Lectura de la profecía de Sofonías 3,
14-18.
Alégrate, hija de Sión, grita de gozo Israel, regocíjate y
disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. El señor ha revocado tu sentencia,
ha expulsado a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no
temas mal alguno. Aquel día se dirá a Jerusalén: “No temas! ¡Sión, no
desfallezcas!”. El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se
alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra como en día
de fiesta.
Textos
paralelos.
Grita alborozada, ciudad de Sión.
Is 12, 6:
Grita jubilosa, Sión, la princesa, que es grande en medio de ti el Santo de
Israel.
Is 54, 1:
Canta de gozo, la estéril que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, la que
no tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada – dice
el Señor –.
Za 2, 14:
Festeja y aclama, joven Sión, que yo vengo a habitar en ti – oráculo del Señor
–.
Yahvé ha
anulado tu sentencia.
Is 40, 2:
Hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio y está
pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble castigo por sus
pecados.
Siente
gran alegría por ti.
Jr 32, 41:
Gozaré haciéndoles el bien. Los plantaré de verdad en esta tierra, con todo mi
corazón y toda mi alma.
Is 62, 5:
Como un joven se casa con una doncella, así te desposa el que te construyó; la
alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo.
Como en
los días de fiesta.
Lm 2, 6:
Como un salteador, destruyó la tienda, arrasó el lugar de la asamblea, el Señor
dio al olvido en Sión sábado y fiestas, indignado y furioso rechazó al rey y al
sacerdote.
Notas
exegéticas.
3 14 Estos dos salmos, o por lo
menos el segundo, han sido añadidos para formar la conclusión de la colección.
3 17 “renueva” yehaddes griego,
siriaco; “se calla” yaharis hebreos.
3 18 (a) “Como en los días de
fiesta” griego, siriaco; “afligidos fuera de la fiesta” hebreo.
Salmo
responsorial
Isaías 12, 2-6.
Gritad
jubilosos,
porque
es grande en medio de ti el Santo de Israel. R/.
“Él
es mi Dios y Salvador:
confiaré
y no temeré,
porque
mi fuerza y mi poder es el Señor,
él
fue mi salvación”.
Y
sacaréis aguas con gozo
de
las fuentes de la salvación. R/.
“Dad
gracias al Señor,
invocad
su nombre,
contad
a los pueblos sus hazañas,
proclamad
que su nombre es excelso”. R/.
Tañed
para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas
a toda la tierra;
gritad
jubilosos, habitantes de Sión,
porque
es grande en medio de ti el Santo de Israel. R/.
Textos
paralelos.
Yahvé es mi fuerza y mi canción.
Ex 15, 2: Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.
El es mi Dios: yo lo alabaré; el Dios de mi padre: yo lo ensalzaré.
Sacaréis aguas con gozo.
Is 55, 1: ¡Atención, sedientos!, acudid por agua, también los que
no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde.
Jn 4, 10: Jesús le contestó: Si conocieras el don de Dios y quién
es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y te daría agua viva.
Dad gracias a Yahvé.
Sal 105, 1: Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
informad de sus hazañas a los pueblos.
Notas
exegéticas.
12 Este salmo, de fecha y origen
dudosos, ha sido incluido aquí para concluir el libro del Emmanuel. Es un himno
de agradecimiento de un atribulado a quien Dios ha socorrido y librado. La
segunda parte, de un tono más lírico, canta la gloria de Yahvé.
12 2 “Yahvé es mi fuerza y mi
canción” griego, 1 Qumran Isaías, ver Ex 15, 2; “y la canción y Yah (es) Yahvé”
TM.
Segunda
lectura.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Filipenses
4, 4-7.
Hermanos:
Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra
mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino
que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias,
vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo
juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Textos
paralelos.
Estad alegres.
Flp 1, 4: Y siempre que pido
cualquier cosa por todos vosotros, lo hago con gozo.
No os inquietéis por cosa
alguna.
1 Co 16, 22-23: Quien no ame al
Señor sea maldito. ¡Ven, Señor! La gracia del Señor Jesús esté con vosotros.
Tenéis todos mi amor por Cristo Jesús.
Mt 6, 25: Por eso os recomiendo
que no andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o
por el vestido para cubrir el cuerpo. ¿No vale más la vida que el sustento, el
cuerpo más que el vestido?
La paz de Dios, que
supera toda inteligencia.
Ef 5, 20: Dando gracias siempre
y por todo a Dios Padre, en nombre del Señor nuestro Jesucristo.
Jn 14, 27: La paz os dejo, os
doy mi paz, y no os la doy como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis.
Col 3, 15: Actúe de árbitro en vuestra
mente la paz de Cristo, a la que habéis sido llamados para formar un cuerpo.
Sed agradecidos.
Notas
exegéticas.
4 7 Variante: “vuestros cuerpos”.
Evangelio
X Lectura del santo evangelio según san Lucas 3, 10-18.
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
-Entonces, ¿qué debemos hacer?
Él contestaba:
-El que tenga dos túnicas, que comparta con el que
no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le
preguntaron:
-Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?
Él les contestó:
-No exijáis más de lo establecido.
Unos soldados igualmente le preguntaban:
-Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
Él les contestó:
-No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con
falsas denuncias, sino contentaos con la paga.
Como el pueblo estaba expectante, y todos se
preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió
dirigiéndose a todos:
-Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más
fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar
su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no
se apaga.
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al
pueblo el evangelio.
Textos
paralelos.
La gente le
preguntaba: “Entonces, ¿qué tenemos que hacer?”.
Hch 2, 37: Los que
oyeron les llegó al corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: “¿Qué
hemos de hacer, hermanos?”. Pedro les contestó: “Arrepentíos, bautizaos cada
uno invocando el nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados, y
recibiréis el don del Espíritu Santo”.
El que tenga dos
túnicas que las reparta con el que no tiene.
Lc 12, 33: Vended
vuestros bienes y dad limosna. Procuraos bolsas que no envejezcan, un tesoro
inagotable en el cielo, donde los ladrones no llegan ni los roe la polilla.
