miércoles, 18 de diciembre de 2024

238. 4º domingo de Adviento. 22 de diciembre de 2024.

 


Primera lectura.

Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a.

Esto dice el Señor:

-I tú, Belén Éfrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel. Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra. Él mismo será la paz.

 

Textos paralelos.

En cuanto a ti, Belén de Efratá.

Mt 2, 5-6: Le contestaron: “En Belén de Judá, como está escrito por el profeta: Tú, Belén, en territorio de Judá, en nada eres la menor de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe, el pastor de mi pueblo, Israel”.

Jn 7, 42: ¿No dice la Escritura que el Mesías viene del linaje de David y de Belén, la patria de David?

Por eso, él los abandonará hasta el momento en que la parturienta de a luz.

Is 7, 14: Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel.

 

Notas exegéticas.

5 1 (a) “la menor” griego; “pequeña” hebreo; hebreo y griego añaden “para ser”, repetición de 1c (“el que ha de ser”).

5 1 (b) Efratá (a la que Miqueas parece dar el sentido etimológico de “fecunda”, en relación con el nacimiento del Mesías) designaba primero un clan aliado de Caleb y establecido en la región de Belén; luego, el nombre pasó a la ciudad, y de ahí la glosa del texto, - Miqueas está pensando en los antiguos orígenes de la dinastía de David; los evangelistas reconocerán en “Belén de Efratá” la designación del lugar de nacimiento del Mesías.

5 2 (a) Es decir, Yahvé.

5 2 (b) Se trata de la madre del Mesías. Miquea piensa tal vez en el célebre oráculo de la ‘almâ Is 7, 14, pronunciado por Isaías unos treinta años antes.

5 4 (a) Este fragmento anuncia una victoria futura sobre Asiria, atribuyéndola al hijo de David y a los jefes de Judá.

 

Salmo responsorial

Salmo 80 (79), 2ac.3b-4.15-16.18-19.

 

Oh Dios, restáuranos,

que brille tu rostro y nos salve. R/.

Pastor de Israel, escucha;

tú que te sientas sobre querubines, resplandece

despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

 

Dios del universo, vuélvete:

mira desde el cielo, fíjate,

ven a visitar tu viña.

Cuida la cepa que tu diestra plantó

y al hijo del hombre que tú has fortalecido.   R/.

 

Que tu mano proteja a tu escogido,

al hombre que tú fortaleciste.

No nos alejaremos de ti;

danos vida,

para que invoquemos tu nombre. R/.

 

 

Textos paralelos.

Oh Dios, haz que nos recuperemos.

Jr 31, 18: Estoy escuchando lamentarse a Efraín: Me ha corregido y he escarmentado, como novillo indómito; vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios.

Sal 4, 7: Muchos dicen: ¿Quién nos hará gozar de la dicha si la luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros?

Escucha, Pastor de Israel.

Ez 34, 1: Me dirigió la palabra el Señor: Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza diciéndoles: ¡Pastores!, esto dice el señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas los que tienen que apacentar los pastores?

 

Notas exegéticas.

 

80 Este salmo se aplica tanto al reino del Norte, devastado por los asirios (mencionados en el título griego) como a Judá después del saqueo de Jerusalén el año 586. El salmista, quizá un levita refugiado en Mispá de Benjamín en tiempos de Gololías espera la restauración del reino unificado en sus límites ideales.

80, 16 El hebreo añade: “y sobre el hijo que fortaleciste”, anticipación de 18b.

80 18 Alusión probable a Zorobabel.

 

Segunda lectura.

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10.

Hermanos:

Al entrar Cristo en el mundo dice: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo – pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí – para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad”. Primero dice: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias”, que se ofrecen según la ley. Después añade: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

 

Textos paralelos.

 Por eso, al entrar en este mundo, dice.

Sal 40, 7-9: Sacrificios y ofrendas no los quieres; me has cavado oídos; no pides holocaustos ni víctimas expiatorias. En el texto del rollo se escribe de mí que he de cumplir tu voluntad: y yo lo quiero, Dios mío, llevo tu instrucción en las entrañas.

Dice primero sacrificios y oblaciones.

1 S 15, 22: Samuel contestó: ¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos o quiere que obedezcan al Señor? Obedecer vale más que un sacrificio; ser dócil, más que grasa de carneros.

Añadir después: Entonces aquí estoy.

Jn 6, 38: Porque no bajé del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Jn 10, 17s: Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para recobrarla después.

Mt 26, 39: Se adelantó un poco y, postrado rostro en tierra, oró así: Padre, si es posible, que se aparte de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.

Mt 26, 42: Por segunda vez se alejó a orar: Padre, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, que se cumpla tu voluntad.

Jn 17, 19: Por ellos me consagro, para que queden consagrados con la verdad.

Hb 9, 14: Cuanto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestras conciencias de obras muertas, para que demos culto al Dios vivo.

Hb 9, 28: Así Cristo se ofreció una vez para quitar los pecados de todos y aparecerá una segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que lo esperan.

Hb 10, 12: Este, en cambio, después de ofrecer un único sacrificio, se sentó para siempre a la diestra de Dios.

Hb 10, 14: Pues con un solo sacrificio llevó a perfección definitiva a los consagrados.

Ef 5, 2: Proceded con amor, como Cristo os amó para entregarse por vosotros a Dios como ofrendas y sacrificios de aroma agradable.

Hb 7, 27: Él no necesita, como los otros sumos sacerdotes, ofrecer cada día sacrificios, primero por sus pecados y después por los del pueblo; pues eso lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

 

Notas exegéticas.

10 5 El texto masorético ofrece otra traducción: “Pero el oído me has abierto”. Aquí, como en 5, 1-10, el sacrificio de Cristo se realiza en este mundo, en su cuerpo, en cambio en los cap. 8 y 9 el sacrificio se realiza en su sangre, en el cielo, según el ritual del sacrificio de Kippur o “expiación”.

 

Evangelio.

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-45.

En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:

-¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

 

Textos paralelos.

Llena del Espíritu Santo.

