martes, 10 de diciembre de 2024

237. Domingo 3º T. Adviento. 15 de diciembre de 2024.

 


Lectura de la profecía de Sofonías 3, 14-18.

Alégrate, hija de Sión, grita de gozo Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. El señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno. Aquel día se dirá a Jerusalén: “No temas! ¡Sión, no desfallezcas!”. El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra como en día de fiesta.

 

Textos paralelos.

 Grita alborozada, ciudad de Sión.

Is 12, 6: Grita jubilosa, Sión, la princesa, que es grande en medio de ti el Santo de Israel.

Is 54, 1: Canta de gozo, la estéril que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada – dice el Señor –.

Za 2, 14: Festeja y aclama, joven Sión, que yo vengo a habitar en ti – oráculo del Señor –.

Yahvé ha anulado tu sentencia.

Is 40, 2: Hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble castigo por sus pecados.

Siente gran alegría por ti.

Jr 32, 41: Gozaré haciéndoles el bien. Los plantaré de verdad en esta tierra, con todo mi corazón y toda mi alma.

Is 62, 5: Como un joven se casa con una doncella, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo.

Como en los días de fiesta.

Lm 2, 6: Como un salteador, destruyó la tienda, arrasó el lugar de la asamblea, el Señor dio al olvido en Sión sábado y fiestas, indignado y furioso rechazó al rey y al sacerdote.

 

Notas exegéticas.

3 14 Estos dos salmos, o por lo menos el segundo, han sido añadidos para formar la conclusión de la colección.

3 17 “renueva” yehaddes griego, siriaco; “se calla” yaharis hebreos.

3 18 (a) “Como en los días de fiesta” griego, siriaco; “afligidos fuera de la fiesta” hebreo.

 

Salmo responsorial

Isaías 12, 2-6.

 

Gritad jubilosos,

porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. R/.

“Él es mi Dios y Salvador:

confiaré y no temeré,

porque mi fuerza y mi poder es el Señor,

él fue mi salvación”.

Y sacaréis aguas con gozo

de las fuentes de la salvación. R/.

 

“Dad gracias al Señor,

invocad su nombre,

contad a los pueblos sus hazañas,

proclamad que su nombre es excelso”.   R/.

 

Tañed para el Señor, que hizo proezas,

anunciadlas a toda la tierra;

gritad jubilosos, habitantes de Sión,

porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. R/.

 

Textos paralelos.

Yahvé es mi fuerza y mi canción.

Ex 15, 2: Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. El es mi Dios: yo lo alabaré; el Dios de mi padre: yo lo ensalzaré.

Sacaréis aguas con gozo.

Is 55, 1: ¡Atención, sedientos!, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde.

Jn 4, 10: Jesús le contestó: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y te daría agua viva.

Dad gracias a Yahvé.

Sal 105, 1: Dad gracias al Señor, invocad su nombre, informad de sus hazañas a los pueblos.

 

Notas exegéticas.

12 Este salmo, de fecha y origen dudosos, ha sido incluido aquí para concluir el libro del Emmanuel. Es un himno de agradecimiento de un atribulado a quien Dios ha socorrido y librado. La segunda parte, de un tono más lírico, canta la gloria de Yahvé.

12 2 “Yahvé es mi fuerza y mi canción” griego, 1 Qumran Isaías, ver Ex 15, 2; “y la canción y Yah (es) Yahvé” TM.

 

Segunda lectura.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4, 4-7.

Hermanos:

Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

 

 

Textos paralelos.

Estad alegres.

Flp 1, 4: Y siempre que pido cualquier cosa por todos vosotros, lo hago con gozo.

No os inquietéis por cosa alguna.

1 Co 16, 22-23: Quien no ame al Señor sea maldito. ¡Ven, Señor! La gracia del Señor Jesús esté con vosotros. Tenéis todos mi amor por Cristo Jesús.

Mt 6, 25: Por eso os recomiendo que no andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo. ¿No vale más la vida que el sustento, el cuerpo más que el vestido?

La paz de Dios, que supera toda inteligencia.

Ef 5, 20: Dando gracias siempre y por todo a Dios Padre, en nombre del Señor nuestro Jesucristo.

Jn 14, 27: La paz os dejo, os doy mi paz, y no os la doy como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis.

Col 3, 15: Actúe de árbitro en vuestra mente la paz de Cristo, a la que habéis sido llamados para formar un cuerpo. Sed agradecidos.

 

Notas exegéticas.

4 7 Variante: “vuestros cuerpos”.

 

Evangelio

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 3, 10-18.

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

-Entonces, ¿qué debemos hacer?

Él contestaba:

-El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:

-Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?

Él les contestó:

-No exijáis más de lo establecido.

Unos soldados igualmente le preguntaban:

-Y nosotros, ¿qué debemos hacer?

Él les contestó:

-No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga.

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:

-Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el evangelio.

 

Textos paralelos.

La gente le preguntaba: “Entonces, ¿qué tenemos que hacer?”.

Hch 2, 37: Los que oyeron les llegó al corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?”. Pedro les contestó: “Arrepentíos, bautizaos cada uno invocando el nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”.

El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene.

Lc 12, 33: Vended vuestros bienes y dad limosna. Procuraos bolsas que no envejezcan, un tesoro inagotable en el cielo, donde los ladrones no llegan ni los roe la polilla.

Is 58, 7: Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne.

Vinieron también unos publicanos.

