Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a.
Esto dice el Señor:
-I tú, Belén Éfrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a
sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos
inmemoriales. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel. Se mantendrá
firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor,
su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la
tierra. Él mismo será la paz.
Textos
paralelos.
En
cuanto a ti, Belén de Efratá.
Mt 2, 5-6:
Le contestaron: “En Belén de Judá, como está escrito por el profeta: Tú, Belén,
en territorio de Judá, en nada eres la menor de las poblaciones de Judá, pues
de ti saldrá un jefe, el pastor de mi pueblo, Israel”.
Jn 7, 42:
¿No dice la Escritura que el Mesías viene del linaje de David y de Belén, la
patria de David?
Por eso,
él los abandonará hasta el momento en que la parturienta de a luz.
Is 7, 14:
Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la joven está encinta y
dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel.
Notas
exegéticas.
5 1 (a) “la menor” griego; “pequeña”
hebreo; hebreo y griego añaden “para ser”, repetición de 1c (“el que ha de
ser”).
5 1 (b) Efratá (a la que Miqueas
parece dar el sentido etimológico de “fecunda”, en relación con el nacimiento
del Mesías) designaba primero un clan aliado de Caleb y establecido en la
región de Belén; luego, el nombre pasó a la ciudad, y de ahí la glosa del texto,
- Miqueas está pensando en los antiguos orígenes de la dinastía de David; los
evangelistas reconocerán en “Belén de Efratá” la designación del lugar de
nacimiento del Mesías.
5 2 (a) Es decir, Yahvé.
5 2 (b) Se trata de la madre del
Mesías. Miquea piensa tal vez en el célebre oráculo de la ‘almâ Is 7,
14, pronunciado por Isaías unos treinta años antes.
5 4 (a) Este fragmento anuncia una
victoria futura sobre Asiria, atribuyéndola al hijo de David y a los jefes de
Judá.
Salmo
responsorial
Salmo 80 (79), 2ac.3b-4.15-16.18-19.
Oh
Dios, restáuranos,
que
brille tu rostro y nos salve. R/.
Pastor
de Israel, escucha;
tú
que te sientas sobre querubines, resplandece
despierta
tu poder y ven a salvarnos. R/.
Dios
del universo, vuélvete:
mira
desde el cielo, fíjate,
ven
a visitar tu viña.
Cuida
la cepa que tu diestra plantó
y
al hijo del hombre que tú has fortalecido.
R/.
Que
tu mano proteja a tu escogido,
al
hombre que tú fortaleciste.
No
nos alejaremos de ti;
danos
vida,
para
que invoquemos tu nombre. R/.
Textos
paralelos.
Oh Dios, haz que nos recuperemos.
Jr 31, 18: Estoy escuchando lamentarse a Efraín: Me ha corregido y
he escarmentado, como novillo indómito; vuélveme y me volveré, que tú eres mi
Señor, mi Dios.
Sal 4, 7: Muchos dicen: ¿Quién nos hará gozar de la dicha si la
luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros?
Escucha, Pastor de Israel.
Ez 34, 1: Me dirigió la palabra el Señor: Hijo de Adán, profetiza
contra los pastores de Israel, profetiza diciéndoles: ¡Pastores!, esto dice el
señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las
ovejas los que tienen que apacentar los pastores?
Notas
exegéticas.
80 Este salmo se aplica tanto al
reino del Norte, devastado por los asirios (mencionados en el título griego)
como a Judá después del saqueo de Jerusalén el año 586. El salmista, quizá un
levita refugiado en Mispá de Benjamín en tiempos de Gololías espera la
restauración del reino unificado en sus límites ideales.
80, 16 El hebreo añade: “y sobre el
hijo que fortaleciste”, anticipación de 18b.
80 18 Alusión probable a Zorobabel.
Segunda
lectura.
Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10.
Hermanos:
Al entrar Cristo en el mundo dice: “Tú no quisiste sacrificios ni
ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas
expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo – pues así está escrito en el
comienzo del libro acerca de mí – para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad”. Primero
dice: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas
expiatorias”, que se ofrecen según la ley. Después añade: “He aquí que vengo
para hacer tu voluntad”. Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme
a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de
Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Textos
paralelos.
Por eso, al entrar en este mundo, dice.
Sal 40, 7-9: Sacrificios y
ofrendas no los quieres; me has cavado oídos; no pides holocaustos ni víctimas
expiatorias. En el texto del rollo se escribe de mí que he de cumplir tu
voluntad: y yo lo quiero, Dios mío, llevo tu instrucción en las entrañas.
Dice primero sacrificios
y oblaciones.
1 S 15, 22: Samuel contestó:
¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos o quiere que obedezcan al Señor?
Obedecer vale más que un sacrificio; ser dócil, más que grasa de carneros.
Añadir después: Entonces
aquí estoy.
Jn 6, 38: Porque no bajé del
cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Jn 10, 17s: Por eso me ama el
Padre, porque doy la vida, para recobrarla después.
Mt 26, 39: Se adelantó un poco
y, postrado rostro en tierra, oró así: Padre, si es posible, que se aparte de
mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Mt 26, 42: Por segunda vez se
alejó a orar: Padre, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, que se
cumpla tu voluntad.
Jn 17, 19: Por ellos me
consagro, para que queden consagrados con la verdad.
Hb 9, 14: Cuanto más la sangre
de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará
nuestras conciencias de obras muertas, para que demos culto al Dios vivo.
Hb 9, 28: Así Cristo se ofreció
una vez para quitar los pecados de todos y aparecerá una segunda vez, sin
relación con el pecado, para salvar a los que lo esperan.
Hb 10, 12: Este, en cambio,
después de ofrecer un único sacrificio, se sentó para siempre a la diestra de
Dios.
Hb 10, 14: Pues con un solo
sacrificio llevó a perfección definitiva a los consagrados.
Ef 5, 2: Proceded con amor,
como Cristo os amó para entregarse por vosotros a Dios como ofrendas y
sacrificios de aroma agradable.
Hb 7, 27: Él no necesita, como
los otros sumos sacerdotes, ofrecer cada día sacrificios, primero por sus
pecados y después por los del pueblo; pues eso lo hizo de una vez para siempre,
ofreciéndose a sí mismo.
Notas
exegéticas.
10 5 El texto masorético ofrece otra
traducción: “Pero el oído me has abierto”. Aquí, como en 5, 1-10, el sacrificio
de Cristo se realiza en este mundo, en su cuerpo, en cambio en los cap. 8 y 9
el sacrificio se realiza en su sangre, en el cielo, según el ritual del
sacrificio de Kippur o “expiación”.