Lc 1, 15: Será grande a juicio del señor; no beberá vino ni licor. Estará lleno de Espíritu Santo desde el vientre materno.

Bendita tú entre las mujeres.

Jc 5, 24: ¡Bendita tú entre las mujeres Yael, mujer de Jeber, el quenita, bendita entre las que habitan en tiendas!

Jdt 13, 18: Y Ozías dijo a Judit: Que el Altísimo te bendiga, hija, más que a todas las mujeres de la tierra. Bendito el Señor, creador de cielo y tierra, que enderezó tu golpe contra la cabeza del general enemigo.

Feliz la que ha creído.

Jn 20, 29: Le dice Jesús: Porque me has visto, has creído; dichosos los que creerán sin haber visto.

 

Notas exegéticas Biblia de Jerusalén.

1 39 Hoy en día preferentemente identificada con Ain Karim, 6 km al oeste de Jerusalén.

1 43 Título divino de Jesús resucitado que Lucas le concede desde su vida terrena, con más frecuencia que Mt y Mc.

1 45 O: “Y feliz tú que has creído, porque tendrá cumplimiento lo que te ha sido prometido de parte del Señor”.

 

Notas exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.

39 EN AQUELLOS DÍAS (lit. en los días estos): “por aquel entonces”. // SE PUSO EN CAMINO: lit. se levantó y… marchó (semitismo, igual que en el versículo siguiente: “cuando entró… saludó”). // POR LA (ZONA)…: la preposición griega eis, entendida como intercambiable con epí. La traducción cuenta, además, con un trasfondo arameo: en concreto, el arameo-hebreo medinah puede significar ciudad o distrito (zona, provincia).

41 La “letra” del relato puede ocultar que los verdaderos protagonistas del encuentro no son María e Isabel, sino Jesús y Juan, que actúan a través de sus madres; Juan recibe el Espíritu que, por boca de Isabel, alaba a María como Madre del Señor y primera creyente; Jesús, por medio de María, formula lo que, años más tarde, dirá con otras palabras (cf. Lc 10, 21), la alabanza al Padre, que lleva a cabo su plan salvador sirviéndose de los humildes.

42 EXCLAMÓ DANDO UN GRITO (lit. voceó con grito grande y dijo): el verbo griego es un ´termino vinculado en la LXX a la liturgia de los levitas ante el Arca de la Alianza. BENDITA… ENTRE 8LAS) MUJERES (fórmula de superlativo hebreo): la mujer más bendecida por Dios. // Una homilía, atribuida a Orígenes, amplifica las palabras de Isabel: “Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita más que todas las mujeres, tú, la Madre de mi Señor, mi Señora”. Así el niño Juan empezaba a aprender.

45 ASÍ QUE, ¡FELIZ..: lit. y feliz la creyente (vocativo semítico), cf., por contraste, el v. 20: “por no haber creído”. “El Autor de la fe no podía ser concebido en una (madre) incrédula, predicaba Inocencio III (s. XII-XIII). // SE CUMPLIRÁN LAS PROMESAS QUE TE HAN SIDO HECHAS: lit. que (o porque) habrá cumplimiento para las cosas habladas (en hebreo no hay un vocablo específico para “prometer”) a ella.

 

Notas exegéticas desde la Biblia Didajé.

1, 39-45 El destacado encuentro de María e Isabel nos enseña sobre la persona de Cristo y el papel profético de san Juan Bautista, que saltó en el vientre de Isabel. Isabel se dirige a María como “la madre de mi Señor” y afirma que el niño Jesús era el cumplimiento de lo que Dios había prometido a través de los profetas. Al estar Cristo niño dentro de ella, el encuentro de María con su prima Isabel representa la última visita de Dios a su pueblo. Este saludo mutuo de las dos mujeres, denominado la Visitación, es el segundo misterio gozoso del Rosario. Cat. 148, 422, 523.

1, 42 Estas palabras forman parte del Avemaría. Como madre de Cristo, María es madre de todos los redimidos en su Hijo, que son miembros de su Cuerpo Místico, la Iglesia. María es también el Arca de la Nueva Alianza,, puesto que el arca de la Alianza del Antiguo Testamento representaba la morada de Dios en la tierra entre su pueblo, María en sí misma lleva al Hijo de Dios encarnado en su seno. Cat. 523, 717, 2676.

1, 43 Las palabras de Isabel identifican no solo la divinidad de Cristo, sino la maternidad divina de María. Ella es la Madre de Dios y también Madre nuestra. Debido a su estrecha colaboración con su Hijo, se instauró la hermosa tradición del Rosario, compuesto por la contemplación de los misterios de la Encarnación de Cristo, su muerte y resurrección. Algunos de estos misterios se celebran en las fiestas litúrgicas dedicadas a María, que incluyen las Inmaculada Concepción (8 de diciembre), la Madre de Dios (1 de enero) y la Asunción de la Virgen (15 de agosto). Otras oraciones, incluyendo el Memorare y el Regina Coeli, hacen hincapié en diferentes principios de la vida de Cristo relacionados con María. Cat. 448, 495, 967-975, 2677.

 

Catecismo de la Iglesia Católica.

148 La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que “nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37) y dando su asentimiento: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Isabel la saludó: “¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”. Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1, 48).

523 San Juan Bautista es el precursor inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino. “Profeta del Altísimo” (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas de los que es el último e inaugura el Evangelio, desde el seno de su madre saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser el amigo del esposo a quien señala como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Precediendo a Jesús con el espíritu y el poder de Elías da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente su martirio.

524 Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida. Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de este: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya”.

717 Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Juan fue lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La Visitación de María a Isabel se convirtió así en la visita de Dios a su pueblo.

2676 “Bendita tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús”. Después del saludo dele ángel, hacemos nuestro el de Isabel. Llena del Espíritu Santo Isabel es la primera en la larga serie de generaciones que llamarán bienaventurada a María. Bienaventurada la que ha creído: María es bendita entre todas las mujeres porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las naciones de la tierra. Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de tu vientre.

 

Concilio Vaticano II.

Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. Aparece en primer lugar cuando María se dirige a visitar a Isabel, que la proclama feliz a causa de su fe en la salvación prometida, mientras el Precursor salta de gozo en el seno de la madre (cf. Lc 1, 41-45).

