertirse en “fotocopias”, sino que cada uno, cuando elige el Evangelio, se
elige a sí mismo. Pierde su vida y la encuentra. La experiencia lo demuestra:
así sucede.
Recemos,
pues, por los jóvenes; y recemos para ser una Iglesia que no sirva al dinero
ni a sí misma, sino al Reino de Dios y a su justicia. Una Iglesia que, como
Santa Clara de Asís, tenga el valor de habitar la ciudad de un modo distinto.
¡Eso da esperanza!
Papa Francisco. Ángelus. 6 de
octubre de 2013.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ante
todo quiero dar gracias a Dios por la jornada
que viví anteayer en Asís. Pensad que era la primera vez que visitaba Asís
y ha sido un gran don realizar esta peregrinación precisamente en la fiesta de
san Francisco. Agradezco al pueblo de Asís la cálida acogida: ¡muchas gracias!
Hoy, el
pasaje del Evangelio comienza así: «Los apóstoles le dijeron al Señor:
“Auméntanos la fe”» (Lc 17, 5). Me parece que todos nosotros
podemos hacer nuestra esta invocación. También nosotros, como los Apóstoles,
digamos al Señor Jesús: «Auméntanos la fe». Sí, Señor, nuestra fe es
pequeña, nuestra fe es débil, frágil, pero te la ofrecemos así como es, para
que Tú la hagas crecer. ¿Os parece bien repetir todos juntos esto: «¡Señor,
auméntanos la fe!»? ¿Lo hacemos? Todos: Señor, auméntanos la fe. Señor, auméntanos
la fe. Señor, auméntanos la fe. ¡Que la haga crecer!
Y, ¿qué
nos responde el Señor? Responde: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza,
diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os
obedecería» (v. 6). La semilla de la mostaza es pequeñísima, pero Jesús dice
que basta tener una fe así, pequeña, pero auténtica, sincera, para
hacer cosas humanamente imposibles, impensables. ¡Y es verdad! Todos
conocemos a personas sencillas, humildes, pero con una fe muy firme, que de
verdad mueven montañas. Pensemos, por ejemplo, en algunas mamás y papás que
afrontan situaciones muy difíciles; o en algunos enfermos, incluso gravísimos,
que transmiten serenidad a quien va a visitarles. Estas personas, precisamente
por su fe, no presumen de lo que hacen, es más, como pide Jesús en el
Evangelio, dicen: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que
hacer» (Lc 17, 10). Cuánta gente entre nosotros tiene esta fe
fuerte, humilde, que hace tanto bien.
En este
mes de octubre, dedicado en especial a las misiones, pensemos en los numerosos
misioneros, hombres y mujeres, que para llevar el Evangelio han superado todo
tipo de obstáculos, han entregado verdaderamente la vida; como dice san Pablo a
Timoteo: «No te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su
prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según
la fuerza de Dios» (2 Tm 1, 8). Esto, sin embargo, nos atañe a
todos: cada uno de nosotros, en la propia vida de cada día, puede dar
testimonio de Cristo, con la fuerza de Dios, la fuerza de la fe. Con la
pequeñísima fe que tenemos, pero que es fuerte. Con esta fuerza dar testimonio
de Jesucristo, ser cristianos con la vida, con nuestro testimonio.
¿Cómo
conseguimos esta fuerza? La tomamos de Dios en la oración. La oración es el
respiro de la fe: en una relación de confianza, en una relación de amor, no
puede faltar el diálogo, y la oración es el diálogo del alma con Dios. Octubre es también el mes del Rosario, y en este
primer domingo es tradición recitar la Súplica a la Virgen de Pompeya, la
Bienaventurada Virgen María del Santo Rosario. Nos unimos espiritualmente a
este acto de confianza en nuestra Madre, y recibamos de sus manos el Rosario: el
Rosario es una escuela de oración, el Rosario es una escuela de fe.
Papa Francisco. Ángelus. 2 de octubre de 2016.