Is 58, 7: Partir tu
pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves
desnudo y no cerrarte a tu propia carne.
Vinieron también
unos publicanos.
Mt 5, 46: Si amáis
solo a los que os aman, ¿qué premio merecéis? También lo hacen los
recaudadores.
La gente estaba
expectante.
Jn 1, 19-21: Este es
el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes
y levitas a preguntarle quien era. El confesó sin reticencias, confesó que no
era el Mesías. Le preguntaron: “Entonces, ¿eres Elías?”. Respondió: “No lo
soy”. “¿Eres el profeta?”. Respondió: “No”.
Jn 3, 28: Vosotros
sois testigos de que dije: Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por
delante de él.
Y andaban todos
pensando para sus adentros acerca de Juan.
Hch 13, 25: Hacia el
fin de su carrera mortal dijo: No soy el que pensáis; detrás de mí viene uno al
que no tengo derecho a quitarle las sandalias de los pies.
Jn 1, 26.27: Juan
les respondió: “Yo bautizo con agua. Entre vosotros está uno que no conocéis,
que viene detrás de mí; y yo no soy quien para soltarle la correa de la
sandalia”.
Yo os bautizo con
agua.
Jn 1, 33: Yo no lo
conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquel sobre el que
veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
3 10
Los
vv. 10-14, propios de Lc, insisten en el elemento positivo y humano del mensaje
de Juan. Ninguna profesión excluye de la salvación; pero se ha de practicar la
justicia y la caridad.
3 12
Este
nombre designa propiamente a importantes personajes que centralizaban el cobro
de impuestos. En los evangelios se trata de sus subalternos judíos, que eran
mal vistos por su colaboración con el ocupante. La opinión pública los
consideraba pecadores.
3 15
O
“el Mesías”, e.d. el Ungido (de Dios): el griego christós equivale al
hebreo masîah (ungido). Los judíos conferían a este título un sentido
nacional y político (lo mismo en 22, 67). La traducción “Cristo” refleja la
novedad cristiana del título. Los discípulos de Juan siguieron preguntándose
durante mucho tiempo si su maestro sería el Mesías.
3 16
(a) Gesto
de esclavo que un judío de entonces no podía exigir a un siervo compatriota,
pues también este formaba parte del pueblo elegido.
3 16
(b) Aquí,
como en Hch 1, 5 y 11, 16, Lc opone bautismo de agua (o “con agua”), practicado
por Juan, al bautismo “en Espíritu Santo”, que será inaugurado en Pentecostés.
Esto hace pensar que, en Lc, la preposición “en” no debería traducirse “con”,
pues el Espíritu no es un instrumento, sino una presencia activa. En estas
palabras, Lc percibe probablemente un anuncio de Pentecostés; en efecto,
narrará la venida del Espíritu en forma de lenguas de fuego. Para Lc
significaría la acción purificadora del Espíritu.
3 17
Los
profetas anunciaron el juicio de Dios sirviéndose con frecuencia de imágenes
tomadas de las cosechas en Palestina: p.e. el cribado (Jr 14, 7), el fuego
aplicado a la paja (Is 5, 24; Jl 2, 5; Na 1, 10). Al hablar del “fuego que no
se apaga” Juan pone de manifiesto el carácter escatológico de la imagen.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
3 14
AGENTES
ARMADOS (Bover): especie de policías, o soldados mercenarios, de Herodes
Antipas, que protegían a los publicanos en su trabajo.
3 15
EN
SU INTERIOR: lit. en los corazones de ellos.
3 18
Y
así…: lit. muchas cosas pues bien, y otras exhortando… // “Evangelizar”:
término técnico de la predicación mesiánica.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
3,
11 La
limosna, ya sea de dinero, de bienes necesarios, o como mejora en las
condiciones sociales, siempre es un acto de justicia y una manifestación de
caridad fraterna que agrada a Dios. Cat. 1942 y 2447.
3 16
Juan
aclaró que él no era el Mesías, que tendría la capacidad divina para perdonar
los pecados. Señaló también que su propio bautismo era simbólico y, por tanto,
prefiguraba el bautismo instituido por Cristo, que también implicaría la gracia
santificadora del Espíritu Santo. Cat. 696.
3 17
Bieldo: herramienta
utilizada para echar el grano al aire de forma que el viento pueda dispersar la
paja dejando solo el grano, de más peso, que se puede así recoger y barrer.
Esta práctica nos proporciona una imagen de cómo Dios separará a los fieles de
los impenitentes en el fin del mundo. Cat. 681.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
1942
Por
la fe creemos en Dios y creemos todo lo que Él nos ha revelado y que la Santa
Iglesia nos propone como objeto de fe.
2447
Las
obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales
ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales.
Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de
misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de
misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento,
dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a
los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los
pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también
una práctica de justicia que agrada a Dios. “El que tenga dos túnicas que las
reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo” (Lc 3,
11). “Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras
para vosotros” (Lc 11, 41). “Si un hermano o una hermana están desnudos y
carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: Id en paz,
calentaos o hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué
sirve?” (St 2, 15-16).
696 El fuego. Mientras que el agua
significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo,
el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.
El profeta Elías que “surgió (…) como el fuego y cuya palabra abrasaba como
antorcha” (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el
sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que
transforma lo que toca. Juan Bautista, “que precede al Señor con el espíritu y
el poder de Elías” (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que “bautizará en el
Espíritu Santo y el fuego” (Lc 3, 16). Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido
a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!”
(Lc 12, 49). En forma de lenguas “como de fuego” se posó el Espíritu Santo
sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él. La tradición
espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos
de la acción del Espíritu Santo. “No extingáis el Espíritu” (1 Ts 5, 19).
681 El día del Juicio,
al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo
definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido
juntos en el curso de la historia.
Concilio
Vaticano II.
Todo el que,
obedeciendo a Cristo, busca ante todo el Reino de Dios, obtiene por ello un
amor más fuerte y más puro para ayudar a todos sus hermanos y para llevar a
cabo la obra de justicia bajo la inspiración de la caridad (cf. Lc 3, 11).