Lumen gentium, 57.

 

Comentarios de los Santos Padres.

Los hombres mejores van delante de los menos buenos para prestarles con su presencia algún ánimo. Así el Salvador se acercó hasta juan para santificar su bautismo. Jesús, en el seno de la Virgen, se apresuró a santificar a Juan, todavía en el seno de su madre.

Orígenes, Homilías sobre el Ev. de Lucas, 7, 1. III, pg. 64.

Esa exultación, o diríamos resalutación ofrecida a la madre del Señor, como suele acaecer en los milagros, fue obra divina en el niño, no obra humana del niño.

Agustín, Cartas, 187, 8, 23. III, pg. 64.

Pienso que todo esto tiene relación con lo que dice el profeta: “Antes de que te formara en el seno materno, ya te conocía; antes de que salieras a la luz, ya te había santificado” (Jeremías 1, 5).

Máximo de Turín, Sermón, 5, 4. III, pg. 64.

Bendito el fruto del vientre por cuyo medio hemos recibido la semilla de la incorrupción y el fruto de la herencia celestial que habíamos perdido en Adán.

Beda, Homilías sobre los Evangelios, 1, 4. III, pg. 66.

El mismo Espíritu que le confirió el don de la profecía, le otorgó a la vez el regalo de la humildad. Repleta del espíritu profético, comprendió que había venido a ella la madre del Salvador, pero revestida del espíritu de humildad entendió que era menos digna que la que acudía a ella.

Beda, homilías sobre los Evangelios, 1, 4. III, pg. 66.

 

San Agustín

El evangelista advierte que para decir esto fue llena del Espíritu Santo. Sin duda por su revelación conoció lo que significaba la exultación del niño, esto es: que había venido la madre de aquel cuyo precursor y heraldo había de ser.

Carta 187, 7. I, pg. 114.

 

San Juan de Ávila

Santa Isabel lo recibió, no en sus entrañas como nosotros, mas en su casa, entrando la Virgen en ella; y la paga fue henchir de consolación a la madre y de gracia al niño que estaba en su vientre (cf. Lc 1, 41).

Santísimo sacramento. OC III, pg. 535.

¡Oh dichosa persona a quien, Señora, visitas! ¡Oh cuán de verdad dirá: ¡Vuestra visita guardó mi espíritu! (Jb 10, 12). Pues que de nuevo lo da, no es mucho que lo guarde. ¡Oh dichosa casa donde entras a visitarla! ¿Qué bien habrá que no traigas contigo, pues llevas contigo a Dios? Nunca la Virgen andaba sola; ¡qué de virtudes la acompañaban, que la hermosean mejor que todo el oro! Acompañanla ángeles como a su Reina y Señora; mas mirad bien quien lleva en su vientre, y veréis cuán rica y acompañada va, para sí y para darlo a la casa donde entra. ¿Qué bien no dará la que lleva a Dios en sí? Y para que supiesen los hombres católicos y se confundan los herejes que es cosa provechosa la intercesión de los santos y que por sus ruegos nos hace Dios bienes, quiso Dios que se diese el espíritu de gracia al niño por hablar la virgen y se diese el espíritu de profecía a la madre. Porque, decidme, ¿quién dijo a Santa Elisabet que aquella Señora era bendita, lo mismo que el ángel la dijo? ¿Quién le enseñó que era Mater domini mei? (Lc 1, 45). ¿Quién le dijo: Beata qua credidisti, pues fueron cosas que pasaron entre el ángel y la Virgen? Díjoselas Dios; y pudiera decírselas antes que la Virgen vinera, para que la fuera la vieja a visitar o la saliera a recebir; y no fue servido porque no entendiéramos esta verdad, sino aguarda que la Virgen entrase y saludase a la vieja para que diga: Ut facta ets vox salutationis tuae (Lc 1, 41). Por el habla, por el medio de la Virgen les vino este bien; y así parece cuán provechosa nos es su intercesión y el encomendarnos a ella y con cuanta razón la debemos suplicar que nos visite?

Visitación de la Virgen. OC III, pgs. 891-892.

Decid, Señor, fructo bendito de Virgen (Lc 1, 42); decir vos qué tal es este vientre en que anduvistéis; ¿a quién os parece, Señor, se debe comparar? Oíd lo que dice en los Cantares: Tu vientre, un montón de trigo, rodeado de azucenas (Ct 7, 2)… Montón, porque en lo bajo ancho y va hasta arriba enasgostado. Como el arca de Noé, que fue figurada a esta excelentísima Arca de Dios, era abajo ancha y arriba angosta de un codo… ¿Qué quiere decir lilio? – Virginidad, pureza.

Domingo 12 después de Pentecostés. OC III, pg. 266.

Creyó la Virgen a Dios, tuvo muy gran fe, y ansí le dijo Santa Elisabet: en ti serán perfeccionadas y cumplidas (Lc 1, 45), etc. La una ajorca es esperanza. Tuvo la  bendicta Virgen esperanza en el Señor, confiaba en el Señor.

Anunciación de Nuestra Señora. OC III, pg. 882.

Esta es la luz, que es la primera cosa que Dios cría en el ánima cuando la justifica. Y así como antes de la distinción de las cosas crió una nube de luz (cf. Gn 1, 3), y después de aquella poca de luz sucedió este sol que tiene tanta abundancia de ella, así en el ánima donde la luz de la fe viviere sucederá la copiosa luz de ver a Dios en el cielo. Esta conviene tener, porque, así como Dios entró en el vientre de María haciéndose hombre, porque ella creyó la palabra que le fue dicha (cf. Lc 1, 45), así venga Dios en el ánima por la palabra de la fe. Abraham fue justificado por la fe (cf. Rm 4, 9), y los que tienen fe son verdaderos hijos de Abraham (Gal 3, 7).

A un hijo de penitencia. OC IV, pg. 521.

 

San Oscar Romero.