Queridos hermanos y hermanas:
En esta celebración eucarística he dado gracias a Dios con vosotros, pero
también por vosotros: aquí la fe, después de los años de persecución, ha
hecho maravillas. Quisiera recordar a tantos cristianos valientes, que han
tenido fe en el Señor y han sido fieles en la adversidad. A vosotros os digo,
como hizo san Juan Pablo II, las palabras del apóstol Pedro: «¡Honor a
vosotros, que creéis!», (1 P 2,7; Homilía,
Bakú, 23 Mayo 2002).
Nuestro pensamiento se dirige ahora a la Virgen María, venerada en este
país también por los no cristianos. Nos dirigimos a ella con las palabras con
las que el ángel Gabriel le anunció la buena noticia de la salvación, que Dios
había preparado para la humanidad.
Queridos fieles de Azerbaiyán, al resplandor de la luz que brilla en el
rostro materno de María, os dirijo un cordial saludo, alentándoos a testimoniar
con alegría la fe, la esperanza y la caridad, unidos entre vosotros y con
vuestros Pastores. Saludo y doy las gracias en particular a la familia
salesiana, que os cuida tanto y promueve diversas buenas iniciativas, y a las
Misioneras de la Caridad: Continuad con entusiasmo vuestro trabajo al servicio
de todos.
Encomendamos estos deseos a la intercesión de la Santísima Madre de Dios e
invocamos su protección sobre vuestras familias, los enfermos y los ancianos, y
sobre cuantos sufren en el cuerpo y en el espíritu.
[Ángelus]
[Bendición]
Alguno puede pensar que el Papa pierde mucho tiempo: hacer tantos
kilómetros de viaje para visitar una pequeña comunidad de 700 personas, en un
país de dos millones... Además, no es una comunidad uniforme, porque entre
vosotros se habla azerí, italiano, inglés, español... Muchas lenguas... Es una
comunidad de periferia. Pero el Papa imita en esto al Espíritu Santo: también
él ha bajado del cielo en una comunidad de periferia, cerrada en el Cenáculo. Y
a esta comunidad, que tenía miedo, se sentía pobre y tal vez perseguida o
dejada de lado, le infunde valor, fuerza, parresia para seguir adelante y
proclamar el nombre de Jesús. Y las puertas de aquella comunidad de Jerusalén,
que estaban cerradas por temor o vergüenza, se abren de par en par y sale la
fuerza del Espíritu. El Papa pierde tiempo como lo ha perdido el Espíritu Santo
en aquel tiempo.
Sólo dos cosas son necesarias: en aquella comunidad estaba la Madre —nunca
olvidar a la Madre—, y en aquella comunidad estaba la caridad, el amor fraterno
que el Espíritu Santo ha derramado sobre ellos. ¡Ánimo! ¡Adelante! ¡Go ahead!
Sin miedo, ¡adelante!
Papa Francisco. Ángelus. 6 de
octubre de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Lucas 17, 5-10) presenta el tema
de la fe, introducido con la demanda de los discípulos: «Auméntanos la fe»
(v. 5). Una hermosa oración, que deberíamos rezar tanto durante el día:
«¡Señor, auméntame la fe!». Jesús responde con dos imágenes: el grano
de mostaza y el siervo disponible. «Si tuvierais fe como
un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en
el mar”, y os habría obedecido» (v. 6). La morera es un árbol fuerte, bien
arraigado en la tierra y resistente a los vientos. Jesús, por tanto, quiere
hacer comprender que la fe, aunque sea pequeña, puede tener la fuerza para
arrancar incluso una morera; y luego trasplantarla al mar, lo cual es algo aún
más improbable: pero nada es imposible para los que tienen fe, porque no se
apoyan en sus propias fuerzas, sino en Dios, que lo puede todo.
La fe comparable al grano de mostaza es una fe que no es orgullosa ni
segura de sí misma, ¡no pretende ser un gran creyente haciendo el
ridículo en algunas ocasiones! Es una fe que en su humildad siente una gran
necesidad de Dios y, en la pequeñez, se abandona con plena confianza a Él.
Es la fe la que nos da la capacidad de mirar con esperanza los altibajos de la
vida, la que nos ayuda a aceptar incluso las derrotas y los sufrimientos,
sabiendo que el mal no tiene nunca, no tendrá nunca la última palabra.
