domingo, 5 de abril de 2009

Triduo Pascual: Viernes Santo


Sentido:
Hoy empezamos, propiamente, la celebración de la Pascua. Como bien significa este término, el “paso”, el tránsito de Jesús a través de la muerte a la Nueva Vida.
Hoy es el primer acto de este paso: la “Pascha Crucifixionis”, como llamaban los Santos Padres o primeros escritores cristianos. Un acto que no tiene sentido sin el segundo, la Resurrección.
Realmente constituyen dos aspectos de una gran unidad: la memoria de la Muerte el Viernes Santo está marcada por la esperanza y la victoria, mientras que la Vigilia Pascual es la celebración de la victoria de quien el viernes fue crucificado e inmolado por nuestros pecados.
Todo este día se encuentra centrado en el Cruz del Señor. Desde la medianoche el centro deja de ser el Monumento para fijar la mirada en la cruz. Ella es la protagonista del Via Crucis y de las Siete Palabras, adquiriendo su centralidad en la Acción Litúrgica de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, donde es adorada.
Pero la cruz no invita a la tristeza sino a la celebración. La comunidad cristiana proclama la Pasión del Señor y adora su Cruz como el primer acto del Misterio Pascual.
Atrás queda el color morado, la cuaresma terminó la mañana del Jueves Santo. Hoy es el color rojo, color de los mártires, recordando pedagógicamente que no estamos en un entierro ni guardando luto. Cristo Jesús, como Sumo Sacerdote en nombre de toda la humanidad, se ha entregado voluntariamente a la Muerte para salvar a todos. No es la celebración de un fracaso ni es la tragedia de un Dios impotente que es crucificado por la humanidad. Es la celebración de la victoria sobre el pecado y la muerte, la entronización de un Dios a quien no le quitan la vida, sino que la da. La misma Pasión de San Juan manifiesta al Cristo Rey, eliminando de ella todo dramatismo.
También el Viernes y el Sábado Santo están marcados por la austeridad y el ayuno, no sólo como signo penitencial sino como expresión de que la comunidad cristiana sigue la marcha de su Señor a través de la muerte. Este año abarca la liturgia. Así en estos dos días no hay celebraciones sacramentales. La Iglesia ora, celebra la Pasión y la Cruz, se reune para la meditación y la contemplación o para la alabanza de la Liturgia de las Horas, pero no celebra la eucaristía.
Esta austeridad también se manifiesta en el carácter sobrio de la celebración: ausencia de flores, de música, de campanas, desnudez del altar, el sagrario después de la Pasión abierto y vacío.

Elementos de este dia:

Via Crucis: por la mañana emprendemos el camino de la cruz, tomando las catorce estaciones en las cuales se mezclan hechos procedentes de la Biblia (condena a muerte, el cireneo, las mujeres de Jerusalén, la crucifixión,...) y de la tradición (encuentro con su madre, la Verónica, las caídas). Especialmente en los pueblos donde se han levantado en las montañas calvarios, constituye un momento de gran plasticidad para revivir el largo camino hacia la cruz. Es éste un camino tan grande que nunca lo agotaremos y es tan piadoso que nunca nos cansaremos; comprendemos y no acabamos de comprender. El misterio no está en la cruz, sino en el que la lleva y es crucificado. La cruz sola es maldición, la cruz con Cristo es fuente de bendición.
I Estación. Jesús es condenado a muerte (Lucas 23, 24-25). Ser junior muchas veces es sufrir la misma condena, el desprecio, las palabras con doble sentido, las miradas burlonas. ¿Estoy dispuesto a asumirlo por amor a Cristo?
II Estación. Jesús carga con la cruz (Isaías 53,2). Ser junior es cargar con la cruz de la formación, los encuentros, las oraciones,... a fin de poder seguir a Cristo. ¿Soy conciente de la importancia que tiene cuidar mi vida cristiana para ser un buen monitor o educador/a?
III Estación. Jesús cae por primera vez (Isaías 53, 3). Ser junior es asumir el fracaso, de una reunión, de un juego, de un campamento,... y a la vez tener el valor de emprender con más ilusión. ¿Cómo vivo los fracasos, rezo a Dios para que me levante?
IV Estación. Jesús se encuentra con su madre (Lc 2, 51). Ser junior es amar a María, la Madre de Jesús, encontrar en ella el modelo de entrega a Dios, rezarle y encomendarle los proyectos y las iniciativas, contar con María. ¿Qué lugar ocupa la Virgen María en mi vida como junior?
V Estación. Simón de Cirene ayuda a Jesús (Mt 27, 32). En nuestro camino como educadores encontramos niños que llevan la cruz, bien desde sus casas (problemas en el hogar) bien por sus amigos o por la soledad que sienten en un campamento. ¿Nos preocupamos de ellos, los vemos, nos acercamos, les escuchamos y les hablamos?
VI Estación. La Verónica enjuga el rostro de Jesús (Mt 26, 10). Siempre hay una lágrima que limpiar a lo largo del curso, en una convivencia, en un campamento. Pero, ¿la vemos en el monitor que lo está pasando mal, en el cansancio del consiliario?
VII Estación. Jesús cae por segunda vez (Isaías 53, 4-5). Caemos, sí. Nos cansamos de ir semana tras semana de reunión, campamento, convivencia, encuentro de zona, día junior,... Pero levantamos la cabeza y ¿descubrimos la razón de nuestro ser junior, que no es el pasárselo bien sino el servir a Cristo?
VIII Estación. Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén (Lc 23, 38). Hablar es muy fácil, sentir compasión por los demás también. Pero, ante el sufrimiento del educador que lo está pasando mal o del niño que llora, ¿actuamos, ayudándole a cargar con su cruz?