Es la hora de María, tiempo de un nuevo Pentecostés que Ella preside con su oración. Cuando bajo el influjo del Espíritu Santo inicia la Iglesia un nuevo tramo en su peregrinar. María está aquí junto a la Navidad y junto a Ella nos sentimos hijos que buscamos, como Ella, la verdadera felicidad que Jesús nos trae.

23 de diciembre de 1979.

 

Papa Francisco. Angelus. 20 de diciembre de 2015.

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo de Adviento subraya la figura de María. La vemos cuando, justo después de haber concebido en la fe al Hijo de Dios, afronta el largo viaje de Nazaret de Galilea a los montes de Judea, para ir a visitar y ayudar a su prima Isabel. El ángel Gabriel le había revelado que su pariente ya anciana, que no tenía hijos, estaba en el sexto mes de embarazo (cf. Lc  1, 26.36). Por eso, la Virgen, que lleva en sí un don y un misterio aún más grande, va a ver a Isabel y se queda tres meses con ella. En el encuentro entre las dos mujeres —imaginad: una anciana y la otra joven, es la joven, María, la que saluda primero: El Evangelio dice así: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1, 40). Y, después de ese saludo, Isabel se siente envuelta de un gran asombro —¡no os olvidéis esta palabra: asombro. El asombro. Isabel se siente envuelta de un gran asombro que resuena en sus palabras: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (v. 43). Y se abrazan, se besan, felices estas dos mujeres: la anciana y la joven. Las dos embarazadas.

Para celebrar bien la Navidad, estamos llamados a detenernos en los «lugares» del asombro. Y, ¿cuáles son los lugares del asombro en la vida cotidiana? Son tres. El primer lugar es el otro, en quien reconocemos a un hermano, porque desde que sucedió el Nacimiento de Jesús, cada rostro lleva marcada la semejanza del Hijo de Dios. Sobre todo cuando es el rostro del pobre, porque como pobre Dios entró en el mundo  y dejó, ante todo, que los pobres se acercaran a Él.

Otro lugar del asombro —el segundo— en el que, si miramos con fe, sentimos asombro, es la historia. Muchas veces creemos verla por el lado justo, y sin embargo corremos el riesgo de leerla al revés. Sucede, por ejemplo, cuando ésta nos parece determinada por la economía de mercado, regulada por las finanzas y los negocios, dominada por los poderosos de turno. El Dios de la Navidad es, en cambio, un Dios que «cambia las cartas»: ¡Le gusta hacerlo! Como canta María en el Magnificat, es el Señor el que derriba a los poderosos del trono y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y a los ricos despide vacíos (cf. Lc 1, 52-53). Este es el segundo asombro, el asombro de la historia.

Un tercer lugar de asombro es la Iglesia: mirarla con el asombro de la fe significa no limitarse a considerarla solamente como institución religiosa que es, sino a sentirla como Madre que, aun entre manchas y arrugas —¡tenemos muchas!— deja ver las características de la Esposa amada y purificada por Cristo Señor.  Una Iglesia que sabe reconocer los muchos signos de amor fiel que Dios continuamente le envía. Una Iglesia para la cual el Señor Jesús no será nunca una posesión que defender con celo: quienes hacen esto, se equivocan, sino Aquel que siempre viene a su encuentro y que ésta sabe esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza del mundo. La Iglesia que llama al Señor: «Ven Señor Jesús». La Iglesia madre que siempre tiene las puertas abiertas, y los brazos abiertos para acoger a todos. Es más, la Iglesia madre que sale de las propias puertas para buscar, con sonrisa de madre a todos los alejados y llevarles a la misericordia de Dios. ¡Este es el asombro de la Navidad!

En Navidad Dios se nos dona todo donando a su Hijo, el Único, que es toda su alegría. Y sólo con el corazón de María, la humilde y pobre hija de Sión, convertida en Madre del Hijo del Altísimo, es posible exultar y alegrarse por el gran don de Dios y por su imprevisible sorpresa. Que Ella nos ayude a percibir el asombro —estos tres asombros: el otro, la historia y la Iglesia— por el nacimiento de Jesús, el don de los dones, el regalo inmerecido que nos trae la salvación. El encuentro con Jesús, nos hará también sentir a nosotros este gran asombro. Pero no podemos tener este asombro, no podemos encontrar a Jesús, si no lo encontramos en los demás, en la historia y en la Iglesia.

 

Papa Francisco. Angelus. 23 de diciembre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia de este cuarto domingo de Adviento se centra en la figura de María, la Virgen Madre, que espera dar a luz a Jesús, el Salvador del mundo. Fijemos nuestra mirada en ella, un modelo de fe y caridad; y podemos preguntarnos: ¿Cuáles fueron sus pensamientos durante los meses de espera? La respuesta proviene del pasaje del Evangelio de hoy, la historia de la visita de María a su pariente anciana, Isabel (cf. Lucas 1, 39-45) El ángel Gabriel le había dicho que Isabel estaba esperando un hijo y que ya estaba en el sexto mes (cf. Lucas 1, 26.36). Y entonces la Virgen, que acababa de concebir a Jesús por la obra de Dios, partió apresuradamente de Nazaret, en Galilea, para llegar a las montañas de Judea y encontrar a su prima.

El Evangelio dice: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (v. 40). Seguramente ella estaba feliz con ella por su maternidad, y a su vez Isabel saludó a María diciendo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Vv. 42-43). E inmediatamente elogia su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que fueron dichas de parte del Señor» (v. 45). Es evidente el contraste entre María, que tenía fe, y Zacarías, el esposo de Isabel, que había dudado y no había creído la promesa del ángel y, por lo tanto, permaneció en silencio hasta el nacimiento de Juan. Es un contraste.