¿Cómo podemos entender si realmente tenemos fe, es decir, si nuestra fe,
aunque minúscula, es genuina, pura y directa? Jesús nos lo explica indicando cuál es la
medida de la fe: el servicio. Y lo hace con una parábola que a
primera vista es un poco desconcertante, porque presenta la figura de un amo
dominante e indiferente. Pero ese mismo comportamiento del amo pone de relieve
el verdadero centro de la parábola, es decir, la actitud de disponibilidad del
siervo. Jesús quiere decir que así es un hombre de fe en su relación con
Dios: se rinde completamente a su voluntad, sin cálculos ni pretensiones.
Esta actitud hacia Dios se refleja también en el modo en que nos
comportamos en comunidad: se refleja en la alegría de estar al servicio
de los demás, encontrando ya en esto nuestra propia recompensa y no en los
premios y las ganancias que de ello se pueden derivar. Esto es lo que Jesús
enseña al final de esta lectura: «Cuando hayáis hecho todo lo que os fue
mandado, decid: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”»
(v. 10).
Siervos inútiles; es decir, sin reclamar agradecimientos, sin pretensiones. “Somos siervos inútiles” es una
expresión de humildad y disponibilidad que hace mucho bien a la Iglesia y
recuerda la actitud adecuada para trabajar en ella: el servicio humilde,
cuyo ejemplo nos dio Jesús, lavando los pies a los discípulos (cf. Juan 13,
3-17).
Que la Virgen María, mujer de fe, nos ayude a andar por esta senda. Nos
dirigimos a ella en la vigilia de la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, en
comunión con los fieles reunidos en Pompeya para la tradicional Súplica.
Papa Francisco. Ángelus. 25 de
septiembre de 2022.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El curso de la guerra en Ucrania se ha vuelto tan grave, devastador y
amenazador que es motivo de gran preocupación. Por eso hoy quisiera dedicarle
toda la reflexión antes del Ángelus. De hecho, esta terrible e
inconcebible herida de la humanidad, en vez de cicatrizarse, sigue sangrando
cada vez más, con el riesgo de agrandarse.
Me afligen los ríos de sangre y lágrimas derramados en los últimos meses.
Me duelen las miles de víctimas, especialmente niños, y las numerosas
destrucciones, que han dejado a muchas personas y familias sin casa y amenazan
con el frío y el hambre a vastos territorios. ¡Ciertas acciones no pueden ser
justificadas nunca, nunca! Es angustiante que el mundo esté aprendiendo la
geografía de Ucrania a través de nombres como Bucha, Irpín, Mariúpol, Izium,
Zaporiyia y otras ciudades, que se han convertido en lugares de sufrimiento y
miedo indescriptibles. ¿Y qué decir del hecho de que la humanidad se
enfrenta una vez más a la amenaza atómica? Es absurdo.
¿Qué más tiene que pasar? ¿Cuánta sangre debe correr aún para que
entendamos que la guerra nunca es una solución, sino solo destrucción? En nombre de Dios y en nombre del sentido de humanidad
que habita en cada corazón, renuevo mi llamamiento para que se llegue
inmediatamente a un alto el fuego. Que callen las armas y se busquen las
condiciones para iniciar negociaciones capaces de conducir a soluciones no
impuestas por la fuerza, sino consensuadas, justas y estables. Y serán
tales si se fundan en el respeto del sacrosanto valor de la vida humana, así
como de la soberanía e integridad territorial de cada país, como también de los
derechos de las minorías y de sus legítimas preocupaciones.
Deploro vivamente la grave situación que se ha creado en los últimos días,
con nuevas acciones contrarias a los principios del derecho internacional. De
hecho, aumenta el riesgo de una escalada nuclear, hasta el punto que hacen
temer consecuencias incontrolables y catastróficas a nivel mundial.