IX Estación. Jesús cae por tercera vez (Isaías 53, 6). A veces las caídas llegan cuando menos lo esperábamos. Se llaman crisis de fe y no hay edad. Pero ante las caídas ¿recurrimos a Dios, mediante la lectura de la Biblia, la oración, el consejo de un sacerdote, los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía? o más bien, ¿preferimos quedarnos así, abandonar los juniors y la Iglesia?
X Estación. Jesús es despojado de sus vestiduras (Mateo 27, 33-35). No es fácil despojarse. Y sin embargo lo hacemos. Nos despojamos de la familia, los amigos, la fiesta del sábado y lo hacemos para ir de campamento o convivencia. Pero, ¿por qué lo hacemos? ¿por qué nos lo pasamos bien o porque nos sentimos educadores y por tanto servidores de Cristo, apóstoles suyos llamados a anunciar el Evangelio a los niños?
XI Estación. Jesús es clavado en la cruz (Juan 12, 32). La oración muchas veces es un clavarse a la cruz de Cristo, lo mismo la misa. Es estar ahí con él. Aunque no me diga nada, aunque me aburra o me vengan mil pensamientos. Pero estar ahí porque Jesús está ahí.
XII Estación. Jesús muere en la cruz (Filipenses 2, 8). Es lo más grande que Dios ha realizado por la humanidad, pero, realmente, como junior, ¿lo es para mí? ¿transmito a los niños la pasión de Cristo por ellos?
XIII Estación. Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre (Lucas 2, 34): cada día Jesús baja de la cruz del altar y se entrega a mí en la Eucaristía. Mis manos son como el regazo de María, que acoge a Cristo, no muerto sino vivo. Y sin embargo, a pesar de ser junior, de haber recibido el crismón, la pañoleta, la cruz y la palabra, de haber sido bautizado y confirmado y de la ilusión con que tomé la primera comunión, me aparto de la cruz, no voy a misa y si voy, como no me gusta confesarme, no comulgo. ¿Por qué?
XIV Estación. Jesús es sepultado (Filipenses 2, 9-11). También nosotros muchas veces lo sepultamos, lo escondemos de los niños. ¿Para qué hablarles de Dios y si se nos van? Parece que tengamos vergüenza de mostrarles a Jesús y preferimos que esté en el sepulcro, colocamos la losa del juego, la cena, la fiesta que impida ver a Jesús. ¿Qué lugar ocupa Jesús en la vida del Centro Junior, la oración al comenzar la actividad y al sepulcro del olvido?
Meditación de las Siete Palabras: si bien antes constituía uno de los momentos más importantes del Viernes Santo con los Sermones de las Siete Palabras y los elocuentes oradores sagrados, actualmente tiene también su sentido. A mitad del día, la comunidad se reúne entorno a la cruz para escuchar-meditar-contemplar las palabras que Jesús pronunció desde ellas. Desde la austeridad de este día. Las Siete Palabras constituyen el pentagrama reducido a dos líneas en una cruz y con dos notas con común denominador: Amor a Dios y amor al ser humano.
1ª “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). ¿También podrás perdonarnos nuestra indiferencia ante tu Palabra?
2ª “Hoy estarás conmigo en el Paraíso? (Lc 23,43). ¿Tendré que esperar al final de mi vida para pedirte un trozo de esa ciudad en la que Tú vives?
3ª “He aquí a tu hijo: he aquí a tu madre” (Jn 19, 26). ¿Siento a María cercana a mi fe?
4ª “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46). ¿Son nuestras manos la prolongación de su presencia?
5ª “Tengo sed” (Jn 19, 28) ¿Tengo sed de Dios?
6ª “Todo está cumplido” (Jn 19, 30) ¿Seré capaz de despojarme de aquello que me impide ser buen junior?
7ª “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). ¿Me siento sostenido por la presencia de Dios o dudo de su aliento?
Acción Litúrgica de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Siguiendo el orden cronológico de la Pasión, tiene lugar a primeras horas de la tarde, alrededor de las tres, hora en que Jesús fue crucificado, si bien, por motivos pastorales se celebra más tarde. En ella el centro es la cruz.
Elementos:
Liturgia de la Palabra: la ceremonia comienza de una manera escueta. El celebrante y los ministros se aproximan al altar en silencio, el sacerdote se postra ante él. Todos rezan en silencio durante unos segundos. A continuación el celebrante lee la oración colecta y después todos se sientan para escuchar las lecturas.