Este episodio nos ayuda a leer con una luz muy especial el misterio del encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que no está bajo la bandera de prodigios asombrosos, sino en nombre de la fe y la caridad. De hecho, María es bendecida porque creyó: el encuentro con Dios es el fruto de la fe. Zacarías en cambio, quien dudó y no creyó, permaneció sordo y mudo. Crecer en fe durante el largo silencio: sin fe, inevitablemente permanecemos sordos a la voz consoladora de Dios; y seguimos sin poder pronunciar palabras de consuelo y esperanza para nuestros hermanos. Y lo vemos todos los días: las personas que no tienen fe o que tienen una fe muy pequeña, cuando tienen que acercarse a una persona que sufre, les dicen palabras de circunstancia, pero no pueden llegar al corazón porque no tienen fuerzas. No tiene fuerza porque no tiene fe, y si no tiene fe, las palabras que llegan al corazón de los demás no vienen. La fe, a su vez, se nutre de la caridad. El evangelista nos dice que «se levantó María y se fue con prontitud» (v. 39) hacia Isabel: apresurada, no ansiosa, no ansiosa, sino con prontitud, en paz. «Se levantó»: un gesto lleno de preocupación. Podría haberse quedado en casa para prepararse para el nacimiento de su hijo, en lugar de eso, se preocupa primero de los demás que de sí misma, demostrando, de hecho, que ya es una discípula de ese Señor que lleva en su vientre. El evento del nacimiento de Jesús comenzó así, con un simple gesto de caridad; además, la auténtica caridad es siempre el fruto del amor de Dios. La visita del evangelio de María a Isabel, que escuchamos hoy en la misa, nos prepara para vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y la caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de amor que fecundó el seno virginal de María y que la instó a acudir al servicio de su pariente anciana. Un dinamismo lleno de alegría, como vemos en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de júbilo alegre en el Señor, que hace grandes cosas con los pequeños que se fían de él.

Que la Virgen María nos obtenga la gracia de vivir una Navidad extrovertida, pero no dispersa, extrovertida: en el centro no está nuestro «Yo», sino el Tú de Jesús y tú de los hermanos, especialmente aquellos que necesitan ayuda. Entonces dejaremos espacio al amor que, también hoy, quiere hacerse carne y venir a vivir entre nosotros.

 

Francisco. Angelus. 19 de diciembre de 2021.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy, cuarto Domingo de Adviento, narra la visita de María a Isabel (cf. Lc 1,39-45). Recibido el anuncio del ángel, la Virgen no se queda en casa, pensando en lo sucedido y considerando los problemas y los imprevistos, que ciertamente no faltaban: porque, pobrecilla, no sabía qué hacer con esta noticia, con la cultura de aquella época… No entendía… Al contrario, lo primero que hace es pensar en quien la necesita; en vez de encerrarse en sus problemas, piensa en quien la necesita, piensa en Isabel su pariente, que es mayor y está embarazada: algo raro, milagroso. María emprende el viaje con generosidad, sin dejarse intimidar por los inconvenientes del viaje, respondiendo a un impulso interior que la llama a hacerse cercana y a ayudar. Un largo camino, kilómetros y kilómetros, y no había un autobús que fuera allí: tuvo que ir a pie. Sale para ayudar, compartiendo su alegría. María dona a Isabel la alegría de Jesús, la alegría que llevaba en el corazón y en el vientre. Va donde ella y proclama sus sentimientos, y esta proclamación de los sentimientos después se ha convertido en una oración, el Magníficat, que todos nosotros conocemos.  Y el texto dice que «se levantó María y se fue con prontitud» (v. 39).

Se levantó y se fue. En el último tramo del camino del Adviento dejémonos guiar por estos dos verbos. Levantarse y caminar con prontitud: son los dos movimientos que María hizo y que nos invita también a nosotros a hacer en vista de la Navidad. En primer lugar, alzarse. Después del anuncio del ángel, para la Virgen se perfilaba un periodo difícil: su embarazo inesperado la exponía a incomprensiones y también a penas severas, incluso a la lapidación, en la cultura de aquella época. ¡Imaginemos cuántos pensamientos y turbaciones tenía! Sin embargo, no se desanima, no se desespera, sino que se levanta. No mira hacia abajo, hacia los problemas, sino a lo alto, hacia Dios. Y no piensa a quién pedir ayuda, sino a quién ayudar. Siempre piensa en los demás: así es María, pensando siempre en las necesidades de los demás. Lo mismo hará después, en las bodas de Caná, cuando se da cuenta que falta el vino. Es un problema de los otros, pero ella piensa en esto y trata de encontrar una solución. María siempre piensa en los otros. Piensa también en nosotros.

Aprendamos de la Virgen esta forma de reaccionar: levantarnos, sobre todo cuando las dificultades amenazan con aplastarnos. Levantarnos, para no empantanarnos en los problemas, hundiéndonos en la autocompasión o cayendo en una tristeza que nos paraliza. Pero ¿por qué levantarnos? Porque Dios es grande y está preparado para levantarnos si nosotros le tendemos la mano. Entonces arrojemos en Él los pensamientos negativos, los miedos que bloquean todo impulso y que impiden ir adelante. Y después hagamos como María: ¡miremos a nuestro alrededor y busquemos alguna persona a la que podamos ser de ayuda! ¿Hay algún anciano que conozco al que puedo ayudar un poco, ser de compañía? Que cada uno lo piense. ¿O hacer un servicio a una persona, un favor, una llamada? ¿Pero a quién puedo ayudar? Me levanto y ayudo. Ayudando a los otros, nos ayudaremos a nosotros mismos a levantarnos de las dificultades.

El segundo movimiento es caminar con prontitud. No quiere decir proceder con agitación, de forma sofocada, no, no quiere decir esto. Se trata más bien de conducir nuestras jornadas con paso alegre, mirando adelante con confianza, sin arrastrarnos con desgana, esclavos de las lamentaciones —estas quejas arruinan muchas vidas, porque uno se pone a lamentarse y lamentarse y la vida va abajo. Las quejas te llevan a buscar siempre alguien a quien culpar. Yendo hacia la casa de Isabel, María procede con el paso rápido de quien tiene el corazón y la vida llenos de Dios, llenos de su alegría. Entonces preguntémonos, para nuestro beneficio: ¿cómo es mi “paso”? ¿Soy propositivo o me quedo en la melancolía, en la tristeza? ¿Voy adelante con esperanza o me detengo para compadecerme? Si procedemos con el paso cansado de los gruñones o de los chismorreos, no llevaremos a Dios a nadie, solamente llevaremos amargura, cosas oscuras. Hace mucho bien, sin embargo, cultivar un sano sentido del humor, como hacían, por ejemplo, santo Tomás Moro o san Felipe Neri. Podemos pedir también esta gracia, la gracia del sano humorismo: hace mucho bien. No nos olvidemos de que el primer acto de caridad que podemos hacer al prójimo es ofrecerle un rostro sereno y sonriente. Es llevarles la alegría de Jesús, como hizo María con Isabel.