Evangelio.
X Lectura
del santo evangelio según san Lucas 1, 39-45.
En aquellos días,
María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de
Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto
Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel
del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
-¡Bendita tú entre
las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite
la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura
saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que has creído, porque lo que
te ha dicho el Señor se cumplirá.
Textos
paralelos.
Llena del Espíritu
Santo.
Lc 1, 15: Será
grande a juicio del señor; no beberá vino ni licor. Estará lleno de Espíritu
Santo desde el vientre materno.
Bendita tú entre las
mujeres.
Jc 5, 24: ¡Bendita
tú entre las mujeres Yael, mujer de Jeber, el quenita, bendita entre las que
habitan en tiendas!
Jdt 13, 18: Y Ozías
dijo a Judit: Que el Altísimo te bendiga, hija, más que a todas las mujeres de
la tierra. Bendito el Señor, creador de cielo y tierra, que enderezó tu golpe
contra la cabeza del general enemigo.
Feliz la que ha
creído.
Jn 20, 29: Le dice
Jesús: Porque me has visto, has creído; dichosos los que creerán sin haber
visto.
Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.
1 39
Hoy
en día preferentemente identificada con Ain Karim, 6 km al oeste de Jerusalén.
1 43
Título
divino de Jesús resucitado que Lucas le concede desde su vida terrena, con más
frecuencia que Mt y Mc.
1 45
O:
“Y feliz tú que has creído, porque tendrá cumplimiento lo que te ha sido
prometido de parte del Señor”.
Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión
crítica.
39 EN AQUELLOS DÍAS
(lit. en los días estos): “por aquel entonces”. // SE PUSO EN CAMINO:
lit. se levantó y… marchó (semitismo, igual que en el versículo
siguiente: “cuando entró… saludó”). // POR LA (ZONA)…: la preposición griega eis,
entendida como intercambiable con epí. La traducción cuenta, además,
con un trasfondo arameo: en concreto, el arameo-hebreo medinah puede
significar ciudad o distrito (zona, provincia).
41 La “letra” del
relato puede ocultar que los verdaderos protagonistas del encuentro no son
María e Isabel, sino Jesús y Juan, que actúan a través de sus madres; Juan
recibe el Espíritu que, por boca de Isabel, alaba a María como Madre del Señor
y primera creyente; Jesús, por medio de María, formula lo que, años más tarde,
dirá con otras palabras (cf. Lc 10, 21), la alabanza al Padre, que lleva a cabo
su plan salvador sirviéndose de los humildes.
42 EXCLAMÓ DANDO UN
GRITO (lit. voceó con grito grande y dijo): el
verbo griego es un ´termino vinculado en la LXX a la liturgia de los levitas
ante el Arca de la Alianza. BENDITA… ENTRE 8LAS) MUJERES (fórmula de
superlativo hebreo): la mujer más bendecida por Dios. // Una homilía,
atribuida a Orígenes, amplifica las palabras de Isabel: “Soy yo quien debería
haber ido a ti, puesto que eres bendita más que todas las mujeres, tú, la Madre
de mi Señor, mi Señora”. Así el niño Juan empezaba a aprender.
45 ASÍ QUE, ¡FELIZ..:
lit. y feliz la creyente (vocativo semítico), cf., por contraste, el v.
20: “por no haber creído”. “El Autor de la fe no podía ser concebido en una
(madre) incrédula, predicaba Inocencio III (s. XII-XIII). // SE CUMPLIRÁN LAS
PROMESAS QUE TE HAN SIDO HECHAS: lit. que (o porque) habrá
cumplimiento para las cosas habladas (en hebreo no hay un vocablo
específico para “prometer”) a ella.
Notas
exegéticas desde la Biblia Didajé.
1,
39-45 El destacado encuentro de María e Isabel nos enseña sobre la persona de
Cristo y el papel profético de san Juan Bautista, que saltó en el vientre de
Isabel. Isabel se dirige a María como “la madre de mi Señor” y afirma que el
niño Jesús era el cumplimiento de lo que Dios había prometido a través de los
profetas. Al estar Cristo niño dentro de ella, el encuentro de María con su
prima Isabel representa la última visita de Dios a su pueblo. Este saludo mutuo
de las dos mujeres, denominado la Visitación, es el segundo misterio gozoso del
Rosario. Cat. 148, 422, 523.
1,
42 Estas
palabras forman parte del Avemaría. Como madre de Cristo, María es madre de
todos los redimidos en su Hijo, que son miembros de su Cuerpo Místico, la
Iglesia. María es también el Arca de la Nueva Alianza,, puesto que el arca de
la Alianza del Antiguo Testamento representaba la morada de Dios en la tierra
entre su pueblo, María en sí misma lleva al Hijo de Dios encarnado en su seno.
Cat. 523, 717, 2676.
1,
43 Las
palabras de Isabel identifican no solo la divinidad de Cristo, sino la
maternidad divina de María. Ella es la Madre de Dios y también Madre nuestra.
Debido a su estrecha colaboración con su Hijo, se instauró la hermosa tradición
del Rosario, compuesto por la contemplación de los misterios de la Encarnación
de Cristo, su muerte y resurrección. Algunos de estos misterios se celebran en
las fiestas litúrgicas dedicadas a María, que incluyen las Inmaculada
Concepción (8 de diciembre), la Madre de Dios (1 de enero) y la Asunción de la
Virgen (15 de agosto). Otras oraciones, incluyendo el Memorare y el Regina
Coeli, hacen hincapié en diferentes principios de la vida de Cristo
relacionados con María. Cat. 448, 495, 967-975, 2677.
Catecismo
de la Iglesia Católica.
148 La Virgen María
realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María
acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que
“nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37) y dando su asentimiento: “He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Isabel la saludó:
“¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de
parte del Señor!”. Por esta fe todas las generaciones la proclamarán
bienaventurada (cf. Lc 1, 48).
523 San Juan Bautista es
el precursor inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino. “Profeta
del Altísimo” (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas de los que es el
último e inaugura el Evangelio, desde el seno de su madre saluda la venida de
Cristo y encuentra su alegría en ser el amigo del esposo a quien señala como el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Precediendo a Jesús con el
espíritu y el poder de Elías da testimonio de él mediante su predicación, su
bautismo de conversión y finalmente su martirio.
524 Al celebrar
anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del
Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador,
los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida. Celebrando la
natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de este: “Es
preciso que él crezca y que yo disminuya”.