Isaías 52, 13-53, 12: nos presenta al siervo paciente, figura profética de Cristo que en su pasión es el “varón de dolores”. En él se contiene todo: sus humillaciones y sufrimientos, el rechazo por parte del pueblo, su muerte redentora e incluso los detalles de la pasión como “fue traspasado por nuestros pecados”. Pero lejos de ser un episodio oscuro, en él se contiene un rayo de esperanza. Desde la primera línea el poema apunta a la victoria final y concluye con la exaltación.
Salmo 30, 2 y 6, 12-13,15-16.17 y 25: oración de quien como Cristo experimenta el sufrimiento y el abandono. En ella encontramos una de las palabras que Jesús pronunció en la cruz.
Hebreos 4,14-16;5,7-9: nos presenta a Cristo en su función sacerdotal, reconciliando a los hombres con Dios por el sacrificio de su vida. Él es a la vez el sacerdote y la víctima, oferente y ofrenda, nuestro mediador con el Padre.
Juan 18, 1-19,42: toda la narración está impregnada de una atmósfera de paz y serenidad. Cristo, y no sus enemigos, es quien domina la situación. No hay coacción: él libremente se encamina hacia su ejecución. De este modo la cruz se transforma en la revelación suprema del amor de Dios. En ella se revela como rey (corona de espinas y burlas de los soldados), juez (ante sus palabras y ante su cruz nos encontramos condenados o justificados) y salvador (reúne a su pueblo alrededor de la cruz). La Iglesia, representada en la túnica sin costura, queda formada. Jesús desde la cruz constituye a María madre de todos los vivientes y desde allí entrega su espíritu, inaugurando el periodo final en el que los creyentes adorarán “en espíritu y verdad”. De su costado brota sangre y agua, símbolos de salvación y del Espíritu que da vida. Cristo se muestra como el verdadero cordero pascual al que no le quiebran los huesos.
Oración universal: por la Iglesia,el Papa, los ministros y los fieles, los catecúmenos, la unidad de los cristianos, los judíos, los que no creen en Cristo, los que no creen en Dios, los gobernantes y los atribulados (enfermos, padecen hambre, perseguidos, encarcelados, emigrantes, desterrados, los que viajan y los moribundos). Con ello en la función sacerdotal de la Iglesia se eleva la oración por todos los que han sido llamados a participar de la Salvación de Cristo.
Adoración de la cruz: el viernes santo se omite la parte central de la misa, la Plegaria Eucarística y por tanto, la consagración. En su lugar tenemos la emotiva adoración de la cruz. En ella contemplamos y adoramos “el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”, mientras se cantan los improperios que relatan lo que ha hecho Dios por su pueblo: los sacó de Egipto, los condujo a través del desierto, los alimentó con el maná, mientras el pueblo lo trata con desprecio. En ellos nos encontramos nosotros. Son así una invitación a dejar que Cristo nos reproche, nos recuerde todo lo que ha hecho y hace por nosotros, mientras preferimos servir a otros dioses y lo crucificamos con nuestra indiferencia, apatía y pasotismo ante lo religioso.
Rito de la comunión: el altar se cubre con un mantel y sobre él se coloca el corporal y el misal. Es llevado el santísimo, se dicen las oraciones acostumbradas antes de la comunión (Padrenuestro,...), en silencio se distrubuye entre los fieles. Cuando todos han comulgado , se guarda silencio unos minutos, se reserva y concluye la celebración con una oración, sin despedida ni canto final. El altar queda desnudo, el sagrario vacío, solamente la cruz. Nada distrae la atención. La Iglesia permanece vigilante junto a la cruz del Señor, como la esposa fiel a su Amado.
Procesión del Santo Entierro: recordando su sepultura.
La Liturgia de las Horas: durante este día la Iglesia sigue rezando con los salmos y textos en esta oración, oficial de la Iglesia. Ella como el justo ora siete veces al día, centrando su corazón en Dios.


