¡La Madre de Dios nos tome de la mano, nos ayude a levantarnos y caminar con prontitud hacia la Navidad!

 

Benedicto. Angelus. 24 de diciembre 2006

Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la santa Navidad ya es inminente. La vigilia de hoy nos prepara para vivir intensamente el misterio que esta noche la liturgia nos invitará a contemplar con los ojos de la fe. En el Niño divino recién nacido, acostado en el pesebre, se manifiesta nuestra salvación. En el Dios que se hace hombre por nosotros, todos nos sentimos amados y acogidos, descubrimos que somos valiosos y únicos a los ojos del Creador. El nacimiento de Cristo nos ayuda a tomar conciencia del valor de la vida humana, de la vida de todo ser humano, desde su primer instante hasta su ocaso natural. A quien abre el corazón a este "niño envuelto en pañales" y acostado "en un pesebre" (cf. Lc 2, 12), él le brinda la posibilidad de mirar de un modo nuevo las realidades de cada día. Podrá gustar la fuerza de la fascinación interior del amor de Dios, que logra transformar en alegría incluso el dolor.

Preparémonos, queridos amigos, para encontrarnos con Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. Al nacer en la pobreza de Belén, quiere hacerse compañero de viaje de cada uno. En este mundo, desde que él mismo quiso poner aquí su "tienda", nadie es extranjero. Es verdad, todos estamos de paso, pero es precisamente Jesús quien nos hace sentir como en casa en esta tierra santificada por su presencia. Pero nos pide que la convirtamos en una casa acogedora para todos. Este es precisamente el don sorprendente de la Navidad:  Jesús ha venido por cada uno de nosotros y en él nos ha hecho hermanos. De ahí deriva el compromiso de superar cada vez más los recelos y los prejuicios, derribar las barreras y eliminar las contraposiciones que dividen o, peor aún, enfrentan a las personas y a los pueblos, para construir juntos un mundo de justicia y de paz.

Con estos sentimientos, queridos hermanos y hermanas, vivamos las últimas horas que nos separan de la Navidad, preparándonos espiritualmente para acoger al Niño Jesús. En el corazón de la noche vendrá por nosotros. Pero su deseo es también venir a nosotros, es decir, a habitar en el corazón de cada uno de nosotros. Para que esto sea posible, es indispensable que estemos disponibles y nos preparemos para recibirlo, dispuestos a dejarlo entrar en nuestro interior, en nuestras familias, en nuestras ciudades. Que su nacimiento no nos encuentre ocupados en festejar la Navidad, olvidando que el protagonista de la fiesta es precisamente él. Que María nos ayude a mantener el recogimiento interior indispensable para gustar la alegría profunda que trae el nacimiento del Redentor. A ella nos dirigimos ahora con nuestra oración, pensando de modo especial en los que van a pasar la Navidad en la tristeza y la soledad, en la enfermedad y el sufrimiento. Que la Virgen dé a todos fortaleza y consuelo.

 

Benedicto. Angelus. 20 de diciembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Con el IV domingo de Adviento, la Navidad del Señor está ya ante nosotros. La liturgia, con las palabras del profeta Miqueas, invita a mirar a Belén, la pequeña ciudad de Judea testigo del gran acontecimiento: "Pero tú, Belén de Efratá, la más pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial" (Mi 5, 1). Mil años antes de Cristo, en Belén había nacido el gran rey David, al que las Escrituras concuerdan en presentar como antepasado del Mesías. El Evangelio de san Lucas narra que Jesús nació en Belén porque José, el esposo de María, siendo de la "casa de David", tuvo que dirigirse a esa aldea para el censo, y precisamente en esos días María dio a luz a Jesús (cf. Lc 2, 1-7). En efecto, la misma profecía de Miqueas prosigue aludiendo precisamente a un nacimiento misterioso: "Dios los abandonará -dice- hasta el tiempo en que la madre dé a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel" (Mi 5, 2).

Así pues, hay un designio divino que comprende y explica los tiempos y los lugares de la venida del Hijo de Dios al mundo. Es un designio de paz, como anuncia también el profeta hablando del Mesías: "En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra. Él mismo será nuestra paz" (Mi 5, 3-4).

Precisamente este último aspecto de la profecía, el de la paz mesiánica, nos lleva naturalmente a subrayar que Belén es también una ciudad-símbolo de la paz, en Tierra Santa y en el mundo entero. Por desgracia, en nuestros días, no se trata de una paz lograda y estable, sino una paz fatigosamente buscada y esperada. Dios, sin embargo, no se resigna nunca a este estado de cosas; por ello, también este año, en Belén y en todo el mundo, se renovará en la Iglesia el misterio de la Navidad, profecía de paz para cada hombre, que compromete a los cristianos a implicarse en las cerrazones, en los dramas, a menudo desconocidos y ocultos, y en los conflictos del contexto en el que viven, con los sentimientos de Jesús, para ser en todas partes instrumentos y mensajeros de paz, para llevar amor donde hay odio, perdón donde hay ofensa, alegría donde hay tristeza y verdad donde hay error, según las bellas expresiones de una conocida oración franciscana.

Hoy, como en tiempos de Jesús, la Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz verdadera. "Él mismo será nuestra paz", dice el profeta refiriéndose al Mesías. A nosotros nos toca abrir de par en par las puertas para acogerlo. Aprendamos de María y José: pongámonos con fe al servicio del designio de Dios. Aunque no lo comprendamos plenamente, confiemos en su sabiduría y bondad. Busquemos ante todo el reino de Dios, y la Providencia nos ayudará. ¡Feliz Navidad a todos!