Mt 5, 46: Si amáis solo a los que os aman, ¿qué premio merecéis? También lo hacen los recaudadores.

La gente estaba expectante.

Jn 1, 19-21: Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle quien era. El confesó sin reticencias, confesó que no era el Mesías. Le preguntaron: “Entonces, ¿eres Elías?”. Respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?”. Respondió: “No”.

Jn 3, 28: Vosotros sois testigos de que dije: Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él.

Y andaban todos pensando para sus adentros acerca de Juan.

Hch 13, 25: Hacia el fin de su carrera mortal dijo: No soy el que pensáis; detrás de mí viene uno al que no tengo derecho a quitarle las sandalias de los pies.

Jn 1, 26.27: Juan les respondió: “Yo bautizo con agua. Entre vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de mí; y yo no soy quien para soltarle la correa de la sandalia”.

Yo os bautizo con agua.

Jn 1, 33: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

3 10 Los vv. 10-14, propios de Lc, insisten en el elemento positivo y humano del mensaje de Juan. Ninguna profesión excluye de la salvación; pero se ha de practicar la justicia y la caridad.

3 12 Este nombre designa propiamente a importantes personajes que centralizaban el cobro de impuestos. En los evangelios se trata de sus subalternos judíos, que eran mal vistos por su colaboración con el ocupante. La opinión pública los consideraba pecadores.

3 15 O “el Mesías”, e.d. el Ungido (de Dios): el griego christós equivale al hebreo masîah (ungido). Los judíos conferían a este título un sentido nacional y político (lo mismo en 22, 67). La traducción “Cristo” refleja la novedad cristiana del título. Los discípulos de Juan siguieron preguntándose durante mucho tiempo si su maestro sería el Mesías.

3 16 (a) Gesto de esclavo que un judío de entonces no podía exigir a un siervo compatriota, pues también este formaba parte del pueblo elegido.

3 16 (b) Aquí, como en Hch 1, 5 y 11, 16, Lc opone bautismo de agua (o “con agua”), practicado por Juan, al bautismo “en Espíritu Santo”, que será inaugurado en Pentecostés. Esto hace pensar que, en Lc, la preposición “en” no debería traducirse “con”, pues el Espíritu no es un instrumento, sino una presencia activa. En estas palabras, Lc percibe probablemente un anuncio de Pentecostés; en efecto, narrará la venida del Espíritu en forma de lenguas de fuego. Para Lc significaría la acción purificadora del Espíritu.

3 17 Los profetas anunciaron el juicio de Dios sirviéndose con frecuencia de imágenes tomadas de las cosechas en Palestina: p.e. el cribado (Jr 14, 7), el fuego aplicado a la paja (Is 5, 24; Jl 2, 5; Na 1, 10). Al hablar del “fuego que no se apaga” Juan pone de manifiesto el carácter escatológico de la imagen.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

3 14 AGENTES ARMADOS (Bover): especie de policías, o soldados mercenarios, de Herodes Antipas, que protegían a los publicanos en su trabajo.

3 15 EN SU INTERIOR: lit. en los corazones de ellos.

3 18 Y así…: lit. muchas cosas pues bien, y otras exhortando… // “Evangelizar”: término técnico de la predicación mesiánica.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

3, 11 La limosna, ya sea de dinero, de bienes necesarios, o como mejora en las condiciones sociales, siempre es un acto de justicia y una manifestación de caridad fraterna que agrada a Dios. Cat. 1942 y 2447.

3 16 Juan aclaró que él no era el Mesías, que tendría la capacidad divina para perdonar los pecados. Señaló también que su propio bautismo era simbólico y, por tanto, prefiguraba el bautismo instituido por Cristo, que también implicaría la gracia santificadora del Espíritu Santo. Cat. 696.

3 17 Bieldo: herramienta utilizada para echar el grano al aire de forma que el viento pueda dispersar la paja dejando solo el grano, de más peso, que se puede así recoger y barrer. Esta práctica nos proporciona una imagen de cómo Dios separará a los fieles de los impenitentes en el fin del mundo. Cat. 681.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

1942 Por la fe creemos en Dios y creemos todo lo que Él nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos propone como objeto de fe.

2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios. “El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo” (Lc 3, 11). “Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros” (Lc 11, 41). “Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos o hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?” (St 2, 15-16).  

696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que “surgió (…) como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha” (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, “que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías” (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu Santo y el fuego” (Lc 3, 16). Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!” (Lc 12, 49). En forma de lenguas “como de fuego” se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él. La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo. “No extingáis el Espíritu” (1 Ts 5, 19).

681 El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia.

 

Concilio Vaticano II.

Todo el que, obedeciendo a Cristo, busca ante todo el Reino de Dios, obtiene por ello un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos sus hermanos y para llevar a cabo la obra de justicia bajo la inspiración de la caridad (cf. Lc 3, 11).

Gaudium et Spes, 72.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Lo mismo que el médico hábil aplica un remedio adecuado a cada enfermedad, de la misma manera el Bautista daba a cada uno de los modos de vida, un consejo útil y adecuado: a las multitudes que caminan hacia el arrepentimiento les dice que usen la comprensión mutua; a los publicanos, les cierra el camino de la imposición sin límites; finalmente, de forma muy sabia, a los soldados les dice que no opriman a nadie sino que les baste su paga.

Cirilo de Alejandría. Comentarios al Ev. de Lucas, 3, 10. III, pg. 113-114.