717 Hubo un hombre,
enviado por Dios, que se llamaba Juan. Juan fue lleno del Espíritu Santo ya
desde el seno de su madre por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa
de concebir del Espíritu Santo. La Visitación de María a Isabel se convirtió
así en la visita de Dios a su pueblo.
2676
“Bendita
tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús”. Después
del saludo dele ángel, hacemos nuestro el de Isabel. Llena del Espíritu Santo
Isabel es la primera en la larga serie de generaciones que llamarán
bienaventurada a María. Bienaventurada la que ha creído: María es bendita entre
todas las mujeres porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor.
Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las naciones de la
tierra. Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la
cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma
de Dios: Jesús, el fruto bendito de tu vientre.
Concilio
Vaticano II.
Esta unión de la
Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de
la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. Aparece en primer lugar
cuando María se dirige a visitar a Isabel, que la proclama feliz a causa de su
fe en la salvación prometida, mientras el Precursor salta de gozo en el seno de
la madre (cf. Lc 1, 41-45).
Lumen gentium, 57.
Comentarios de los Santos Padres.
Los hombres mejores van delante de los menos buenos
para prestarles con su presencia algún ánimo. Así el Salvador se acercó hasta
juan para santificar su bautismo. Jesús, en el seno de la Virgen, se apresuró a
santificar a Juan, todavía en el seno de su madre.
Orígenes, Homilías sobre el Ev. de Lucas, 7,
1. III, pg. 64.
Esa exultación, o diríamos resalutación ofrecida a
la madre del Señor, como suele acaecer en los milagros, fue obra divina en el
niño, no obra humana del niño.
Agustín, Cartas, 187, 8, 23. III, pg. 64.
Pienso que todo esto tiene relación con lo que dice
el profeta: “Antes de que te formara en el seno materno, ya te conocía; antes
de que salieras a la luz, ya te había santificado” (Jeremías 1, 5).
Máximo de Turín, Sermón, 5, 4. III, pg. 64.
Bendito el fruto del vientre por cuyo medio hemos
recibido la semilla de la incorrupción y el fruto de la herencia celestial que
habíamos perdido en Adán.
Beda, Homilías sobre los Evangelios, 1, 4.
III, pg. 66.
El mismo Espíritu que le confirió el don de la
profecía, le otorgó a la vez el regalo de la humildad. Repleta del espíritu
profético, comprendió que había venido a ella la madre del Salvador, pero
revestida del espíritu de humildad entendió que era menos digna que la que
acudía a ella.
Beda, homilías sobre los Evangelios, 1, 4.
III, pg. 66.
San Agustín
El evangelista advierte que para decir esto fue llena del Espíritu Santo.
Sin duda por su revelación conoció lo que significaba la exultación del niño,
esto es: que había venido la madre de aquel cuyo precursor y heraldo había de
ser.
Carta 187,
7. I, pg. 114.
San Juan de Ávila
Santa Isabel lo recibió, no en sus entrañas como nosotros, mas en su
casa, entrando la Virgen en ella; y la paga fue henchir de consolación a la
madre y de gracia al niño que estaba en su vientre (cf. Lc 1, 41).
Santísimo sacramento. OC III, pg. 535.
¡Oh dichosa persona a quien, Señora, visitas! ¡Oh cuán de verdad dirá: ¡Vuestra visita guardó mi
espíritu! (Jb
10, 12). Pues que de nuevo lo da, no es mucho que lo guarde. ¡Oh dichosa casa
donde entras a visitarla! ¿Qué bien habrá que no traigas contigo, pues llevas
contigo a Dios? Nunca la Virgen andaba sola; ¡qué de virtudes la acompañaban,
que la hermosean mejor que todo el oro! Acompañanla ángeles como a su Reina y
Señora; mas mirad bien quien lleva en su vientre, y veréis cuán rica y
acompañada va, para sí y para darlo a la casa donde entra. ¿Qué bien no dará la
que lleva a Dios en sí? Y para que supiesen los hombres católicos y se
confundan los herejes que es cosa provechosa la intercesión de los santos y que
por sus ruegos nos hace Dios bienes, quiso Dios que se diese el espíritu de
gracia al niño por hablar la virgen y se diese el espíritu de profecía a la
madre. Porque, decidme, ¿quién dijo a Santa Elisabet que aquella Señora era bendita, lo mismo que el ángel la dijo?
¿Quién le enseñó que era Mater domini mei? (Lc 1, 45). ¿Quién le dijo: Beata qua credidisti, pues fueron cosas que pasaron entre el ángel
y la Virgen? Díjoselas Dios; y pudiera decírselas antes que la Virgen vinera,
para que la fuera la vieja a visitar o la saliera a recebir; y no fue servido
porque no entendiéramos esta verdad, sino aguarda que la Virgen entrase y
saludase a la vieja para que diga: Ut facta ets vox salutationis tuae (Lc 1, 41). Por el habla, por el medio de
la Virgen les vino este bien; y así parece cuán provechosa nos es su
intercesión y el encomendarnos a ella y con cuanta razón la debemos suplicar
que nos visite?
Visitación de la Virgen. OC III, pgs. 891-892.
Decid, Señor, fructo bendito de Virgen (Lc 1, 42); decir vos qué tal es este vientre en que
anduvistéis; ¿a quién os parece, Señor, se debe comparar? Oíd lo que dice en
los Cantares: Tu
vientre, un montón de trigo, rodeado de azucenas (Ct 7, 2)… Montón, porque en lo bajo ancho
y va hasta arriba enasgostado. Como el arca de Noé, que fue figurada a esta
excelentísima Arca de Dios, era abajo ancha y arriba angosta de un codo… ¿Qué
quiere decir lilio? – Virginidad, pureza.
Domingo 12 después de Pentecostés. OC III, pg. 266.
Creyó la Virgen a Dios, tuvo muy gran fe, y ansí le dijo Santa
Elisabet: en ti
serán perfeccionadas y cumplidas (Lc 1, 45), etc. La una ajorca es esperanza.
Tuvo la bendicta Virgen esperanza en el
Señor, confiaba en el Señor.
Anunciación de Nuestra Señora. OC III, pg. 882.
Esta es la luz, que es la primera cosa que Dios cría en el ánima cuando
la justifica. Y así como antes de la distinción de las cosas crió una nube de
luz (cf. Gn 1, 3), y después de aquella poca de luz sucedió este sol que tiene
tanta abundancia de ella, así en el ánima donde la luz de la fe viviere
sucederá la copiosa luz de ver a Dios en el cielo. Esta conviene tener, porque,
así como Dios entró en el vientre de María haciéndose hombre, porque ella creyó la
palabra que le fue dicha (cf. Lc 1, 45), así venga Dios en el ánima por la palabra de la fe.