Gaudium et Spes, 72.
Comentarios de los Santos Padres.
Lo mismo que el médico hábil aplica un remedio
adecuado a cada enfermedad, de la misma manera el Bautista daba a cada uno de
los modos de vida, un consejo útil y adecuado: a las multitudes que caminan
hacia el arrepentimiento les dice que usen la comprensión mutua; a los
publicanos, les cierra el camino de la imposición sin límites; finalmente, de
forma muy sabia, a los soldados les dice que no opriman a nadie sino que les
baste su paga.
Cirilo de Alejandría. Comentarios al Ev. de Lucas,
3, 10. III, pg. 113-114.
Desea que nos despojemos del hombre viejo para
revestirnos del hombre nuevo.
Orígenes. Homilías sobre el Ev. de Lucas, 23,
2-3. III, pg. 114.
Mas estos preceptos y los otros son propios de cada
función; la misericordia es común a todos, luego también el precepto de
hacerla: ella es necesaria a toda misión y a toda edad, y todos deben
ejercerla. No están excluidos de este deber el publicano ni el soldado, ni el
agricultor ni el ciudadano, ni el rico ni el pobre: a todos se les pide que den
al que no tiene. En verdad, la misericordia es la plenitud de las virtudes;
así, a todos ha sido propuesta como norma de virtud perfecta: no ser avaro de
sus vestidos ni de sus alimentos. Sin embargo, la misericordia misma guarda una
medida según las posibilidades de la condición humana, de tal modo que cada uno
no se desprenda enteramente de todo, sino que lo que tiene lo divida con el
pobre.
Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 2, 77.
III, pgs. 114-115.
Si Juan no hubiera sido para consigo mismo un valle,
no habría estado lleno de gracia.
Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 1,
20, 4. III, pg. 115.
Él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego. En
fuego, ¿por qué? Porque el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de
fuego.
Cirilo de Jerusalén, Las catequesis, 17, 8.
III, pg. 115.
Esta imagen del bieldo significa que el Señor tiene
el derecho a discriminar los méritos, pues cuando los granos de trigo son
aventados en el aire, el que está lleno es separado del vacío, el fructuoso del
seco, por una suerte de control que hace el soplo del aire. Esta comparación
muestra que el Señor, el día del juicio, hará la separación entre los méritos y
los frutos de la sólida virtud y de las acciones vacías, para colocar a los
hombres de un mérito perfecto en la mansión del cielo.
Ambrosio, Exposición sobre el Ev. de Lucas, 2,
82. III, pg. 116.
San Agustín
“¡Pero este soldado me hecho tanto mal!”. Quisiera saber si no harías tú
lo mismo si fueses soldado como él. Tampoco yo quiero que los soldados hagan
tales cosas para afligir a los pobres. No lo quiero; quiero que también ellos
escuchen el evangelio. El hacer el bien no lo prohíbe la milicia, sino la
malicia. (…) Quiero que oigan los soldados lo que ordenó Cristo; oigámoslo
también nosotros, pues Cristo es tanto nuestro como de ellos, y Dios lo es de
ellos y nuestro al mismo tiempo. Escuchémoslo todo y vivamos concordes en la
paz.
Sermón, 302,
15. I, pgs. 98-99.
San Juan de Ávila
Recojamos, pues, nuestros derramamientos y cerremos las puertas de
nuestros sentidos, que son ventanas por donde sube la muerte (cf. Jr 9, 21), y esperemos a Dios apartados
de todo solaz y memoria de las criaturas; que, sin duda, echada toda la gente
de casa, hallaremos dentro al que en todas partes está, y nuestros alborotos
que tenemos no nos lo dejan gustar, por ser El quietísimo y amador de reposo.
Cosa es esta para espantar, que nos manda Dios tener sosiego, y no queremos
nosotros. Nuestra memoria está sosegada con la memoria de solo Dios, cerrando
la puerta a las criaturas, que son unas moscas que quitan el dulce sueño.
Nuestra voluntad está muy quieta, habiendo recogido todo su amor y puéstolo en
Dios. De las otras partes del hombre no es de curar, porque son semejables a
bestias, y no está en nuestras manos sosegarlas del todo; aunque muchas veces
de la paz y gusto del ánima desciende a la parte sensitiva, como dulce maná que
viene del cielo a la tierra, para que todo el hombre diga cantando: Mi corazón y mi carne se
gozaron en Dios vivo (Sal 83, 3). Busquemos a Dios, y bástanos. Él nos enseñará, consolará
y hartará, sin haber más menester, porque a ninguno va mal sino porque huye de
Él. Leed, orad y comulgad, y tened caridad, y será Dios con vos; y rogadle por
mí, que así hago yo por vos.
A un hombre devoto. Obras Completas IV, pg. 267.
San Oscar Romero.
El mensaje de este domingo es mensaje de alegría. Que no nos
quite la alegría la necesidad de esta austeridad. No puede haber alegría
profunda sin una cruz de austeridad.
Yo creo que nuestro pueblo que sabe sonreír, que sabe ser
feliz, que no tiene por naturaleza inclinaciones a resentimientos y odios, sino
cuando los envenenan. Este pueblo aprenderá a sonreír, ser verdaderamente
alegre cuando se realice una verdadera transformación, que como dice San Pablo:
"Saque de la esclavitud del pecado una naturaleza que Dios la hizo para
compartir con todos sus hijos". Así sea…
Homilía, 16 diciembre 1979.
Papa Francisco. Angelus. 13 de
diciembre de 2015.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy hay una pregunta que se
repite tres veces: «¿Qué cosa tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Se la
dirigen a Juan el Bautista tres categorías de personas: primero, la multitud
en general; segundo, los publicanos, es decir los cobradores de
impuestos; y tercero, algunos soldados. Cada uno de estos grupos
pregunta al profeta qué debe hacer para realizar la conversión que él
está predicando. A la pregunta de la multitud Juan responde que compartan
los bienes de primera necesidad. Al primer grupo, a la multitud, le dice que
compartan los bienes de primera necesidad, y dice así: «El que tenga dos
túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo
mismo» (v. 11). Después, al segundo grupo, al de los cobradores de los
impuestos les dice que no exijan nada más que la suma debida (cf. v. 13).
¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos. Es claro el Bautista. Y al
tercer grupo, a los soldados les pide no extorsionar a nadie y de contentarse
con su salario (cf. v. 14). Son las respuestas a las tres preguntas de
estos grupos. Tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se
manifiesta en compromisos concretos de justicia y de solidaridad. Es el
camino que Jesús indica en toda su predicación: el camino del amor real en
favor del prójimo.
De estas advertencias de Juan el Bautista
entendemos cuáles eran las tendencias generales de quien en esa época tenía
el poder, bajo las formas más diversas. Las cosas no han cambiado tanto. No
obstante, ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino
de la conversión para obtener la salvación, ni tan siquiera los publicanos
considerados pecadores por definición: tampoco ellos están excluidos de la
salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de salvarse. Él
está —se puede decir— ansioso por usar misericordia, usarla hacia
todos, acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y el perdón.
Esta pregunta —¿qué tenemos que hacer?— la
sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite, con las palabras de
Juan, que es preciso convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y
tomar el camino de la justicia, la solidaridad, la sobriedad: son los
valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente
cristiana. ¡Convertíos! Es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la
liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a descubrir nuevamente
una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se
convierte y se acerca al Señor experimenta la alegría. El profeta Sofonías
nos dice hoy: «Alégrate hija de Sión», dirigido a Jerusalén (Sof 3, 14); y el
apóstol Pablo exhorta así a los cristianos filipenses: «Alegraos siempre en el
Señor» (Fil 4, 4). Hoy se necesita valentía para hablar de alegría, ¡se
necesita sobre todo fe! El mundo se ve acosado por muchos problemas, el futuro
gravado por incógnitas y temores. Y sin embargo el cristiano es una persona
alegre, y su alegría no es algo superficial y efímero, sino profunda y estable,
porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la
certeza que «el Señor está cerca» (Fil 4, 5). Está cerca con su ternura, su
misericordia, su perdón y su amor. Que la Virgen María nos ayude a fortalecer
nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, al Dios de la
misericordia, que siempre quiere habitar entre sus hijos. Y que nuestra
Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir
también la sonrisa.
Papa Francisco. Angelus. 16 de
diciembre de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este tercer domingo de Adviento, la liturgia
nos invita a la alegría. Escuchad bien: a la alegría. El profeta Sofonías le
dirige a la pequeña porción del pueblo de Israel estas palabras: «Lanza gritos
de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel» (3, 14). Gritar de gozo,
exultar, alegrarse: es esta la invitación de este domingo. Los habitantes de la
ciudad santa están llamados a gozar porque el Señor ha revocado su condena (cf.
v. 15). Dios ha perdonado, no ha querido castigar. Por consiguiente, para
el pueblo ya no hay motivo de tristeza, ya no hay motivo para desalentarse,
sino que todo lleva a un agradecimiento gozoso hacia Dios, que quiere siempre
rescatar y salvar a los que ama. Y el amor del Señor hacia su pueblo es
incesante, comparable a la ternura del padre hacia los hijos, del esposo hacia
la esposa, como dice también Sofonías: «Él exulta de gozo por tí te renueva por
su amor; danza por ti con gritos de júbilo» (v. 17). Este es —así se llama— el
domingo de gozo: el tercer domingo de Adviento, antes de Navidad.
Este llamamiento del profeta es particularmente
apropiado mientras nos preparamos para la Navidad porque se aplica a Jesús, el
Emanuel, el Dios-con-nosotros: su presencia es la fuente de la alegría. De
hecho, Sofonías proclama: «Rey de Israel, está en medio de ti»; y poco después
repite: «El Señor, tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!» (vv.
15.17). Este mensaje encuentra su pleno significado en el momento de la
anunciación a María, narrada por el evangelista Lucas. Las palabras que le dirige
el ángel Gabriel a la Virgen son como un eco de las del profeta. Y ¿qué dice el
arcángel Gabriel? «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1,
28). «Alégrate», dice a la Virgen. En una aldea perdida de Galilea, en el
corazón de una joven mujer desconocida para el mundo, Dios enciende la chispa
de la felicidad para todo el mundo. Y hoy el mismo anuncio va dirigido a la
Iglesia, llamada a acoger el Evangelio para que se convierta en carne, vida
concreta. Dice a la Iglesia, a todos nosotros: «Alégrate, pequeña comunidad
cristiana, pobre y humilde aunque hermosa a mis ojos porque deseas
ardientemente mi Reino, tienes sed de justicia, tejes con paciencia tramas de
paz, no sigues a los poderosos de turno, sino que permaneces fielmente al lado
de los pobres. Y así no tienes miedo de nada sino que tu corazón está en el
gozo». Si nosotros vivimos así, en la presencia del Señor, nuestro corazón
siempre estará en la alegría. La alegría «de alto nivel», cuando está, es
plena, y la alegría humilde de todos los días, es decir, la paz. La paz es la
alegría más pequeña, pero es alegría. También san Pablo hoy nos exhorta a no
angustiarnos, a no desesperarnos por nada, sino a presentarle a Dios, en toda
circunstancia, nuestras peticiones, nuestras necesidades, nuestras
preocupaciones, «mediante la oración y la súplica» (Filipenses 4, 6). Ser
conscientes que en medio de las dificultades podemos siempre dirigirnos al
Señor, y que Él no rechaza jamás nuestras invocaciones, es un gran motivo de
alegría. Ninguna preocupación, ningún miedo podrá jamás quitarnos la
serenidad que viene no de las cosas humanas, de las consolaciones humanas,
no, la serenidad que viene de Dios, del saber que Dios guía amorosamente
nuestra vida, y lo hace siempre. También en medio de los problemas y de los
sufrimientos, esta certeza alimenta la esperanza y el valor. Pero para
acoger la invitación del Señor a la alegría, es necesario ser personas
dispuestas a cuestionarnos. ¿Qué significa esto? Precisamente como aquellos
que, después de haber escuchado la predicación de Juan Bautista, le preguntan:
tú predicas así, y nosotros, «¿qué debemos hacer?» (Lucas 3, 10. Yo ¿qué
debo hacer? Esta pregunta es el primer paso para la conversión que estamos
invitados a realizar en este tiempo de Adviento. Cada uno de nosotros se
pregunte: ¿qué debo hacer? Una cosa pequeña, pero «¿qué debo hacer?». Y la
Virgen María, quien es nuestra madre, nos ayude a abrir nuestro corazón a Dios
al Dios-que-viene, para que Él inunde de alegría toda nuestra vida.