Desea que nos despojemos del hombre viejo para revestirnos del hombre nuevo.

Orígenes. Homilías sobre el Ev. de Lucas, 23, 2-3. III, pg. 114.

Mas estos preceptos y los otros son propios de cada función; la misericordia es común a todos, luego también el precepto de hacerla: ella es necesaria a toda misión y a toda edad, y todos deben ejercerla. No están excluidos de este deber el publicano ni el soldado, ni el agricultor ni el ciudadano, ni el rico ni el pobre: a todos se les pide que den al que no tiene. En verdad, la misericordia es la plenitud de las virtudes; así, a todos ha sido propuesta como norma de virtud perfecta: no ser avaro de sus vestidos ni de sus alimentos. Sin embargo, la misericordia misma guarda una medida según las posibilidades de la condición humana, de tal modo que cada uno no se desprenda enteramente de todo, sino que lo que tiene lo divida con el pobre.

Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 2, 77. III, pgs. 114-115.

Si Juan no hubiera sido para consigo mismo un valle, no habría estado lleno de gracia.

Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 1, 20, 4. III, pg. 115.

Él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego. En fuego, ¿por qué? Porque el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de fuego.

Cirilo de Jerusalén, Las catequesis, 17, 8. III, pg. 115.

Esta imagen del bieldo significa que el Señor tiene el derecho a discriminar los méritos, pues cuando los granos de trigo son aventados en el aire, el que está lleno es separado del vacío, el fructuoso del seco, por una suerte de control que hace el soplo del aire. Esta comparación muestra que el Señor, el día del juicio, hará la separación entre los méritos y los frutos de la sólida virtud y de las acciones vacías, para colocar a los hombres de un mérito perfecto en la mansión del cielo.

Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 2, 82. III, pg. 116.

 

San Agustín

“¡Pero este soldado me hecho tanto mal!”. Quisiera saber si no harías tú lo mismo si fueses soldado como él. Tampoco yo quiero que los soldados hagan tales cosas para afligir a los pobres. No lo quiero; quiero que también ellos escuchen el evangelio. El hacer el bien no lo prohíbe la milicia, sino la malicia. (…) Quiero que oigan los soldados lo que ordenó Cristo; oigámoslo también nosotros, pues Cristo es tanto nuestro como de ellos, y Dios lo es de ellos y nuestro al mismo tiempo. Escuchémoslo todo y vivamos concordes en la paz.

Sermón, 302, 15. I, pgs. 98-99.

 

San Juan de Ávila

Recojamos, pues, nuestros derramamientos y cerremos las puertas de nuestros sentidos, que son ventanas por donde sube la muerte (cf. Jr 9, 21), y esperemos a Dios apartados de todo solaz y memoria de las criaturas; que, sin duda, echada toda la gente de casa, hallaremos dentro al que en todas partes está, y nuestros alborotos que tenemos no nos lo dejan gustar, por ser El quietísimo y amador de reposo. Cosa es esta para espantar, que nos manda Dios tener sosiego, y no queremos nosotros. Nuestra memoria está sosegada con la memoria de solo Dios, cerrando la puerta a las criaturas, que son unas moscas que quitan el dulce sueño. Nuestra voluntad está muy quieta, habiendo recogido todo su amor y puéstolo en Dios. De las otras partes del hombre no es de curar, porque son semejables a bestias, y no está en nuestras manos sosegarlas del todo; aunque muchas veces de la paz y gusto del ánima desciende a la parte sensitiva, como dulce maná que viene del cielo a la tierra, para que todo el hombre diga cantando: Mi corazón y mi carne se gozaron en Dios vivo (Sal 83, 3). Busquemos a Dios, y bástanos. Él nos enseñará, consolará y hartará, sin haber más menester, porque a ninguno va mal sino porque huye de Él. Leed, orad y comulgad, y tened caridad, y será Dios con vos; y rogadle por mí, que así hago yo por vos.

A un hombre devoto. Obras Completas IV, pg. 267.

 

San Oscar Romero.

El mensaje de este domingo es mensaje de alegría. Que no nos quite la alegría la necesidad de esta austeridad. No puede haber alegría profunda sin una cruz de austeridad.

Yo creo que nuestro pueblo que sabe sonreír, que sabe ser feliz, que no tiene por naturaleza inclinaciones a resentimientos y odios, sino cuando los envenenan. Este pueblo aprenderá a sonreír, ser verdaderamente alegre cuando se realice una verdadera transformación, que como dice San Pablo: "Saque de la esclavitud del pecado una naturaleza que Dios la hizo para compartir con todos sus hijos". Así sea…

Homilía, 16 diciembre 1979.

 

Papa Francisco. Angelus. 13 de diciembre de 2015.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de hoy hay una pregunta que se repite tres veces: «¿Qué cosa tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Se la dirigen a Juan el Bautista tres categorías de personas: primero, la multitud en general; segundo, los publicanos, es decir los cobradores de impuestos; y tercero, algunos soldados. Cada uno de estos grupos pregunta al profeta qué debe hacer para realizar la conversión que él está predicando. A la pregunta de la multitud Juan responde que compartan los bienes de primera necesidad. Al primer grupo, a la multitud, le dice que compartan los bienes de primera necesidad, y dice así: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo» (v. 11). Después, al segundo grupo, al de los cobradores de los impuestos les dice que no exijan nada más que la suma debida (cf. v. 13). ¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos. Es claro el Bautista. Y al tercer grupo, a los soldados les pide no extorsionar a nadie y de contentarse con su salario (cf. v. 14). Son las respuestas a las tres preguntas de estos grupos. Tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se manifiesta en compromisos concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su predicación: el camino del amor real en favor del prójimo.