Abraham fue justificado por la fe (cf. Rm 4, 9), y los que tienen fe son verdaderos hijos de Abraham (Gal 3, 7).
A un hijo de penitencia. OC IV, pg. 521.
San Oscar Romero.
Es la hora de María, tiempo de un nuevo Pentecostés que Ella preside
con su oración. Cuando bajo el influjo del Espíritu Santo inicia la Iglesia un
nuevo tramo en su peregrinar. María está aquí junto a la Navidad y junto a Ella
nos sentimos hijos que buscamos, como Ella, la verdadera felicidad que Jesús
nos trae.
23 de diciembre de 1979.
Papa Francisco. Angelus. 20 de
diciembre de 2015.
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo de Adviento subraya
la figura de María. La vemos cuando, justo después de haber concebido en la fe
al Hijo de Dios, afronta el largo viaje de Nazaret de Galilea a los montes de
Judea, para ir a visitar y ayudar a su prima Isabel. El ángel Gabriel le había
revelado que su pariente ya anciana, que no tenía hijos, estaba en el sexto mes
de embarazo (cf. Lc 1, 26.36). Por eso,
la Virgen, que lleva en sí un don y un misterio aún más grande, va a ver a
Isabel y se queda tres meses con ella. En el encuentro entre las dos mujeres
—imaginad: una anciana y la otra joven, es la joven, María, la que saluda
primero: El Evangelio dice así: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel»
(Lc 1, 40). Y, después de ese saludo, Isabel se siente envuelta de un gran
asombro —¡no os olvidéis esta palabra: asombro. El asombro. Isabel se siente
envuelta de un gran asombro que resuena en sus palabras: «¿Quién soy yo para
que me visite la madre de mi Señor?» (v. 43). Y se abrazan, se besan, felices
estas dos mujeres: la anciana y la joven. Las dos embarazadas.
Para celebrar bien la Navidad, estamos llamados
a detenernos en los «lugares» del asombro. Y, ¿cuáles son los lugares del
asombro en la vida cotidiana? Son tres. El primer lugar es el otro, en
quien reconocemos a un hermano, porque desde que sucedió el Nacimiento de
Jesús, cada rostro lleva marcada la semejanza del Hijo de Dios. Sobre todo
cuando es el rostro del pobre, porque como pobre Dios entró en el mundo y dejó, ante todo, que los pobres se acercaran
a Él.
Otro lugar del asombro —el segundo— en el que,
si miramos con fe, sentimos asombro, es la historia. Muchas veces
creemos verla por el lado justo, y sin embargo corremos el riesgo de leerla al
revés. Sucede, por ejemplo, cuando ésta nos parece determinada por la
economía de mercado, regulada por las finanzas y los negocios, dominada por los
poderosos de turno. El Dios de la Navidad es, en cambio, un Dios que «cambia
las cartas»: ¡Le gusta hacerlo! Como canta María en el Magnificat, es el
Señor el que derriba a los poderosos del trono y ensalza a los humildes, colma
de bienes a los hambrientos y a los ricos despide vacíos (cf. Lc 1, 52-53).
Este es el segundo asombro, el asombro de la historia.
Un tercer lugar de asombro es la Iglesia:
mirarla con el asombro de la fe significa no limitarse a considerarla
solamente como institución religiosa que es, sino a sentirla como Madre que,
aun entre manchas y arrugas —¡tenemos muchas!— deja ver las características de
la Esposa amada y purificada por Cristo Señor. Una Iglesia que sabe reconocer los muchos
signos de amor fiel que Dios continuamente le envía. Una Iglesia para la
cual el Señor Jesús no será nunca una posesión que defender con celo:
quienes hacen esto, se equivocan, sino Aquel que siempre viene a su encuentro y
que ésta sabe esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza del
mundo. La Iglesia que llama al Señor: «Ven Señor Jesús». La Iglesia madre
que siempre tiene las puertas abiertas, y los brazos abiertos para acoger a
todos. Es más, la Iglesia madre que sale de las propias puertas para buscar,
con sonrisa de madre a todos los alejados y llevarles a la misericordia de Dios.
¡Este es el asombro de la Navidad!
En Navidad Dios se nos dona todo donando a su
Hijo, el Único, que es toda su alegría. Y sólo con el corazón de María, la
humilde y pobre hija de Sión, convertida en Madre del Hijo del Altísimo, es
posible exultar y alegrarse por el gran don de Dios y por su imprevisible
sorpresa. Que Ella nos ayude a percibir el asombro —estos tres asombros: el
otro, la historia y la Iglesia— por el nacimiento de Jesús, el don de los
dones, el regalo inmerecido que nos trae la salvación. El encuentro con
Jesús, nos hará también sentir a nosotros este gran asombro. Pero no podemos
tener este asombro, no podemos encontrar a Jesús, si no lo encontramos en los
demás, en la historia y en la Iglesia.
Papa Francisco. Angelus. 23 de
diciembre de 2018.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este cuarto domingo de Adviento
se centra en la figura de María, la Virgen Madre, que espera dar a luz a Jesús,
el Salvador del mundo. Fijemos nuestra mirada en ella, un modelo de fe y
caridad; y podemos preguntarnos: ¿Cuáles fueron sus pensamientos durante los
meses de espera? La respuesta proviene del pasaje del Evangelio de hoy, la
historia de la visita de María a su pariente anciana, Isabel (cf. Lucas 1,
39-45) El ángel Gabriel le había dicho que Isabel estaba esperando un hijo y
que ya estaba en el sexto mes (cf. Lucas 1, 26.36). Y entonces la Virgen, que
acababa de concebir a Jesús por la obra de Dios, partió apresuradamente de
Nazaret, en Galilea, para llegar a las montañas de Judea y encontrar a su
prima.
El Evangelio dice: «Entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel» (v. 40). Seguramente ella estaba feliz con ella por su
maternidad, y a su vez Isabel saludó a María diciendo: «Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi
Señor venga a mí?» (Vv. 42-43). E inmediatamente elogia su fe: «¡Feliz la que
ha creído que se cumplirían las cosas que fueron dichas de parte del Señor» (v.
45). Es evidente el contraste entre María, que tenía fe, y Zacarías, el esposo
de Isabel, que había dudado y no había creído la promesa del ángel y, por lo
tanto, permaneció en silencio hasta el nacimiento de Juan. Es un contraste.