Mi llamamiento se dirige ante todo al Presidente de la Federación Rusa,
suplicándole que detenga, también por amor a su pueblo, esta espiral de
violencia y muerte. Por otro lado, entristecido por el inmenso sufrimiento
de la población ucraniana tras la agresión sufrida, dirijo un llamamiento
igualmente confiado al Presidente de Ucrania para que esté abierto a serias
propuestas de paz. A todos los protagonistas de la vida internacional y a
los líderes políticos de las naciones, les pido insistentemente que hagan todo
lo que esté a su alcance para poner fin a la guerra en curso, sin dejarse
arrastrar en escaladas peligrosas, y que promuevan y apoyen iniciativas de
diálogo. ¡Por favor, hagamos posible que las jóvenes generaciones respiren
el aire saludable de la paz, no el aire contaminado de la guerra, que es una
locura!
Tras de siete meses de hostilidades, se recurra a todas las herramientas
diplomáticas, incluso las que hasta ahora no se han utilizado, para poner fin a
esta terrible tragedia. ¡La guerra en sí misma es un error y un horror!
Confiamos en la misericordia de Dios, que puede cambiar los corazones, y en
la maternal intercesión de la Reina de la Paz, en el momento en que se eleva la
Súplica a Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, unidos espiritualmente a los
fieles reunidos en su Santuario y en muchas partes del mundo.
Benedicto XVI. Ángelus. 7 de
octubre de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
Este primer domingo de octubre nos ofrece dos motivos de oración y de
reflexión: la memoria de la Bienaventurada Virgen María del Rosario,
que se celebra precisamente hoy, y el compromiso misionero, al
que está dedicado este mes de modo especial. La imagen tradicional de la Virgen
del Rosario representa a María que con un brazo sostiene al Niño Jesús y con el
otro presenta el rosario a santo Domingo. Esta significativa iconografía
muestra que el rosario es un medio que nos ofrece la Virgen para contemplar
a Jesús y, meditando su vida, amarlo y seguirlo cada vez con más fidelidad.
Es la consigna que la Virgen dejó también en diversas apariciones. Pienso, de
modo particular, en la de Fátima, acontecida hace 90 años. A los tres
pastorcillos Lucía, Jacinta y Francisco, presentándose como "la Virgen del
Rosario", les recomendó con insistencia rezar el rosario todos los
días, para obtener el fin de la guerra. También nosotros queremos acoger la
petición materna de la Virgen, comprometiéndonos a rezar con fe el rosario
por la paz en las familias, en las naciones y en el mundo entero.
Sin embargo, sabemos que la verdadera paz se difunde donde los hombres y
las instituciones se abren al Evangelio. El mes de octubre nos ayuda a
recordar esta verdad fundamental mediante una especial animación que tiende a
mantener vivo el espíritu misionero en todas las comunidades y a sostener el
trabajo de todos aquellos —sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos— que
trabajan en las fronteras de la misión de la Iglesia.
Con especial esmero nos preparamos para celebrar, el próximo 21 de octubre,
la Jornada mundial de las misiones, que tendrá como tema: "Todas las
Iglesias para todo el mundo". El anuncio del Evangelio sigue siendo el
primer servicio que la Iglesia debe a la humanidad, para ofrecer la salvación
de Cristo al hombre de nuestro tiempo, humillado y oprimido de tantas maneras,
y para orientar en sentido cristiano las transformaciones culturales, sociales
y éticas que se están produciendo en el mundo.
Este año, un motivo ulterior nos impulsa a un renovado compromiso
misionero: el 50° aniversario de la encíclica Fidei
donum, del siervo de Dios Pío XII, que promovió y animó la cooperación
entre las Iglesias para la misión ad gentes. Me complace recordar
también que hace 150 años partieron hacia África, precisamente hacia el actual
Sudán, cinco sacerdotes y un laico del instituto de don Mazza, de Verona. Entre
ellos estaba san Daniel Comboni, futuro obispo de África central y patrono de
aquellas poblaciones, cuya memoria litúrgica se celebra el próximo 10 de
octubre.
A la intercesión de este pionero del Evangelio y de los demás numerosos
santos y beatos misioneros, particularmente a la protección materna de la Reina
del Santo Rosario, encomendamos a todos los misioneros y misioneras. Que María
nos ayude a recordar que todo cristiano está llamado a anunciar el Evangelio
con su palabra y con su vida.