De estas advertencias de Juan el Bautista entendemos cuáles eran las tendencias generales de quien en esa época tenía el poder, bajo las formas más diversas. Las cosas no han cambiado tanto. No obstante, ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni tan siquiera los publicanos considerados pecadores por definición: tampoco ellos están excluidos de la salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de salvarse. Él está —se puede decir— ansioso por usar misericordia, usarla hacia todos, acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y el perdón.

Esta pregunta —¿qué tenemos que hacer?— la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite, con las palabras de Juan, que es preciso convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y tomar el camino de la justicia, la solidaridad, la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana. ¡Convertíos! Es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a descubrir nuevamente una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor experimenta la alegría. El profeta Sofonías nos dice hoy: «Alégrate hija de Sión», dirigido a Jerusalén (Sof 3, 14); y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos filipenses: «Alegraos siempre en el Señor» (Fil 4, 4). Hoy se necesita valentía para hablar de alegría, ¡se necesita sobre todo fe! El mundo se ve acosado por muchos problemas, el futuro gravado por incógnitas y temores. Y sin embargo el cristiano es una persona alegre, y su alegría no es algo superficial y efímero, sino profunda y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza que «el Señor está cerca» (Fil 4, 5). Está cerca con su ternura, su misericordia, su perdón y su amor. Que la Virgen María nos ayude a fortalecer nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, al Dios de la misericordia, que siempre quiere habitar entre sus hijos. Y que nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa.

 

Papa Francisco. Angelus. 16 de diciembre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este tercer domingo de Adviento, la liturgia nos invita a la alegría. Escuchad bien: a la alegría. El profeta Sofonías le dirige a la pequeña porción del pueblo de Israel estas palabras: «Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel» (3, 14). Gritar de gozo, exultar, alegrarse: es esta la invitación de este domingo. Los habitantes de la ciudad santa están llamados a gozar porque el Señor ha revocado su condena (cf. v. 15). Dios ha perdonado, no ha querido castigar. Por consiguiente, para el pueblo ya no hay motivo de tristeza, ya no hay motivo para desalentarse, sino que todo lleva a un agradecimiento gozoso hacia Dios, que quiere siempre rescatar y salvar a los que ama. Y el amor del Señor hacia su pueblo es incesante, comparable a la ternura del padre hacia los hijos, del esposo hacia la esposa, como dice también Sofonías: «Él exulta de gozo por tí te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo» (v. 17). Este es —así se llama— el domingo de gozo: el tercer domingo de Adviento, antes de Navidad.

Este llamamiento del profeta es particularmente apropiado mientras nos preparamos para la Navidad porque se aplica a Jesús, el Emanuel, el Dios-con-nosotros: su presencia es la fuente de la alegría. De hecho, Sofonías proclama: «Rey de Israel, está en medio de ti»; y poco después repite: «El Señor, tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!» (vv. 15.17). Este mensaje encuentra su pleno significado en el momento de la anunciación a María, narrada por el evangelista Lucas. Las palabras que le dirige el ángel Gabriel a la Virgen son como un eco de las del profeta. Y ¿qué dice el arcángel Gabriel? «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). «Alégrate», dice a la Virgen. En una aldea perdida de Galilea, en el corazón de una joven mujer desconocida para el mundo, Dios enciende la chispa de la felicidad para todo el mundo. Y hoy el mismo anuncio va dirigido a la Iglesia, llamada a acoger el Evangelio para que se convierta en carne, vida concreta. Dice a la Iglesia, a todos nosotros: «Alégrate, pequeña comunidad cristiana, pobre y humilde aunque hermosa a mis ojos porque deseas ardientemente mi Reino, tienes sed de justicia, tejes con paciencia tramas de paz, no sigues a los poderosos de turno, sino que permaneces fielmente al lado de los pobres. Y así no tienes miedo de nada sino que tu corazón está en el gozo». Si nosotros vivimos así, en la presencia del Señor, nuestro corazón siempre estará en la alegría. La alegría «de alto nivel», cuando está, es plena, y la alegría humilde de todos los días, es decir, la paz. La paz es la alegría más pequeña, pero es alegría. También san Pablo hoy nos exhorta a no angustiarnos, a no desesperarnos por nada, sino a presentarle a Dios, en toda circunstancia, nuestras peticiones, nuestras necesidades, nuestras preocupaciones, «mediante la oración y la súplica» (Filipenses 4, 6). Ser conscientes que en medio de las dificultades podemos siempre dirigirnos al Señor, y que Él no rechaza jamás nuestras invocaciones, es un gran motivo de alegría. Ninguna preocupación, ningún miedo podrá jamás quitarnos la serenidad que viene no de las cosas humanas, de las consolaciones humanas, no, la serenidad que viene de Dios, del saber que Dios guía amorosamente nuestra vida, y lo hace siempre. También en medio de los problemas y de los sufrimientos, esta certeza alimenta la esperanza y el valor. Pero para acoger la invitación del Señor a la alegría, es necesario ser personas dispuestas a cuestionarnos. ¿Qué significa esto? Precisamente como aquellos que, después de haber escuchado la predicación de Juan Bautista, le preguntan: tú predicas así, y nosotros, «¿qué debemos hacer?» (Lucas 3, 10. Yo ¿qué debo hacer? Esta pregunta es el primer paso para la conversión que estamos invitados a realizar en este tiempo de Adviento. Cada uno de nosotros se pregunte: ¿qué debo hacer? Una cosa pequeña, pero «¿qué debo hacer?». Y la Virgen María, quien es nuestra madre, nos ayude a abrir nuestro corazón a Dios al Dios-que-viene, para que Él inunde de alegría toda nuestra vida.