Este episodio nos ayuda a leer con una luz muy
especial el misterio del encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que no
está bajo la bandera de prodigios asombrosos, sino en nombre de la fe y la
caridad. De hecho, María es bendecida porque creyó: el encuentro con Dios es
el fruto de la fe. Zacarías en cambio, quien dudó y no creyó, permaneció
sordo y mudo. Crecer en fe durante el largo silencio: sin fe, inevitablemente
permanecemos sordos a la voz consoladora de Dios; y seguimos sin poder
pronunciar palabras de consuelo y esperanza para nuestros hermanos. Y lo vemos
todos los días: las personas que no tienen fe o que tienen una fe muy
pequeña, cuando tienen que acercarse a una persona que sufre, les dicen
palabras de circunstancia, pero no pueden llegar al corazón porque no tienen
fuerzas. No tiene fuerza porque no tiene fe, y si no tiene fe, las
palabras que llegan al corazón de los demás no vienen. La fe, a su vez,
se nutre de la caridad. El evangelista nos dice que «se levantó María y se
fue con prontitud» (v. 39) hacia Isabel: apresurada, no ansiosa, no ansiosa,
sino con prontitud, en paz. «Se levantó»: un gesto lleno de preocupación.
Podría haberse quedado en casa para prepararse para el nacimiento de su hijo,
en lugar de eso, se preocupa primero de los demás que de sí misma, demostrando,
de hecho, que ya es una discípula de ese Señor que lleva en su vientre. El
evento del nacimiento de Jesús comenzó así, con un simple gesto de caridad;
además, la auténtica caridad es siempre el fruto del amor de Dios. La
visita del evangelio de María a Isabel, que escuchamos hoy en la misa, nos
prepara para vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y la
caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de amor que
fecundó el seno virginal de María y que la instó a acudir al servicio de su
pariente anciana. Un dinamismo lleno de alegría, como vemos en el encuentro
entre las dos madres, que es todo un himno de júbilo alegre en el Señor, que
hace grandes cosas con los pequeños que se fían de él.
Que la Virgen María nos obtenga la gracia de
vivir una Navidad extrovertida, pero no dispersa, extrovertida: en el centro no
está nuestro «Yo», sino el Tú de Jesús y tú de los hermanos, especialmente
aquellos que necesitan ayuda. Entonces dejaremos espacio al amor que, también
hoy, quiere hacerse carne y venir a vivir entre nosotros.
Francisco. Angelus. 19 de
diciembre de 2021.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy, cuarto Domingo
de Adviento, narra la visita de María a Isabel (cf. Lc 1,39-45). Recibido el
anuncio del ángel, la Virgen no se queda en casa, pensando en lo sucedido y
considerando los problemas y los imprevistos, que ciertamente no faltaban:
porque, pobrecilla, no sabía qué hacer con esta noticia, con la cultura de
aquella época… No entendía… Al contrario, lo primero que hace es pensar en
quien la necesita; en vez de encerrarse en sus problemas, piensa en quien la necesita,
piensa en Isabel su pariente, que es mayor y está embarazada: algo raro,
milagroso. María emprende el viaje con generosidad, sin dejarse intimidar por
los inconvenientes del viaje, respondiendo a un impulso interior que la llama a
hacerse cercana y a ayudar. Un largo camino, kilómetros y kilómetros, y no
había un autobús que fuera allí: tuvo que ir a pie. Sale para ayudar,
compartiendo su alegría. María dona a Isabel la alegría de Jesús, la alegría
que llevaba en el corazón y en el vientre. Va donde ella y proclama sus
sentimientos, y esta proclamación de los sentimientos después se ha convertido
en una oración, el Magníficat, que todos nosotros conocemos. Y el texto dice que «se levantó María y se
fue con prontitud» (v. 39).
Se levantó y se fue. En el último tramo del camino
del Adviento dejémonos guiar por estos dos verbos. Levantarse y caminar con
prontitud: son los dos movimientos que María hizo y que nos invita también a
nosotros a hacer en vista de la Navidad. En primer lugar, alzarse. Después del
anuncio del ángel, para la Virgen se perfilaba un periodo difícil: su
embarazo inesperado la exponía a incomprensiones y también a penas severas,
incluso a la lapidación, en la cultura de aquella época. ¡Imaginemos cuántos
pensamientos y turbaciones tenía! Sin embargo, no se desanima, no se
desespera, sino que se levanta. No mira hacia abajo, hacia los
problemas, sino a lo alto, hacia Dios. Y no piensa a quién pedir ayuda, sino a
quién ayudar. Siempre piensa en los demás: así es María, pensando siempre
en las necesidades de los demás. Lo mismo hará después, en las bodas de Caná,
cuando se da cuenta que falta el vino. Es un problema de los otros, pero ella
piensa en esto y trata de encontrar una solución. María siempre piensa en los
otros. Piensa también en nosotros.
Aprendamos de la Virgen esta forma de reaccionar:
levantarnos, sobre todo cuando las dificultades amenazan con aplastarnos. Levantarnos, para
no empantanarnos en los problemas, hundiéndonos en la autocompasión o cayendo
en una tristeza que nos paraliza. Pero ¿por qué levantarnos? Porque Dios es
grande y está preparado para levantarnos si nosotros le tendemos la mano.
Entonces arrojemos en Él los pensamientos negativos, los miedos que bloquean
todo impulso y que impiden ir adelante. Y después hagamos como María: ¡miremos
a nuestro alrededor y busquemos alguna persona a la que podamos ser de ayuda!
¿Hay algún anciano que conozco al que puedo ayudar un poco, ser de
compañía? Que cada uno lo piense. ¿O hacer un servicio a una persona, un favor,
una llamada? ¿Pero a quién puedo ayudar? Me levanto y ayudo. Ayudando a los
otros, nos ayudaremos a nosotros mismos a levantarnos de las dificultades.
El segundo movimiento es caminar con prontitud.
No quiere decir proceder con agitación, de forma sofocada, no, no quiere decir
esto. Se trata más bien de conducir nuestras jornadas con paso alegre,
mirando adelante con confianza, sin arrastrarnos con desgana, esclavos de las
lamentaciones —estas quejas arruinan muchas vidas, porque uno se pone a
lamentarse y lamentarse y la vida va abajo. Las quejas te llevan a buscar
siempre alguien a quien culpar. Yendo hacia la casa de Isabel, María
procede con el paso rápido de quien tiene el corazón y la vida llenos de Dios,
llenos de su alegría. Entonces preguntémonos, para nuestro beneficio: ¿cómo
es mi “paso”? ¿Soy propositivo o me quedo en la melancolía, en la tristeza?