 

Benedicto. Angelus. 23 de diciembre de 2012

Queridos hermanos y hermanas:

En este IV domingo de Adviento, que precede en poco tiempo al Nacimiento del Señor, el Evangelio narra la visita de María a su pariente Isabel. Este episodio no representa un simple gesto de cortesía, sino que reconoce con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, ambas embarazadas, encarnan, en efecto, la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras que la joven María lleva en sí la realización de tal espera, para beneficio de toda la humanidad. En las dos mujeres se encuentran y se reconocen, ante todo, los frutos de su seno, Juan y Cristo. Comenta el poeta cristiano Prudencio: «El niño contenido en el vientre anciano saluda, por boca de su madre, al Señor hijo de la Virgen» (Apotheosis, 590: PL 59, 970). El júbilo de Juan en el seno de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios está a punto de visitar a su pueblo. En la Anunciación el arcángel Gabriel había hablado a María del embarazo de Isabel (cf. Lc 1, 36) como prueba del poder de Dios: la esterilidad, a pesar de la edad avanzada, se había transformado en fertilidad.

Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclama: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 42-43). La expresión «bendita tú entre las mujeres» en el Antiguo Testamento se refiere a Yael (Jue 5, 24) y a Judit (Jdt 13, 18), dos mujeres guerreras que se ocupan de salvar a Israel. Ahora, en cambio, se dirige a María, joven pacífica que va a engendrar al Salvador del mundo. Así también el estremecimiento de alegría de Juan (cf. Lc 1, 44) remite a la danza que el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén (cf. 1 Cro 15, 29). El Arca, que contenía las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Aarón (cf. Hb 9, 4), era el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El que está por nacer, Juan, exulta de alegría ante María, Arca de la nueva Alianza, que lleva en su seno a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.

La escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio para el otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él. En el tiempo de Navidad imitemos a María, visitando a cuantos viven en dificultad, en especial a los enfermos, los presos, los ancianos y los niños. E imitemos también a Isabel que acoge al huésped como a Dios mismo: sin desearlo, no conoceremos nunca al Señor; sin esperarlo, no lo encontraremos; sin buscarlo, no lo encontraremos. Con la misma alegría de María que va deprisa donde Isabel (cf. Lc 1, 39), también nosotros vayamos al encuentro del Señor que viene. Oremos para que todos los hombres busquen a Dios, descubriendo que es Dios mismo quien viene antes a visitarnos. A María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza, confiamos nuestro corazón, para que lo haga digno de acoger la visita de Dios en el misterio de su Nacimiento.


Francisco. Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza 17. «El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!». El Espíritu Santo y la esperanza cristiana» 11 diciembre 2024.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos llegado al final de nuestras catequesis sobre el Espíritu Santo y la Iglesia. Dedicamos esta última reflexión al título que hemos dado a todo el ciclo, es decir: «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al Pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra Esperanza». Este título se refiere a uno de los últimos versículos de la Biblia, en el libro del Apocalipsis, que dice: «El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!”» (Ap 22,17). ¿A quién se dirige esta invocación? Se dirige a Cristo resucitado. De hecho, tanto San Pablo (cf. 1 Cor 16:22) como la Didaché, un escrito de la época apostólica, atestiguan que en las reuniones litúrgicas de los primeros cristianos resonaba en arameo el grito «¡Maràna tha!», que significa precisamente «¡Ven Señor!». Una oración a Cristo para que venga.

En aquella fase más antigua, la invocación tenía un trasfondo que hoy diríamos escatológico. Expresaba, en efecto, la ardiente espera del regreso glorioso del Señor. Y este grito y la expectación que expresa nunca se han desvanecido en la Iglesia. Incluso hoy, en la Misa, inmediatamente después de la consagración, proclama la muerte y resurrección de Cristo «¡Ven, Señor Jesús!». La Iglesia está en espera de la venida del Señor.

Pero esta espera de la venida última de Cristo no es la única. A ella se ha unido también la espera de su venida continua en la situación presente y peregrinante de la Iglesia. Y es en esta venida en la que la Iglesia piensa principalmente cuando, animada por el Espíritu Santo, clama a Jesús: «¡Ven!».

Se ha producido un cambio -o mejor dicho un desarrollo- lleno de significado con respecto al grito «¡Ven!», «¡Ven, Señor!». Éste no se dirige habitualmente sólo a Cristo, ¡sino también al mismo Espíritu Santo! Aquel que clama es ahora también Aquel a quien se clama. «¡Ven!» es la invocación con la que comienzan casi todos los himnos y oraciones de la Iglesia dirigidos al Espíritu Santo: “Ven, oh Espíritu Creador”, decimos en el Veni Creator, y “Ven, Espíritu Santo”, “Veni Sancte Spiritus”, en la secuencia de Pentecostés; y así en muchas otras oraciones. Y es justo que así sea, porque, después de la Resurrección, el Espíritu Santo es el verdadero «alter ego» de Cristo, Aquel que ocupa su lugar, que lo hace presente y operante en la Iglesia. Es Él quien «anunciará lo que ha de venir» (cf. Jn 16,13) y lo hace desear y esperar. Por eso Cristo y el Espíritu son inseparables, también en la economía de la salvación.

El Espíritu Santo es la fuente siempre caudalosa de la esperanza cristiana. San Pablo nos dejó estas preciosas palabras: «Que el Dios de la esperanza los colme, creyentes, de todo gozo y paz, para que abunden en esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rom 15,13). Si la Iglesia es una barca, el Espíritu Santo es la vela que la impulsa y la hace avanzar en el mar de la historia, ¡hoy como ayer!

Esperanza no es una palabra vacía, ni nuestro vago deseo de que las cosas vayan bien: la esperanza es una certeza, porque se fundamenta en la fidelidad de Dios a sus promesas. Y por eso se llama virtud teologal: porque está infundida por Dios y tiene a Dios como garante. No es una virtud pasiva, que se limita a aguardar que las cosas sucedan. Es una virtud sumamente activa que ayuda a que sucedan. Alguien que luchó por la liberación de los pobres escribió estas palabras: «El Espíritu Santo está en el origen del clamor de los pobres. Es la fuerza que se da a los que no tienen fuerza. Él dirige la lucha por la emancipación y la plena realización del pueblo de los oprimidos» [1].