Benedicto XVI. Ángelus. 10 de octubre
de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Llego ahora mismo de la basílica de San Pedro donde he presidido la misa
de apertura de la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de
los obispos. En esta Asamblea sinodal extraordinaria, que durará dos semanas,
se han reunido en el Vaticano los pastores de la Iglesia que vive en la región
de Oriente Medio, una realidad muy variada: en efecto, en aquellas tierras la
única Iglesia de Cristo se manifiesta en toda la riqueza de sus antiguas
tradiciones. El tema sobre el que reflexionaremos es el siguiente: «La Iglesia
católica en Oriente Medio: comunión y testimonio». En esos países, lamentablemente
marcados por profundas divisiones y desgarrados por añosos conflictos, la
Iglesia está llamada a ser signo e instrumento de unidad y de reconciliación,
siguiendo el modelo de la primera comunidad de Jerusalén, en la cual «la
multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma», como
dice san Lucas (Hch 4, 32). Es una tarea ardua, puesto que los
cristianos de Oriente Medio deben soportar a menudo condiciones de vida
difíciles, tanto a nivel personal como familiar y de comunidad. Esto, sin
embargo, no debe desalentar: precisamente en ese contexto resuena todavía más
necesario y urgente el mensaje perenne de Cristo: «Convertíos y creed en el
Evangelio» (Mc 1, 15). En mi reciente visita
a Chipre entregué el Instrumentum laboris de esta Asamblea
sinodal; ahora que ya ha comenzado, invito a todos a rezar invocando de Dios
una abundante efusión de los dones del Espíritu Santo.
El mes de octubre es el mes del rosario. Se trata, por decirlo así,
de una «entonación espiritual» debida a la memoria litúrgica de Nuestra Señora
la Virgen del Rosario, que se celebra el día 7 de octubre. Por tanto, se nos
invita a dejarnos guiar por María en esta oración antigua y siempre nueva,
especialmente querida para ella porque nos lleva directamente a Jesús,
contemplado en sus misterios de salvación: gozosos, luminosos, dolorosos y
gloriosos. Siguiendo los pasos del venerable Juan Pablo II (cf. Rosarium
Virginis Mariae), quiero recordar que el rosario es oración bíblica,
entretejida de Sagrada Escritura. Es oración del corazón, en la que la
repetición del avemaría orienta el pensamiento y el afecto hacia Cristo y, por
tanto, se convierte en súplica confiada a su Madre, que es también nuestra
Madre. Es oración que ayuda a meditar la Palabra de Dios y a asimilar la
Comunión eucarística, según el modelo de María que guardaba en su corazón
todo lo que Jesús hacía y decía, y su misma presencia.
Queridos amigos, sabemos cuán amada y venerada es la Virgen María entre
nuestros hermanos y hermanas de Oriente Medio. Todos la miran como a una Madre
solícita, cercana a todo sufrimiento, y como Estrella de esperanza. A su
intercesión encomendamos la Asamblea sinodal que se inicia hoy, a fin de que
los cristianos de esa región se fortalezcan en la comunión y den a todos
testimonio del Evangelio del amor y de la paz.
DOMINGO
28 T. O.
Monición
de entrada.-
Todos los
domingos el sacerdote dice:
Demos gracias al
señor, nuestro Dios.
La misa de hoy
nos ayudará a ser personas agradecidas.
Señor,
ten piedad.
En ti confiamos.
Señor, ten piedad.
A ti acudimos.
Cristo ten piedad.
De ti esperamos.
Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Por el papa
Francisco y nuestro obispo Enrique. Te lo pedimos, Señor.
Por la Iglesia. Te
lo pedimos, Señor.
Por los que en la
Iglesia ayudan a los pobres. Te lo pedimos, Señor.
Por los países
pobres. Te lo pedimos, Señor.
Por los médicos.
Te lo pedimos, Señor.
Acción
de gracias.
Gracias Virgen María por ayudarnos a confiar en Jesús.

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