 

Francisco. Angelus. 12 de diciembre de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy, tercer domingo de Adviento, nos presenta varios grupos de personas —la multitud, los publicanos y los soldados— que se conmueven con la predicación de Juan Bautista y le preguntan: "¿Qué debemos hacer? (Lc 3,10). ¿Qué debemos hacer? Esta es la pregunta que hacen. Detengámonos un momento en esta cuestión.

No parte de un sentido del deber. Más bien, es el corazón tocado por el Señor, es el entusiasmo por su venida lo que lleva a decir: ¿qué debemos hacer? Entonces Juan dice: “El Señor está cerca” – “¿Qué debemos hacer?”. Pongamos un ejemplo: creemos que un ser querido va a venir a visitarnos. Lo esperamos con alegría, con impaciencia. Para recibirlo como es debido, limpiaremos la casa, prepararemos la mejor comida posible, quizás un regalo... En definitiva, nos pondremos manos a la obra. Así es con el Señor, la alegría de su venida nos hace decir: ¿qué debemos hacer? Pero Dios eleva esta cuestión a un nivel superior: ¿Qué hacer con mi vida? ¿A qué estoy llamado? ¿Qué es lo que me llena?

Al plantearnos esta pregunta, el Evangelio nos recuerda algo importante: la vida tiene una tarea para nosotros. La vida no es algo sin sentido, no se deja al azar. ¡No! Es un regalo que el Señor nos da, diciéndonos: ¡descubre quién eres, y trabaja para realizar el sueño que es tu vida! Cada uno de nosotros —no lo olvidemos— es una misión a cumplir. Así que no tengamos miedo de preguntarle al Señor: ¿qué debo hacer? Repitámosle con frecuencia esta pregunta. También aparece en la Biblia: en los Hechos de los Apóstoles, algunas personas, al escuchar a Pedro anunciar la resurrección de Jesús, «dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué hemos de hacer?”» (2,37). Preguntémonoslo también nosotros: ¿qué está bien hacer para mí y para mis hermanos? ¿Cómo puedo contribuir al bien de la Iglesia, al bien de la sociedad? Para eso es el tiempo de Adviento: para detenernos y preguntarnos cómo preparar la Navidad. Estamos ocupados con tantos preparativos, regalos y cosas que pasan, ¡pero preguntémonos qué hacer por Jesús y por los demás! ¿Qué debemos hacer?

A la pregunta “¿qué debemos hacer?”, siguen en el Evangelio las respuestas de Juan Bautista, que son diferentes para cada grupo. En efecto, Juan recomienda a los que tienen dos túnicas que las reparta con el que no tiene; a los publicanos, que cobran los impuestos, les dice: «No exijáis más de lo que os está fijado» (Lc 3,13); y a los soldados: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas» (v. 14). A cada uno dirige una palabra específica, relativa a la situación real de su vida. Esto nos ofrece una valiosa enseñanza: la fe se encarna en la vida concreta. No es una teoría abstracta. La fe no es una teoría abstracta, una teoría generalizada, no, la fe toca la carne y transforma la vida de cada uno. Pensemos en la concreción de nuestra fe. Mi fe: ¿es una cosa abstracta o es concreta? ¿La llevo adelante en el servicio a los demás, en la ayuda?

Y entonces, en conclusión, preguntémonos: ¿qué puedo hacer concretamente? En estos días previos a la Navidad. ¿Cómo puedo hacer mi parte? Asumamos un compromiso concreto, aunque sea pequeño, que se ajuste a nuestra situación de vida, y llevémoslo adelante para prepararnos a esta Navidad. Por ejemplo: puedo llamar por teléfono a esa persona que está sola, visitar a aquel anciano o aquel enfermo, hacer algo para servir a un pobre, a un necesitado. Y además: quizás tenga un perdón que pedir o un perdón que dar, una situación que aclarar, una deuda que saldar. Quizás he descuidado la oración y después de mucho tiempo es hora de acercarse al perdón del Señor. Hermanos y hermanas ¡busquemos una cosa concreta y hagámosla! Que la Virgen, en cuyo seno Dios se hizo carne, nos ayude.

 

Benedicto. Angelus. 17 de diciembre 2006

Queridos hermanos y hermanas:

En este tercer domingo de Adviento la liturgia nos invita a la alegría del espíritu. Lo hace con la célebre antífona que recoge una exhortación del apóstol san Pablo:  "Gaudete in Domino", "Alegraos siempre en el Señor (...). El Señor está cerca" (cf. Flp 4, 4-5). También la primera lectura bíblica de la misa es una invitación a la alegría. El profeta Sofonías, al final del siglo VII antes de Cristo, se dirige a la ciudad de Jerusalén y a su población con estas palabras:  "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, hija de Jerusalén. (...) El Señor tu Dios está en medio de ti como poderoso salvador" (So 3, 14. 17). A Dios mismo lo representa el profeta con sentimientos análogos:  "Él se goza y se complace en ti, te renovará con su amor, exultará sobre ti con júbilo, como en los días de fiesta" (So 3, 17-18). Esta promesa se realizó plenamente en el misterio de la Navidad, que celebraremos dentro de una semana y que es necesario renovar en el "hoy" de nuestra vida y de la historia.

