martes, 13 de mayo de 2008

Escuela de Oración. Semana VII. Día 2º




VI Semana. Martes 13 de Mayo

En presencia de... :
Esta semana hemos comenzado, siguiendo el libro “Cuando vayas a orar...” de Mª Dolores López Guzmán a tratar el tema de la imaginación.
El primer obstáculo para orar es el tiempo y el activismo, en los sacerdotes, especialmente. Decimos que no tenemos tiempo, porque llevamos una vida tan ajetreada. No tenemos ni siquiera quince minutos para Dios todos los días, es decir el 1% de nuestro tiempo. Y encima el activismo, especialmente en los sacerdotes que siempre andamos de un sitio para otro, programando, preparando actividades, celebrando misa, en reuniones,... y claro, con razón nos pueden decir lo mismo que le dijeron a un Papa: “Su Santidad concede audiencias a todos menos a Dios”. Tenemos tiempo para todos, menos para quién más necesitamos y nos ama, Jesucristo. Y la mejor forma para hablarle es estar a solas con él, tomando la Biblia, leyendo, meditando, hablándole y contemplándole. Igual que un matrimonio si no dedica tiempo a estar solos los hijos acaban sufriendo las negativas consecuencias, por mucho que estén con ellos, el apóstol, que es lo que tú y yo somos, necesita estar a solas con el Señor para hablarle y escucharle y después, a trabajar por los niños, jóvenes,... por el junior, la Iglesia y el Reino de Dios.
Ya tenemos tiempo. Tomamos la Biblia, colocamos delante de nosotros una estampa de Jesús y a rezar... otra barrera que hay que saltar: la imaginación. Teresa de Jesús la llamaba “la loca de la casa” y lo es, porque comienza a distraernos y claro, no sacamos provecho de la oración, nos cansamos y ya rezaremos otro día, que para estar pensando en las “musarañas”. ¿Cómo luchar contra ella? La misma Teresa decía que dejándola y no dando importancia a los pensamientos, dejarlos que pasen como el agua por el río. Otro método es encauzar este agua o torrente, comenzando a imaginar la escena (por ejemplo: cómo era la casa de Jesús, el castillo de Herodes, el ambiente de Nazaret,...).

Oración preparatoria:
“Señor, que en este ejercicio mi corazón reconozca mi pecado y sea capaz de sentir dolor por él para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza tuya”.

Su palabra:
Pasado algún tiempo, Caín hizo a Yahvé una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño y de la grasa de los mismos. Yahvé miró propicio a Abel y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. Yahvé dijo a Caín:
¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar. Caín dijo a su hermano Abel:
-Vamos afuera.
Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.
Yahvé dijo a Caín:
-¿Dónde está tu hermano Abel?
Contestó:
No sé, ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?
Replicó Yahvé:
¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.
Entonces dijo Caín a Yahvé:
-Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Si hoy me hechas de este suelo, habré de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.
Yahvé le respondió:
-Al contrario, quien quiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.
Y Yahvé puso una señal a Caín para que nadie que lo encontrase lo atacara.

Composición de lugar:
Seguimos con los siete pecados capitales, tomando un texto que ya meditamos hace unas semanas, ahora relacionándolo con los pecados de la envidia e ira. Éstos que son llamados así por el Catecismo de la Iglesia Católica porque “generan otros pecados, otros vicios” (1866). El mismo catecismo la coloca en la concreción del Décimo Mandamiento de la Ley de Dios y afirma de ella:
“La envidia puede conducir a peores fechorías – Gn 4, 3-7 [asesinato de Abel]. La muerte entró por envidia del diablo. Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos a otros.
La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal. De la envidia nace el odio, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad”. (2538-2539).
El guión que seguimos desarrolla el texto de la siguiente forma:
La comparación nos lleva a no aceptar nuestra historia: Pasado algún tiempo, Caín hizo a Yahvé una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño y de la grasa de los mismos. Yahvé miró propicio a Abel y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro
Dios nos invita a salir del círculo vicioso: ¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.
La envidia provoca ira: Caín dijo a su hermano Abel: -Vamos afuera. Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.
El pecado no asume su culpa: No sé, ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano? Replicó Yahvé: ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.
El pecado tiene unas consecuencias: Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Si hoy me hechas de este suelo, habré de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.
Dios no abandona, se da una promesa: Al contrario, quien quiera que matare a Caín, lo pagará siete veces. Y Yahvé puso una señal a Caín para que nadie que lo encontrase lo atacara.
En los principios de vida junior uno de ellos nos obliga a “ser comprensivo con los demás” y por tanto excluye la envidia y la ira. Ahora se trata que leas el texto, una primera lectura rápida. A continuación una segunda detenida utilizando la imaginación y deteniéndote en lo que más te llame la atención, buscando comprender las palabras que no entiendes. Seguidamente trae a tu memoria algún momento en que por envidia has hecho daño a alguien (lo has acusado ante tus padres o profesores, has quitado importancia a un logro delante de tus amigos, dentro de ti te has recomido y has tenido pensamientos agresivos contra esa persona,...) y con tu imaginación representa la escena siendo esa persona Abel y tú Caín. Escucha a Dios, la sangre son muchas veces las lágrimas del inocente que sufre la envidia y la ira de los demás, ¿qué te dice? Sigue hasta el final, Dios no quiere que seas así, pero hay una promesa, una marca para que te respeten, ésta será en el Nuevo Testamento la cruz. Al final Dios salva nuestra vida. Si a nivel humano y en aquellos tiempos en los que mandaba la Ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, un asesinato lleva a la ejecución, como desgraciadamente ocurre aún en muchos países, algunos de ellos se llaman “civilizados”. ¿Actúa Dios así, con criterios humanos? Y volviendo a la marca, es ésta la cruz que nos redime y salva.
Coloquio:
Pídele perdón por las veces en que has sido envidioso
Ejercicio de esta semana:
Esta semana se trata que desde la composición de lugar descubramos el dolor que distintas personas han sufrido por nuestro pecado. Es importante reconocer el sufrimiento concreto que mi vida ha supuesto para los demás... y descubrir también como ellos tuvieron paciencia conmigo y me amaron y perdonaron.
Hoy piensa en tus amigos.

Examen de la oración:
“Miraré cómo me ha ido en la meditación; y si mal, miraré la causa donde procede, y así mirada, arrepentirme, para enmendar adelante; y si bien, daré gracias a Dios y haré otra vez de la misma manera”

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