¿Voy adelante con esperanza o me detengo para compadecerme? Si procedemos
con el paso cansado de los gruñones o de los chismorreos, no llevaremos a Dios
a nadie, solamente llevaremos amargura, cosas oscuras. Hace mucho bien, sin
embargo, cultivar un sano sentido del humor, como hacían, por ejemplo,
santo Tomás Moro o san Felipe Neri. Podemos pedir también esta gracia, la
gracia del sano humorismo: hace mucho bien. No nos olvidemos de que el
primer acto de caridad que podemos hacer al prójimo es ofrecerle un rostro
sereno y sonriente. Es llevarles la alegría de Jesús, como hizo María con
Isabel.
¡La Madre de Dios nos tome de la mano, nos ayude a
levantarnos y caminar con prontitud hacia la Navidad!
Benedicto. Angelus. 24 de
diciembre 2006
Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de la santa Navidad ya es inminente.
La vigilia de hoy nos prepara para vivir intensamente el misterio que esta
noche la liturgia nos invitará a contemplar con los ojos de la fe. En el Niño
divino recién nacido, acostado en el pesebre, se manifiesta nuestra salvación.
En el Dios que se hace hombre por nosotros, todos nos sentimos amados y
acogidos, descubrimos que somos valiosos y únicos a los ojos del Creador. El
nacimiento de Cristo nos ayuda a tomar conciencia del valor de la vida humana,
de la vida de todo ser humano, desde su primer instante hasta su ocaso natural.
A quien abre el corazón a este "niño envuelto en pañales" y acostado
"en un pesebre" (cf. Lc 2, 12), él le brinda la posibilidad de mirar
de un modo nuevo las realidades de cada día. Podrá gustar la fuerza de la
fascinación interior del amor de Dios, que logra transformar en alegría incluso
el dolor.
Preparémonos, queridos amigos, para encontrarnos
con Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. Al nacer en la pobreza de Belén,
quiere hacerse compañero de viaje de cada uno. En este mundo, desde que él
mismo quiso poner aquí su "tienda", nadie es extranjero. Es
verdad, todos estamos de paso, pero es precisamente Jesús quien nos
hace sentir como en casa en esta tierra santificada por su presencia. Pero nos
pide que la convirtamos en una casa acogedora para todos. Este es
precisamente el don sorprendente de la Navidad:
Jesús ha venido por cada uno de nosotros y en él nos ha hecho
hermanos. De ahí deriva el compromiso de superar cada vez más los
recelos y los prejuicios, derribar las barreras y eliminar las contraposiciones
que dividen o, peor aún, enfrentan a las personas y a los pueblos, para
construir juntos un mundo de justicia y de paz.
Con estos sentimientos, queridos hermanos y
hermanas, vivamos las últimas horas que nos separan de la Navidad,
preparándonos espiritualmente para acoger al Niño Jesús. En el corazón de
la noche vendrá por nosotros. Pero su deseo es también venir a nosotros, es
decir, a habitar en el corazón de cada uno de nosotros. Para que esto sea
posible, es indispensable que estemos disponibles y nos preparemos para
recibirlo, dispuestos a dejarlo entrar en nuestro interior, en nuestras
familias, en nuestras ciudades. Que su nacimiento no nos encuentre ocupados
en festejar la Navidad, olvidando que el protagonista de la fiesta es
precisamente él. Que María nos ayude a mantener el recogimiento interior
indispensable para gustar la alegría profunda que trae el nacimiento del
Redentor. A ella nos dirigimos ahora con nuestra oración, pensando de modo
especial en los que van a pasar la Navidad en la tristeza y la soledad, en la
enfermedad y el sufrimiento. Que la Virgen dé a todos fortaleza y consuelo.
Benedicto. Angelus. 20 de
diciembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Con el IV domingo de Adviento, la Navidad del Señor
está ya ante nosotros. La liturgia, con las palabras del profeta Miqueas,
invita a mirar a Belén, la pequeña ciudad de Judea testigo del gran
acontecimiento: "Pero tú, Belén de Efratá, la más pequeña entre las aldeas
de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de
tiempo inmemorial" (Mi 5, 1). Mil años antes de Cristo, en Belén había
nacido el gran rey David, al que las Escrituras concuerdan en presentar como
antepasado del Mesías. El Evangelio de san Lucas narra que Jesús nació en Belén
porque José, el esposo de María, siendo de la "casa de David", tuvo
que dirigirse a esa aldea para el censo, y precisamente en esos días María dio
a luz a Jesús (cf. Lc 2, 1-7). En efecto, la misma profecía de Miqueas prosigue
aludiendo precisamente a un nacimiento misterioso: "Dios los abandonará
-dice- hasta el tiempo en que la madre dé a luz. Entonces el resto de sus
hermanos volverá a los hijos de Israel" (Mi 5, 2).
Así pues, hay un designio divino que comprende y
explica los tiempos y los lugares de la venida del Hijo de Dios al mundo. Es un
designio de paz, como anuncia también el profeta hablando del Mesías: "En
pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su
Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la
tierra. Él mismo será nuestra paz" (Mi 5, 3-4).
Precisamente este último aspecto de la profecía, el
de la paz mesiánica, nos lleva naturalmente a subrayar que Belén es también
una ciudad-símbolo de la paz, en Tierra Santa y en el mundo entero. Por
desgracia, en nuestros días, no se trata de una paz lograda y estable, sino una
paz fatigosamente buscada y esperada. Dios, sin embargo, no se resigna nunca a
este estado de cosas; por ello, también este año, en Belén y en todo el mundo,
se renovará en la Iglesia el misterio de la Navidad, profecía de paz para cada
hombre, que compromete a los cristianos a implicarse en las cerrazones, en los
dramas, a menudo desconocidos y ocultos, y en los conflictos del contexto en el
que viven, con los sentimientos de Jesús, para ser en todas partes instrumentos
y mensajeros de paz, para llevar amor donde hay odio, perdón donde hay ofensa,
alegría donde hay tristeza y verdad donde hay error, según las bellas
expresiones de una conocida oración franciscana.
Hoy, como en tiempos de Jesús, la Navidad no es
un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que
busca la paz verdadera. "Él mismo será nuestra paz", dice el
profeta refiriéndose al Mesías. A nosotros nos toca abrir de par en par las
puertas para acogerlo. Aprendamos de María y José: pongámonos con fe al
servicio del designio de Dios. Aunque no lo comprendamos plenamente,
confiemos en su sabiduría y bondad. Busquemos ante todo el reino de Dios, y la
Providencia nos ayudará. ¡Feliz Navidad a todos!