La alegría que la liturgia suscita en el corazón de los cristianos no está reservada sólo a nosotros:  es un anuncio profético destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más pobres, en este caso a los más pobres en alegría. Pensemos en nuestros hermanos y hermanas que, especialmente en Oriente Próximo, en algunas zonas de África y en otras partes del mundo viven el drama de la guerra¿qué alegría pueden vivir? ¿Cómo será su Navidad?

Pensemos en los numerosos enfermos y en las personas solas que, además de experimentar sufrimientos físicos, sufren también en el espíritu, porque a menudo se sienten abandonados¿cómo compartir con ellos la alegría sin faltarles al respeto en su sufrimiento? Pero pensemos también en quienes han perdido el sentido de la verdadera alegría, especialmente si son jóvenes, y la buscan en vano donde es imposible encontrarla:  en la carrera exasperada hacia la autoafirmación y el éxito, en las falsas diversiones, en el consumismo, en los momentos de embriaguez, en los paraísos artificiales de la droga y de cualquier otra forma de alienación.

No podemos menos de confrontar la liturgia de hoy y su "Alegraos" con estas realidades dramáticas. Como en tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los "heridos de la vida y huérfanos de alegría". La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la renovación interior.

Para transformar el mundo Dios eligió a una humilde joven de una aldea de Galilea, María de Nazaret, y le dirigió este saludo:  "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". En esas palabras está el secreto de la auténtica Navidad. Dios las repite a la Iglesia, a cada uno de nosotros:  "Alegraos, el Señor está cerca".

Con la ayuda de María, entreguémonos nosotros mismos, con humildad y valentía, para que el mundo acoja a Cristo, que es el manantial de la verdadera alegría.

 

Benedicto. Angelus. 13 de diciembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Estamos ya en el tercer domingo de Adviento. Hoy en la liturgia resuena la invitación del apóstol san Pablo: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. (...) El Señor está cerca" (Flp 4, 4-5). La madre Iglesia, mientras nos acompaña hacia la santa Navidad, nos ayuda a redescubrir el sentido y el gusto de la alegría cristiana, tan distinta de la del mundo. En este domingo, según una bella tradición, los niños de Roma vienen a que el Papa bendiga las estatuillas del Niño Jesús, que pondrán en sus belenes. Y, de hecho, veo aquí en la plaza de San Pedro a numerosos niños y muchachos, junto a sus padres, profesores y catequistas. Queridos hermanos, os saludo a todos con gran afecto y os doy las gracias por haber venido. Me alegra saber que en vuestras familias se conserva la costumbre de montar el belén. Pero no basta repetir un gesto tradicional, aunque sea importante. Hay que tratar de vivir en la realidad de cada día lo que el belén representa, es decir, el amor de Cristo, su humildad, su pobreza. Es lo que hizo san Francisco en Greccio: representó en vivo la escena de la Natividad, para poderla contemplar y adorar, pero sobre todo para saber poner mejor en práctica el mensaje del Hijo de Dios, que por amor a nosotros se despojó de todo y se hizo niño pequeño.

La bendición de los "Bambinelli" —como se dice en Roma— nos recuerda que el belén es una escuela de vida, donde podemos aprender el secreto de la verdadera alegría, que no consiste en tener muchas cosas, sino en sentirse amados por el Señor, en hacerse don para los demás y en quererse unos a otros. Contemplemos el belén: la Virgen y san José no parecen una familia muy afortunada; han tenido su primer hijo en medio de grandes dificultades; sin embargo, están llenos de profunda alegría, porque se aman, se ayudan y sobre todo están seguros de que en su historia está la obra Dios, que se ha hecho presente en el niño Jesús. ¿Y los pastores? ¿Qué motivo tienen para alegrarse? Ciertamente el recién nacido no cambiará su condición de pobreza y de marginación. Pero la fe les ayuda a reconocer en el "niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre", el "signo" del cumplimiento de las promesas de Dios para todos los hombres "a quienes él ama" (Lc 2, 12.14), ¡también para ellos!

En eso, queridos amigos, consiste la verdadera alegría: es sentir que un gran misterio, el misterio del amor de Dios, visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que ponemos en el portal o en la cueva, es el centro de todo, es el corazón del mundo. Oremos para que toda persona, como la Virgen María, acoja como centro de su vida al Dios que se ha hecho Niño, fuente de la verdadera alegría.

 

Benedicto. Angelus. 16 de diciembre de 2012

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo de Adviento muestra nuevamente la figura de Juan Bautista, y lo presentan mientras habla a la gente que acude a él, al río Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: «¿Qué tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Estos diálogos son muy interesantes y se revelan de gran actualidad.

La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo» (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. «El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa», porque «siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo» (Enc. Deus caritas est, 28).

Vemos luego la segunda respuesta, que se dirige a algunos «publicanos», o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: «No robar» (cf. Ex 20, 15).

La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto tentada de abusar de él. A los soldados Juan dice: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga» (v. 14). También aquí la conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.