Francisco. Angelus. 12 de
diciembre de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy, tercer domingo
de Adviento, nos presenta varios grupos de personas —la multitud, los
publicanos y los soldados— que se conmueven con la predicación de Juan Bautista
y le preguntan: "¿Qué debemos hacer? (Lc 3,10). ¿Qué debemos hacer?
Esta es la pregunta que hacen. Detengámonos un momento en esta cuestión.
No parte de un sentido del deber. Más bien, es el
corazón tocado por el Señor, es el entusiasmo por su venida lo que lleva a
decir: ¿qué debemos hacer? Entonces Juan dice: “El Señor está cerca” – “¿Qué
debemos hacer?”. Pongamos un ejemplo: creemos que un ser querido va a venir a
visitarnos. Lo esperamos con alegría, con impaciencia. Para recibirlo como es
debido, limpiaremos la casa, prepararemos la mejor comida posible, quizás un
regalo... En definitiva, nos pondremos manos a la obra. Así es con el Señor, la
alegría de su venida nos hace decir: ¿qué debemos hacer? Pero Dios eleva esta
cuestión a un nivel superior: ¿Qué hacer con mi vida? ¿A qué estoy llamado?
¿Qué es lo que me llena?
Al plantearnos esta pregunta, el Evangelio nos
recuerda algo importante: la vida tiene una tarea para nosotros. La vida no
es algo sin sentido, no se deja al azar. ¡No! Es un regalo que el Señor
nos da, diciéndonos: ¡descubre quién eres, y trabaja para realizar el sueño
que es tu vida! Cada uno de nosotros —no lo olvidemos— es una misión a cumplir.
Así que no tengamos miedo de preguntarle al Señor: ¿qué debo hacer? Repitámosle
con frecuencia esta pregunta. También aparece en la Biblia: en los Hechos de
los Apóstoles, algunas personas, al escuchar a Pedro anunciar la resurrección
de Jesús, «dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles:
“¿Qué hemos de hacer?”» (2,37). Preguntémonoslo también nosotros: ¿qué está
bien hacer para mí y para mis hermanos? ¿Cómo puedo contribuir al bien de
la Iglesia, al bien de la sociedad? Para eso es el tiempo de Adviento: para
detenernos y preguntarnos cómo preparar la Navidad. Estamos ocupados con tantos
preparativos, regalos y cosas que pasan, ¡pero preguntémonos qué hacer por
Jesús y por los demás! ¿Qué debemos hacer?
A la pregunta “¿qué debemos hacer?”, siguen en el
Evangelio las respuestas de Juan Bautista, que son diferentes para cada grupo.
En efecto, Juan recomienda a los que tienen dos túnicas que las reparta con el
que no tiene; a los publicanos, que cobran los impuestos, les dice: «No exijáis
más de lo que os está fijado» (Lc 3,13); y a los soldados: «No hagáis extorsión
a nadie, no hagáis denuncias falsas» (v. 14). A cada uno dirige una palabra
específica, relativa a la situación real de su vida. Esto nos ofrece una
valiosa enseñanza: la fe se encarna en la vida concreta. No es una
teoría abstracta. La fe no es una teoría abstracta, una teoría
generalizada, no, la fe toca la carne y transforma la vida de cada uno.
Pensemos en la concreción de nuestra fe. Mi fe: ¿es una cosa abstracta o es
concreta? ¿La llevo adelante en el servicio a los demás, en la ayuda?
Y entonces, en conclusión, preguntémonos: ¿qué
puedo hacer concretamente? En estos días previos a la Navidad. ¿Cómo puedo
hacer mi parte? Asumamos un compromiso concreto, aunque sea pequeño, que
se ajuste a nuestra situación de vida, y llevémoslo adelante para prepararnos a
esta Navidad. Por ejemplo: puedo llamar por teléfono a esa persona que está
sola, visitar a aquel anciano o aquel enfermo, hacer algo para servir a un
pobre, a un necesitado. Y además: quizás tenga un perdón que pedir o un
perdón que dar, una situación que aclarar, una deuda que saldar. Quizás
he descuidado la oración y después de mucho tiempo es hora de acercarse al
perdón del Señor. Hermanos y hermanas ¡busquemos una cosa concreta y
hagámosla! Que la Virgen, en cuyo seno Dios se hizo carne, nos ayude.
Benedicto. Angelus. 17 de
diciembre 2006
Queridos hermanos y hermanas:
En este tercer domingo de Adviento la liturgia nos
invita a la alegría del espíritu. Lo hace con la célebre antífona que recoge
una exhortación del apóstol san Pablo:
"Gaudete in Domino", "Alegraos siempre en el Señor (...).
El Señor está cerca" (cf. Flp 4, 4-5). También la primera lectura bíblica
de la misa es una invitación a la alegría. El profeta Sofonías, al final del
siglo VII antes de Cristo, se dirige a la ciudad de Jerusalén y a su población
con estas palabras: "Regocíjate,
hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, hija
de Jerusalén. (...) El Señor tu Dios está en medio de ti como poderoso
salvador" (So 3, 14. 17). A Dios mismo lo representa el profeta con
sentimientos análogos: "Él se
goza y se complace en ti, te renovará con su amor, exultará sobre ti con
júbilo, como en los días de fiesta" (So 3, 17-18). Esta promesa se
realizó plenamente en el misterio de la Navidad, que celebraremos dentro de una
semana y que es necesario renovar en el "hoy" de nuestra vida y de la
historia.