Benedicto. Angelus. 23 de
diciembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
En este IV domingo de Adviento,
que precede en poco tiempo al Nacimiento del Señor, el Evangelio narra la
visita de María a su pariente Isabel. Este episodio no representa un simple
gesto de cortesía, sino que reconoce con gran sencillez el encuentro del
Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, ambas embarazadas,
encarnan, en efecto, la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a
Israel que espera al Mesías, mientras que la joven María lleva en sí la
realización de tal espera, para beneficio de toda la humanidad. En las dos
mujeres se encuentran y se reconocen, ante todo, los frutos de su seno, Juan y
Cristo. Comenta el poeta cristiano Prudencio: «El niño contenido en el vientre
anciano saluda, por boca de su madre, al Señor hijo de la Virgen» (Apotheosis,
590: PL 59, 970). El júbilo de Juan en el seno de Isabel es el signo del
cumplimiento de la espera: Dios está a punto de visitar a su pueblo. En la
Anunciación el arcángel Gabriel había hablado a María del embarazo de Isabel
(cf. Lc 1, 36) como prueba del poder de Dios: la esterilidad, a pesar de la
edad avanzada, se había transformado en fertilidad.
Isabel, acogiendo a María,
reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclama:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo
para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 42-43). La expresión
«bendita tú entre las mujeres» en el Antiguo Testamento se refiere a Yael
(Jue 5, 24) y a Judit (Jdt 13, 18), dos mujeres guerreras que se
ocupan de salvar a Israel. Ahora, en cambio, se dirige a María,
joven pacífica que va a engendrar al Salvador del mundo. Así también el
estremecimiento de alegría de Juan (cf. Lc 1, 44) remite a la danza que
el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en
Jerusalén (cf. 1 Cro 15, 29). El Arca, que contenía las tablas de la Ley,
el maná y el cetro de Aarón (cf. Hb 9, 4), era el signo de la presencia de Dios
en medio de su pueblo. El que está por nacer, Juan, exulta de alegría ante
María, Arca de la nueva Alianza, que lleva en su seno a Jesús, el Hijo de Dios
hecho hombre.
La escena de la Visitación expresa
también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio
para el otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él. En el tiempo de
Navidad imitemos a María, visitando a cuantos viven en dificultad, en
especial a los enfermos, los presos, los ancianos y los niños. E
imitemos también a Isabel que acoge al huésped como a Dios mismo: sin
desearlo, no conoceremos nunca al Señor; sin esperarlo, no lo encontraremos;
sin buscarlo, no lo encontraremos. Con la misma alegría de María que va deprisa
donde Isabel (cf. Lc 1, 39), también nosotros vayamos al encuentro del Señor
que viene. Oremos para que todos los hombres busquen a Dios, descubriendo
que es Dios mismo quien viene antes a visitarnos. A María, Arca de la Nueva
y Eterna Alianza, confiamos nuestro corazón, para que lo haga digno de acoger
la visita de Dios en el misterio de su Nacimiento.
Francisco. Catequesis.
El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro
con Jesús, nuestra esperanza 17. «El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!». El Espíritu Santo y la esperanza
cristiana» 11 diciembre 2024.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos llegado al final de nuestras catequesis sobre el Espíritu Santo y la
Iglesia. Dedicamos esta última reflexión al título que hemos dado a todo el
ciclo, es decir: «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al Pueblo
de Dios hacia Jesús, nuestra Esperanza». Este título se refiere a uno de los
últimos versículos de la Biblia, en el libro del Apocalipsis, que dice: «El
Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!”» (Ap 22,17). ¿A quién se dirige esta
invocación? Se dirige a Cristo resucitado. De hecho, tanto San Pablo (cf. 1 Cor
16:22) como la Didaché, un escrito de la época apostólica, atestiguan que en
las reuniones litúrgicas de los primeros cristianos resonaba en arameo el grito
«¡Maràna tha!», que significa precisamente «¡Ven Señor!». Una
oración a Cristo para que venga.
En aquella fase más antigua, la invocación tenía un trasfondo que hoy
diríamos escatológico. Expresaba, en efecto, la ardiente espera del
regreso glorioso del Señor. Y este grito y la expectación que expresa nunca
se han desvanecido en la Iglesia. Incluso hoy, en la Misa, inmediatamente
después de la consagración, proclama la muerte y resurrección de Cristo «¡Ven,
Señor Jesús!». La Iglesia está en espera de la venida del Señor.
Pero esta espera de la venida última de Cristo no es la única. A ella se
ha unido también la espera de su venida continua en la situación presente y
peregrinante de la Iglesia. Y es en esta venida en la que la Iglesia piensa
principalmente cuando, animada por el Espíritu Santo, clama a Jesús: «¡Ven!».
Se ha producido un cambio -o mejor dicho un desarrollo- lleno de significado con respecto al grito
«¡Ven!», «¡Ven, Señor!». Éste no se dirige habitualmente sólo a Cristo,
¡sino también al mismo Espíritu Santo! Aquel que clama es ahora también Aquel a
quien se clama. «¡Ven!» es la invocación con la que comienzan casi todos
los himnos y oraciones de la Iglesia dirigidos al Espíritu Santo: “Ven, oh
Espíritu Creador”, decimos en el Veni Creator, y “Ven, Espíritu Santo”, “Veni
Sancte Spiritus”, en la secuencia de Pentecostés; y así en muchas otras
oraciones. Y es justo que así sea, porque, después de la Resurrección, el
Espíritu Santo es el verdadero «alter ego» de Cristo, Aquel que ocupa su lugar,
que lo hace presente y operante en la Iglesia. Es Él quien «anunciará lo
que ha de venir» (cf. Jn 16,13) y lo hace desear y esperar. Por eso Cristo y el
Espíritu son inseparables, también en la economía de la salvación.
El Espíritu Santo es la fuente siempre caudalosa de la esperanza cristiana.
San Pablo nos dejó
estas preciosas palabras: «Que el Dios de la esperanza los colme, creyentes, de
todo gozo y paz, para que abunden en esperanza por la fuerza del Espíritu
Santo» (Rom 15,13). Si la Iglesia es una barca, el Espíritu Santo es la vela
que la impulsa y la hace avanzar en el mar de la historia, ¡hoy como ayer!
Esperanza no es una palabra vacía, ni nuestro vago deseo de que las cosas
vayan bien: la esperanza es una certeza, porque se fundamenta en la fidelidad
de Dios a sus promesas. Y por eso se llama virtud teologal: porque está infundida por Dios y
tiene a Dios como garante. No es una virtud pasiva, que se limita a aguardar
que las cosas sucedan. Es una virtud sumamente activa que ayuda a que
sucedan. Alguien que luchó por la liberación de los pobres escribió estas
palabras: «El Espíritu Santo está en el origen del clamor de los pobres. Es
la fuerza que se da a los que no tienen fuerza. Él dirige la lucha por la
emancipación y la plena realización del pueblo de los oprimidos» [1].