Considerando en su conjunto estos diálogos, impresiona la gran concreción de las palabras de Juan: puesto que Dios nos juzgará según nuestras obras, es ahí, justamente en el comportamiento, donde hay que demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo las cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta. Roguemos pues al Señor, por intercesión de María Santísima, para que nos ayude a prepararnos a la Navidad llevando buenos frutos de conversión (cf. Lc 3, 8).


Francisco. Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza 16. Anunciar el Evangelio en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo y la evangelización. 4 diciembre 2024.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber reflexionado sobre la acción santificadora y carismática del Espíritu, dedicamos esta catequesis a otro aspecto: la obra evangelizadora del Espíritu Santo, es decir, su papel en la predicación de la Iglesia.

La Primera Carta de Pedro define a los apóstoles como «los que anunciaron el Evangelio por medio del Espíritu Santo» (cf. 1,12). En esta expresión encontramos los dos elementos constitutivos de la predicación cristiana: su contenido, que es el Evangelio, y su medio, que es el Espíritu Santo. Digamos algo del uno y del otro.

En el Nuevo Testamento, la palabra «Evangelio» tiene dos significados principales. Puede referirse a cualquiera de los cuatro Evangelios canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan; en esta acepción, «Evangelio» significa la buena nueva proclamada por Jesús durante su vida terrenal. Después de Pascua, la palabra «Evangelio» adquiere el nuevo significado de buena noticia sobre Jesús, es decir, el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. Esto es lo que el apóstol llama «Evangelio» cuando escribe: «No me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom 1:16).

La predicación de Jesús, y, más tarde, la de los apóstoles, también contiene todos los deberes morales que se desprenden del Evangelio, empezando por los Diez Mandamientos y terminando por el 'nuevo' mandamiento del amor. Pero si no queremos volver a caer en el error denunciado por el apóstol Pablo de anteponer la ley a la gracia y las obras a la fe, debemos partir siempre del anuncio de lo que Cristo ha hecho por nosotros. Por eso, en la exhortación apostólica Evangelii gaudium se insiste tanto en la primera de las dos cosas, es decir, en el kerygma o «anuncio», del que depende toda aplicación moral.

De hecho, «en la catequesis tiene un papel fundamental el primer anuncio o “kerygma”, que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. […] Cuando a este primer anuncio se le llama “primero”, eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos. […] No hay que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado en favor de una formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más consistente y más sabio que ese anuncio» (nn. 164-165), es decir el del kerygma.        

Hasta ahora hemos visto el contenido de la predicación cristiana. Sin embargo, debemos tener en cuenta también el medio del anuncio. El Evangelio debe predicarse «mediante el Espíritu Santo» (1 Pe 1:12). La Iglesia debe hacer precisamente lo que Jesús dijo al comienzo de su ministerio público: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido y me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres» (Lc 4, 18). Predicar con la unción del Espíritu Santo significa transmitir, junto con las ideas y la doctrina, la vida y la convicción de nuestra fe. Significa confiar no en «discursos persuasivos de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y su poder» (1 Cor 2:4), como escribió San Pablo.

Es fácil decirlo -se podría objetar-, pero ¿cómo ponerlo en práctica si no depende de nosotros, sino de la venida del Espíritu Santo? En realidad, hay una cosa que depende de nosotros, o más bien dos, y las mencionaré brevemente. La primera es la oración. El Espíritu Santo viene sobre los que rezan, porque el Padre celestial -está escrito- «da el Espíritu Santo a los que se lo piden» (Lc 11,13), ¡sobre todo si se lo piden para anunciar el Evangelio de su Hijo! ¡Cuidado con predicar sin rezar! Uno se convierte en lo que el Apóstol llama «bronces que resuenan y címbalos que retiñen» (cf. 1 Co 13:1).

Por tanto, lo primero que depende de nosotros es orar para que venga el Espíritu Santo. Lo segundo es no querer predicarnos a nosotros mismos, sino a Jesús el Señor (cf. 2 Co 4,5).

Esto se refiere a la predicación. A veces hay predicaciones largas, de 20 minutos, de 30 minutos... Pero, por favor, los predicadores deben predicar una idea, un afecto y una llamada a la acción. Más allá de ocho minutos, la predicación se desvanece, no se entiende. Y esto se lo digo a los predicadores... [aplausos] ¡Veo que les gusta oír esto! A veces vemos a hombres que, cuando empieza el sermón, salen a fumar un cigarrillo y luego vuelven a entrar. Por favor, el sermón debe ser una idea, un afecto y una propuesta de acción. Y nunca debe durar más de diez minutos. Esto es muy importante.

La segunda cosa -les decía- es no querer predicarnos a nosotros mismos sino al Señor. No es necesario que nos detengamos en esto, porque cualquiera que se dedique a la evangelización sabe bien lo que significa, en la práctica, no predicarnos a nosotros mismos. Me limitaré a una aplicación particular de esta exigencia. No querer predicarnos a nosotros mismos implica también no dar siempre prioridad a las iniciativas pastorales promovidas por nosotros y vinculadas a nuestro propio nombre, sino colaborar de buen grado, si se nos pide, en las iniciativas comunitarias, o que se nos encomienden por obediencia.

¡Que el Espíritu Santo nos ayude, nos acompañe, y enseñe a la Iglesia a predicar así el Evangelio a los hombres y mujeres de este tiempo! Gracias

 

Monición de entrada.-

Hoy es el cuarto domingo de adviento. Así que estamos ya casi en Navidad.