La alegría que la liturgia suscita en el corazón de
los cristianos no está reservada sólo a nosotros: es un anuncio profético destinado a toda la
humanidad y de modo particular a los más pobres, en este caso a los más pobres
en alegría. Pensemos en nuestros hermanos y hermanas que, especialmente
en Oriente Próximo, en algunas zonas de África y en otras partes del mundo viven
el drama de la guerra: ¿qué
alegría pueden vivir? ¿Cómo será su Navidad?
Pensemos en los numerosos enfermos y en las
personas solas que, además de experimentar sufrimientos físicos, sufren también
en el espíritu, porque a menudo se sienten abandonados: ¿cómo compartir con ellos la alegría sin
faltarles al respeto en su sufrimiento? Pero pensemos también en quienes
han perdido el sentido de la verdadera alegría, especialmente si son
jóvenes, y la buscan en vano donde es imposible encontrarla: en la carrera exasperada hacia la
autoafirmación y el éxito, en las falsas diversiones, en el consumismo,
en los momentos de embriaguez, en los paraísos artificiales de la droga
y de cualquier otra forma de alienación.
No podemos menos de confrontar la liturgia de hoy y
su "Alegraos" con estas realidades dramáticas. Como en tiempos del
profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado
precisamente a quienes soportan pruebas, a los "heridos de la vida y
huérfanos de alegría". La invitación a la alegría no es un
mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una
profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la
renovación interior.
Para transformar el mundo Dios eligió a una humilde
joven de una aldea de Galilea, María de Nazaret, y le dirigió este saludo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo". En esas palabras está el secreto de la auténtica
Navidad. Dios las repite a la Iglesia, a cada uno de nosotros: "Alegraos, el Señor está cerca".
Con la ayuda de María, entreguémonos nosotros
mismos, con humildad y valentía, para que el mundo acoja a Cristo, que es el
manantial de la verdadera alegría.
Benedicto. Angelus. 13 de
diciembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos ya en el tercer domingo de Adviento. Hoy en
la liturgia resuena la invitación del apóstol san Pablo: "Estad siempre
alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. (...) El Señor está
cerca" (Flp 4, 4-5). La madre Iglesia, mientras nos acompaña hacia
la santa Navidad, nos ayuda a redescubrir el sentido y el gusto de la
alegría cristiana, tan distinta de la del mundo. En este domingo, según una
bella tradición, los niños de Roma vienen a que el Papa bendiga las estatuillas
del Niño Jesús, que pondrán en sus belenes. Y, de hecho, veo aquí en la plaza
de San Pedro a numerosos niños y muchachos, junto a sus padres, profesores y
catequistas. Queridos hermanos, os saludo a todos con gran afecto y os doy las
gracias por haber venido. Me alegra saber que en vuestras familias se conserva
la costumbre de montar el belén. Pero no basta repetir un gesto tradicional,
aunque sea importante. Hay que tratar de vivir en la realidad de cada día lo
que el belén representa, es decir, el amor de Cristo, su humildad, su
pobreza. Es lo que hizo san Francisco en Greccio: representó en vivo la
escena de la Natividad, para poderla contemplar y adorar, pero sobre todo para
saber poner mejor en práctica el mensaje del Hijo de Dios, que por amor a
nosotros se despojó de todo y se hizo niño pequeño.
La bendición de los "Bambinelli" —como se dice en
Roma— nos recuerda que el belén es una escuela de vida, donde podemos
aprender el secreto de la verdadera alegría, que no consiste en tener muchas
cosas, sino en sentirse amados por el Señor, en hacerse don para los
demás y en quererse unos a otros. Contemplemos el belén: la Virgen y san
José no parecen una familia muy afortunada; han tenido su primer hijo en
medio de grandes dificultades; sin embargo, están llenos de profunda
alegría, porque se aman, se ayudan y sobre todo están seguros de que en su
historia está la obra Dios, que se ha hecho presente en el niño Jesús. ¿Y
los pastores? ¿Qué motivo tienen para alegrarse? Ciertamente el recién
nacido no cambiará su condición de pobreza y de marginación. Pero la fe les
ayuda a reconocer en el "niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre", el "signo" del cumplimiento de las promesas de Dios
para todos los hombres "a quienes él ama" (Lc 2, 12.14), ¡también
para ellos!
En eso, queridos amigos, consiste la
verdadera alegría: es sentir que un gran misterio, el misterio del amor de
Dios, visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para
alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad:
necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a
nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús,
nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que ponemos en el portal o en la
cueva, es el centro de todo, es el corazón del mundo. Oremos para que toda
persona, como la Virgen María, acoja como centro de su vida al Dios que se ha
hecho Niño, fuente de la verdadera alegría.
Benedicto. Angelus. 16 de
diciembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo de Adviento muestra
nuevamente la figura de Juan Bautista, y lo presentan mientras habla a la gente
que acude a él, al río Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con
palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la venida del Mesías,
algunos le preguntan: «¿Qué tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Estos
diálogos son muy interesantes y se revelan de gran actualidad.
La primera respuesta se dirige a la multitud
en general. El Bautista dice: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el
que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo» (v. 11). Aquí podemos ver
un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar
el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario;
la caridad impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su
necesidad, en lugar de hallar justificaciones para defender los propios
intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se
completan recíprocamente. «El amor siempre será necesario, incluso en la
sociedad más justa», porque «siempre se darán situaciones de necesidad material
en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo»
(Enc. Deus caritas est, 28).
Vemos luego la segunda respuesta, que se dirige a
algunos «publicanos», o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por
esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se
aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien
de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en
nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento
honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la
observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: «No robar» (cf. Ex
20, 15).
La tercera respuesta se refiere a los soldados,
otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto tentada de abusar de él. A
los soldados Juan dice: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con
falsas denuncias, sino contentaos con la paga» (v. 14). También aquí la
conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás: una
indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores
responsabilidades.