El cristiano no puede contentarse con tener esperanza; también debe
irradiar esperanza,
ser un sembrador de esperanza. Éste es el don más hermoso que la Iglesia puede
hacer a la humanidad entera, especialmente en los momentos en que todo parece
incitar a arriar las velas.
El apóstol Pedro exhortó a los primeros cristianos con estas palabras:
«Adoren al Señor, Cristo, en sus corazones, estando siempre dispuestos a dar
respuesta a todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes.».
Pero añadió una recomendación: «Sin embargo, háganlo con dulzura y respeto.» (1
Pe 3,15-16). Y esto porque no es tanto la fuerza de los argumentos lo que
convencerá a las personas, sino el amor que sepamos poner en ellos. Esta es
la primera y más eficaz forma de evangelización. ¡Y está abierta a todos!
Queridos hermanos y hermanas, ¡que el Espíritu nos ayude siempre, siempre,
a «abundar en esperanza en virtud del Espíritu Santo»!
[1] J. Comblin, El Espíritu Santo y la liberación, Asís 1989, 236.
NAVIDAD.
Monición de
entrada.-
Miles de años después de que Dios hiciese la tierra
y pusiese a las personas en ella. Cientos de años después que Dios empezase una
historia de amor con Noé, Abraham, Moisés, David y su pueblo.
Viviendo las personas en paz, nació Jesús.
Así hoy es la fiesta de la navidad.
Acogida de
la Luz de Belén.
Vamos ahora a recibir la Luz de Belén. Todos los años se
enciende una vela en el portal de Belén y de allí van encendiéndose velas,
pasándose la luz. Esta luz es la misma que en Belén está iluminando el lugar
donde Jesús nació.
Peticiones.-
Por el papa Francisco y el papa Benedicto. Te lo
pedimos Señor.
Por el rey Felipe, la reina Leticia, la princesa de
Asturias y la infanta Sofía. Te lo pedimos Señor.
Por las personas que pasarán este día cuidando a los
enfermos en los hospitales. Te lo pedimos Señor.
Por las personas que estarán solas esta noche,
enfermas, fuera de sus países, en la cárcel o pasando frío en la calle. Te lo
pedimos Señor.
Por nuestras familias y todas las personas que están
con nosotros este día. Te lo pedimos Señor.
Monición.
Vamos ahora a besar el Niño Jesús. En nombre de los niños y de la
parroquia, os deseamos a todos que paséis una Feliz Navidad, que la luz de
Jesús ilumine vuestras casas.
SAGRADA FAMILIA.
Monición de
entrada.-
Hoy es la fiesta de la Sagrada Familia.
Porque Jesús quiso tener un padre y una madre que
cuidaran de él y le hicieran feliz.
Nosotros, la familia de Jesús, hoy le damos gracias
a Dios por los esposos que este año han cumplido 25 y 50 años de casados y por
todas las personas que como María y José se quieren y forman una familia.
Señor, ten
piedad.
Tú que tuviste una familia.
Señor, ten piedad.
Tú que tuviste a María y José por padres. Cristo, ten
piedad.
Tú que tuviste una casa donde vivías con ellos. Señor, ten
piedad.
Peticiones.-
Por el Papa Francisco que es el padre de la familia
de Jesús en la tierra y por el Papa Benedicto que es el abuelo de todos. Te lo
pedimos Señor.
Por todas las casas, para que no falte nunca el amor
y el trabajo. Te lo pedimos Señor.
Por los padres y las madres que están enfermos, para
que se curen pronto. Te lo pedimos Señor.
Por los padres y las madres que están lejos de sus
hijos, para que pronto estén juntos. Te lo pedimos Señor.
Y por nuestro pueblo, para que seamos una familia. Te lo pedimos
Señor.
Oración.
Virgen María, queremos darte las gracias por nuestros abuelos y nuestros
padres, porque ellos nos quieren mucho y nos enseñan a querer a los hermanos,
primos, tíos y familiares.
ORACIÓN PARA EL
CENTRE JUNIORS CORBERA Y PARRROQUIAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ
EXPERIENCIA.
Busca una cruz, una luz, un nacimiento o una
estampa de la Virgen María con el Niño Jesús o de la Esperanza (embarazada).
Obsérvala, mírala durante uno o dos minutos, el tiempo que necesites.
Haz la señal de la cruz, pidiendo al Padre que a
través del Hijo te envíe el Espíritu Santo para que puedas conocer que quieren
decirte en este encuentro de fe, esperanza y caridad.
Visualiza el vídeo del primer año de Ismael las
veces que necesites:
https://www.youtube.com/watch?v=yiFEv0J_OzM
REFLEXIÓN.
Toma la Biblia y lee :
X Lectura del santo evangelio según
san Lucas 1, 39-45.
En aquellos días, María se
levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá;
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel
oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del
Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
-¡Bendita tú entre las mujeres, y
bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi
Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de
alegría en mi vientre. Bienaventurada la que has creído, porque lo que te ha
dicho el Señor se cumplirá.
¿Qué dice el texto (cómo
imaginas el lugar, las palabras o frases que consideras más importantes, las
partes del fragmento)?, ¿qué te dice el texto (después de lo que has pensado y
rezado en la sección de experiencia, relaciónalo con tu familia, piensa en tu
madre y las semejanzas con María e Isabel, pues las tres fueron mujeres que
llevaban dentro de ellas una vida, vida, también en las personas que te
hablaron de Dios, ¿a quién consideras feliz porque cree en Dios y te habla o te
habló con entusiasmo de Él?, ¿y tú eres feliz por seguir a Jesús?) y ¿qué le
dices a Jesús (si eres feliz por tener fe y creer en Él dale las gracias, si
estás frio o fría y dudas de su existencia pídele que te ayude, háblale o
permanece en silencio).
COMPROMISO.
Visita
estas navidades la iglesia de tu parroquia u otra y permanece un rato en
silencio hablando con Jesús o simplemente mirando el sagrario, el altar, el
belén.
CELEBRACIÓN.
Mira
este vídeo de la teresiana Elia Fleta Mallol, María e Isabel. Recuerda:
nada es imposible si estás en sus manos.
https://www.youtube.com/watch?v=aDVtfg7Xcqo&list=RDaDVtfg7Xcqo&start_radio=1&rv=aDVtfg7Xcqo&t=20
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