Sólo nos quedan cuatro días para la nochebuena. Y por eso queremos que Jesús tenga nuestro corazón muy abierto para que entre.

 

Encendido de la cuarta vela de la corona de adviento.

Jesús vamos a encender la cuarta vela, y con esta ya tenemos encendida la corona de adviento.

Te pedimos que también nosotros tengamos el corazón encendido para cuando tu vengas.

 

Peticiones.

Por el papa Francisco, para que sea muy feliz estas navidades. Te lo pedimos, Señor

Por las personas que estas navidades no estarán en su casa, para que tengan amigos para pasar la nochebuena. Te lo pedimos, Señor

Por los niños que estarán en los hospitales, para que el año que viene estén felices y sanos con sus papás. Te lo pedimos, Señor

Para que nosotros y nuestras familias, para que estas navidades te tengamos muy cerca.  Te lo pedimos Señor.

 

Acción de gracias.

Virgen María te damos gracias porque un año más y más mayores

vamos a celebrar la navidad.

También queremos pedirte para que el Niño Jesús que José va a bendecir

esté siempre en nuestra casa y para que la vela nos recuerde que nosotros

somos la mejor lucecita que hay en casa.

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA Y PARRROQUIAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ

EXPERIENCIA.

Busca en tu ordenador o por internet una imagen de una celebración cristiana, por ejemplo, una oración de Taizé.

Mira la imagen: Dios está en los iconos (las pinturas de Jesús crucificado, la Madre de Dios y los santos), en las luces, los corazones de los allí reunidos.

Y Dios está dentro de tu corazón. Haz la señal de la cruz.

Coloca las manos en tu pecho, sintiendo el latido del corazón.

Piensa en tu madre: su cuerpo lo formó y le dio el primer impulso. Con los dolores, las incomodidades del embarazo, la incertidumbre del parte, ella era feliz porque habitabas dentro.

También Dios es feliz porque tú habitas en su interior.

Visualiza este vídeo las veces que necesites:

https://www.youtube.com/watch?v=zGU8tTYzVdk

Pulsa el inicio, cierra los ojos y escucha la música.

¿Qué imágenes aparecen?

Piensa en las frases que allí se muestran:

Estad alegres.

S.O.S. Lavapiés.

¿Qué personas me dan alegría?

¿Qué gestos de la vida cotidiana me ayudan a vivir la alegría?

En un mundo muchas veces preocupado y gris, estar alegres es un acto revolucionario.

Sin nosotras no se mueve el mundo.

Derechos sociales.

Responde a las dos preguntas con pausa, transformando la respuesta en oración: “gracias Jesús por… que me hace feliz cada vez que…”.

 

REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee :

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 3, 10-18.

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

-Entonces, ¿qué debemos hacer?

Él contestaba:

-El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:

-Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?

Él les contestó:

-No exijáis más de lo establecido.

Unos soldados igualmente le preguntaban:

-Y nosotros, ¿qué debemos hacer?

Él les contestó:

-No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga.

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:

-Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el evangelio.

El Adviento y la Cuaresma son dos tiempos de prepararnos con sacrificios en los que la Iglesia a mitad de los dos cambia el tono, del penitencial al festivo y así los llama domingo del gozo y domingo de la alegría. Juan el Bautista se presenta para anunciar la conversión, el cambio de vida, a quienes viven al margen de la sociedad, a los mal vistos, como son los publicanos y solados. A todos Dios da una oportunidad para cambiar. A todos Dios, cada día, nos da una nueva oportunidad para cambiar. Su mensaje se dirige a ellos y a todos. Ante la pregunta “¿qué tenemos que hacer?” responde pidiéndoles sean honrados y justos, no aprovechándose de los demás y sobre todo compartiendo con los que no tienen, practicando la compasión y la misericordia.

Regresa al texto y reza con él, pidiendo a Jesús el Espíritu Santo y la ayuda para escuchar la voz de Dios; imaginando el lugar; preguntándote “¿qué dice el evangelio?” y “¿qué me dice la Palabra de Dios?”; hablando con Jesús sobre el pasaje bíblico.

 

COMPROMISO.

Después de rezar con el vídeo y el fragmento del evangelio de Lucas: ¿en qué puede cambiar tu vida?, ¿qué está de acuerdo con el evangelio y en qué fallas a las palabras del Bautista? Concrétalo en una actitud, como mirar con ojos de hermano a los inmigrantes que viven o están llegando a España, tu ciudad o pueblo, tu barrio; y una acción solidaria a nivel personal (privarte de algunos caprichos para entregar ese dinero a la Cáritas de tu parroquia, colaborar en la Campaña del Bote Solidario, llamada antes del Kilo), visitando a una persona mayor y compartiendo con ella tu tiempo, desconectando del móvil para así prestar atención a quienes te rodean,…

También a nivel de centro o grupo parroquial: colaborando con la Cáritas de tu parroquia en la campaña de Navidad, confeccionando un regalo para las personas mayores de la parroquia, el centro de día o residencia de ancianos más próxima.

 

CELEBRACIÓN.

Escucha la canción Todos juntos, interpretada por cantantes cristianos, homenaje a Rosa y Vicente, matrimonio que con sus hijos fundaron Brotes de Olivo.

https://www.youtube.com/watch?v=lKVZP5PK8yE

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