Lecturas de la misa.

Lectura del Profeta Isaías 52,13-53,12.
Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él,
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano;
así asombrará a muchos pueblos:
ante El los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?
¿A quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como un brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado por los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros;
despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable vino sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino,
y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado,
voluntariamente se humillaba
y no abría la boca;
como un cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron.
¿Quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malhechores;
porque murió con los malvados,
aunque no había cometido crímenes,
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá su descendencia, prolongará sus años;
lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes,
con los poderosos tendrá parte en los despojos; porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
y él tomó el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores



SALMO RESPONSORIAL
Sal 30,2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25

R/. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.


Lectura de la carta a los Hebreos 4,14-16; 5,7-9.
Hermanos:
Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús el Hijo de Dios-. Mantengamos firmes la fe que profesamos.
Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna.
Sacerdote Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 18,1-19,42.

Narrador En aquel tiempo Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
 -¿A quién buscáis?
Narrador Le contestaron:
Sinagoga -A Jesús el Nazareno.
Narrador Les dijo Jesús:
 -Yo soy.
Narrador Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
 -¿A quién buscáis?
Narrador Ellos dijeron:
Sinagoga -A Jesús el Nazareno.
Narrador Jesús contestó:
 -Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.
Narrador Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
 -Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?
Narrador La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
Sinagoga -¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?
Narrador El dijo:
Sinagoga -No lo soy.
Narrador Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina.
Jesús le contestó:
 -Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.
Narrador Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
Sinagoga -¿Así contestas al sumo sacerdote?
Narrador Jesús respondió:
 -Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?

Narrador Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
Sinagoga -¿No eres tú también de sus discípulos?
Narrador Ello negó diciendo:
 -No lo soy.
Narrador Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
Sinagoga -¿No te he visto yo con él en el huerto?
Narrador Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos y dijo:
Sinagoga -¿Qué acusación presentáis contra este hombre?
Narrador Le contestaron:
 -Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.
Narrador Pilato les dijo:
Sinagoga -Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.
Narrador Los judíos le dijeron:
Sinagoga -No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
Narrador Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
Sinagoga -¿Eres tú el rey de los judíos?
Narrador Jesús le contestó:
 ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Narrador Pilato replicó:
Sinagoga -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
Narrador Jesús le contestó:
 -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Narrador Pilato le dijo:
Sinagoga -Conque, ¿tú eres rey?
Narrador Jesús le contestó:
 -Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
Narrador Pilato le dijo:
Sinagoga -Y, ¿qué es la verdad?
Narrador Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
Sinagoga -Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
Narrador Volvieron a gritar:
Sinagoga -A ése no, a Barrabás.
Narrador Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
Sinagoga -¡Salve, rey de los judíos!
Narrador Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

Sinagoga -Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.
Narrador Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
Sinagoga -Aquí lo tenéis.
Narrador Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron:
Sinagoga -¡Crucifícalo, crucifícalo!
Narrador Pilato les dijo:
Sinagoga -Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.
Narrador Los judíos le contestaron:
Sinagoga -Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.
Narrador Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús:
Sinagoga -¿De dónde eres tú?
Narrador Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:

Sinagoga -¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?
Narrador Jesús le contestó:
 -No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.
Narrador Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
Sinagoga -Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César
Narrador Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal en el sitio que llaman «El Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
Sinagoga -Aquí tenéis a vuestro Rey.
Narrador Ellos gritaron:
Sinagoga -¡Fuera, fuera; crucifícalo!
Narrador Pilato les dijo:
Sinagoga -¿A vuestro rey voy a crucificar?
Narrador Contestaron los sumos sacerdotes:
Sinagoga -No tenemos más rey que al César.
Narrador Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: JESUS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDIOS.
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
Sinagoga -No escribas «El rey de los judíos», sino «Este ha dicho: Soy rey de los judíos.
Narrador Pilato les contestó:
Sinagoga -Lo escrito, escrito está.
Narrador Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
Sinagoga -No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca.
Narrador Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.»
Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
 -Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Narrador Luego dijo al discípulo:
 -Ahí tienes a tu madre.
Narrador Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
 -Tengo sed.
Narrador Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre dijo:
 -Está cumplido.
Narrador E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparacion, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para las judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Sacerdote Palabra del Señor.

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