Considerando en su conjunto estos diálogos, impresiona
la gran concreción de las palabras de Juan: puesto que Dios nos juzgará
según nuestras obras, es ahí, justamente en el comportamiento, donde hay que
demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones
del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo las
cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta.
Roguemos pues al Señor, por intercesión de María Santísima, para que nos ayude
a prepararnos a la Navidad llevando buenos frutos de conversión (cf. Lc 3, 8).
Francisco. Catequesis.
El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro
con Jesús, nuestra esperanza 16. Anunciar el Evangelio en el Espíritu Santo. El
Espíritu Santo y la evangelización. 4 diciembre 2024.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber reflexionado sobre la acción santificadora y carismática
del Espíritu, dedicamos esta catequesis a otro aspecto: la obra evangelizadora
del Espíritu Santo, es decir, su papel en la predicación de la Iglesia.
La Primera Carta de Pedro define a los apóstoles como «los que
anunciaron el Evangelio por medio del Espíritu Santo» (cf. 1,12). En esta
expresión encontramos los dos elementos constitutivos de la predicación
cristiana: su contenido, que es el Evangelio, y su medio, que es el
Espíritu Santo. Digamos algo del uno y del otro.
En el Nuevo Testamento, la palabra «Evangelio» tiene dos significados
principales. Puede referirse a cualquiera de los cuatro Evangelios canónicos:
Mateo, Marcos, Lucas y Juan; en esta acepción, «Evangelio» significa la
buena nueva proclamada por Jesús durante su vida terrenal. Después de
Pascua, la palabra «Evangelio» adquiere el nuevo significado de buena
noticia sobre Jesús, es decir, el misterio pascual de la muerte y
resurrección del Señor. Esto es lo que el apóstol llama «Evangelio»
cuando escribe: «No me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para
la salvación de todo el que cree» (Rom 1:16).
La predicación de Jesús, y, más tarde, la de los apóstoles, también
contiene todos los deberes morales que se desprenden del Evangelio,
empezando por los Diez Mandamientos y terminando por el 'nuevo' mandamiento del
amor. Pero si no queremos volver a caer en el error denunciado por el
apóstol Pablo de anteponer la ley a la gracia y las obras a la fe, debemos
partir siempre del anuncio de lo que Cristo ha hecho por nosotros. Por eso,
en la exhortación apostólica Evangelii gaudium se insiste tanto en la primera
de las dos cosas, es decir, en el kerygma o «anuncio», del que depende
toda aplicación moral.
De hecho, «en la catequesis tiene un papel fundamental el primer
anuncio o “kerygma”, que debe ocupar el centro de la actividad
evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. […] Cuando a este
primer anuncio se le llama “primero”, eso no significa que está al
comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo
superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el
anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de
diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una
forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos.
[…] No hay que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado en favor de
una formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo,
más seguro, más consistente y más sabio que ese anuncio» (nn. 164-165), es
decir el del kerygma.
Hasta ahora hemos visto el contenido de la predicación cristiana. Sin
embargo, debemos tener en cuenta también el medio del anuncio. El Evangelio
debe predicarse «mediante el Espíritu Santo» (1 Pe 1:12). La Iglesia debe
hacer precisamente lo que Jesús dijo al comienzo de su ministerio público: «El
Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido y me ha enviado a llevar
la buena nueva a los pobres» (Lc 4, 18). Predicar con la unción del Espíritu
Santo significa transmitir, junto con las ideas y la doctrina, la vida y la
convicción de nuestra fe. Significa confiar no en «discursos persuasivos de
sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y su poder» (1 Cor 2:4),
como escribió San Pablo.
Es fácil decirlo -se podría objetar-, pero ¿cómo ponerlo en práctica si
no depende de nosotros, sino de la venida del Espíritu Santo? En realidad,
hay una cosa que depende de nosotros, o más bien dos, y las mencionaré
brevemente. La primera es la oración. El Espíritu Santo viene sobre
los que rezan, porque el Padre celestial -está escrito- «da el Espíritu
Santo a los que se lo piden» (Lc 11,13), ¡sobre todo si se lo piden para
anunciar el Evangelio de su Hijo! ¡Cuidado con predicar sin rezar! Uno
se convierte en lo que el Apóstol llama «bronces que resuenan y címbalos que
retiñen» (cf. 1 Co 13:1).
Por tanto, lo primero que depende de nosotros es orar para que venga el
Espíritu Santo. Lo segundo es no querer predicarnos a nosotros mismos, sino
a Jesús el Señor (cf. 2 Co 4,5).
Esto se refiere a la predicación. A veces hay predicaciones largas,
de 20 minutos, de 30 minutos... Pero, por favor, los predicadores deben
predicar una idea, un afecto y una llamada a la acción. Más allá de ocho
minutos, la predicación se desvanece, no se entiende. Y esto se lo digo a
los predicadores... [aplausos] ¡Veo que les gusta oír esto! A veces vemos a
hombres que, cuando empieza el sermón, salen a fumar un cigarrillo y luego
vuelven a entrar. Por favor, el sermón debe ser una idea, un afecto y una
propuesta de acción. Y nunca debe durar más de diez minutos. Esto es muy
importante.
La segunda cosa -les decía- es no querer predicarnos a nosotros mismos
sino al Señor. No es necesario que nos detengamos en esto, porque
cualquiera que se dedique a la evangelización sabe bien lo que significa, en la
práctica, no predicarnos a nosotros mismos. Me limitaré a una aplicación
particular de esta exigencia. No querer predicarnos a nosotros mismos implica
también no dar siempre prioridad a las iniciativas pastorales promovidas por
nosotros y vinculadas a nuestro propio nombre, sino colaborar de buen
grado, si se nos pide, en las iniciativas comunitarias, o que se nos
encomienden por obediencia.
¡Que el Espíritu Santo nos ayude, nos acompañe, y enseñe a la Iglesia a
predicar así el Evangelio a los hombres y mujeres de este tiempo! Gracias
Monición de
entrada.-
Hoy es el
cuarto domingo de adviento. Así que estamos ya casi en Navidad.