El cristiano no puede contentarse con tener esperanza; también debe irradiar esperanza, ser un sembrador de esperanza. Éste es el don más hermoso que la Iglesia puede hacer a la humanidad entera, especialmente en los momentos en que todo parece incitar a arriar las velas.

El apóstol Pedro exhortó a los primeros cristianos con estas palabras: «Adoren al Señor, Cristo, en sus corazones, estando siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes.». Pero añadió una recomendación: «Sin embargo, háganlo con dulzura y respeto.» (1 Pe 3,15-16). Y esto porque no es tanto la fuerza de los argumentos lo que convencerá a las personas, sino el amor que sepamos poner en ellos. Esta es la primera y más eficaz forma de evangelización. ¡Y está abierta a todos!

Queridos hermanos y hermanas, ¡que el Espíritu nos ayude siempre, siempre, a «abundar en esperanza en virtud del Espíritu Santo»!

[1] J. Comblin, El Espíritu Santo y la liberación, Asís 1989, 236.

 

NAVIDAD.

Monición de entrada.-

Miles de años después de que Dios hiciese la tierra y pusiese a las personas en ella. Cientos de años después que Dios empezase una historia de amor con Noé, Abraham, Moisés, David y su pueblo.

Viviendo las personas en paz, nació Jesús.

Así hoy es la fiesta de la navidad.

 

Acogida de la Luz de Belén.

Vamos ahora a recibir la Luz de Belén. Todos los años se enciende una vela en el portal de Belén y de allí van encendiéndose velas, pasándose la luz. Esta luz es la misma que en Belén está iluminando el lugar donde Jesús nació.

Peticiones.-

Por el papa Francisco y el papa Benedicto. Te lo pedimos Señor.
Por el rey Felipe, la reina Leticia, la princesa de Asturias y la infanta Sofía. Te lo pedimos Señor.
Por las personas que pasarán este día cuidando a los enfermos en los hospitales. Te lo pedimos Señor.
Por las personas que estarán solas esta noche, enfermas, fuera de sus países, en la cárcel o pasando frío en la calle. Te lo pedimos Señor.
Por nuestras familias y todas las personas que están con nosotros este día. Te lo pedimos Señor.

 

Monición.

Vamos ahora a besar el Niño Jesús. En nombre de los niños y de la parroquia, os deseamos a todos que paséis una Feliz Navidad, que la luz de Jesús ilumine vuestras casas.

 

SAGRADA FAMILIA.  

Monición de entrada.-

Hoy es la fiesta de la Sagrada Familia. 

Porque Jesús quiso tener un padre y una madre que cuidaran de él y le hicieran feliz.

Nosotros, la familia de Jesús, hoy le damos gracias a Dios por los esposos que este año han cumplido 25 y 50 años de casados y por todas las personas que como María y José se quieren y forman una familia.

 

Señor, ten piedad.

Tú que tuviste una familia.  Señor, ten piedad.

Tú que tuviste a María y José por padres. Cristo, ten piedad.

Tú que tuviste una casa donde vivías con ellos. Señor, ten piedad.

 

Peticiones.-

Por el Papa Francisco que es el padre de la familia de Jesús en la tierra y por el Papa Benedicto que es el abuelo de todos. Te lo pedimos Señor.
Por todas las casas, para que no falte nunca el amor y el trabajo. Te lo pedimos Señor.
Por los padres y las madres que están enfermos, para que se curen pronto. Te lo pedimos Señor.
Por los padres y las madres que están lejos de sus hijos, para que pronto estén juntos. Te lo pedimos Señor.
Y por nuestro pueblo,  para que seamos una familia. Te lo pedimos Señor.

 

Oración.

Virgen María, queremos darte las gracias por nuestros abuelos y nuestros padres, porque ellos nos quieren mucho y nos enseñan a querer a los hermanos, primos, tíos y familiares.

 

ORACIÓN PARA EL CENTRE JUNIORS CORBERA Y PARRROQUIAS DE CORBERA, FAVARA Y LLAURÍ

EXPERIENCIA.

Busca una cruz, una luz, un nacimiento o una estampa de la Virgen María con el Niño Jesús o de la Esperanza (embarazada). Obsérvala, mírala durante uno o dos minutos, el tiempo que necesites.

Haz la señal de la cruz, pidiendo al Padre que a través del Hijo te envíe el Espíritu Santo para que puedas conocer que quieren decirte en este encuentro de fe, esperanza y caridad.

Visualiza el vídeo del primer año de Ismael las veces que necesites:

https://www.youtube.com/watch?v=yiFEv0J_OzM

 

REFLEXIÓN.

Toma la Biblia y lee :

X Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-45.

En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:

-¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

¿Qué dice el texto (cómo imaginas el lugar, las palabras o frases que consideras más importantes, las partes del fragmento)?, ¿qué te dice el texto (después de lo que has pensado y rezado en la sección de experiencia, relaciónalo con tu familia, piensa en tu madre y las semejanzas con María e Isabel, pues las tres fueron mujeres que llevaban dentro de ellas una vida, vida, también en las personas que te hablaron de Dios, ¿a quién consideras feliz porque cree en Dios y te habla o te habló con entusiasmo de Él?, ¿y tú eres feliz por seguir a Jesús?) y ¿qué le dices a Jesús (si eres feliz por tener fe y creer en Él dale las gracias, si estás frio o fría y dudas de su existencia pídele que te ayude, háblale o permanece en silencio).

 

COMPROMISO.

Visita estas navidades la iglesia de tu parroquia u otra y permanece un rato en silencio hablando con Jesús o simplemente mirando el sagrario, el altar, el belén.

 

CELEBRACIÓN.

Mira este vídeo de la teresiana Elia Fleta Mallol, María e Isabel. Recuerda: nada es imposible si estás en sus manos.

https://www.youtube.com/watch?v=aDVtfg7Xcqo&list=RDaDVtfg7Xcqo&start_radio=1&rv=aDVtfg7Xcqo&t=20

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