martes, 6 de mayo de 2008

Escuela de Oración. Semana VI. Día 2º




VI Semana. Martes 6 de Mayo

En presencia de...
Como bien constata la autora del libro que seguimos en este punto, ha tenido que pasar mucho tiempo para que entre los cristianos entrara la idea de que el cuerpo es, como el alma, una parte importante del ser humano, creado y querido por Dios. Afortunadamente ya no se considera pecado sólo la carne y el cuerpo como el gran tentador, sino que la tentación llega al ser humano por el cuerpo y por el alma y a la vez los dos son lugar de encuentro con Dios, creados por Él y parte inseparable de nuestra persona.
Queda un reto, ya realidad en los ambientes juveniles, el integrar los gestos en la oración, la corporalidad como instrumento de diálogo con Dios, que me habla a mí, enteramente, no sólo a mi alma, que me ha creado con todas las dimensiones: biológica, afectiva, espiritual,... Este reto no lo fue para Jesús, en quien el Verbo de Dios, la Palabra Eterna del Padre, se encarnó, tomó la carne humana y se manifestó con un cuerpo. Él oró con los gestos: postrado en Getsemaní, sentado en la barca, de pie en el Tabor,... , la misma cruz es todo un gesto de oración y entrega al Padre, con los brazos extendidos y el rostro hacia lo alto, esperándolo todo de Abbá, su Papaito.
Por eso comienza precisamente con la señal de la cruz. Te has signado muchas veces: al salir de casa, al emprender un viaje, al comenzar un examen, en misa, en tu habitación,... Es un gesto conocido por todos, incluso muy divulgado por los futbolistas antes de salir al campo. Ahora se trata, al comenzar este ejercicio que lo hagas pausadamente, pues es el santo y seña del cristiano, lo que nos identifica y distingue de los demás, pues un no cristiano no se le ocurre signarse. Por otra parte al gesto se le acompañan unas palabras: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Por cierto, la conjunción “y” en los tres tiene un significado, pues los tres son iguales, no es uno primero que el otro. Estas palabras resumen nuestra fe. Al signarnos afirmamos que creemos en Jesús el Hijo de Dios que nos salvó en la cruz y creemos en el Dios de los cristianos, único y verdadero, distinto de los de las otras religiones, pues es Un Sólo Dios y Tres Personas, Padre y Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte imprimimos en nuestro cuerpo la señal de la cruz, es decir, quedemos identificarnos con ella, ser nosotros como Cristo que se entregó por nosotros, con un amor total a los demás. Es como si nos pintásemos el cuerpo con ella, todo él lo marcamos con esta señal. Al mismo tiempo nos recuerda el bautismo, pues el primer gesto que realizaron el sacerdote, padres y padrinos fue la señal de la cruz en nuestra frente, fuimos ungidos con el óleo de los catecúmenos y el crisma, marcando en el pecho, la espalda y la cabeza la señal de la cruz y recibimos las aguas bautismales tres veces en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Por eso, comienza así, es como empieza toda oración cristiana, es como debe empezar toda reunión junior, “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, pues es en su nombre y por que él nos ha llamado por lo que nos reunimos. No somos una ong ni una pandilla de amigos con el saludable y loable propósito de entretener a los niños y formarles en unos valores, somos los apóstoles que en nombre de Dios y cumpliendo el mandato de Cristo nos reunimos para orar, formarnos, amar y anunciar el Evangelio mediante el juego, las dinámicas, la celebración y la construcción del grupo y centro junior.


Oración preparatoria:
“Señor, concédeme sentir crecido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados al descubrir el daño que a lo largo de mi vida han causado en los demás... para que aborreciendo el pecado pueda gozar de tu misericordia y todas mis intenciones, acciones y operaciones ser ordenadas en servicio y alabanza tuya”
Su palabra:
Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu inmensa ternura borra mi delito,
lávame a fondo de mi culpa,
purifícame de mi pecado.
Pues yo reconozco mi delito,
mi pecado está siempre ante mí;
contra ti, contra ti solo pequé,
lo malo a tus ojos cometí.

Por que seas justo cuando hablas
e irreprochable cuando juzgas.
Mira que nací culpable,
pecador me concibió mi madre.

Y tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con hisopo hasta quedar limpio
lávame hasta blanquear más que la nieve.

Devuélveme el son del gozo y la alegría,
se alegren los huesos que tú machacaste.
Aparta tu vista de mis yerros
y borra todas mis culpas.

Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renueva en mi interior un espíritu firme,
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu.

Devuélveme el gozo de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso;
enseñaré a los rebeldes tus caminos
y los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios salvador mío,
y aclamará mi lengua tu justicia;
abre, Señor, mis labios,
y publicará mi boca tu alabanza.

Pues no te complaces en sacrificios,
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas.
Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito,
un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.

¡Sé benévolo y favorece a Sión,
reconstruye los muros de Jerusalén!

Salmo 50
Composición de lugar:
No es fácil esta semana, pero es necesaria. Ahora ya no se trata de reconocer que somos pecados y descubrir nuestros pecados. Hemos dado un paso más. Se trata de sentir dolor por ellos, de pasarlos mal. Sentir dolor es importante para corregirse. Lo sabes muy bien. En una relación de pareja si el que ofende después no le duele y lo pasa mal, difícilmente buscará reconciliarse con la persona amada y evitará volver a dañarle. Lo mismo en la relación padres-hijos, amigos, compañeros de estudio o trabajo,...
Hoy en día quizás el problema sea ese. No nos duele el pecado. Lo cometemos, a veces ni siquiera le damos importancia y nos quedamos igual. ¿Por qué? Porque no queremos sufrir y cuando uno no quiere sufrir se incapacita para amar y vivir, se convierte en un zombi o un vegetal que recibe pero no da, porque para dar hay que sufrir.
Después de este comentario, lee este salmo de nuevo. Tradicionalmente se atribuye al rey David después de haber pecado con Betsabé y haber mandado asesinar a su esposo, como recordarás en uno de los ejercicios de la semana pasada. Es un salmo lleno de sentimientos, del hombre que siente en lo profundo del corazón haber pecado.
Por eso comienza situándote en la persona de David. Intenta imaginar lo que el rey debió sentir después de que Natán le acusase de quitarle la única mujer que tenía Urías y asesinarle. Seguidamente piensa en un pecado reciente o lejano que te avergüenza y te duela, puede ser en relación con tus padres, esa palabra de más, ese grito o desprecio ante quien simplemente trataba de ayudarte ofreciéndote un consejo o mandándote algo, pues su obligación es educarte y para educar hay que corregir y mandar.
También puedes comenzar a leer y cuando haya una frase que te guste, detenerte en ella y pasar un rato repitiéndola, saboreándola, rumiándola.

Coloquio:
Desde la contemplación del amor que Dios te tiene, fijando el rostro en Jesús crucificado, pídele perdón, Él siempre perdona.
Ejercicio de esta semana:
Esta semana se trata que desde la composición de lugar descubramos el dolor que distintas personas han sufrido por nuestro pecado. Es importante reconocer el sufrimiento concreto que mi vida ha supuesto para los demás... y descubrir también como ellos tuvieron paciencia conmigo y me amaron y perdonaron.
Hoy piensa en tus amigos.

Examen de la oración:
¿Cómo me he sentido?
¿Qué cosas me han ayudado? ¿qué cosas me han estorbado?
¿Qué he visto claro?
¿Qué voy descubriendo que se repite en los distintos momentos?

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