Sólo nos
quedan cuatro días para la nochebuena. Y por eso queremos que Jesús tenga
nuestro corazón muy abierto para que entre.
Encendido
de la cuarta vela de la corona de adviento.
Jesús
vamos a encender la cuarta vela, y con esta ya tenemos encendida la corona de
adviento.
Te
pedimos que también nosotros tengamos el corazón encendido para cuando tu
vengas.
Peticiones.
Por el papa Francisco, para que sea muy
feliz estas navidades. Te lo pedimos, Señor
Por las personas que estas navidades no
estarán en su casa, para que tengan amigos para pasar la nochebuena. Te lo
pedimos, Señor
Por los niños que estarán en los
hospitales, para que el año que viene estén felices y sanos con sus papás. Te
lo pedimos, Señor
Para que nosotros y nuestras familias,
para que estas navidades te tengamos muy cerca. Te lo pedimos Señor.
Acción de gracias.
Virgen
María te damos gracias porque un año más y más mayores
vamos a
celebrar la navidad.
También
queremos pedirte para que el Niño Jesús que José va a bendecir
esté
siempre en nuestra casa y para que la vela nos recuerde que nosotros
somos la mejor
lucecita que hay en casa.
ORACIÓN PARA EL
CENTRE JUNIORS CORBERA Y PARRROQUIAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ
EXPERIENCIA.
Busca en tu ordenador o por internet una imagen de
una celebración cristiana, por ejemplo, una oración de Taizé.
Mira la imagen: Dios está en los iconos (las
pinturas de Jesús crucificado, la Madre de Dios y los santos), en las luces,
los corazones de los allí reunidos.
Y Dios está dentro de tu corazón. Haz la señal de
la cruz.
Coloca las manos en tu pecho, sintiendo el latido
del corazón.
Piensa en tu madre: su cuerpo lo formó y le dio el
primer impulso. Con los dolores, las incomodidades del embarazo, la
incertidumbre del parte, ella era feliz porque habitabas dentro.
También Dios es feliz porque tú habitas en su
interior.
Visualiza este vídeo las veces que necesites:
https://www.youtube.com/watch?v=zGU8tTYzVdk
Pulsa el inicio, cierra los ojos y escucha la
música.
¿Qué imágenes aparecen?
Piensa en las frases que allí se muestran:
Estad alegres.
S.O.S. Lavapiés.
¿Qué personas me dan alegría?
¿Qué gestos de la vida cotidiana me ayudan a vivir
la alegría?
En un mundo muchas veces preocupado y gris, estar
alegres es un acto revolucionario.
Sin nosotras no se mueve el mundo.
Derechos sociales.
Responde a las dos preguntas con pausa,
transformando la respuesta en oración: “gracias Jesús por… que me hace feliz
cada vez que…”.
REFLEXIÓN.
Toma la Biblia y lee :
X Lectura del santo evangelio según
san Lucas 3, 10-18.
En aquel tiempo, la gente
preguntaba a Juan:
-Entonces, ¿qué debemos hacer?
Él contestaba:
-El que tenga dos túnicas, que
comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse
unos publicanos y le preguntaron:
-Maestro, ¿qué debemos hacer
nosotros?
Él les contestó:
-No exijáis más de lo
establecido.
Unos soldados igualmente le
preguntaban:
-Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
Él les contestó:
-No hagáis extorsión ni os
aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga.
Como el pueblo estaba expectante,
y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan
les respondió dirigiéndose a todos:
-Yo os bautizo con agua; pero
viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de
sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el
bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en
una hoguera que no se apaga.
Con estas y otras muchas
exhortaciones, anunciaba al pueblo el evangelio.
El Adviento y la
Cuaresma son dos tiempos de prepararnos con sacrificios en los que la Iglesia a
mitad de los dos cambia el tono, del penitencial al festivo y así los llama
domingo del gozo y domingo de la alegría. Juan el Bautista se presenta para
anunciar la conversión, el cambio de vida, a quienes viven al margen de la
sociedad, a los mal vistos, como son los publicanos y solados. A todos Dios da
una oportunidad para cambiar. A todos Dios, cada día, nos da una nueva
oportunidad para cambiar. Su mensaje se dirige a ellos y a todos. Ante la
pregunta “¿qué tenemos que hacer?” responde pidiéndoles sean honrados y justos,
no aprovechándose de los demás y sobre todo compartiendo con los que no tienen,
practicando la compasión y la misericordia.
Regresa al texto y reza
con él, pidiendo a Jesús el Espíritu Santo y la ayuda para escuchar la voz de
Dios; imaginando el lugar; preguntándote “¿qué dice el evangelio?” y “¿qué me
dice la Palabra de Dios?”; hablando con Jesús sobre el pasaje bíblico.
COMPROMISO.
Después
de rezar con el vídeo y el fragmento del evangelio de Lucas: ¿en qué puede
cambiar tu vida?, ¿qué está de acuerdo con el evangelio y en qué fallas a las
palabras del Bautista? Concrétalo en una actitud, como mirar con ojos de
hermano a los inmigrantes que viven o están llegando a España, tu ciudad o
pueblo, tu barrio; y una acción solidaria a nivel personal (privarte de algunos
caprichos para entregar ese dinero a la Cáritas de tu parroquia, colaborar en
la Campaña del Bote Solidario, llamada antes del Kilo), visitando a una persona
mayor y compartiendo con ella tu tiempo, desconectando del móvil para así
prestar atención a quienes te rodean,…
También
a nivel de centro o grupo parroquial: colaborando con la Cáritas de tu
parroquia en la campaña de Navidad, confeccionando un regalo para las personas
mayores de la parroquia, el centro de día o residencia de ancianos más próxima.
CELEBRACIÓN.
Escucha
la canción Todos juntos, interpretada por cantantes cristianos, homenaje
a Rosa y Vicente, matrimonio que con sus hijos fundaron Brotes de Olivo.
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